«Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra
principados, contra potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.»
Epístola de San Pablo a los Efesios, 6:12
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JOHN BUNYAN
LA GUERRA SANTA
LA GUERRA SANTA
—
EMPRENDIDA
POR SHADDAI CONTRA
DIÁBOLO PARA LA
RECUPERACIÓN DE LA METRÓPOLIS
DEL MUNDO — O LA PÉRDIDA
Y RECONQUISTA DE LA CIUDAD
Y RECONQUISTA DE LA CIUDAD
DE ALMA HUMANA
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Traducción del inglés:
Santiago Escuain
UN RELATO DE
LA GUERRA SANTA
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PROLOGO
EN el curso de mis viajes, visitando yo muchas regiones y
países, llegué en cierta ocasión al famoso continente del Universo. Es éste un
país muy grande y espacioso: se encuentra entre los dos polos, y justo en medio
de los cuatro confines del cielo. Es un lugar bien irrigado, y ricamente
adornado de montes y valles, con una espléndida situación, y mayormente de gran
feracidad, al menos donde yo me encontraba, y también muy poblado, y con unos
aires muy saludables.
Las gentes no son todas de la misma
raza, ni tampoco de una misma lengua, manera de vivir o religión, sino que
difieren tanto entre sí, se dice, como los mismos planetas; unos tienen razón y
otros yerran, así como sucede en regiones menores.
Como ya he dicho, me tocó viajar
por este país, y así lo hice, y esto por tanto tiempo que hasta llegué a
aprender mucho de la lengua nativa, junto con las costumbres y forma de vivir
de aquellos entre los que me encontraba. Y, para decir la verdad, me sentí muy
complacido[1] de ver y oír muchas de las cosas que vi y oí entre ellos; sí, y
lo cierto es que incluso hubiera llegado a vivir y a morir como un nativo más
entre ellos (de tal manera me sentí atraído hacia ellos y a sus formas de
hacer) si mi amo[2] no me hubiera mandado acudir a su casa para dedicarme allí
a sus negocios y de supervisarlos.
Ahora bien, hay en este noble país
del Universo una ciudad hermosa y gentil, una corporación llamada Alma
Humana:[3] una ciudad tan curiosa por su arquitectura, tan cómoda por su
situación, tan ventajosa por sus privilegios (con esto me refiero a su origen)
que puedo decir de ella lo que he dicho antes del continente donde se
encuentra: No tiene su igual bajo el cielo entero.
Con respecto a la situación de esta
ciudad, se encuentra justo entre los dos mundos; y su primer arquitecto y
constructor, por los mejores y más auténticos registros que he podido
encontrar,[4] fue uno llamado Shaddai,[5] el cual la edificó para su propio
deleite. La formó como espejo y gloria de todo lo que había hecho, la cumbre,
superior a cualquier cosa que hiciera en aquel país. Y tan hermosa era la
ciudad de Alma Humana, cuando fue edificada al principio, que algunos dicen que
los dioses[6] descendieron para verla, cuando era creada, y cantaron de gozo. Y
así como la hizo de aspecto hermoso, también la hizo poderosa para que
ejerciera su dominio en todo el país a su alrededor. A todos se mandó que
reconocieran a Alma Humana como la capital, y todos debían rendirle homenaje.
Más aún, la misma ciudad tenía órdenes y autoridad de parte de su Rey para
demandar el servicio de todos, y también para someter a cualquiera que de
alguna manera se negara a ello.
Había en medio de esta ciudad un
palacio muy célebre y majestuoso.[7] Por su capacidad de resistencia, podía ser
llamado una ciudadela; por lo placentero que era, un paraíso; por sus
dimensiones, un lugar tan grande que podía contener todo el mundo.[8] Este
lugar el Rey Shaddai lo dispuso sólo para sí y para nadie más que para sí; en
parte por lo placentero que era el lugar mismo y en parte porque no quería que
el terror de los extraños cayera sobre la ciudad. De este lugar hizo también
Shaddai el cuartel de una guarnición, pero encomendó su cuidado sólo a los
hombres de la ciudad.
Las murallas de la ciudad eran de
excelente construcción,[9] tan fuertes y resistentes eran que, excepto por
parte de los mismos ciudadanos, no hubieran podido ser nunca sacudidas ni
derruidas. Porque aquí se manifestaba la maravillosa sabiduría de quien había
edificado Alma Humana, que las murallas nunca podrían ser derruidas ni dañadas
por el más grande enemigo, excepto si los ciudadanos prestaban su
consentimiento.
Esta célebre ciudad de Alma Humana
tenía cinco puertas de entrada y salida y en resistencia se correspondían con
las murallas: eran inexpugnables, de un tipo que nunca se podrían abrir ni
forzar excepto con la voluntad y el consentimiento de los que estuvieran
adentro. Los nombres de las puertas eran: Puerta del Oído, Puerta del Ojo, Puerta
de la Boca, Puerta de la Nariz y Puerta de la Sensibilidad.[10]
Había también otras cosas que
pertenecían a la ciudad de Alma Humana, que si se unen a estas, expondrán
adicionalmente ante todos la gloria y fortaleza del lugar. Siempre tenía una
provisión suficiente en el interior de sus murallas; tenía la mejor ley, la más
sana y excelente de todas las existentes entonces en el mundo. No había dentro
de sus murallas ningún granuja, canalla ni traidor; todos eran personas veraces
y muy unidas; y esto, como ya sabréis, es cosa de gran valor. Además de todo
esto tenía siempre (en tanto que mantuviera su fidelidad al Rey Shaddai) la
consideración y protección del Rey, que tenía en ella su deleite.
Bien, pues sucedió en cierta
ocasión que un tal Diábolo,[11] un gigante poderoso, emprendió un asalto contra
esta famosa ciudad de Alma Humana, para tomarla como su morada. Este gigante
era rey de los negros,[12] y era un príncipe de lo más enloquecido. Trataremos
primero, si os parece, del origen de este Diábolo, y luego de cómo tomó esta
famosa ciudad de Alma Humana.
Este Diábolo es ciertamente un
príncipe grande y poderoso, y sin embargo pobre y mísero. Acerca de su
origen,[13] fue primero uno de los siervos del Rey Shaddai, hecho y nombrado
por él para un puesto muy sublime y de gran poder, puesto por él en los mejores
principados de entre sus territorios y dominios. Este Diábolo fue hecho
«hijo del Alba»[14]; éste era un puesto muy exaltado: le daba mucha gloria y
esplendor, cosas estas que pudieran haber contentado su corazón luciferino si
no hubiera sido insaciable y se hubiera agrandado como el mismo infierno.
Bien, viéndose así exaltado en
grandeza y honra, y con una voraz codicia en su fuero interno de alcanzar un
estado y grado más elevados, qué hace más que pensar cómo podía llegar a ser
señor de todo, y obtener todo el poder bajo Shaddai.[15] (Esto el Rey lo
reservaba para su Hijo, y ya se lo había otorgado.) Por ello, primero meditó
acerca de cuál era la mejor acción a emprender, compartiendo entonces sus
pensamientos con otros de sus compañeros, a lo que también ellos accedieron.
Así que finalmente llegaron a esta resolución: que debían hacer un intento
contra el Hijo del Rey para destruirlo, a fin de que la heredad pasara a manos de
ellos. Llegaron de esta manera a tramar su traición, a señalar el momento
adecuado, a dar la consigna, y por fin a intentar su asalto. Pero siendo
conscientes de todas las cosas el Rey y su Hijo, no podían dejar de ver lo que
sucedía en todos sus dominios; y teniendo el Rey un amor para su Hijo como para
sí mismo, no pudo por más que sentirse profundamente ofendido ante todo
aquello. ¿Qué hizo entonces? Que en el momento en que hicieron su primer gesto
para cumplir sus designios, los manifestó convictos de traición, por la
horrenda rebelión y conspiración que habían tramado y que ahora intentaban
llevar a la práctica, y los arrojó a las horribles simas, como férreamente
encadenados, sin poder nunca más esperar el mínimo favor de manos de él, sino
para permanecer bajo la sentencia que él había señalado, y ello para siempre.
1
Habiendo sido así arrojados Diábolo
y los suyos de todo puesto de confianza, provecho y honra, y sabiendo también
que habían perdido para siempre el favor de su príncipe (expulsados de su
corte, y arrojados a las terribles simas), ya podéis tener por cierto que ahora
iban a añadir a su anterior soberbia toda la malignidad e ira que pudieran
contra Shaddai y contra su Hijo. Por ello, se lanzaron de lugar en lugar
vagabundos, errantes y llenos de furia,[16] buscando si podrían encontrar algo
que perteneciera al Rey y destruirlo, para poder vengarse de él. Al final
llegaron a este espacioso lugar del Universo, y se dirigieron rumbo a la ciudad
de Alma Humana; al considerar que esta ciudad era una de las principales obras
y deleites de Shaddai, en qué otra cosa pensaron sino que, después de celebrar
consejo, decidieron asaltarla. Ellos ya sabían que Alma Humana pertenecía a
Shaddai, porque ellos habían estado presentes cuando él la edificó y adornó
para sí. Por esto, cuando encontraron el lugar, chillaron horriblemente de
gozo, y rugieron como un león sobre su presa, diciendo: «Ahora hemos hallado la
recompensa, ¡y cómo nos vengaremos del Rey Shaddai por lo que él nos ha
hecho!». Se sentaron entonces, convocando a un consejo de guerra, y meditaron
sobre qué modos y maneras debían usar para lograr conquistar esta famosa ciudad
de Alma Humana; y decidieron considerar los siguientes puntos:
Primero. Si debían mostrarse todos
ellos abiertamente con este designio ante la ciudad de Alma Humana.
Segundo. Si sería mejor acudir y
ponerse contra Alma Humana con sus actuales ropajes, ahora harapientos y
míseros.
Tercero. Si sería mejor mostrar a
Alma Humana sus intenciones y el designio con el que acudían, o si debían
asaltarla con palabras y maneras engañosas.
Cuarto. Si no sería más conveniente
que algunos de sus compañeros dieran órdenes privadas para aprovechar la
sorpresa, si veían a alguno o más de los moradores principales de la ciudad, de
disparar contra ellos, si con ello consideraban que su causa y su designio
serían mejor servidos.
1. La primera de estas propuestas
recibió una respuesta negativa; llegaron a la conclusión de que no serviría a
su causa mostrarse todos ellos ante la ciudad, porque la presencia de muchos de
ellos podría alarmar y atemorizar a la ciudad, mientras que no sería tan
probable que la de uno o unos pocos de ellos tuviera un efecto tan negativo. Y,
para dar más peso a este consejo, se adujo además que si atemorizaban a Alma
Humana, o si se alarmaba, «es imposible», dijo Diábolo (porque era él quien
ahora hablaba) «que tomemos la ciudad: porque nadie puede entrar en ella sin su
propio consentimiento. Así que, para emprender el asalto de Alma Humana, deben
ser pocos, o bien uno solo; y, en mi opinión», añadió Diábolo, «dejad que me
ocupe yo de esta misión». Y a esto todos accedieron.
2. Y entonces pasaron a la segunda
propuesta, si sería mejor ir y sentarse ante la ciudad de Alma Humana con sus
vestimentas ahora míseras y harapientas. A lo que contestaron también en
sentido negativo: ¡Ni hablar de esto! La razón de ello era que aunque a la
ciudad de Alma Humana le habían sido dadas a conocer ya antes de ahora cosas
invisibles, y tener que ver con ellas, nunca hasta ahora habían visto a
ningunas de sus cocriaturas en una condición tan mísera y pervertida como la de
ellos; y éste fue el consejo del fiero Alecto. Luego dijo Apolión: «Este es un
buen consejo; porque aunque sólo uno de los nuestros se presente ante ellos tal
y como estamos ahora, ello suscitará y multiplicará tales pensamientos en ellos
que los llevarán a la consternación, y necesariamente los llevará a ponerse en
guardia. Y si así sucede», añadió, «entonces, como milord Diábolo lo acaba de
decir, será en vano intentar tomar la ciudad». Entonces habló el poderoso
gigante Beelzebú: «Este consejo que acabamos de oír es bueno; porque aunque los
hombres de Alma Humana han visto cosas como lo que nosotros éramos antes, nunca
hasta ahora han visto cosas como lo que hemos llegado a ser ahora; y será
mejor, en mi opinión, que nos presentemos entre ellos en una forma que sea
común y de lo más familiar entre ellos». Habiéndose mostrado todos de acuerdo
en cuanto a esto, pasaron a considerar en qué forma, con qué apariencia o bajo
qué disfraz debía Diábolo presentarse cuando fuese para hacer suya Alma Humana.
Entonces unos decían una cosa, y otros otra distinta. Al final, Lucifer
respondió que en su opinión era mejor que su señoría adoptara el cuerpo de
aquellas criaturas sobre las que los de la ciudad tenían dominio. «La razón de
esto», dijo él, «es que los de la ciudad no sólo están familiarizados con
ellas, sino que, al estar bajo su potestad, nunca imaginarán que se pueda hacer
un intento contra la ciudad por parte de ellas; y, para mejor confundirlos, que
adopte el cuerpo de una de aquellas bestias que Alma Humana considera como más
sabias que el resto».[17] Este consejo fue aplaudido por todos; finalmente,
decidieron que el gigante Diábolo adoptara la forma de un dragón, porque en
aquellos días era tan familiar en la ciudad de Alma Humana como ahora lo son
los pájaros para los niños; porque nada que estuviera en su estado primitivo
les era para nada asombroso. Entonces pasaron a tratar el tercer punto, que
era:
3. Si sería mejor desvelar sus
intenciones a Alma Humana, el designio de su venida, o no. A esto la respuesta
fue negativa, por el peso de las razones anteriores, o sea, que Alma Humana era
un pueblo fuerte, un pueblo fuerte en una ciudad fuerte, con unas murallas y
puertas inexpugnables (por no decir nada de la ciudadela), y que no podían ser
invadidos sin su consentimiento. «Además», dijo Legión (porque a esto respondió
él) «el descubrimiento de nuestras intenciones puede llevarles a que envíen a
su rey una petición de ayuda; y si hacen esto, sé muy bien qué nos sucederá.
Por ello, asaltemos la ciudad con toda pretensión de transparencia, cubriendo
nuestras intenciones con todo tipo de mentiras, adulaciones, palabras engañosas;
finjamos cosas que nunca serán, y prometámosles lo que nunca van a obtener.
Ésta es la manera de ganar Alma Humana y de hacer que ellos mismos nos abran
las puertas; más aún, que deseen hacerlo. Y la razón por la que que pienso que
este proyecto tendrá éxito es que ahora la población de Alma Humana son, todos
ellos, sencillos e inocentes, todos honrados y veraces; y no saben todavía lo
que es ser asaltados con fraude, engaño e hipocresía. Son extraños a los labios
mentirosos y aduladores; por ello no podrán detectarnos si así nos disfrazamos;
nuestras mentiras pasarán por dichos veraces, y nuestra simulación como tratos
rectos. Nos creerán lo que les prometamos, especialmente si en todas nuestras
mentiras y palabras fingidas pretendemos tenerles un gran amor, y que nuestro
deseo es sólo su prosperidad y honor». Ante esto nadie replicó; a todos les
pareció totalmente adecuado. Por ello, pasaron a considerar la última
propuesta, que era:
4. Si debían dar órdenes a algunos
de su grupo que disparasen contra quiénes fuera de los principales pobladores
de la ciudad, si consideraban que su causa pudiera ser con ello favorecida. A
esto se contestó afirmativamente, y el hombre señalado para ser destruido
mediante esta estratagema era un Sr. Resistencia, también llamado Capitán
Resistencia. Este Capitán Resistencia era un gran hombre en Alma Humana, a
quien el gigante Diábolo y su banda temían más que a todo el resto de la ciudad
de Alma Humana. Ahora bien, ¿quién debería llevar a cabo el asesinato? Esto lo
trataron a continuación, y para ello designaron a una tal Tisífona, una furia
del lago.
Habiendo con ello terminado el
consejo de guerra, se levantaron, y se lanzaron a llevar a cabo lo decidido; se
pusieron en marcha hacia Alma Humana, pero todos de forma invisible, excepto
uno, sólo uno; y éste no se acercó a la ciudad con su propia apariencia, sino
bajo la apariencia y en el cuerpo del dragón.
2
Se acercaron entonces, y se sentaron delante de la Puerta del Oído, porque éste era el lugar para las audiencias por parte de todos los de fuera de la ciudad, así como la Puerta del Ojo era el lugar de observación. Así, como digo, llegó a la puerta con su cortejo, y dispuso su emboscada para el Capitán Resistencia a tiro de arco de la ciudad. Hecho esto, el gigante subió cerca de la puerta, y llamó a la ciudad de Alma Humana para ser oído. A nadie tomó consigo sino a uno llamado Mala-Pausa, que era su orador en cuestiones espinosas. Como he dicho, se acercó a la puerta y (como era costumbre en aquellos tiempos) tocó su trompeta para pedir audiencia. A este toque acudieron a la muralla los principales de la ciudad de Alma Humana, como milord Inocente, milord Recia-Voluntad, el Sr. Archivero y el Capitán Resistencia, para ver quién estaba allí y de qué se trataba. Y milord Recia-Voluntad, al mirar y ver quién estaba a la puerta, le preguntó quién era, para qué había venido, y por qué había llamado la atención de Alma Humana con tal toque.
Diábolo entonces, manso como un
cordero, comenzó su discurso, diciendo: «Caballeros de la famosa ciudad de Alma
Humana, soy, como veis, no alguien que vive lejos de vosotros, sino cerca, y
estoy designado por el rey para rendiros homenaje y prestaros aquel servicio
que pueda; por ello, para ser fiel a mí mismo y a vosotros, tengo algo
importante que comunicaros. Por ello, concededme audiencia, y escuchadme con
paciencia. Y ante todo, dejad que os asegure que no es para mí mismo, sino para
vosotros, no mi provecho, sino el vuestro, que busco comunicarme con vosotros,
como quedará bien patente. Porque caballeros, he venido, por decir la verdad, a
mostraros cómo podéis obtener una gran y abundante liberación de una esclavitud
bajo la que estáis cautivados y esclavizados». Ante esto, la ciudad de Alma
Humana comenzó a poner gran atención. Y pensaban: «¿Y qué será esto? ¿Qué podrá
ser?» Y él les dijo: «Tengo algo que deciros acerca de vuestro Rey, acerca de
su ley, y también acerca de vosotros. Con respecto a vuestro Rey, sé que es
grande y poderoso; pero no todo lo que os ha dicho es cierto ni para vuestra
prosperidad. 1. No es cierto, porque aquello con lo que hasta ahora os ha
tenido atemorizados no pasará, ni se cumplirá, aunque hagáis aquello que os ha
prohibido. Pero si hubiera peligro, ¡qué esclavitud es vivir siempre en temor
del más grande de los castigos por hacer algo tan pequeño y trivial como
comerse una pequeña fruta.[18] 2. Acerca de sus leyes, digo además que son
irrazonables, complicadas e intolerables. Irrazonables, como ya acabo de
sugerir; porque el castigo no está en proporción a la ofensa; hay una gran
diferencia y desproporción entre la vida y una manzana. Y sin embargo una cosa
va por la otra según la ley de vuestro Shaddai. Pero es también complicada, en
que primero dijo: Podéis comer de todos los frutos; y después os prohíbe comer
de uno. Y después, en último lugar, es necesariamente intolerable, por cuanto
este fruto que se os prohíbe comer (si es que tenéis alguno de prohibido) es
precisamente aquel, el único, que, si lo comierais, os daría un bien que hasta
ahora desconocéis. Y esto se manifiesta en el mismo nombre del árbol; se llama
«árbol del conocimiento del bien y del mal», y, ¿tenéis este conocimiento? No,
no, no podéis ni concebir cuán bueno es, cuán placentero, y cuán deseable para
darle sabiduría a uno, mientras os mantengáis obedientes a los mandamientos de
vuestro Rey. ¿Por qué debéis ser mantenidos en ignorancia y ceguera? ¿Por qué
no deberíais ser ensanchados en conocimiento y entendimiento? Y ahora,
vosotros, moradores de la célebre ciudad de Alma Humana, para hablar más en
particular a vosotros mismos: ¡No sois una gente libre! Sois mantenidos en
esclavitud y servidumbre, y esto bajo una grave amenaza, sin otra razón que:
«Así lo quiero, y así será». ¿Y no es penoso pensar que aquella misma cosa que
se os prohíbe os daría sabiduría y honra, si la hicierais? Porque entonces se
abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses. Y por cuanto esto es así,»
prosiguió él, «podría acaso príncipe alguno manteneros en una peor esclavitud y
mayor servidumbre que la que vosotros sufrís hasta hoy? Se hace de vosotros
unos lacayos, y os veis envueltos en incomodidades, como he dejado en
evidencia. Porque, ¿hay mayor esclavitud que ser mantenido en ceguera? ¿No os
lo dirá la misma razón, que es mejor tener ojos que carecer de ellos? Y por
ello mismo es mejor tener libertad para ser mejores que estar encerrados en una
cueva oscura y hedionda».
Y precisamente mientras Diábolo
hablaba así a Alma Humana, Tisífona disparó contra el Capitán Resistencia donde
se encontraba sobre la puerta, hiriéndole mortalmente en la cabeza, con lo que,
para asombro de los moradores de la ciudad y para aliento de Diábolo, cayó
muerto por encima de la muralla. Ahora, estando muerto el Capitán Resistencia
(y éste era el único hombre de guerra en la ciudad), la pobre Alma Humana quedó
totalmente destituida de valor, y no tenía ánimo alguno para resistir. Pero así
era como lo quería el diablo. Entonces se levantó el Sr. Mala-Pausa, que había
acompañado a Diábolo como su orador, y se dirigió a la ciudad de Alma Humana
con un discurso, el tenor del cual sigue a continuación:
«Caballeros», dijo, «es del agrado
de mi amo que tiene este día unos oyentes callados y deseosos de aprender; y
nosotros esperamos que no vayáis a rechazar un buen consejo. Mi amo os tiene un
gran amor; y aunque sabe muy bien que corre el peligro de la ira del Rey
Shaddai, sin embargo su amor por vosotros le llevará a hacer más que esto. No
se necesita más que otra palabra para confirmar la veracidad de lo que ha dicho;
una sola palabra da toda la evidencia en sí misma; el mismo nombre del árbol
puede poner fin a toda la controversia en esta cuestión. Por ello, en este
momento sólo os voy a dar este consejo, bajo la autoridad de mi señor» (y con
esto hizo a Diábolo una profunda reverencia): «Considerad sus palabras, mirad
el árbol y su prometedor fruto; recordad que sabéis poco, y que ésta es la
manera de llegar a conocer más: y su no quedáis convencidos a aceptar un
consejo tan bueno, no sois los hombres que yo pensaba que erais».
Pero cuando los moradores de la
ciudad vieron que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los
ojos, y árbol codiciable para alcanzar sabiduría, hicieron como les había
aconsejado el viejo Mala-Pausa: tomaron de él y comieron. Debiera haberos dicho
antes, sin embargo, que mientras este Mala-Pausa estaba dirigiendo su discurso
a los ciudadanos, milord Inocencia (quizá por un disparo desde el campamento
del gigante, o por algún desmayo que de repente se apoderara de él, o quizá,
más bien me parece a mí, por el pestilente aliento de aquel pérfido villano, el
viejo Mala-Pausa) se derrumbó allí donde estaba, y no pudo ser reanimado otra
vez. Así murieron estos dos valientes; y los llamo valientes, porque eran la
belleza y gloria de Alma Humana en tanto que vivieron en ella; y ahora ya no
quedaba ningún espíritu noble en Alma Humana; todos se postraron y ofrecieron
vasallaje a Diábolo, y vinieron a ser sus esclavos y vasallos, como veremos.
Estando muertos estos dos, qué otra
cosa hicieron el resto de los habitantes de la ciudad sino que, como hombres
que han encontrado el paraíso de sus sueños, deciden probar la veracidad de las
palabras del gigante. Y primero hicieron como Mala-Pausa les enseñó: miraron,
consideraron, y quedaron fascinados con el fruto prohibido: tomaron de él, y
comieron; y habiendo comido, de inmediato quedaron embriagados con él. Y de
esta manera abrieron la puerta, tanto la Puerta del Oído como la Puerta del
Ojo, dejando entrar a Diábolo con sus bandas, olvidando por completo a su buen
Shaddai, su ley, y el juicio anexo, con solemne advertencia contra su
quebrantamiento.
Diábolo, habiendo logrado entrar
por las puertas de la ciudad, se dirige hacia el centro de la misma, para
consolidar su conquista de la manera más plena posible; y viendo para este
momento los afectos de la gente se inclinaban calurosamente hacia él, y
pensando que era mejor golpear mientras el hierro estaba caliente, les hizo
este otro discurso engañoso, diciéndoles: «¡Ay, mi pobre Alma Humana! En verdad
que te he hecho este servicio, promoviendo tu honra y ensanchando tu libertad;
pero ¡ay, ay!, ahora, pobre Alma Humana, necesitas ahora a uno que te defienda;
porque ten por cierto que cuando Shaddai oiga lo que ha sucedido, vendrá;
porque sentirá que hayas roto tus cadenas y echado de ti sus coyundas. ¿Y qué
harás tú? ¿Podrás tu sufrir, después de tu ensanchamiento, que te sean
arrebatados y expoliados tus privilegios? ¿O qué resolución vas a adoptar?».
Entonces todos unánimes le dijeron
al dragón: «Reina tú sobre nosotros». Así, él aceptó la propuesta, y vino a ser
el rey de la ciudad de Alma Humana. Hecho esto, el siguiente paso era darle
posesión de la ciudadela, y con ella de todo el poder de la ciudad. Y a la
ciudadela se dirigió; era la que Shaddai había construido en Alma Humana para
su propio deleite y placer; ahora se transformó en madriguera y fortaleza para
el gigante Diábolo.
3
Habiendo logrado ahora la posesión
de este majestuoso palacio fortificado, hace de él un acuartelamiento para sí,
y lo fortifica y abastece con todo tipo de provisiones contra el rey Shaddai, o
contra los que quisieran tratar de recuperarlo de nuevo para él y para su
obediencia.
Hecho esto, pero no pensando aún
que estaba suficientemente seguro, se dedica a continuación a remodelar el
gobierno de la ciudad, y lo hace así designando a unos y deponiendo a otros a
placer. De esta manera, depuso de sus cargos y poderes al Lord Alcalde, cuyo
nombre era milord Entendimiento, y al Sr. Archivero, cuyo nombre era Sr.
Conciencia.
Por lo que respecta al milord
Alcalde, aunque era un hombre de entendimiento, y a pesar de que había accedido
junto con el resto de la ciudad de Alma Humana a admitir al gigante en la
ciudad, Diábolo, sin embargo, no creyó prudente dejarle en su anterior brillo y
gloria, porque era un hombre clarividente.[19] Por ello, lo dejó a oscuras, no
sólo quitándole su cargo y poder, sino edificando una torre alta y fuerte,
justo entre los reflejos del sol y las ventanas del palacio del lord; por medio
de esto toda su casa, todas sus estancias, quedó totalmente a oscuras. Así,
quedando alejado de la luz,[20] quedó como uno que ha nacido ciego. Y en esta
casa quedó el lord confinado como en una cárcel. No podía salir, ni bajo su
palabra, fuera de sus límites. Y en esta condición, aunque hubiera tenido en su
corazón hacer algo por Alma Humana, ¿qué podría hacer por ella, o en qué le
podría ser de provecho? Así que, en tanto que Alma Humana estuviera bajo el
poder y gobierno de Diábolo (y por mucho tiempo lo estuvo, siéndole obediente,
lo que duró hasta que por una guerra fue rescatada de sus manos), el milord
Alcalde era más bien un estorbo que una ventaja en la célebre ciudad de Alma
Humana.
En cuanto al Sr. Archivero, antes
que la ciudad fuera tomada, era un hombre buen conocedor de las leyes de su
rey, y también hombre valeroso y fiel para decir la verdad en toda ocasión; y
tenía una lengua bien colocada, y una cabeza llena de sentido común. Pero esto
no podía soportarlo Diábolo, porque, aunque había dado su consentimiento a su
entrada en la ciudad, sin embargo no pudo hacérselo totalmente suyo, a pesar de
todas las estratagemas, astucias y añagazas que intentó. Cierto, se había
apartado mucho de su primer rey, y también estaba muy complacido con muchas de
las leyes y de los servicios del gigante; pero todo esto no servía, por cuanto
no era totalmente suyo. Una y otra vez pensaba en Shaddai, y le sobrevenía el
terror de su ley, y entonces hablaba contra Diábolo con una voz tan fuerte como
el rugido de un león. Y de vez en vez, cuando le sobrevenían ataques (porque
debéis saber que a veces tenía terribles ataques), que hacía que toda la ciudad
de Alma Humana temblara con su voz; y por ello el nuevo rey de Alma Humana no podía
aguantarlo.
Por todo esto, Diábolo temía más al
Archivero que a ningún otro de los que habían quedado vivos en la ciudad de
Alma Humana, porque, como he dicho, sus palabras hacían temblar a la ciudad
entera; eran como un trueno que iba ascendiendo en intensidad, y que a veces se
desencadenaba con estrépito. Y debido a que el gigante no podía hacérselo del
todo suyo, finalmente ideó todo lo que pudo para corromper al viejo caballero,
y mediante la corrupción pervertir su mente y endurecer su corazón en los
caminos de la vanidad. Y el intento le salió bien; corrompió al hombre, y poco
a poco lo llevó de tal manera hacia el pecado y a la maldad que al final no
sólo quedó corrompido, como al principio, y por ello mismo contaminado, sino
que casi quedó (por lo menos) más allá de toda conciencia de pecado. Y ya más
allá de esto Diábolo no pudo ir. Entonces ideó otra treta, y fue la de
persuadir a los hombres de la ciudad que el Sr. Archivero estaba loco, y que no
le tenían que hacer caso. Y para ello apeló a sus ataques, y dijo: «Si está en
sus cabales, ¿por qué no actúa siempre de esta manera? Pero como todos los
locos tienen sus ataques,» prosiguió, «y en ellos su lenguaje delirante, así le
sucede a este viejo chocho».
Así, de una u otra manera, pronto
llevó a Alma Humana a menospreciar, descuidar y tener en nada lo que pudiera
decir el Sr. Archivero. Porque, además de lo que ya habéis oído, Diábolo tenía
su manera de hacer que el viejo caballero, cuando estaba feliz, se desdijera y
negara lo que había afirmado en sus ataques. Y, desde luego, esta era otra
manera de ponerse en ridículo, y de hacer que nadie le considerara.[21] Ahora
tampoco nunca hablaba libremente en nombre del Rey Shaddai, sino sólo por
fuerza y compulsión. Además, en ocasiones se enardecía contra aquello acerca de
lo que en otras ocasiones se callaba; así era de inconsecuente en todas sus
acciones. A veces parecía como si estuviera profundamente dormido, y a veces
como muerto, precisamente cuando toda la ciudad de Alma Humana estaba lanzada
en la carrera de la vanidad y en su baile al son de la gaita del gigante. De
esta manera, en ocasiones en que Alma Humana se asustaba con la voz atronadora
del Archivero, y cuando iban a hablarle a Diábolo acerca de esto, él respondía
que lo que el viejo caballero les decía no era ni por amor a él ni por lástima
de ellos, sino por un necio gusto de parlotear, y de esta manera acallaba,
silenciaba y tranquilizaba a todos. Y para no dejarse ningún argumento que
pudiera llevarlos a sentirse seguros, decía, y lo decía a menudo: «¡Oh Alma
Humana!, considera que a pesar de todo el furor del viejo caballero, y del
estruendo de sus palabras fuertes y atronadoras, nada oís de parte del mismo
Shaddai», ocultando mentirosamente, como engañador que era, que cada clamor del
Sr. Archivero contra el pecado de Alma Humana era la voz de Dios en él para
ellos. Pero Diábolo proseguía diciendo: «Ya veis que no valora ni la pérdida ni
la rebelión de la ciudad de Alma Humana, y que no va a preocuparse por llamar a
esta ciudad a dar cuentas por entregarse a mí. Él sabe que aunque erais de él
ahora sois legítimamente míos; así que dejándonos el uno al otro, nos ha dejado
de la mano».
«Además, oh Alma Humana»,
proseguía, «considera cómo te he servido, hasta lo máximo de mi capacidad, y
ello con lo mejor que tengo, pude conseguir o lograr para vosotros en todo el
mundo; además, me atreveré a decir que las leyes y costumbres bajo las que
ahora estáis, y por las que me rendís homenaje, os dan más solaz y
contentamiento que el paraíso que al principio poseíais. Y vuestra libertad,
como vosotros mismos sabéis, ha sido grandemente ensanchada y agrandada por mí;
en cambio, cuando os encontré erais un pueblo encerrado. No os he impuesto
ningún freno; no tenéis de mi parte ninguna ley, ningún estatuto ni ningún
juicio para atemorizaros; a nadie llamo a que me dé cuenta de sus actos,
excepto al loco —ya sabéis a quien me refiero;[22] os he concedido vivir a cada
uno como un príncipe por su cuenta, con tan poco control de mi parte como yo de
parte vuestra.
Y así Diábolo aquietaba y
tranquilizaba la ciudad de Alma Humana, cuando el Archivador en ocasiones los
alarmaba;[23] sí, con discursos malditos como éste levantaba la cólera y el
furor de toda la ciudad contra el viejo caballero. Por cierto que a veces el
populacho trataba de acabar con él. Muchas veces deseaban tenerlo bien lejos de
ellos: su compañía, sus palabras, su misma presencia, y especialmente cuando
recordaban cómo en los viejos tiempos solía amenazarlos y condenarlos (ahora ya
estaba demasiado corrompido para esto), los aterrorizaba y afligía en gran
manera.
Pero todos los deseos eran en vano,
porque, no sé cómo, excepto por el poder y sabiduría de Shaddai, era preservado
y seguía en medio de ellos. Además, su casa era tan fuerte como un castillo, y
se encontraba bien situada en un punto fuerte de la ciudad; además, si en
alguna ocasión alguno del populacho o de la canalla[24] intentaba acabar con
él, podía abrir compuertas y echar tales inundaciones[25] que ahogaban a todos
los que le rodeaban.
Pero podemos dejar aquí al Sr.
Archivero y pasar a milord Recia-Voluntad, otro de la nobleza de la célebre
ciudad de Alma Humana. Este Recia-Voluntad era de muy elevada cuna en Alma
Humana, y era un más grande terrateniente que cualquiera de los demás; además,
si recuerdo bien, tenía algunos privilegios peculiarmente suyos en la célebre
ciudad de Alma Humana. Y junto con todo esto, era un hombre de gran fuerza,
resolución y valor, y en ningún momento nadie podía rechazarle. Pero, como
digo, fuera porque estaba orgulloso de su finca, privilegios, fuerza o por lo
que fuera (pero es seguro que era por orgullo de algo), no podía soportar ser
un esclavo en Alma Humana; y por ello decidió tener un cargo bajo Diábolo, para
poder ser (siendo él quien era) un rey vasallo y gobernador en Alma Humana. ¡Y
era bien duro de cabeza! Así comenzó ya bien pronto; porque este hombre fue uno
de los primeros, cuando Diábolo hizo su discurso ante la Puerta del Oído, en
asentir a sus palabras, y en favor de aceptar su consejo como bueno, y que
estuvo en favor de abrir la puerta, y de dejarlo entrar en la ciudad; por ello
Diábolo le tenía predilección, y lo designó para un cargo. Y dándose cuenta del
valor y de la terquedad de este hombre, quiso tenerlo como uno de sus grandes,
para que tomara parte y acción en cuestiones de la mayor importancia.
Así que envió a llamarlo, y habló
con él de aquella cuestión que tenía en mente, pero no precisó de mucha
persuasión en este caso.[26] Porque así como al principio estaba dispuesto a
que Diábolo entrara en la ciudad, así ahora estaba igualmente dispuesto a
servirle en ella. Así que cuando el tirano observó la buena disposición del
milord para servirle, y que su mente se inclinaba a ello, le hizo en el acto
capitán de la ciudadela, gobernador de la muralla y guarda de las puertas de
Alma Humana;[27] había una cláusula en su nombramiento según la que nada se
podría hacer sin él en toda la ciudad de Alma Humana. Así que ahora, ¡quién
estaba sobre toda la ciudad de Alma Humana, segundo sólo tras el mismo Diábolo,
sino el milord Recia-Voluntad! Y no se podía hacer nada a partir de ahora más
que por su voluntad y agrado en toda la ciudad de Alma Humana.[28] También
tenía como secretario suyo a un tal Sr. Mente, un hombre que hablaba en todos
los respectos como su jefe; porque él y su jefe eran en principio uno, y en
práctica no muy separados. Y ahora fue Alma Humana sometida, y llevada a
cumplir los deseos de la voluntad y de la mente.[29]
4
Pero no me sale de la mente el
carácter desesperado de este Recia-Voluntad, y cuánto poder le fue puesto en
sus manos. Primero negó llanamente que le debiera ninguna fidelidad o servicio
a su anterior Amo y Señor. Hecho esto, hizo a continuación juramento de fidelidad
a su gran amo Diábolo, y luego, habiendo sido designado y puesto en sus cargos,
oficios, beneficios y sinecuras, ¡oh!, uno no puede imaginar, si no la ha
visto, qué obra más peregrina hizo este hombre en la ciudad de Alma Humana.
Primero, calumnió a muerte al Sr.
Archivero; no podía soportar ni verlo ni oír las palabras de su boca;[30]
cerraba los ojos cuando lo veía, y se tapaba los oídos cuando le oía hablar.
Tampoco podía soportar que se viera en la ciudad ni un fragmento de la ley de
Shaddai. Por ejemplo, su secretario, el Sr. Mente, tenía algunos pergaminos
viejos, rotos y desgarrados de la ley de Shaddai en su casa, pero cuando
Recia-Voluntad los vio, se los echó detrás de la espalda.[31] Cierto es que el
Sr. Archivero tenía algunas de las leyes en su estudio, pero dicho milord no
podía en absoluto echar mano a estos. También pensó y dijo para sus adentros
que las ventanas del viejo Lord Alcalde tenían siempre demasiada luz para que
le fuera bien a la ciudad de Alma Humana.[32] No podía soportar que tuviera la
luz de una vela. Ahora nada le agradaba a Recia-Voluntad sino lo que le
agradaba a su amo Diábolo.
No había nadie como él para
proclamar por las calles la naturaleza valiente, la conducta sabia y la gran
gloria del rey Diábolo. Iba arriba y abajo por todas las calles de Alma Humana
proclamando a su ilustre señor, y se rebajaba ante la gente del populacho,[33]
para proclamar a su valiente príncipe. Y añado que siempre y adonde encontraba
a estos vasallos, se hacía él como uno de ellos. Y en toda mala acción actuaba
sin invitación, y hacía lo malo sin que se le mandara.
El Lord Recia-Voluntad tenía
también un lugarteniente subordinado a él, y su nombre era Sr. Afecto, que
también se había corrompido mucho en sus principios, y ello se observaba en su
vida. Estaba totalmente entregado a la carne, [34] y por ello le llamaban
Vil-Afecto. Ahora bien, él y una tal Concupiscencia Carnal, hija del Sr. Mente
(tal para cual) se enamoraron, se prometieron y se casaron;[35] y por lo que me
dijeron tuvieron varios hijos, Impudicia, Boca-Sucia, y Odia-Reprensión. Estos
tres eran negros. Además tuvieron tres hijas, Escarnece-Verdad y
Olvido-de-Dios, y el nombre de la más joven era Venganza. Todas ellas se
casaron en la ciudad, y también concibieron y tuvieron muchos hijos de muy mala
calaña, y demasiados para poderlos mencionar aquí. Pero sigamos con el relato.
Cuando el gigante se hubo así hecho
fuerte en la ciudad de Alma Humana, y hubo depuesto y designado a quienes le
pareció bien, se lanzó a la destrucción. Había en la plaza del mercado en Alma
Humana, y también sobre las puertas de la ciudadela, una imagen del bendito Rey
Shaddai. Esta imagen estaba grabada de una manera tan precisa (y estaba grabada
en oro) que se parecía más al mismo Shaddai que ninguna otra cosa entonces
existente en el mundo. Entonces pronunció la vil orden de que fuera destruida,
lo que malvadamente hizo el Sr. No-Verdad. Conviene saber que cuando Diábolo
mandó que la imagen de Shaddai fuera destruida por mano del Sr. No-Verdad,
también mandó que él también pusiera en su lugar la horrenda y formidable
imagen de Diábolo, para desprecio del anterior Rey y para envilecimiento de su
ciudad de Alma Humana. Además, Diábolo destruyó todos los restos de las leyes y
de los estatutos de Shaddai que se pudieron encontrar en la ciudad de Alma
Humana, las que contenían las doctrinas morales, con todos los documentos
civiles y naturales. También trató de extinguir la sobriedad. En resumen, no
quedó nada de los restos de bien en Alma Humana que él y Recia-Voluntad no
trataran de destruir, porque su designio era transformar Alma Humana en un ser
bruto, y hacer de ella como la puerca sensual, por mano del Sr. No-Verdad.
Cuando hubo destruido todas
aquellas leyes y todas las buenas instrucciones que pudo, entonces dio orden, a
fin de mejor llevar a cabo sus designios de enajenar a Alma Humana de su Rey
Shaddai, de que establecieran sus propios vanos edictos, estatutos y
mandamientos, en todos los lugares de encuentro o reunión en Alma Humana,
mandamientos que daban libertad a la concupiscencia de la carne, a la
concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida, cosas que no son de
Shaddai, sino del mundo.[36] Él alentó, propició e impulsó la lascivia y todo
tipo de impiedad. Sí, y mucho más hizo Diábolo para alentar a la maldad en la
ciudad de Alma Humana; les prometió paz, contentamiento, gozo, y gloria en el
cumplimiento de sus mandamientos, y que nunca serían llamados a rendir cuentas
por no hacer lo contrario. Y que esto sirva para dar un paladeo a aquellos que
les encanta oír contar lo que se hace más allá de su conocimiento en países
lejanos.
Estando ahora Alma Humana
totalmente a su disposición, enteramente sometida a su yugo, no se oía ni veía
nada allí sino lo que tendía a glorificarle.
Ahora, sin embargo, habiendo
inutilizado al Lord Alcalde y al Sr. Archivero, deponiéndolos de sus cargos en
Alma Humana, y viendo que aquella ciudad, antes que llegara a ella, era la más
antigua corporación del mundo, y temiendo que si no mantenía su grandeza que
llegarían ellos a objetar algún día que les había causado un perjuicio, por
ello (para que pudieran ver que él no tenía la intención de aminorar la
grandeza de ellos, ni quitarles ninguna ventaja) escogió para ellos un Lord
Alcalde y un Archivero, unos que satisfacían su corazón, y que le complacían de
una manera maravillosa.
El nombre del Alcalde designado por
Diábolo era Lord Concupiscencia, un hombre que no tenía ni ojos ni oídos. Todo
lo que hacía, fuera como hombre o como funcionario, lo hacía de manera natural,
como una bestia. Y aquello que le hacía aún más innoble, no para Alma Humana
pero sí para los que observaban y se dolían por su ruina, era que nunca podía
favorecer lo bueno, sino lo malo.
El Archivero era uno cuyo nombre
era Olvida-lo-Bueno, y era un tipo de lo más penoso. No podía recordar nada
sino lo malo, y ello para hacerlo con deleite. Tenía una propensión natural a
hacer cosas dañinas, incluso para la ciudad de Alma Humana y para sus moradores.
Estos dos, por tanto, con su poder y práctica, ejemplos y sonrisas ante lo que
era malo, hicieron mucho por enseñar y asentar al común de la gente en malos
caminos. Porque ¿quién no se da cuenta de que cuando los que están en autoridad
son viles y se corrompen, corrompen asimismo toda la región y el país en que se
encuentran?
Además de éstos, Diábolo estableció
varios diputados y concejales en Alma Humana, de entre los que la ciudad, si
era necesario, podía escogerse funcionarios, gobernadores y magistrados. Y
estos son los nombres de los principales entre ellos: el Sr. Incredulidad, el
Sr. Arrogancia, el Sr. Imprecaciones, el Sr. Fornicación, el Sr. Duro-Corazón,
el Sr. Implacable, el Sr. Furia, el Sr. No-Verdad, el Sr. Mentira-Descarada, el
Sr. Falsa-Paz, el Sr. Embriaguez, el Sr. Trampas, el Sr. Ateísmo —trece en
total. El Sr. Incredulidad era el más anciano de la compañía, y el Sr. Ateísmo
era el más joven.
Hubo también una elección de
consejeros municipales ordinarios y de otros como comisarios, alguaciles,
policías y otros. Pero todos ellos eran como los anteriores, siendo bien
padres, hermanos, primos o sobrinos de los mismos, y cuyos nombres omito para
abreviar.
Cuando el gigante hubo así
progresado en su obra, emprendió la tarea de edificar algunos baluartes en la
ciudad, y edificó tres que parecían inexpugnables. Al primero la llamó Fuerte
Desafío, porque estaba hecho para dominar toda la ciudad, y para preservarla
del conocimiento de su antiguo Rey. Al segundo lo llamó Fuerte Medianoche,
porque estaba edificado con el propósito de impedir a Alma Humana el verdadero
conocimiento de sí misma. Al tercero lo llamó Fuerte Dulce Pecado, porque con
él fortificaba a Alma Humana contra los deseos de bien. El primero de estos
baluartes se encontraba cerca de la Puerta del Ojo, para que por mucha luz que
hubiere, quedase allí oscurecida; el segundo lo levantó muy cerca de la vieja
ciudadela, a fin de poderla cegar más, si ello fuera posible; y el tercero
estaba en la plaza del mercado.
El que fue designado por Diábolo
como comandante del primero de estos fuertes era un tal Odio-a-Dios, un
miserable muy blasfemo: había llegado con toda la chusma de los que al
principio acudieron contra Alma Humana, y él formaba parte de ellos. El que fue
nombrado comandante del Fuerte Medianoche era un tal No-Amante-de-la-Luz;
también era de los que acudieron al principio contra la ciudad. Y el que fue
nombrado comandante del fuerte llamado Dulce Pecado era uno que se llamaba
Ama-la-Carne: era un tipo muy lujurioso, pero no de aquel país adonde se
dirigen los otros. Este tipo podía encontrar más placer cuando se dedicaba a
las concupiscencias que en todo el paraíso de Dios.
Y ahora Diábolo se consideró
seguro. Había tomado Alma Humana y se había hecho fuerte en ella; había
depuesto a los antiguos funcionarios, y había designado otros; había destruido
la imagen de Shaddai, y había levantado la suya; había destrozado los antiguos
libros de la ley y en su lugar había promovido sus vanas mentiras; había
constituido nuevos magistrados y establecido nuevos concejales; había levantado
nuevos baluartes y había puesto guarniciones en los mismos; y todo esto lo hizo
para protegerse, en caso que el buen Shaddai, o su Hijo, hicieran una incursión
contra él.
5
Estaréis en lo cierto si pensáis
que ya de manera muy rápida habría llegado al conocimiento del buen Rey
Shaddai, de una u otra manera, cómo se había perdido su Alma Humana en el
continente del Universo; y que el rebelde gigante Diábolo, que antes había sido
uno de los siervos de su Majestad, se había apoderado de ella en rebelión
contra el Rey. Sí, llegaron las nuevas de lo sucedido y fueron presentadas al
Rey, y esto de una manera muy detallada:
Al principio, cómo Diábolo cayó
sobre Alma Humana (siendo como eran ellos gentes simples e inocentes) con
astucia, sutileza, mentiras y engaño. Además, que había dado muerte a traición
al muy noble y valiente capitán, su Capitán Resistencia, mientras se encontraba
sobre la puerta con el resto de los ciudadanos. Además, acerca de cómo el
valiente Lord Inocente había caído muerto (de dolor, dicen algunos, o
envenenado por el pestilente aliento de un tal Mala-Pausa, como dicen otros) al
oír cómo se hablaba mal de su justo Señor y príncipe natural, Shaddai, de boca
de un diaboliano tan sucio como lo era aquel lacayo Mala-Pausa. El mensajero
informó además que después que este Mala-Pausa hubo pronunciado un breve
discurso a los ciudadanos en nombre de Diábolo su amo, la simple ciudad,
creyendo que lo dicho era verdad, abrió unánime la Puerta del Oído, la
principal puerta de la corporación, dándole paso, junto con su banda, para que
tomara posesión de la célebre ciudad de Alma Humana. Explicó también cómo
Diábolo había tratado al Lord Alcalde y al Sr. Archivero, echándolos de todo
puesto de poder y confianza. Explicó también cómo Lord Recia-Voluntad se había
vuelto un rebelde y renegado, y que así había sucedido con un tal Sr. Mente, su
secretario, y cómo los dos iban calle arriba y abajo por toda la ciudad, enseñando
sus maneras a los malvados. Dijo además que este Recia-Voluntad había sido
puesto en gran autoridad, y en particular que Diábolo había puesto en manos de
Recia-Voluntad todos los lugares fuertes de Alma Humana; y que el Sr. Afecto
había sido nombrado lugarteniente de Lord Recia-Voluntad en sus asuntos más
rebeldes. «Además», dijo el mensajero, «ese monstruo, Lord Recia-Voluntad, ha
renegado abiertamente de su Rey Shaddai, y ha comprometido su fe y lealtad de
la manera más horrible con Diábolo».
«Añadido a todo esto», dijo el
mensajero, «el nuevo rey, o más bien el rebelde tirano sobre la antes célebre
pero ahora moribunda ciudad de Alma Humana, ha establecido un Lord Alcalde y un
Archivero suyos. Como Alcalde ha nombrado a un tal Sr. Concupiscencia; y como
Archivero, al Sr. Olvida-lo-Bueno: dos de los más viles moradores de la ciudad
de Alma Humana». Este fiel mensajero prosiguió luego contando la clase de
diputados que Diábolo había establecido; y también cómo había construido varios
fuertes baluartes, torres y fortalezas en Alma Humana. Dijo también, que casi
se me olvidaba, cómo Diábolo había puesto la ciudad de Alma Humana sobre las
armas, para mejor capacitarlos en su favor, para que se resistieran contra
Shaddai su Rey, por si venía a reducirlos a su anterior obediencia.
Ahora bien, este mensajero no hizo
su relato de los sucesos en privado, sino ante toda la corte, estando presentes
el Rey y su Hijo, los grandes, principales capitanes y nobles. Pero cuando hubo
terminado de contar toda la historia, uno se habría asombrado de ver qué
tristeza y dolor y compunción de espíritu se daba entre todas las clases, al
pensar en la toma de la célebre Alma Humana: sólo que el Rey y su Hijo habían
previsto esto mucho antes, sí, y habían hecho provisión suficiente para la
liberación de Alma Humana, aunque no se lo habían dicho a todos. Pero por
cuanto querían tener su parte en el duelo por aquella gran desgracia, también
ellos lloraron la pérdida de Alma Humana. El Rey dijo claramente que le dolía en
el corazón,[37] y podemos estar seguros de que su Hijo no le iba en nada a la
zaga. Así mostraron a todos la realidad de su amor y compasión por la famosa
ciudad de Alma Humana. Bien, pues cuando el Rey y su Hijo se retiraron a la
cámara privada, allí volvieron a consultar acerca de lo que habían dispuesto
antes, esto es, que como se permitiría que a su tiempo Alma Humana se perdiera,
así de ciertamente que debería ser otra vez recuperada;[38] y recuperada, digo,
de tal manera que tanto el Rey como su Hijo lograrían fama y gloria eterna con
ello. Por esto, después de esta consulta, el Hijo de Shaddai[39] (una Persona
gentil y atrayente, y que siempre mostraba gran afecto hacia los que estaban
afligidos, pero con una enemistad mortal en su corazón contra Diábolo, porque
para ello había sido designado, y porque había buscado usurpar su corona y
dignidad)[40]—este Hijo de Shaddai, decía yo, habiéndole dado la mano a su
Padre comprometiéndose a ser su siervo para recuperar de nuevo su Alma Humana,
se mantuvo en su resolución, sin arrepentirse de ella. El tenor de este acuerdo
era que en un cierto tiempo, que ellos habían prefijado, el Hijo del Rey
emprendería un viaje al país del Universo, y allí, de una manera justa y
equitativa, dando satisfacción por las insensateces de Alma Humana,
establecería un fundamento de liberación perfecta de Diábolo y de su tiranía.
Además, Emanuel resolvió emprender,
en un momento conveniente, una guerra contra el gigante Diábolo, incluso
mientras estaba en posesión de la ciudad de Alma Humana, y que con la fuerza de
su mano[41] lo expulsaría de su reducto, de su nido, y la tomaría para que
fuera su morada.
Habiendo tomado esta resolución, se
dieron instrucciones al Lord Principal Secretario para que tomara registro[42]
de lo que estaba determinado, y que lo hiciera publicar en todos los rincones
del reino del Universo. De lo que se puede dar aquí un breve resumen, como
sigue:
«Sepan todos los interesados que el
Hijo de Shaddai, el gran Rey, está dedicado por pacto a su Padre a devolver a
su Alma Humana de nuevo a sí mismo; sí, y a poner a Alma Humana, también, por
medio del poder de su incomparable amor, en una condición mucho mejor y más
dichosa que la que tenía antes de ser tomada por Diábolo».
Así, estos papeles fueron
publicados en varios lugares, para no poca molestia del tirano Diábolo: «Porque
ahora», pensó él, «seré turbado, y me será quitada mi morada».
Pero cuando este asunto, me refiero
a este propósito del Rey y de su Hijo, fue aireado por primera vez en la corte,
¡quién puede contar lo que sintieron ante esto los grandes, los principales
capitanes y los nobles príncipes![43] Primero lo susurraron unos a otros, y
después comenzó a resonar por todo el palacio del Rey, maravillados todos ante
el glorioso designio que se había formado entre el Rey y su Hijo en favor de la
mísera ciudad de Alma Humana. Sí, y los cortesanos, por poco que pudieran hacer
algo por el Rey o el reino, mezclaban, con los actos llevados a cabo, un son
del amor que el Rey y su Hijo tenían por la ciudad de Alma Humana. Y no podían
estos grandes, principales capitanes y príncipes contentarse con limitar estas
nuevas al interior de la corte; sí, antes que hubieran finalizado de escribirse
los registros, ellos mismos descendieron y lo proclamaron en el Universo.
6
Como ya he dicho, todo estas cosas
llegaron finalmente a oídos de Diábolo, con no poco disgusto de su parte;
porque tenéis que pensar que tendría que dejarle aturdido oír de tal designio
en su contra. Bien, pues después de darle unas cuantas vueltas en la cabeza,
llegó a las siguientes cuatro conclusiones:
Primero: Que estas nuevas, estas
buenas nuevas, sean (si es posible) mantenidas lejos de los oídos de la ciudad
de Alma Humana; «porque», dijo él, «si se llegan a enterar de que Shaddai, su
anterior Rey, y Emanuel su Hijo, están buscando el bien de la ciudad de Alma
Humana, ¿qué puedo esperar sino que Alma Humana haga una revuelta contra mi
poder y gobierno, y vuelva a someterse a él?»
Ahora bien, para llevar a cabo este
designio, comienza a renovar su adulación de milord Recia-Voluntad, y también
le da una estricta consigna y orden de que mantenga la vigilancia de día y de
noche sobre todas las puertas de la ciudad, en particular sobre la Puerta del Oído
y la Puerta del Ojo: «Porque he oído de un designio», dijo, «un designio para
hacer traidores de todos nosotros, y que Alma Humana sea reducida a su primera
servidumbre. Espero que sean sólo rumores sin fundamento», prosiguió, «pero que
no entren nuevas de ninguna manera dentro de Alma Humana, no sea que la gente
se descorazone al oírlas. Creo, milord, que no pueden ser buenas noticias para
vos;[44] y desde luego no lo son para mí; y creo que en este momento seremos
prudentes y cuidadosos cortando de raíz tales rumores que tiendan a agitar a
nuestro pueblo. Por ello deseo, milord, que haga en cuanto a esto como le digo.
Que se pongan guardias reforzadas a diario en cada puerta de la ciudad. Que se
detenga e interrogue a todos los que vengan que percibáis que vienen de lejos a
comerciar, y que no sean en absoluto admitidos en Alma Humana, excepto si se
constata con claridad que son favorecedores de nuestro excelente gobierno.
Mando además», continuó Diábolo, «que haya espías continuamente recorriendo las
calles de la ciudad de Alma Humana, y que tengan poder para suprimir y destruir
a todos aquellos[45] que perciban como tramando en contra de nosotros, o que
difundan lo que han decidido Shaddai y Emanuel».
Y así se hizo; Lord Recia-Voluntad
atendió a su señor y amo, y salió decidido a poner en vigor la orden, y con
toda la diligencia que pudo impidió que nadie saliese de la ciudad, o que
entraran en ella los que querían traer estas nuevas a Alma Humana.
En segundo lugar, una vez esto hubo
quedado establecido, Diábolo, con la intención de hacer Alma Humana tan segura
como pudiera, redactó e impuso un nuevo juramento y terrible pacto a los
ciudadanos: Que jamás deberían desertar de él ni de su gobierno, ni
traicionarle, ni tratar de alterar sus leyes, sino que admitirían, confesarían,
se mantendrían y le reconocerían como su rey de derecho, en desafío a
cualquiera que reclamare o pudiere reclamar, con cualquier pretensión, ley o
derecho que fuere, la ciudad de Alma Humana; quizá pensando que Shaddai no
tendría poder para absolverlos de este pacto con la muerte y convenio con el
infierno.[46] Y la insensata Alma Humana no sintió escrúpulo alguno ni
vacilación ante este compromiso tan monstruoso, sino que, como si hubiera sido
una sardina en la boca de una ballena, se lo tragaron todo sin siquiera
masticar. ¿Sentían acaso ninguna inquietud? No, sino que más bien se jactaban y
enorgullecían de su valiente fidelidad al tirano, su pretendido rey, jurando
que nunca cambiarían, ni abandonarían a su viejo señor por uno nuevo. Así
Diábolo amarró firmemente a Alma Humana.
Tercero: Pero los celos, que nunca
consideran nada suficiente, lo condujeron a continuación a otra empresa, la de
llevar a esta ciudad de Alma Humana a una corrupción aún mayor. Por ello hizo
que un tal Sr. Suciedad pusiera por escrito una odiosa, maliciosa y lasciva
obra, que debía ser puesta sobre las puertas de la ciudadela,[47] por la que
daba y concedía licencia a todos sus verdaderos y fieles hijos en Alma Humana
para hacer todo aquello a que fuesen impulsados por sus concupiscencias y
apetitos carnales; y que nadie debía estorbarles, impedirles o controlarles,
bajo pena de incurrir en el desagrado de su príncipe.
Ahora bien, esto lo hizo por dos
razones:
1. Para que la ciudad de Alma
Humana fuera debilitada más y más, y por ello más incapaz, si le llegaran
nuevas de que estaba dispuesta su redención, de poder creer, esperar o asentir
a la verdad de ello; porque la razón dice: Cuanto más grande el pecador, tantas
menos esperanzas hay de misericordia.
2. La segunda razón era que quizá
Emanuel, el Hijo de Shaddai su Rey, al ver las horribles y profanas acciones de
la ciudad de Alma Humana, pudiera cambiar de parecer, aunque había hecho un
pacto de redimirlos, y no llevarlo a cabo. Porque sabía que Shaddai era santo,
y que su Hijo Emanuel era santo; sí, lo sabía por terrible experiencia, porque
había sido por su iniquidad que había sido expulsado de los más sublimes orbes.
Entonces, ¿qué cosa más racional sería para él que concluir que de así mismo le
sucedería a Alma Humana debido al pecado? Pero temiendo que también este
eslabón se partiera, planeó además otra cosa:
Cuarto. Tratar de atemorizar a
todos los corazones de la ciudad de Alma Humana, haciéndoles creer que Shaddai
estaba reuniendo un ejército para venir a derribar y destruir totalmente esta
ciudad de Alma Humana. Y esto lo hizo para neutralizar cualquier noticia que
pudiera llegar a sus oídos acerca de su liberación. «Porque si primero divulgo
esto», pensó él, «las nuevas que vengan después quedarán tragadas por esto;
porque, ¿qué dirá Alma Humana, cuando oigan que tienen que ser libertados, pero
que el verdadero significado es que Shaddai tiene la intención de destruirlos?
Por ello convoca a toda la ciudad en la plaza del mercado,[48] y allí, con una
engañosa lengua, se dirige de esta manera a ellos:
«Caballeros, y mis muy buenos
amigos, todos vosotros sois, como sabéis, mis súbditos legítimos, y hombres de
la célebre ciudad de Alma Humana. Sabéis como me he comportado con vosotros,
desde el primer día que he estado aquí entre vosotros, y cuánta libertad y
grandes privilegios habéis gozado bajo mi gobierno, espero que para vuestro
honor y el mío, y también para vuestro contento y deleite. Ahora bien, mi célebre
Alma Humana: se oye acercarse un son de turbación, de turbación para la ciudad
de Alma Humana; y me siento dolorido por vuestra causa: porque he recibido
ahora un correo de milord Lucifer (y él suele dar una buena inteligencia)
diciendo que vuestro antiguo Rey Shaddai está reuniendo un ejército contra
vosotros, para destruiros raíz y rama; y ésta es, oh Alma Humana, la causa de
que os haya convocado ahora, para aconsejaros lo que es mejor hacer en este
caso. Por mi parte, yo soy solamente uno, y puedo fácilmente cuidarme a mí
mismo, si sólo quisiera buscar mi propia comodidad, dejando a mi Alma Humana
sola ante el peligro; pero mi corazón está tan firmemente unido a vosotros, y
tan poco dispuesto estoy a dejaros, que estoy dispuesto a mantenerme o a caer
con vosotros, arrostrando todo el peligro que pueda presentarse. ¿Qué dices tú,
oh mi Alma Humana? ¿Abandonarás ahora a tu viejo amigo, o piensas mantenerte
fiel a mí?»
Entonces, como un hombre, con una
sola voz, clamaron unánimes: ««Muera el que no quiera!» Entonces dijo Diábolo
otra vez: «Será en vano esperar cuartel, porque este Rey no sabe cómo
darlo.[49] Cierto, quizá la primera vez que se presente delante de nosotros
hablará pretendiendo mostrar misericordia, para poder volver a apoderarse de
Alma Humana con tanta mayor facilidad y menos problemas. Así que, diga lo que
diga, no creáis ni una sílaba ni una tilde, porque este lenguaje es sólo para
vencernos, y para hacer de nosotros, mientras nos revolcamos en nuestra sangre,
los trofeos de su implacable victoria. Pienso yo que debemos resolver resistir
hasta el último hombre, y no creerle bajo ninguna condición, porque por la
puerta entrará nuestro peligro. Pero, ¿aceptaremos la adulación a costa de
nuestras vidas? Espero que sepáis más de los rudimentos de la política que
dejar que se os trate de una manera tan miserable.
«Pero supongamos que él perdone las
vidas de algunos de nosotros, si consigue que nos rindamos, o las vidas de
algunos de los que son la gente pobre en Alma Humana, ¿de qué os servirá a los
que sois jefes de la ciudad, especialmente vosotros a los que yo os he
designado, y cuya grandeza os ha venido por vuestra fidelidad a mí? Y volvamos
a suponer, y digamos que os diera cuartel a cada uno de vosotros: lo cierto es
que os llevará a aquella servidumbre bajo la que estabais antes
esclavizados,[50] o a otra peor, y entonces, ¿para qué querréis vivir?
¿Viviréis con él en placeres como ahora? No, no, sino que estaréis atados por
leyes que os estrecharán, y se os hará hacer lo que ahora os es aborrecible. Yo
estoy por vosotros, si vosotros estáis por mí; y es mejor morir como valientes
que vivir como míseros esclavos.[51] Pero, digo yo, la vida de un esclavo será
contada como una vida demasiado buena para Alma Humana ahora. Nada sino sangre,
sangre, sangre se oye en cada toque de la trompeta de Shaddai ahora contra la
pobre Alma Humana. Os advierto, prestad atención, porque oigo que viene.
¡Arriba, y a las armas!, para que ahora, mientras tenéis algo de tiempo,
aprendáis algunas tácticas de guerra. Tengo armaduras para vosotros, y son de
fabricación mía; y son suficientes para Alma Humana de la cabeza a los pies; y
no podéis recibir daño de parte de su poder si os las mantenéis bien ceñidas y
atadas. Venid pues a mi ciudadela, y seréis bien acogidos, y recibiréis equipo
para la guerra. Hay yelmo, y coraza, espada y escudo, y otras muchas cosas que
os ayudarán a luchar como hombres.
«1. Mi yelmo, también llamado
casco, es la esperanza de que al final todo irá bien, viváis como viváis. Esto
es lo que dijeron aquellos, que tendrían paz, aunque caminaran en la maldad de
sus corazones, añadiendo embriaguez a la sed.[52] Es ésta una pieza de armadura
homologada, y todo el que la lleve y pueda mantenerla en su sitio, no será
herido por ninguna flecha, dardo, espada o escudo. Así, mantén esto bien
puesto, y podrás ahorrarte muchos golpes, mi Alma Humana.
«2. Mi coraza es una coraza de
hierro.[53] La forjé en mi propio país, y todos mis soldados van cubiertos por
ella. Hablando claro, se trata de un corazón duro, un corazón tan duro como el
hierro, y tan poco susceptible a los sentimientos como una piedra; así que si
la tenéis y la mantenéis firme, ni la misericordia os ganará ni el juicio os
atemorizará. Ésta es por tanto la pieza de la armadura más necesaria que debéis
poneros todos los que aborrecéis a Shaddai y que queréis luchar contra él bajo
mi bandera.
«3. Mi espada es una lengua puesta
en el fuego del infierno,[54] y que puede prestarse a hablar mal de Shaddai, de
su Hijo, de sus caminos y de su gente. Usadla; ha sido probada mil y una veces.
El que la tenga, la guarda y la emplea tal como yo quisiera, nunca podrá ser
vencido por mi enemigo.
«4. Mi escudo es la incredulidad, o
poner en duda la veracidad de la palabra, o todos los dichos que hablan del
juicio que Shaddai ha señalado para los malvados. Emplea este escudo; son
muchos los intentos que se han hecho contra él, y a veces, es cierto, ha sido
quebrado; pero los que han escrito acerca de las guerras de Emanuel contra mis
siervos han testificado que no pudo hacer muchas grandes obras allí a causa de
su incredulidad. Ahora bien, el manejo diestro de esta arma mía es no creer
cosas porque sean ciertas, sean de la clase que sean o las diga quien las diga.
Si habla de juicio, no te preocupes; si habla de misericordia, no te cuides de
ella; si promete, si jura que no le hará daño alguno a Alma Humana si se
vuelve, sino el bien, no te cuides de lo que se diga, pon en duda la verdad de
todo, porque esto es manejar bien el escudo de la incredulidad, y tal como mis
siervos debieran hacerlo y hacen; y el que así no lo hace no me ama, y no lo
considero más que como enemigo mío.
«5. Otra parte o pieza», continuó
diciendo Diábolo, «de mi excelente armadura, es un espíritu embotado y carente
de oración, un espíritu que menosprecia clamar pidiendo misericordia. Así que,
mi Alma Humana, asegúrate de que la empleas. ¡Qué! ¿Pedir cuartel? Nunca lo
hagas si quieres ser mía. Sé que sois hombres valerosos, y estoy seguro de que
os he revestido de lo que es una armadura a toda prueba. Por ello, que esté
lejos de vosotros clamar a Shaddai pidiendo misericordia. Además de todo esto,
tengo mazas, dardos encendidos, flechas y muerte, todas ellas buenas armas de
mano, plenamente eficaces». Después de haber así dotado a sus hombres de
armaduras y armas, se dirigió a ellos con estas palabras: «Recordad que yo soy
vuestro legítimo rey, y que habéis hecho juramento y concertado pacto de ser
fieles a mi persona y a mi causa: Recordad esto, pues, y mostraos firmes y
valientes hombres de Alma Humana. Recordad también la bondad que siempre os he
mostrado, y que sin vosotros pedírmelo os he concedido cosas externas; por lo
cual, los privilegios, concesiones, inmunidades, beneficios y honores que os he
conferido demandan de vuestra parte una correspondencia en lealtad, mis leones
valientes de Alma Humana: ¿Y qué mejor momento para mostrarla que cuando otro
busque arrebatarme el dominio que tengo sobre vosotros? Una palabra más, y
habré terminado. Si podemos resistir y vencer el primer choque o embate, no
tengo dudas de que en poco tiempo todo el mundo será nuestro; y cuando ello así
sea, mis fieles corazones, haré de vosotros reyes, príncipes y capitanes: ¡y
qué días más maravillosos tendréis entonces!»
Habiendo así Diábolo armado y
prevenido a sus siervos y vasallos en Alma Humana contra su buen y legítimo Rey
Shaddai, a continuación procedió a reforzar sus guardias en las puertas de la
ciudad, y se instaló en la ciudadela, que era su fortaleza. Sus vasallos
también, para mostrar su disposición, y su supuesto (pero innoble) valor, se
ejercitan en sus armas cada día, y se enseñan unos a otros las técnicas
guerreras; también retaban a sus enemigos, y cantaban las alabanzas de su
tirano; también amenazaban jactándose de cómo se iban a portar como hombres, si
alguna vez llegaban las cosas a terminar en una guerra entre Shaddai y el rey
de ellos.
7
Durante todo este tiempo, el buen
Rey, el Rey Shaddai, estaba preparando en envío de un ejército para recuperar
la ciudad de Alma Humana, rescatándola de la tiranía de su pretendido rey
Diábolo; pero consideró bueno al principio no enviarlo bajo el mando del
valiente Emanuel, su Hijo, sino al mando de algunos de sus siervos, para probar
primero por ellos cuál era la disposición de Alma Humana, y si por medio de
ellos podrían ser devueltos a la obediencia de su Rey. El ejército consistía en
más de cuarenta mil, todos hombres fieles, porque procedían de la misma corte
del rey, y eran escogidos por él mismo.[55]
Estos llegaron a Alma Humana
conducidos por cuatro vigorosos generales, cada uno de ellos al mando de diez
mil hombres. Estos son sus nombres y sus estandartes. El nombre del primero era
Boanerges, el nombre del segundo era Capitán Convicción, el nombre del tercero
era Capitán Juicio, y el nombre del cuarto era Capitán Ejecución. Estos eran
los capitanes que Shaddai envió para reconquistar Alma Humana.
Estos cuatro capitanes, como queda
dicho, son los que el Rey decidió enviar a Alma Humana en primer lugar, para
emprender un asalto sobre ella; porque lo cierto era que en general en todas
sus guerras solía enviar a estos cuatro capitanes como vanguardia, porque eran
hombres muy fornidos y rudos, buenos para romper el hielo y para abrirse paso a
golpes de espada, y sus hombres eran también como ellos.[56]
A cada uno de estos capitanes dio
el Rey una bandera para exhibir, por la bondad de su causa, y por el derecho
que tenía sobre Alma Humana.
Primero, se le dieron al Capitán Boanerges,
porque él era el principal, diez mil hombres. Su abanderado era el Sr. Trueno;
portaba los colores negros, y su blasón era tres rayos ardientes.[57]
El segundo capitán era el Capitán
Convicción. También a él se le confiaron diez mil hombres. El nombre de su
abanderado era el Sr. Tristeza; portaba los colores pálidos, y su blasón era el
libro de la ley abierto de par en par de donde salía una llama de fuego.[58]
El tercer capitán era el Capitán
Juicio; se le confiaron diez mil hombres. El nombre de su abanderado era el Sr.
Terror; portaba los colores rojos, y su blasón era un horno de fuego
ardiendo.[59] El cuarto capitán era el Capitán Ejecución; a él se le confiaron
diez mil hombres. Su abanderado era el Sr. Justicia; también llevaba los
colores rojos, y su blasón era un árbol sin fruto con un hacha puesta en su
raíz.[60]
Estos cuatro capitanes, como he
dicho, tenían cada uno de ellos bajo su mando a diez mil hombres, todos ellos
de fidelidad probada al Rey, y de gran fuerza en sus acciones militares.
Entonces los capitanes y sus
fuerzas, sus hombres y oficiales, fueron convocados un día por Shaddai en el
campo, y allí se les pasó lista a todos, uno por uno, entregándoseles el equipo
que correspondía con su grado y con el servicio que iban ahora a desempeñar
para su Rey.
Una vez el Rey hubo pasado revista
a sus fuerzas (porque es él quien pasa revista a las fuerzas que van a la
batalla), dio a los capitanes sus comisiones, con cargo y mando delante de
todos los soldados, para que tuvieran atención en desempeñarlas y ejecutarlas
con exactitud. Sus comisiones eran en sustancia las mismas en forma, aunque
podía haber, en cuanto al nombre, título, lugar y grado de los capitanes, una
variación muy pequeña. Y aquí se me permitirá dar una relación de las
cuestiones y materia contenida en su comisión.
Una Comisión del gran Shaddai, Rey de Alma Humana, a su fiel
y noble Capitán, el Capitán Boanerges, para hacer Guerra contra la ciudad de
Alma Humana.
«Oh Boanerges, uno de mis fuertes y
atronadores capitanes sobre diez mil de mis valientes y fieles siervos, ve tú
en mi nombre,[61] con esta tu fuerza, a la mísera ciudad de Alma Humana; y
cuando llegues allí, ofréceles primero condiciones de paz; y mándales que se
vuelvan a mí, su legítimo Príncipe y Señor, echando de sí el yugo y la tiranía
del malvado Diábolo. Mándales también que se limpien de todo lo que es de él en
la ciudad de Alma Humana, y sé diligente en obtener plena satisfacción de la
verdad de su obediencia. Así, cuando se lo hayas mandado (si en verdad se
someten a ello), entonces haz todo lo que esté en tu mano para poner una
guarnición mía en la célebre ciudad de Alma Humana; y no hagas daño a ninguno
de los nativos que se mueve o respira allí, si se someten a mí, sino trátalos
como si de tu amigo o hermano se tratara; porque a los tales amo, y me serán
queridos, y les dirás que me tomaré un tiempo en acudir a ellos y a hacerles
saber que soy misericordioso.[62]
»Pero, si a pesar de tus
llamamientos y de la exhibición de tus poderes, se resisten, se enfrentan a ti,
y se rebelan, entonces te mando que emplees toda tu inteligencia, poder,
energía y medios para someterlos por la fuerza. Pásalo bien.»
Así vemos la suma de sus
comisiones; porque, como ya he dicho antes, por lo que respecta a su tenor, las
del resto de nobles capitanes eran las mismas.
Así, habiendo recibido cada
comandante su autoridad de parte de su Rey, señalado el día, y prefijado el
lugar de reunión, cada comandante apareció con toda la gallardía que convenía a
su causa y llamamiento. Y así, después de un nuevo encuentro con Shaddai,
procedieron a marchar hacia la célebre ciudad de Alma Humana con todos sus
estandartes flotando al viento. El Capitán Boanerges marchaba a la vanguardia,
el Capitán Convicción y el Capitán Juicio formaban el cuerpo principal del
ejército, y el Capitán Ejecución cerraba la retaguardia. Siendo que tenían
mucho camino que andar (porque la ciudad de Alma Humana se hallaba muy lejos de
la corte de Shaddai),[63] marcharon por las regiones y países de muchos
pueblos, no dañando ni abusando a nadie, sino bendiciendo allí donde iban.
También vivieron a cargo del Rey allí donde iban.
8
Habiendo así viajado durante muchos
días, al final llegaron a la vista de Alma Humana, y, al verla, los capitanes
no pudieron por menos que lamentar durante un tiempo la condición de la ciudad;
porque enseguida pudieron darse cuenta de cómo estaba postrada a la voluntad de
Diábolo, y a sus caminos y designios.
Bien, para abreviar, los capitanes
subieron ante la ciudad, se dirigieron a la Puerta del Oído, y se asientan ante
ella (porque éste era el lugar de audiencia). Y cuando hubieron plantado sus
tiendas y se hubieron atrincherado, se dedicaron a emprender su asalto.
La gente de la ciudad, al
principio, al ver una compañía tan bizarra, tan estupendamente ataviada y tan
excelentemente disciplinada,[64] con sus resplandecientes armaduras y
exhibiendo sus estandartes al viento, no pudieron por más que salir de sus casas
para contemplar el espectáculo. Pero el astuto zorro de Diábolo, temiendo que
la gente, al ver esto, se lanzara a abrir las puertas a los capitanes al ser
llamados de repente a hacerlo, descendió a toda prisa de la ciudadela e hizo
que se retiraran al interior de la ciudad, y cuando los tuvo allí, les
pronunció este engañoso y mentiroso discurso:
«Caballeros,» dijo él: «aunque sois
mis fieles y amados amigos,[65] no puedo dejar de reprenderos por vuestra
reciente e indiscreta acción, al salir a contemplar aquella gran y poderosa
fuerza que justo ayer se asentó delante, y que ahora se ha atrincherado a fin
de imponer un asedio contra la célebre ciudad de Alma Humana. ¿Sabéis quiénes
son, de dónde vienen, y cuál es su propósito al asentarse en torno a la ciudad
de Alma Humana? Son aquellos de los que hace tiempo os he contado, que vendrían
a destruir esta ciudad,[66] y en contra de los cuales yo me he esforzado en
armaros con una armadura completa para vuestro cuerpo, además de grandes
fortificaciones para vuestra mente. ¿Por qué, pues, al verlos, ya en el primer
momento, no disteis la voz de alarma a toda la ciudad acerca de ellos, para que
todos hubiéramos podido adoptar una actitud defensiva y estar listos para
recibirlos con los mayores actos de desafío? Entonces os habríais mostrado como
hombres de mi agrado, mientras que, de la manera en que habéis actuado, me
habéis hecho medio temer—y digo, medio temer—[67] que cuando ellos y nosotros
entablemos combate, resultará que carecéis de valor para resistir. ¿Para qué he
mandado una guardia, y que dobléis la vigilancia ante las puertas? ¿Para qué he
tratado de haceros tan duros como el hierro, y hacer de vuestros corazones como
la piedra base de un molino? ¿Acaso pensáis que fue para que os mostraseis como
mujeres y salierais como unos inocentones a contemplar a vuestros mortales
enemigos?[68] ¡Qué desgracia! ¡Adoptad una actitud defensiva, tocad el tambor,
reuníos en son de guerra, para que nuestros enemigos se enteren, antes de
emprender el asalto a esta ciudad, que hay hombres valientes en Alma Humana!
»Dejaré ahora los regaños, y no os
reprenderé más; pero os mando que de ahora en adelante no vea yo tales
acciones. Que desde ahora ninguno de vosotros ni tan solo muestre la cabeza por
encima de la muralla de la ciudad de Alma Humana, sin que haya recibido primero
permiso para ello de mi parte. Ya me habéis oído; haced lo que os he mandado, y
así lograréis que yo pueda habitar con vosotros con seguridad, y que yo también
me encargue, como si de mí mismo se tratara, de vuestra seguridad y honor.
Pasadlo bien».
Ahora los ciudadanos quedaron
extrañamente alterados; eran como hombres azotados por un terror incontrolable;
se lanzaron arriba y abajo por las calles de Alma Humana, clamando: «¡Socorro,
socorro!, los que trastornan el mundo entero también han llegado aquí».[69] Y
nadie pudo después quedarse en paz, sino que, como hombres enajenados,
clamaban: «Han llegado los destructores de nuestra paz y de nuestro pueblo».
Esto le cayó bien a Diábolo: «Ah,» se dijo para sus adentros, «eso me gusta;
ahora van las cosas como quiero; ahora mostráis obediencia a vuestro príncipe.
Manteneos así, y ya veremos si pueden tomar la ciudad».
Bien, pues antes que las fuerzas
del Rey hubieran estado frente a Alma Humana tres días, el Capitán Boanerges
ordenó a su corneta que se dirigiera a la Puerta del Oído, y que allí, en
nombre del gran Shaddai, emplazara a Alma Humana a oír el mensaje que él, en
nombre de su Señor, estaba encargado de transmitir. Entonces, el corneta, que
se llamaba Prestad-atención-a-lo-que-oís, se dirigió como le había sido
ordenado a la Puerta del Oído; pero nadie apareció para dar respuesta ni
prestar atención,[70] porque así lo había mandado Diábolo. Así que el corneta
volvió a su capitán, diciéndole lo que había hecho, y también el resultado de
su misión, a lo que el capitán se dolió, pero mandó al corneta que volviera a
su tienda.
Otra vez el Capitán Boanerges envía
su corneta a la Puerta del Oído, para llamar como antes a que se le oiga; pero
otra vez se mantuvieron cerrados, sin salir, ni le querían dar respuesta; así
de obedientes se mostraban al mandamiento de su rey Diábolo.
Luego los capitanes y otros
oficiales de campo convocaron un consejo de guerra, para considerar qué más se
debía hacer para ganar la ciudad de Alma Humana; y después de un detallado y
prolijo debate acerca del contenido de sus comisiones, llegaron a la conclusión
de, por medio del mencionado corneta, emplazar de nuevo a la ciudad a que
oyera; pero si vuelven a rehusar, dijeron, y la ciudad se mantiene rebelde,
entonces, decidieron ellos y así le ordenaron al corneta que lo anunciara a los
moradores de la ciudad, emprenderían, por todos los medios a su alcance,[71] a
obligarlos por la fuerza a prestar obediencia a su Rey.
Así, el Capitán Boanerges mandó a
su corneta que se dirigiera de nuevo a la Puerta del Oído, y que en nombre del
gran Rey Shaddai hiciera un sonoro llamamiento, emplazando a que se acudiera
sin tardanza a la Puerta del Oído, para allí dar audiencia a los muy nobles
capitanes del Rey. Así marchó el corneta e hizo como se le había ordenado. Se
acercó a la Puerta del Oído, y tocó su corneta, e hizo un tercer llamamiento a
Alma Humana. Dijo, además, que si seguían rehusando oír,[72] los capitanes de
su príncipe vendrían contra ellos con todas sus fuerzas, y emprenderían
reducirlos a la obediencia por la fuerza. Entonces se levantó Lord
Recia-Voluntad, que era el gobernador de la ciudad y guarda de las
puertas de Alma Humana (este Recia-Voluntad era aquel apóstata de quien ya se
ha hecho mención con anterioridad). Luego, con palabras ampulosas y llenas de
irritación, exigió del corneta saber quién era, de dónde venía, y cuál era la
causa de que hiciera un ruido tan espantoso ante la puerta, diciendo cosas tan
insufribles contra la ciudad de Alma Humana.
El corneta respondió: «Soy siervo
del muy noble capitán, el Capitán Boanerges, general de las fuerzas del gran
Rey Shaddai, contra quien tanto tú como toda la ciudad de Alma Humana os habéis
rebelado y habéis levantado vuestro talón; y mi señor, el capitán, tiene un
mensaje especial para esta ciudad, y para ti como miembro de ella, mensaje que
si los de Alma Humana queréis escuchar pacíficamente, sea; y si no, tendréis
que pechar con lo que venga».
Entonces dijo Lord Recia-Voluntad:
«Transmitiré tus palabras a mi señor, y sabré qué decirte de su parte».
Pero el corneta replicó con viveza,
diciendo: «Nuestro mensaje no se dirige al gigante Diábolo, sino a la miserable
ciudad de Alma Humana; y no nos cuidaremos de cuál sea la respuesta que él dé,
ni la que nadie dé de su parte. Somos enviados a esta ciudad para rescatarla de
su cruel tiranía, y para persuadirla a que se someta, como lo hacía en otros
tiempos, al excelentísimo Rey Shaddai».
Luego dijo Lord Recia-Voluntad:
«Pasaré vuestro recado a la ciudad».
El corneta contestó entonces:
«Señor, no nos engañéis, no sea que al así hacerlo os engañéis mucho más a vos
mismo». Y prosiguió: «Porque estamos resueltos, si no os sometéis de una manera
pacífica, a haceros la guerra y a someteros por la fuerza. Y de la verdad de lo
que os digo, esto os será por señal: veréis la bandera negra, con sus rayos
calientes y ardientes, izada mañana sobre el monte, como prenda de desafío contra
vuestro príncipe, y de nuestra resolución de reduciros a la obediencia a
vuestro Señor y legítimo Rey».
Entonces el mencionado Lord
Recia-Voluntad descendió de la muralla, y el corneta se volvió al campamento.
Cuando hubo llegado, los capitanes y oficiales del poderoso Rey Shaddai se
reunieron con él para saber si había conseguido ser oído, y cuál era el
resultado de su misión. Y así habló el corneta, diciendo: «Cuando hice sonar mi
corneta y hube llamado fuerte a la ciudad para ser oído, milord Recia-Voluntad,
gobernador de la ciudad y encargado de las puertas, subió a las murallas al oír
el toque, y, mirando desde allí, me preguntó quién era, de dónde venía, y cuál
era la razón de que hiciera aquel estrépito. De modo que le di mi mensaje, manifestándole
de qué autoridad procedía. “Entonces”, dijo él, “lo transmitiré al gobernador y
a Alma Humana”, y yo me volví a mis señores».
Entonces dijo el valiente
Boanerges: «Sigamos por un tiempo quietos en nuestras trincheras, y esperemos a
ver qué harán estos rebeldes».[73]
9
Cuando se acercó el momento en que
Alma Humana debía dar audiencia al valiente Boanerges y a sus compañeros, se
dio orden de que todos los hombres de guerra de todo el campamento de Shaddai
estuvieran como un hombre sobre las armas, y que estuvieran dispuestos, si la
ciudad de Alma Humana oía, a recibirla de inmediato a la misericordia; pero si
no, a someterla por la fuerza. Habiendo llegado el día, los cornetas tocaron
por todo el campamento la orden de que los guerreros debían disponerse a la
orden del día que se diera. Pero cuando los que estaban en Alma Humana oyeron
el son de las cornetas por el campamento de Shaddai, y solo pensando que debía
ser con el fin de asaltar la ciudad, al principio se sintieron consternados,
pero después de serenarse un poco, hicieron también los preparativos que
pudieron para una guerra, si se les asaltaba; en todo caso, prestos para
defenderse.
Bien, al llegar el momento
señalado, Boanerges se adelantó decidido a oír que respuesta recibía; por ello,
envió de nuevo a su corneta a emplazar a Alma Humana a oír el mensaje que ellos
habían traído de parte de Shaddai.[74] De modo que se acercó e hizo sonar la
corneta, y los ciudadanos vinieron, pero aseguraron la Puerta del Oído tanto como
pudieron. Cuando estuvieron arriba en la muralla, el Capitán Boanerges pidió
hablar con el Lord Alcalde; pero entonces era milord Incredulidad el Lord
Alcalde, porque lo habían puesto en lugar de milord Concupiscencia. Así que
Incredulidad subió y compareció en la muralla, pero cuando el Capitán Boanerges
puso los ojos sobre él, clamó en voz alta: «Éste no es él: ¿dónde esta milord
Entendimiento, el antiguo Lord Alcalde de Alma Humana? Porque es a él a quien
quiero entregar mi mensaje».
Entonces le dijo el gigante al
capitán (porque Diábolo también había acudido): «Sr. Capitán, vos habéis con
vuestra temeridad emplazado al menos cuatro veces a Alma Humana a que se sujete
a vuestro Rey, no sé por qué autoridad, ni pasaré ahora a discutir tal cosa. Por
ello os pregunto: ¿Cuál es la razón de todo este estrépito, o qué queréis
hacer, si es que vos mismo lo sabéis?»
Entonces el Capitán Boanerges, a
quien pertenecían los colores negros, y cuyo blasón eran los tres rayos
ardientes, sin parar mientes en el gigante ni en su discurso,[75] se dirigió
así a la ciudad de Alma Humana: «Sepas, ¡oh infeliz y rebelde Alma Humana!, que
el Rey de gran gracia, el gran Rey Shaddai, mi Amo, me ha enviado a ti con una
comisión» (y con ello mostró a la ciudad su ancho sello) «para reducirte a la
obediencia; y me ha ordenado que en caso de que accedas a mi llamamiento, a
llevarlo a cabo como si fuerais mis amigos o hermanos; pero también me ha
ordenado que si después de llamaros a someteros proseguís en vuestra resistencia
y rebelión, que emprendamos el reduciros por la fuerza».
Luego salió el Capitán Convicción,
y dijo (sus colores eran los pálidos, y como blasón tenía el libro de la ley
abierto de par en par, con una llama de fuego que salía de él): «¡Escucha, oh
Alma Humana! Tú, ¡oh Alma Humana!, fuiste una vez célebre por tu inocencia,
pero ahora estás degenerada en mentiras y engaño.[76] Tú has oído lo que mi
hermano, el Capitán Boanerges, te ha dicho; y es tu sabiduría, y será tu dicha,
que te inclines y aceptes las condiciones de paz y misericordia cuando te son
ofrecidas, especialmente cuando te las ofrece aquel contra quien tú te has
rebelado, y que tiene poder para desgarrarte en pedazos, porque así es Shaddai,
nuestro Rey; y nadie, cuando él se aira, se le puede resistir.[77] Si dices que
no has pecado ni rebelado contra nuestro Rey, todas tus acciones desde el día
en que te sacudiste de su servicio (y éste fue el principio de tu pecado) darán
suficiente testimonio contra ti. ¿Y qué otra cosa significa que des oído al
tirano, y que le recibas como tu rey? ¿Y qué otra cosa significa que hayas
rechazado las leyes de Shaddai, y que obedezcas a Diábolo? Sí, ¿qué significa
que te armes contra nosotros, y que nos cierres tus puertas, a nosotros, los
fieles siervos de tu Rey?[78] Obedécenos, pues, y acepta la invitación de mi
hermano, y no rebases el tiempo de misericordia, sino ponte pronto de acuerdo
con tu adversario. ¡Ah, Alma Humana!, no te dejes ser apartada de la
misericordia y ser llevada a sufrir mil males por las aduladoras añagazas de
Diábolo. Quizá este mentiroso quiera haceros creer que buscamos nuestro propio
provecho en este servicio nuestro; pero sabed que es en obediencia a nuestro
Rey y por amor a vuestra dicha, que hemos emprendido esta tarea.
«Otra vez te digo, oh Alma Humana,
considera si no es una asombrosa gracia que Shaddai se comporte tan
humildemente como lo hace: Ahora él, por medio de nosotros, razona con
vosotros, por vía de ruego y de gentil persuasión, para que os sujetéis a
él.[79] ¿Tiene él acaso aquella necesidad de vosotros que nosotros estamos
seguros que tenéis de él? No, no, pero él es misericordioso, y no quiere que
Alma Humana muera, sino que se convierta a él, y viva».
Entonces se levantó el Capitán
Juicio, de quien eran los colores rojos, y que por blasón tenía el horno
ardiente, y dijo: «Oh, vosotros habitantes de la ciudad de Alma Humana, que por
tanto tiempo habéis vivido en rebelión y actos de traición contra el Rey
Shaddai, sabed que no venimos hoy a este lugar, y de esta manera, con un
mensaje surgido de nuestras propias mentes, ni para solventar nuestras propias
querellas; es el Rey, mi Amo, quien nos ha enviado para reduciros a la
obediencia a él, por lo cual si rehusáis rendiros de una manera pacífica,
tenemos órdenes de obligaros a ello. Y no penséis en vuestro fuero interno, ni
permitáis que el tirano Diábolo os haga pensar, que nuestro Rey no puede con su
poder derribaros y poneros bajo sus pies; porque él es el Creador de todas las
cosas, y si él toca los montes, humean. Y tampoco estará siempre abierta la
puerta de la clemencia del Rey, porque el día que arderá como un horno está
delante de él; sí, el día se apresura, y no duerme.[80]
«Oh, Alma Humana, ¿te es poca cosa
a tus ojos que nuestro Rey te ofrezca misericordia, y ello después de tantas
provocaciones? Sí, y sigue extendiéndote su cetro de oro, y no permitirá aún
que su puerta se cierre contra ti: ¿le provocarás a hacerlo? Si es así,
considera lo que te digo: A ti no te es abierta más para siempre. Si tú dices
que no le verás, sin embargo el juicio está delante de él; por esto, confía tú
en él.[81] Sí, por cuanto hay ira, guárdate no sea que te arrebate con su
golpe; entonces no te podrá liberar un gran rescate. ¿Acaso estimará él en algo
tus riquezas? No, ni el oro, ni todas las fuerzas de tu poder. Él ha preparado
su trono para el juicio, porque él vendrá con fuego, y con sus carros como
torbellino, para aplicar su ira con furia, y sus reprensiones con llama de
fuego. Por ello, oh Alma Humana, para mientes, no sea que, después que has
caído en la suerte de los malvados, se apoderen de ti la justicia y el juicio».
Y mientras que el Capitán Juicio
estaba pronunciando este discurso ante la ciudad de Alma Humana, algunos
pudieron observar cómo temblaba Diábolo; pero él prosiguió con su parábola, y
dijo: «¡Oh tú arruinada ciudad de Alma Humana!, ¿no abrirás tú la puerta para
recibirnos a nosotros, los representantes de tu Rey, y que nos gozaríamos de
verte vivir?[82] ¿Podrá soportarlo tu corazón, o ser fuertes tus manos, el día
que él trate en juicio contigo? Digo yo, ¿puedes soportar verte obligado a
beber, como uno bebería vino dulce, el mar de ira que nuestro Rey ha preparado
para Diábolo y sus ángeles? Considera, y considéralo pronto».
Luego se levantó el cuarto capitán,
el noble Capitán Ejecución, y dijo: «Oh ciudad de Alma Humana, antes célebre,
pero ahora como el pámpano sin fruto, antes el deleite de los altos, pero ahora
madriguera de Diábolo, escúchame también a mí, y a las palabras que te hablaré
en el nombre del gran Shaddai. Ya está puesta el hacha a la raíz de los
árboles; por tanto, todo árbol que no produce buen fruto es cortado y arrojado
al fuego.[83]
«Tú, oh ciudad de Alma Humana, has
sido hasta ahora este árbol sin fruto; nada produces sino abrojos y espinos. El
mal fruto proclama que no eres un buen árbol; tus uvas son de hiel, tus racimos
son amargos. Tú te has rebelado contra tu Rey, ¡y he aquí que nosotros, el
poder y la fuerza de Shaddai, somos el hacha puesta a tu raíz! ¿Qué dirás tú?
¿Te volverás? Insisto, dímelo, antes que llegue a darse el primer golpe, ¿te
volverás? Nuestra hacha debe ser primero puesta a la raíz antes que sea puesta
en tu raíz; tiene que ser primero puesta a tu raíz por vía de amenaza, antes que
sea puesta en tu raíz por vía de ejecución; y entre estas dos acciones se te
demanda tu arrepentimiento, y éste es todo el tiempo de que dispones. ¿Que vas
a hacer? ¿Te volverás, o golpearé? Si doy el golpe, Alma Humana, te abatirás;
porque tengo mandamiento de poner mi hacha en tu raíz así como a tu raíz, y
nada sino tu sometimiento a nuestro Rey impedirá llevar a cabo la ejecución.
¿Para qué vales, oh Alma Humana, si la misericordia no lo impide, sino para ser
cortada y echada al fuego para ser quemada?
«Oh Alma Humana, la paciencia y la
longanimidad no son para siempre: un año, o dos, o tres, quizá, pero si
provocas con una rebelión de tres años (y tú ya has hecho más que esto),
entonces ¿qué más queda, sino la orden de «córtala»? Más aún, «y si no, la
cortarás después».[84] ¿Y crees tú que estas no son nada más que vanas
amenazas, o que nuestro Rey no tiene poder para ejecutar lo que ha dicho? Oh,
Alma Humana, tú hallarás que en las palabras de nuestro Rey, cuando los
pecadores las menosprecian, hay no sólo amenazas, sino ardientes ascuas de
fuego.
«Tú ya has inutilizado la tierra
durante mucho tiempo, ¿y seguirás haciéndolo? Tu pecado ha traído este ejército
ante tus murallas, ¿y deberá llevar en juicio a hacer ejecución en tu ciudad?
Ya has oído lo que han dicho los capitanes, pero a pesar de ello sigues
manteniendo cerradas las puertas. ¡Habla, oh Alma Humana!: ¿Persistirás, o
aceptarás las condiciones de paz?»
10
La ciudad de Alma Humana rehusó oír
estos valientes discursos de estos cuatro nobles capitanes; pero el fragor de
los mismos batió contra la Puerta del Oído, aunque su fuerza no lograse forzar
su apertura. Al final, la ciudad pidió un tiempo para preparar su respuesta a
estas demandas. Los capitanes les dijeron entonces que si les entregaban a un
tal Mala-Pausa que estaba en la ciudad, para que le pudieran pagar según sus
obras, entonces les darían tiempo para considerar; pero que si no se lo
entregaban por encima de la muralla de Alma Humana, entonces no les darían
tiempo alguno: «Porque sabemos», dijeron ellos, «que mientras Mala-Pausa
aliente en Alma Humana, todas las buenas consideraciones serán confundidas, y
que nada sino mal vendrá de ello».
Entonces Diábolo, que estaba
presente, no queriendo perder a su Mala-Pausa, porque era su orador (y desde
luego que lo hubiera perdido, si los capitanes le hubieran podido echar la mano
encima), resolvió responderles él mismo, pero luego, cambiando de parecer,
mandó al entonces Lord Alcalde, que era Lord Incredulidad, que lo hiciera él,
diciendo: «Milord, dad respuesta a estos vagabundos, y hablad en voz alta, para
que Alma Humana pueda oíros y comprenderos».
Así que Incredulidad, bajo las
órdenes de Diábolo, comenzó y dijo: «Caballeros, habéis, como vemos, y para
perturbación de nuestro príncipe y para molestia de la ciudad de Alma Humana,
plantado campamento en contra de ella; pero no sabemos de dónde venís, y lo que
seáis no lo creeremos. Más aún, nos decís en vuestro terrible discurso que
tenéis esta autoridad de parte de Shaddai; pero por qué derecho él os mande
hacer esto, seguiremos desconociéndolo.
«Vosotros también habéis emplazado
a la ciudad, por la autoridad mencionada, a que abandone a su señor, y que
busque su protección en el gran Shaddai, vuestro Rey; la habéis adulado
diciendo que si lo hace, pasará por alto sus ofensas pasadas y no presentará
acusación por ellas.
»Además, también habéis amenazado,
para terror de la ciudad de Alma Humana, castigar esta ciudad con grandes y
amargas destrucciones si no consiente en hacer como vosotros querríais que
hiciera.
»Ahora, capitanes, vengáis de donde
vengáis, y aunque vuestros deseos sean totalmente rectos, sabed con todo[85]
que ni milord Diábolo ni yo, su siervo, Incredulidad, ni nuestra valiente Alma
Humana, se cuidan ni de vuestras personas, ni de vuestro mensaje, ni del Rey
que vosotros decís os ha enviado. Su poder, su grandeza, su venganza, no las
tememos; ni cederemos ante vuestro ultimátum.
»En cuanto a la guerra con que nos
amenazáis, deberemos defendernos lo mejor que podamos; y sabed, vosotros, que
no carecemos de armas con qué desafiaros; y para resumir (porque no quiero
aburriros), os diré que os consideramos una banda de vagabundos, que habiendo
negado la obediencia a vuestro Rey, os habéis reunido de una manera tumultuosa,
y estáis yendo de lugar en lugar para ver si por medio de las adulaciones que
por una parte sois tan diestros en hacer, o por las amenazas con que creéis que
podéis aterrorizar, podéis hacer que alguna necia ciudad, población o país
abandone su lugar y os lo deje a vosotros; pero Alma Humana no es de esta
especie.
»Para acabar: no os tememos, no nos
aterrorizáis, ni obedeceremos vuestro ultimátum. Nuestras puertas se mantendrán
cerradas para vosotros, y os mantendremos fuera de nuestro lugar. Ni
consentiremos que estéis plantados delante de nosotros; nuestra gente debe
vivir en quietud, y vuestra presencia los perturba.[86] Por ello, levantaos con
vuestro equipo y víveres, y marchad, o haremos una salida contra vosotros».[87]
Este discurso, hecho por el viejo
Incredulidad, fue apoyado por el proscrito Recia-Voluntad con palabras de este
tenor: «Caballeros, hemos oído vuestras exigencias, y el ruido de vuestras
amenazas, y hemos oído el son de vuestro ultimátum; pero no tememos vuestra
fuerza, no consideramos vuestras amenazas, sino que nos mantendremos tal como
nos encontrasteis. Y os ordenamos que en el plazo de tres días dejéis de
aparecer por estas partes, o sabréis lo que es osar despertar al león Diábolo
cuando duerme en su ciudad de Alma Humana».
El Archivero, que se llamaba
Olvida-lo-Bueno, añadió también lo que sigue: «Caballeros, milores, como veis,
hemos respondido con palabras gentiles y suaves a vuestros discursos coléricos
y desconsiderados: además, y como he oído por mí mismo, os han pedido
tranquilamente que os vayáis como vinisteis; por ello, tened la bondad de iros.
Podríamos haber salido violentamente contra vosotros y haberos hecho sentir el
filo de nuestras espadas; pero como a nosotros nos gusta la comodidad y la
quietud, también preferimos no dañar ni molestar a otros».
Entonces clamó la ciudad de Alma
Humana de gozo, como si Diábolo y su banda hubieran logrado una gran victoria
sobre los capitanes. También tañeron las campanas, y se alegraron, y danzaron
sobre las murallas.
Diábolo volvió también a la
ciudadela, y el Lord Alcalde y el Archivero a su lugar; pero Lord
Recia-Voluntad tomó un especial cuidado en asegurar las puertas con una guardia
doble, con trancas dobles, y cierres y barras dobles, y de que se tomara más
especial cuidado de la Puerta del Oído, porque ésta era la puerta por la que
las fuerzas del Rey trataban más de entrar. Lord Recia-Voluntad hizo capitán de
la guardia en aquella puerta a un tal Sr. Prejuicio, un tipo colérico y de mal
talante, y puso a sus órdenes a sesenta hombres, llamados sordos; hombres
buenos para este servicio, por cuanto a ellos no les importaban las palabras de
los capitanes ni de los soldados.
Cuando los capitanes vieron la respuesta
de los grandes, y que no podían conseguir ser oídos por los viejos nativos de
la ciudad, y que Alma Humana estaba resuelta a presentar batalla al ejército
del Rey, se prepararon para enfrentarse a ellos, y para probar la fuerza de su
brazo contra ellos. Y ante todo reforzaron de una manera formidable su fuerza
contra la Puerta del Oído; porque sabían que a no ser que pudieran penetrar por
aquel punto, no se podría hacer ningún bien a la ciudad. Hecho esto, pusieron
al resto de los hombres en sus puestos; después de esto, clamaron la consigna,
que era: «TENÉIS QUE RENACER». Luego tocaron la corneta; entonces los de la
ciudad les respondieron, con grito contra grito, carga contra carga, y así
comenzó la batalla.
«El primer ataque sobre la Puerta del Oído.» |
11
Los de la ciudad habían instalado dos grandes cañones sobre
la torre que defendía a la Puerta del Oído; uno se llamaba Arrogancia, el otro
Terquedad. Mucho confiaban en estos cañones: habían sido fundidos en la
ciudadela por el fundidor de Diábolo, cuyo nombre era Sr. Hinchazón, y eran unas
piezas malignas. Pero tanta vigilancia pusieron los capitanes al verlas que,
aunque a veces su tiro pasaba junto a sus oídos con un silbido, sin embargo no
les hacía daño alguno. Con estos dos cañones los pobladores de la ciudad no
consiguieron nada más que enojar el campamento de Shaddai y asegurar mejor la
puerta; pero no tenían muchas razones para jactarse de las acciones
emprendidas, como se verá por lo que sigue.
La célebre Alma Humana tenía
también otras piezas menores en su interior, que empleó contra el campamento de
Shaddai.
Los del campamento se comportaron
también gallardamente, y de una forma realmente valerosa cargaron contra la
ciudad y la Puerta del Oído, porque vieron que si no podían abrir la Puerta del
Oído, sería en vano intentar derruir la muralla. Los capitanes del Rey habían
traído consigo varias catapultas y dos o tres arietes.[88] Con las catapultas
dañaban las casas y herían a la gente de la ciudad, y con los arietes
intentaban abrir la Puerta del Oído.
Entre el campamento y la ciudad se
dieron varias escaramuzas y fuertes encuentros, mientras que los capitanes, con
sus ingenios de guerra, habían intentado forzar o destruir la torre sobre la
Puerta del Oído, para lograr entrar por ella; pero Alma Humana se resistió con
tanto brío, por la furia de Diábolo, el valor de Lord Recia-Voluntad y la
conducta del viejo Incredulidad, el Alcalde, y del Archivero, el Sr.
Olvida-lo-Bueno, que las cargas y gastos de las guerras de aquel verano
parecían haber sido en vano de parte del Rey, y que la ventaja volvía a Alma
Humana. Pero cuando los capitanes vieron la situación, emprendieron una
retirada ordenada, y se atrincheraron en sus posiciones de invierno. Ahora
bien, en esta guerra es preciso observar que se dieron grandes pérdidas por
ambos lados, y de ello damos el breve relato que sigue a continuación.
Los capitanes del Rey, mientras
marchaban desde la corte dirigiéndose a Alma Humana, se encontraron, pasando
por el país, con tres jóvenes que tenían la intención de alistarse como
soldados: eran en apariencia hombres vigorosos, de valor y capacidad. Sus
nombres eran Sr. Tradición, Sr. Humana-Sabiduría, y Sr. Humana-Invención. Así
que fueron a encontrar a los capitanes, ofreciendo sus servicios a Shaddai. Los
capitanes les hablaron de sus intenciones, y les invitaron a que no se
precipitaran en su ofrecimiento; pero los jóvenes le dieron que ya habían
reflexionado acerca de ello antes, y que el oír que estaban dirigiéndose a un
designio como aquel acudieron a propósito para encontrarse con ellos, para
poder alistarse bajo sus excelencias. Entonces el Capitán Boanerges, por verlos
hombres valerosos, los alistó en su compañía, y a la guerra fueron.
Cuando la guerra hubo comenzado, en
una de las más fuertes escaramuzas sucedió que una compañía de hombres de
Recia-Voluntad hicieron una salida por una poterna de la ciudad, cayendo sobre
la retaguardia de los hombres del Capitán Boanerges, en la que se encontraban
estos tres individuos; fueron tomados prisioneros, y llevados a la ciudad,
donde no habían estado mucho tiempo encerrados cuando comenzó a publicarse por
las calles de la ciudad que los hombres de Lord Recia-Voluntad habían hecho
unos notables prisioneros, y que los habían traído cautivos del campamento de
Shaddai. Al final las nuevas acerca de lo que los hombres de Lord
Recia-Voluntad habían hecho y a quiénes habían tomado prisioneros llegaron a
Diábolo, que se encontraba en la ciudadela.
Entonces Diábolo llamó a
Recia-Voluntad, para conocer de cierto el asunto, y habiéndole preguntado, se
enteró por él. Entonces el gigante mandó llamar a los prisioneros, y cuando
llegaron les preguntó quiénes eran, de dónde venían, y qué hacían en el
campamento de Shaddai; y se lo dijeron. Entonces volvió a mandarlos al calabozo.
No muchos días después volvió a llamarlos, y luego les preguntó si estarían
dispuestos a servirle contra sus anteriores capitanes. Ellos le dijeron
entonces que no vivían tanto por la religión como por los giros de la suerte; y
que ya que su señoría estaba dispuesto a acogerles, que ellos estarían
dispuestos a servirle. Había entonces un tal Capitán Todo-Vale, muy importante,
en la ciudad de Alma Humana; y a este Capitán Todo-Vale le envió Diábolo estos
hombres, con una nota en su mano, para que los recibiera en su compañía. La
carta decía así:
«Mi querido Todo-Vale: los tres
hombres portadores de esta carta tienen el deseo de servirme en la guerra, y no
conozco a nadie mejor que a ti para que se encargue de ellos. Recíbelos, por
ello, en mi nombre, y empléalos contra Shaddai y sus hombres según sea
necesario. Pásalo bien.»
Se presentaron, pues, a él, y los
recibió; a dos de ellos los hizo sargentos, pero al Sr. Humana-Invención lo
designó su portaestandarte. Dejemos ahora esto, y volvamos al campamento.
Los del campamento también
ejecutaron acciones contra la ciudad, porque derribaron el tejado de la casa
del Lord Alcalde, y lo dejaron más a descubierto de lo que estaba antes.[89]
Casi dieron muerte en el acto a milord Recia-Voluntad con un disparo de
catapulta, pero se recobró rápidamente. Hicieron, sin embargo, una gran matanza
entre los concejales, porque de un solo golpe dieron muerte a seis de ellos: al
Sr. Imprecaciones, al Sr. Fornicación, al Sr. Furia, al Sr. Mentira-Descarada,
al Sr. Embriaguez, y al Sr. Trampas.
También destrozaron los dos cañones
sobre la torre encima de la Puerta del Oído, y los dejaron caídos en el barro.
Ya he dicho antes que los nobles capitanes del Rey habían retrocedido a sus
cuarteles de invierno, atrincherándose en ellos con sus equipos, por lo que,
para mayor ventaja para su Rey y gran enfado del enemigo, podían lanzar
oportunos e intensos ataques sobre la ciudad de Alma Humana. Y este designio
funcionó tan bien que puedo decir que hacían casi lo que querían para turbación
de la ciudad. Porque ahora Alma Humana no podía dormir tranquila como antes, ni
podían dedicarse a sus corrupciones con la tranquilidad del pasado; porque
desde el campamento de Shaddai sufrían unas alarmas tan frecuentes, intensas y
aterrorizadoras, sí, alarma sobre alarma,[90] primero en una puerta, luego en
otra, y luego en todas las puertas a la vez, que perdieron su antigua paz. Sí,
y sufrían estas alarmas con tanta frecuencia, y ello cuando las noches eran más
largas, el tiempo más frío, y por consiguiente en los momentos más
intempestivos, que aquel invierno fue para la ciudad de Alma Humana un invierno
excepcional. A veces sonaban las cornetas, y a veces las catapultas arrojaban
piedras a la ciudad. A veces diez mil de los soldados del Rey se lanzaban a
correr alrededor de las murallas de Alma Humana, gritando y lanzando gritos de
guerra. A veces, algunos de los de la ciudad resultaban heridos, y se oían sus
clamores y lamentos, para gran molestia de la ahora decaída ciudad de Alma
Humana. Sí, tan angustiados estaban por los que les asediaban que me atreveré a
decir que su rey Diábolo no pudo reposar mucho aquellos días.
En aquellos días, por lo que me
dijeron, comenzaron a suscitarse pensamientos nuevos, y pensamientos que se
levantaban unos contra otros, y estos pensamientos comenzaron a tomar posesión
de la ciudad de Alma Humana. Algunos decían: «Así no se puede vivir». Otros
replicaban: «Esto pronto terminará». Y otro se levantaba y decía: «volvamos al
Rey Shaddai y pongamos fin a estas angustias». Y un cuarto venía con temores,
diciendo: «Dudo que quiera recibirnos». También el viejo caballero, el que era
Archivero antes que Diábolo tomara Alma Humana, comenzó a hablar en voz fuerte,
y sus palabras eran ahora para la ciudad de Alma Humana como fuertes
tronadas.[91] No había ahora en Alma Humana un son tan terrible como el suyo,
con el fragor de los soldados y los gritos de los capitanes.
También comenzó a sentirse la
escasez en Alma Humana.[92] Ahora se apartaban de ella las cosas que su alma
ansiaba. Cayó la sequía ardiente sobre todas sus cosas placenteras, en lugar de
verdor. Sobre los moradores de Alma Humana había ahora arrugas y algunas
muestras de la sombra de la muerte. Y ahora, ¡con qué dicha habría gozado Alma
Humana de la quietud y satisfacción de la mente, aunque fuera con la más
humilde condición en el mundo!
También los capitanes, en lo más
crudo de este invierno, emplazaron a Alma Humana por medio del corneta de
Boanerges a que se rindiera al Rey, el gran Rey Shaddai. Lo hicieron una, dos y
tres veces, sabiendo que para entonces habría en Alma Humana alguna buena
disposición a rendirse a ellos, si tan sólo recibiera invitación a ello. Pero,
por lo que pude saber, la ciudad se habría ya rendido a ellos mucho antes, si
no hubiera sido por la oposición del viejo Incredulidad, y por lo veleidoso que
era milord Recia-Voluntad en sus pensamientos. Diábolo comenzó también a
desvariar; por ello Alma Humana no estaba unánime acerca de rendirse, y seguía
angustiada bajo estos temores que la llenaban de perplejidad.
12
Acabo de decir que desde el
campamento del ejército del Rey habían emplazado tres veces a Alma Humana,
durante este invierno, a que se rindiera.
La primera vez que el corneta fue,
fue con palabras de paz, diciéndole que los capitanes, los nobles capitanes de
Shaddai, se dolían y lamentaban por la miseria de la ahora moribunda ciudad de
Alma Humana, y que se sentían angustiados de verlos resistirse a su propia
liberación. Añadió también que los capitanes le habían mandado decir que si la
ahora pobre Alma Humana se humillaba y se volvía, les serían perdonadas por su
misericordioso Rey sus antiguas rebeliones y sus tan notorias traiciones, y no
sólo perdonadas, sino también olvidadas. Y habiéndoles advertido que no
siguieran impidiendo su propia liberación, que no se opusieran a sí mismos ni
se convirtieran en sus propios enemigos, regresó al campamento.
La segunda vez que el corneta
acudió, los trató con cierta mayor brusquedad, porque después de tocar la
corneta les dijo que su persistencia en su rebelión enardecía y enojaba el
espíritu de los capitanes, y que estaban decididos a conquistar Alma Humana o a
dejar sus huesos delante de las murallas de la ciudad.
Volvió la tercera vez, y los trató
con mayor rudeza aún, diciéndoles que ahora, por cuanto habían sido tan
terriblemente profanos, no sabía con certeza si los capitanes estaban
inclinados hacia la misericordia o al juicio. «Sólo os puedo decir», dijo él,
«que me han ordenado que les abráis las puertas». Y con esto se volvió y
regresó al campamento.
Estos tres llamamientos, y
especialmente los últimos dos, angustiaron tanto a la ciudad que convocaron a
unas consultas, el resultado de lo cual fue esto: que milord Recia-Voluntad
acudiese a la Puerta del Oído, y que allí, con toque de corneta, llamara a los
capitanes del campamento para parlamentar. Bien, Lord Recia-Voluntad hizo sonar
la corneta encima de la muralla, y los capitanes acudieron con sus arreos, y
con miles siguiéndoles. Los ciudadanos les dijeron entonces que habían oído y
considerado sus llamamientos, y que querían llegar a un acuerdo con ellos y con
el Rey Shaddai sobre la base de ciertas condiciones, artículos y proposiciones
que, con y por orden de su príncipe, habían sido designados para proponer: Que
bajo estas condiciones estarían de acuerdo en ser un pueblo con ellos.
1. Si los de su propia compañía,
como el nuevo Lord Alcalde y su Sr. Olvida-lo-Bueno, con su valiente Lord
Recia-Voluntad, podían, bajo Shaddai, seguir siendo las autoridades de la
ciudad, de la ciudadela y de las puertas de Alma Humana.
2. Con la estipulación de que nadie
que ahora servía bajo su gran gigante Diábolo fuera echado por Shaddai de su
casa, refugio, o privado de la libertad de que hasta ahora hubiera gozado en la
célebre ciudad de Alma Humana.
3. Que se les concediera que a los
de la ciudad de Alma Humana gozaran de ciertos de sus derechos y privilegios,
como los que les habían sido anteriormente concedidos, y que durante largo
tiempo habían disfrutado, bajo el reinado de su rey Diábolo, que ahora es, y
durante mucho tiempo ha sido, su único señor y gran defensor.
4. Que ninguna nueva ley, ni
funcionario ni ejecutor de ley o cargo tenga poder alguno sobre ellos, sin su
propia elección y consentimiento.
«Éstas son nuestras proposiciones o
condiciones de paz; y bajo estas condiciones», dijeron ellos, «nos someteremos
a vuestro Rey».
Pero cuando los capitanes oyeron
esta débil y pusilánime oferta de la ciudad de Alma Humana, y sus arrogantes y
atrevidas exigencias, pronunciaron, por medio de su noble capitán, el Capitán
Boanerges, este discurso que sigue:
«Oh habitantes de la ciudad de Alma
Humana, cuando oí vuestro toque de corneta para parlamentar con nosotros, os
puedo decir que en verdad me alegré; y cuando habéis dicho que estabais
dispuestos a someteros a nuestro Rey y Señor, me alegré aún más; pero cuando,
con vuestras insensatas estipulaciones y necias cavilaciones habéis puesto
piedra de tropiezo delante de vosotros mismos, entonces mi alegría se ha
tornado en dolor, y el comienzo de mi esperanza ante vuestra respuesta en
temores que llevan al desmayo.
»Tengo por cierto que el viejo
Mala-Pausa, el antiguo enemigo de Alma Humana, redactó estas propuestas que
ahora nos presentáis como condiciones para un acuerdo; pero no merecen ser
admitidas ni oídas por hombre alguno que pretenda servir a Shaddai.[93] Por
ello, unánimes y con el mayor desdén, rehusamos y rechazamos tales cosas como
las mayores iniquidades.
»Pero, ¡oh Alma Humana!, si te
entregas en nuestras manos, o más bien en manos de nuestro Rey, y te confías a
que él proponga los términos que para contigo le parezcan bien (y me atrevo a
decir que serán tales que descubrirás que son de lo más provechoso para ti),
entonces te recibiremos, y estaremos en paz contigo; pero si no quieres
confiarte en los brazos de nuestro Rey Shaddai, entonces las cosas quedan como
estaban hasta ahora, y sabemos también qué es lo que deberemos hacer.»
Entonces levantó la voz el viejo
Incredulidad, el Lord Alcalde, diciendo: «¿Y quién, estando fuera de las manos
de sus enemigos, como veis que estamos ahora, será tan insensato como para
sacar el bastón de su propia mano para ponerlo en manos de no sabe quién? Yo,
por mi parte, nunca cederé ante una proposición tan incondicional. ¿Conocemos
acaso la manera de actuar y el talante de su Rey? Dicen algunos que se
encolerizará con sus súbditos si se apartan del camino por el grosor de un cabello;
y otros cuentan que exige de ellos mucho más que lo que pueden hacer.[94] Por
ello, parece, ¡oh Alma Humana!, que será sabio de tu parte que prestes atención
a lo que vas a hacer en esta cuestión; porque si cedéis, os entregáis a otros,
y de esta manera dejáis de ser vuestros. Por ello, daros a un poder sin límites
es la mayor insensatez del mundo, porque ahora uno puede desde luego
arrepentirse, pero nunca podrá uno quejarse con justicia. ¿Pero sabéis con
certeza, cuando seáis suyos, a cuál de vosotros matará, y a cuál de vosotros
dejará con vida, o si no nos cortará a todos nosotros, enviando de su propio
país a gente nueva para darles esta ciudad como morada?»
Este discurso del Lord Alcalde lo
deshizo todo, y echó por tierra sus esperanzas de un acuerdo. Por ello, los
capitanes se volvieron a sus trincheras, a sus tiendas y a sus hombres, como
antes; y el Alcalde a la ciudadela y a su rey.
Diábolo estaba esperando su
regreso, porque había oído que habían mantenido sus condiciones. Así, cuando
entró en la cámara de estado, Diábolo lo saludó: «Bienvenido, milord. ¿Cómo
fueron las cosas hoy entre vosotros?» Y Lord Incredulidad, con una profunda
reverencia, le relató todo lo sucedido, diciendo: «Así y así dijeron los
capitanes de Shaddai, y así y así respondí yo». Cuando Diábolo oyó esto, se
sintió muy satisfecho, y dijo: «Milord Alcalde, mi fiel Incredulidad, he
probado tu fidelidad ya por diez veces, y nunca me has fallado. Yo te prometo
que si salimos de ésta, te daré un puesto de honor, un puesto mucho mejor que
el de Lord Alcalde de Alma Humana. Te haré mi representante universal, y tú
tendrás, bajo mí, a todas las naciones bajo tu mano; sí, y pondrás tus manos
sobre ellas de manera que no te podrán resistir; y ninguno de nuestros vasallos
podrán caminar en libertad excepto los que estén contentos en caminar en tus
cadenas».
Ahora salió el Lord Alcalde de
delante de Diábolo como si en verdad hubiera obtenido un gran favor. De modo
que llegó a su casa con el ánimo exaltado, pensando alimentarse con estas
grandes esperanzas, hasta que llegase el momento del ascenso de su grandeza.
13
Pero ahora, aunque el Lord Alcalde
y Diábolo habían hecho este acuerdo, sin embargo este rechazo hecho a los
valientes capitanes puso a Alma Humana en estado de motín. Porque mientras el
viejo Incredulidad iba a la ciudadela a felicitar a su señor por cómo habían
ido las cosas, el antiguo Lord Alcalde anterior a la llegada de Diábolo a la
ciudad, que era Lord Entendimiento, y el antiguo Archivero, el Sr. Conciencia,
tras saber lo sucedido en la Puerta del Oído[95] (porque tenéis que saber que
no les permitieron presentarse a este debate, para que no suscitasen un motín
en favor de los capitanes; pero, como digo, llegaron a enterarse de lo allí
sucedido, y se inquietaron mucho por ello), entonces, reuniendo a algunos de
los de la ciudad, comenzaron a mostrarles lo razonables que eran las demandas
de los nobles capitanes, y las malas consecuencias que sobrevendrían por causa
del discurso del viejo Incredulidad, el Lord Alcalde, con el poco respeto que
había mostrado tanto hacia los capitanes como hacia su Rey; y también cómo
implícitamente los había acusado de infidelidad y de traición. «¿Porque, qué
menos podría desprenderse de sus palabras», dijeron ellos, «cuando dijo que no
iba a plegarse a su proposición; y añadió además la suposición de que él iba a
destruirnos, cuando antes nos había enviado un mensaje diciendo que nos
mostraría misericordia?» La multitud, ahora bajo la convicción del mal que
había hecho el viejo Incredulidad,[96] comenzó a correr en grupos por todos
lugares y rincones de las calles de Alma Humana; y al principio comenzaron a
murmurar, luego a hablar abiertamente, y después se pusieron a correr calle
arriba y abajo, gritando mientras corrían: «¡Oh los valientes capitanes de
Shaddai! ¡Ojalá estuviéramos bajo el gobierno de los capitanes, y de Shaddai su
Rey!» Cuando el Lord Alcalde supo que Alma Humana estaba amotinada, descendió a
calmar a la gente, y pensó que aplastaría su ardor con la grandeza y presencia
de su continente; pero cuando le vieron, fueron corriendo hacia él, y sin duda
alguna le hubieran hecho daño si no se hubiera refugiado en una casa. Sin
embargo, la multitud se lanzó al asalto de la casa en que se encontraba, con la
intención de hacerla caer sobre él; pero era una casa fuerte, y no pudieron.
Entonces él, cobrando valor, se dirigió así al pueblo, desde una ventana:
«Caballeros, ¿cuál es la razón de
todo este desorden?»
Respondió entonces Lord Entendimiento:
«Se debe a que tú y tu amo no os habéis comportado tal como debierais con los
capitanes de Shaddai: porque en tres cosas habéis errado. Primero, por cuanto
no quisisteis permitir que el Sr. Conciencia estuviera presente para oír
vuestro discurso. Segundo, por cuanto habéis propuesto unas condiciones de paz
que no podían ser en absoluto aceptadas, a no ser que ellos hubieran aceptado
que su Shaddai fuera sólo el príncipe titular, y que Alma Humana siguiera
teniendo por ley la capacidad de vivir en toda corrupción y vanidad delante de
él, y que en consecuencia Diábolo siguiera siendo el rey efectivo, y el otro,
rey sólo de nombre. Tercero, porque tú, después que los capitanes nos mostraron
en qué condiciones iban a recibirnos a misericordia, lo deshiciste todo con un
discurso desabrido, inoportuno e impío».
Cuando el viejo Incredulidad oyó
este discurso, gritó: «¡Traición! ¡Traición! ¡A las armas! ¡A las armas, fieles
amigos de Diábolo en Alma Humana!»[97]
Entendimiento: «Señor, podéis darle
a mis palabras el sentido que queráis, pero estoy seguro de que los capitanes
de un señor tan grande como lo es el de ellos merecían mejor trato de parte
vuestra».
Entonces dijo el viejo
Incredulidad: «Esto está sólo un poco mejor. Pero lo que dije yo, señor,»
prosiguió él, «lo dije en favor de mi príncipe, por su gobierno, y para
apaciguar a la multitud, a la que por vuestras acciones ilegítimas habéis
amotinado hoy contra nos».
Entonces tomó la palabra el antiguo
Archivero, que se llamaba Sr. Conciencia, y dijo: «Señor, no debierais replicar
así a lo que ha dicho Lord Entendimiento. Es bien evidente que ha dicho la
verdad, y que vos sois un enemigo de Alma Humana. Convenceos, pues, de lo
maligno de vuestro lenguaje agrio e insolente, y del dolor que habéis causado a
los capitanes; sí, del daño que habéis con ello hecho a Alma Humana. Si
hubierais aceptado las condiciones, el toque de la corneta y la alarma de
guerra habría ya cesado en la ciudad de Alma Humana; pero permanece este terrible
son, y la falta de sabiduría en vuestro discurso es la causa de ello».
Entonces dijo el viejo
Incredulidad: «Señor, si vivo, pasaré vuestro recado a Diábolo, y entonces
tendréis respuesta a vuestras palabras. Mientras tanto buscaremos el bien de la
ciudad y no pediremos vuestro consejo».
Entendimiento: «Señor, vuestro
príncipe y vos sois ambos ajenos a Alma Humana y no nativos de ella; y quién
puede dejar de pensar que tras habernos puesto en tan grandes angustias (cuando
vosotros veáis que no os podéis salvar por otro medio que la huida) no nos
dejaréis para poneros a salvo, o si no incendiaréis la ciudad para iros en
medio del humo, dejándonos así en medio de nuestras ruinas?»
Incredulidad: «Señor, olvidáis que
estáis bajo un gobernador, y que deberíais comportaros como un súbdito; y sabed
que cuando mi señor el rey sepa de vuestras actividades, no será agradecimiento
lo que os muestre por vuestros esfuerzos».
Mientras así estaban contendiendo
estos caballeros, descendieron de las murallas y puertas de la ciudad Lord
Recia-Voluntad, el Sr. Prejuicio, el viejo Mala-Pausa y varios de los nuevos
concejales y diputados, y preguntaron cuál era la razón de todo aquel desorden
y tumulto; y con esto cada uno comenzó a contar su propia historia, por lo que
no se podía oír nada con claridad. Entonces se pidió silencio, y el viejo zorro
Incredulidad comenzó a hablar: «Milord», dijo, «aquí tenemos un par de
impertinentes caballeros que, como resultado de su mala actitud y, me temo, por
consejo de un tal Sr. Descontento, han reunido tumultuosamente a esta multitud
contra mí en el día de hoy, y también han tratado de inducir a la ciudad a
actos de rebelión contra nuestro príncipe».
Entonces se levantaron todos los
diabolianos que estaban presentes, y afirmaron que así era.
Pero cuando los que habían tomado
el partido de Lord Entendimiento y del Sr. Conciencia se dieron cuenta de que
les podía sobrevenir algún mal, porque la fuerza y el poder estaban del otro
lado, acudieron en su ayuda, con lo que se reunió un gran grupo de cada lado.
Los que estaban del lado de Incredulidad hubieran echado en el acto a la cárcel
a los dos viejos caballeros; pero los del otro lado se negaban rotundamente.
Entonces volvieron a vocear en favor de sus partidos: los diabolianos voceaban
aclamando al viejo Incredulidad, a Olvida-lo-Bueno, a los nuevos concejales y a
su gran Diábolo. El otro partido voceaba aclamando a Shaddai, a los capitanes,
a sus leyes, su misericordia, y aplaudía sus condiciones y caminos. Así el
altercado fue yendo a más; al final pasaron de las palabras a los hechos, y se
enzarzaron en una pelea. El buen caballero Sr. Conciencia fue derribado a
golpes dos veces por uno de los diabolianos, que se llamaba Sr.
Entorpecimiento; y Lord Entendimiento pudo haber recibido un disparo mortal de
un arcabuz, pero el tirador no apuntó bien. El otro lado tampoco salió bien
parado, porque había un tal Sr. Irreflexivo, un diaboliano, al que el Sr.
Mente, el siervo de Lord Recia Voluntad, le levantó la tapa de los sesos; y me
hizo reír ver cómo el viejo Sr. Prejuicio era pateado y revolcado por el fango;
porque aunque hacía tiempo que había sido hecho capitán de una compañía de
diabolianos, para daño y perjuicio de la ciudad, ahora sin embargo lo habían hecho
caer bajo sus pies, y os puedo asegurar que algunos del grupo de Lord
Entendimiento le partieron la cabeza. El Sr. Todo-Vale también estuvo muy
activo en la pelea, pero ambos lados estaban en contra suya, porque no era fiel
a nadie. Pero por su insolencia tuvo una fractura de pierna, y el que se la
causó deseaba realmente haberle partido el cuello. Y mucho más hicieron ambos
lados, pero no se debe olvidar esto: era una maravilla ver ahora a Lord
Recia-Voluntad tan indiferente: no parecía ponerse a favor de un lado ni de
otro, aunque se vio cómo sonreía al ver al viejo Prejuicio revolcándose por el
fango. Y también cuando el capitán Todo-Vale vino delante de él cojeando,
pareció no fijarse mucho en él.
Cuando terminó la pelea, Diábolo
mandó que le trajeran a Lord Entendimiento y al Sr. Conciencia, y los hizo
encerrar en el acto como cabecillas de aquel terrible y desenfrenado motín en
Alma Humana. Así que la ciudad comenzó a apaciguarse de nuevo; los presos
fueron maltratados, y se pensaba en acabar con ellos, pero la situación no se
prestaba a tal cosa, porque había lucha ante todas las puertas.
14
Pero volvamos a nuestra historia.
Cuando los capitanes hubieron vuelto de la puerta y regresado al campamento,
convocaron un consejo de guerra para consultar lo que debían hacer ahora.
Algunos aconsejaron: «Subamos ahora, y caigamos sobre la ciudad»; pero la
mayoría opinaban que lo mejor sería darles otro ultimátum para rendirse; la
razón para pensar que ésta era la mejor opción era que, por lo que parecía, la
ciudad de Alma Humana se inclinaba más a tal cosa que antes. Decían: «Y si
ahora que algunos de ellos muestran esta disposición», dijeron, «actuamos con
imprudencia si los angustiamos más, quizá los alejaremos más de lo que
quisiéramos de aceptar nuestro ultimátum».
Por ello aceptaron este consejo, y
llamaron a un corneta, le dieron instrucciones, y lo enviaron a la ciudad
deseándole éxito. Llegado el corneta ante la muralla de la ciudad, se dirigió a
la Puerta del Oído, y allí dio su toque como se le había mandado. Entonces, los
del interior salieron a ver qué sucedía, y el corneta les hizo este discurso:
«Oh lamentable y endurecida ciudad
de Alma Humana, ¿hasta cuándo amarás tu pecaminosa, pecaminosa simplicidad? ¿Y
vosotros, insensatos, os deleitaréis en vuestro escarnio? ¿Seguiréis
menospreciando los ofrecimientos de paz y de liberación? ¿Persistiréis como
hasta ahora en rechazar las espléndidas ofertas de Shaddai, y confiando en las
mentiras y falsedades de Diábolo? ¿Pensáis acaso que cuando Shaddai os haya
conquistado, que el recuerdo de vuestra conducta para con él os dará paz y
consolación, o que con lenguaje arrogante lo podéis atemorizar como a un
saltamontes? ¿Acaso os ruega porque os teme? ¿Pensáis que sois más fuertes que
él? Mirad a los cielos, contemplad y considerad las estrellas: ¿cuán altas
están? ¿Podéis acaso detener el sol en su curso, o estorbar a la luna para que
no dé su luz? ¿Podéis contar el número de las estrellas, o detener la lluvia de
los cielos? ¿Podéis llamar a las aguas de la mar y hacer que cubran la faz de
la tierra? ¿Podéis contemplar a cada uno que es soberbio, y humillarlo, y
envolver sus rostros en las tinieblas? Pues éstas son algunas de las obras de
nuestro Rey, en nombre de quien subimos hoy a vosotros, para que seáis
devueltos a su autoridad. En su nombre, por tanto, os conmino otra vez a que os
rindáis a sus capitanes».
Ante este llamamiento los
almahumanenses parecieron titubear, sin saber qué respuesta dar. En este
momento se presentó Diábolo y tomó la iniciativa de responder; y así habló,
pero dirigiendo su discurso a los de Alma Humana.
«Caballeros, y mis fieles
súbditos», dijo él, «si es cierto lo que ha dicho este corneta acerca de la
grandeza de su Rey, con su terror os mantendrá siempre en esclavitud y
rebajados. ¿Y cómo podéis ahora, aunque esté lejos, soportar el pensar en uno
tan poderoso? Y más allá de pensar en él cuando está a distancia, ¿cómo podréis
soportar estar en su presencia? Yo, vuestro príncipe, soy familiar con vosotros,
y vosotros podéis juguetear conmigo como con un saltamontes. Considerad, pues,
lo que es para vuestro bien, y recordad las inmunidades que os he concedido.
»Además, si es cierto lo que este
hombre ha dicho, ¿cómo es que los súbditos de Shaddai están tan esclavizados en
todos los lugares de los que vienen? Nadie en el universo es tan infeliz como
ellos, nadie tan pisoteado como ellos.
»Considera esto, mi Alma Humana: Ojalá
que estuvieras tú tan poco deseoso de dejarme a mí como lo estoy yo de dejarte
a ti. Pero considera, digo yo, que tienes aún la decisión en tu mano; tienes
libertad, si sabes cómo emplearla; sí, y también un rey, si sabes cómo amarle y
obedecerle».
Con este discurso, la ciudad de
Alma Humana volvió a endurecer sus corazones aún más contra los capitanes de
Shaddai. Los pensamientos de su grandeza los abrumaban sobremanera, y los
pensamientos de su santidad los hundían en la desesperación. Por ello, después
de una breve consulta, los del partido diaboliano enviaron esta respuesta al
corneta: Que por parte de ellos estaban dispuestos a mantenerse adheridos a su
rey, y a nunca a rendirse a Shaddai; así que era en vano que les hiciera ningún
otro llamamiento, porque preferían antes morir en sus puestos que rendirse.
Ahora las cosas parecían haber retrocedido mucho, y Alma Humana parecía estar
más allá de todo alcance o llamamiento. Pero los capitanes, que sabían lo que
su Señor podía hacer, no estaban dispuestos a desalentarse, y enviaron otro
llamamiento, más brusco y duro que el último; pero cuanto más a menudo se les
enviaban llamamientos a que se reconciliaran con Shaddai, tanto más ellos
se alejaban. «Cuanto más los llamaban, tanto más se alejaban de ellos, aunque
los llamaban a la presencia del Altísimo».[98]
Por ello, dejaron ya de tratar de
convencerlos, y decidieron pensar en otra manera de actuar. Se reunieron
entonces los capitanes para conferenciar libremente entre sí, para saber qué
debía aún hacerse para conseguir la ciudad y liberarla de la tiranía de Diábolo;
y uno decía esto y otro decía lo otro. Entonces se levantó el muy noble Capitán
Convicción y dijo: «Hermanos míos, este es mi parecer:
»Primero, que disparemos
constantemente nuestras catapultas contra la ciudad, y que la mantengamos en
alarma continua, hostigándolos de día y de noche. Con esto podremos reprimir el
aumento de su espíritu de rebelión; porque un león puede ser domado con una
molestia continua.
»Segundo: Hecho esto, aconsejo que,
a continuación, redactemos colectivamente una petición a nuestro Señor Shaddai,
mediante la cual, exponiendo a nuestro Rey la condición de Alma Humana y de los
asuntos aquí, y pidiéndole perdón por no haber obtenido un mayor éxito,
imploremos fervientemente la ayuda de su Majestad, y que él nos envíe más
fuerza y poder, y un valiente y elocuente comandante que los encabece, para que
su Majestad no pierda el beneficio de estos buenos comienzos suyos, sino que
pueda llevar a buen fin la conquista de la ciudad de Alma Humana.»
A este discurso del noble Capitán
Convicción todos asintieron unánimes, y accedieron a redactar una
petición, enviándola urgentemente por medio de un hombre fiel a Shaddai. Este
era el contenido de la petición:
«Muy glorioso Rey de gran gracia,
el Señor del mejor mundo y constructor de la ciudad de Alma Humana, nosotros,
oh temido Soberano, hemos a tus órdenes arriesgado nuestras vidas, y por
indicación tuya hemos hecho guerra contra la célebre ciudad de Alma Humana.
Cuando fuimos contra ella le ofrecimos primero condiciones de paz, conforme a
nuestras instrucciones. Pero ellos, oh gran Rey, se tomaron a la ligera
nuestros consejos y no aceptaron ninguna de nuestras reprensiones.[99] Estaban
por cerrar sus puertas y por mantenernos fuera de la ciudad. También instalaron
sus cañones, hicieron salidas contra nosotros, y han hecho todo el daño que han
podido; pero les hemos acosado con alarma tras alarma, lanzándoles los castigos
apropiados, y hemos causado daños a la ciudad.
»Diábolo, Incredulidad y
Recia-Voluntad son los enemigos principales; ahora estamos en nuestros
cuarteles de invierno, pero de manera que seguimos hostigando y atribulando
activamente a la ciudad.
»En una ocasión, nos parece, si
hubiéramos tenido tan sólo un amigo importante en la ciudad que hubiera apoyado
el tenor de nuestro llamamiento como se debiera, la gente se podría haber
sometido; pero no había allí nadie sino enemigos, nadie que hablara en favor de
nuestro Señor a la ciudad. Por lo cual, aunque hemos hecho lo que hemos podido,
Alma Humana persiste en estado de rebelión contra ti.
»Ahora, Rey de reyes, rogamos
quieras perdonar el poco éxito de tus siervos, que no han logrado más avances
en una obra tan deseable como es la conquista de Alma Humana. Envía, Señor,
como te pedimos, más fuerzas a Alma Humana, para que pueda ser sometida; y un
hombre que las dirija, para que la ciudad pueda a la vez amar y temer.
»No decimos esto porque deseemos
abandonar las luchas (porque estamos decididos a dejar la piel en este lugar),
sino para que la ciudad de Alma Humana pueda ser ganada para tu Majestad.
También rogamos a tu Majestad actuar con premura, para que después de la
conquista quedemos libres para ser enviados a otros de tus propósitos llenos de
gracia. Amén.» La petición así redactada fue enviada al Rey por medio de un
buen hombre, el Sr. Amor-al-Alma Humana.
Cuando esta petición llegó al
palacio del Rey, ¿a quién iba a ser entregada sino al Hijo del Rey? Así que él
la tomó y la leyó, y por cuanto su contenido le pareció bien, la enmendó y
también en algunas cosas añadió a la misma petición. Así, después de haber
hecho de su propio puño y letra aquellas enmiendas y añadiduras que consideró
convenientes, la llevó al Rey, a quien, una vez se la hubo entregado con una
inclinación, puso al corriente, y le habló de su pleno acuerdo con la misma.
Ahora bien, el Rey se alegró al
leer la petición, pero ¡cuánto más al verla apoyada por su Hijo! También se
sintió complacido al oír que sus siervos que acampaban contra Alma Humana estaban
tan dedicados a la obra y eran tan firmes en su resolución, y que ya habían
conseguido hacer flaquear a la célebre ciudad de Alma Humana.
Por ello, el Rey llamó a su Hijo
Emanuel, que le respondió: «Heme aquí, Padre mío». Entonces el Rey dijo: «Tú
sabes, igual que yo, en qué condición se encuentra la ciudad de Alma Humana, y
lo que nos hemos propuesto, y lo que tú has hecho para redimirla. Ven pues
ahora, mi Hijo, y prepárate para la guerra, porque saldrás a mi campamento en
Alma Humana. También prosperarás y prevalecerás, y tomarás la ciudad de Alma
Humana».
Entonces dijo el Hijo del Rey: «Tu
ley está dentro de mi corazón: el hacer tu voluntad me ha agradado.[100] Éste
es el día que he anhelado, y la obra por la que he esperado todo este tiempo.
Concédeme, pues, las fuerzas que en tu sabiduría consideres apropiadas; y yo
iré y liberaré de Diábolo y de su poder a tu perdida ciudad de Alma Humana. Mi
corazón ha estado muchas veces apenado por la desgraciada ciudad de Alma
Humana; pero ahora se regocija; ahora está feliz». Y con esto saltó de gozo
sobre los montes, diciendo: «No he pensado en mi corazón que nada sea demasiado
para Alma Humana: el día de la venganza está en mi corazón por ti, mi Alma
Humana; y feliz estoy que ti, Padre mío: me has hecho el Capitán de su
salvación.[101] Y yo ahora comenzaré a lanzar plagas contra los que han sido
plaga para mi ciudad de Alma Humana, y la liberaré de sus manos».
Cuando el Hijo del Rey hubo dicho
esto a su Padre, la noticia se difundió como un rayo por toda la corte; sí, lo
que Emanuel iba a hacer por la célebre ciudad de Alma Humana llegó a ser el
único tema de conversación. Pero es inimaginable hasta qué punto los miembros
de la corte se sentían interesados en este designio del Príncipe; hasta tal
punto estaban ellos interesados en esta misión, y en la justicia de esta
guerra, que los mayores lores y los más grandes pares del reino anhelaban
obtener comisiones a las órdenes de Emanuel para ayudar a recuperar para
Shaddai la infortunada ciudad de Alma Humana.
Entonces se decidió que fuesen
algunos y llevaran nuevas al campamento de que Emanuel iba a acudir a recuperar
Alma Humana, y que traería consigo una fuerza tan poderosa e invulnerable que
nadie la podría resistir. Pero, ¡oh!, qué bien dispuestos estaban los más
eminentes nobles de la corte a apresurarse como correos para llevar estas
nuevas al campamento en Alma Humana. Ahora, cuando los capitanes vieron que el
Rey iba a enviar a Emanuel su Hijo, y que también era del agrado del Hijo ser
enviado en esta misión por el gran Shaddai su Padre, ellos también, para
mostrar cuánto se alegraban al pensar en su venida, levantaron un clamor que
hizo vibrar la tierra. Sí, y los montes respondieron con su eco, y el mismo
Diábolo se tambaleó y se estremeció de miedo.
15
Diábolo se tambaleaba y se
estremecía de miedo, porque tenéis que saber que aunque la ciudad de Alma
Humana no estaba muy preocupada, si acaso lo estaba en algo, por este proyecto
(porque, ¡ay de ellos!, estaban terriblemente embrutecidos, porque se dedicaban
principalmente a sus placeres y concupiscencias), sin embargo sí que lo estaba
su gobernador Diábolo; porque tenía espías de continuo alrededor, que le traían
informaciones de todo tipo, y le contaron lo que se estaba preparando contra él
en la corte, y que Emanuel iba a llegar pronto con poder para invadirle. Y no
había nadie en la corte, ni par en el reino, que Diábolo tanto temiera como
temía a este príncipe. Porque ya recordaréis que, como he dicho antes, Diábolo
había ya sentido el peso de su mano; y que fuese él quien venía lo atemorizó
tanto más.
Bien, ya os he contado cómo el Hijo
del Rey se había comprometido a dejar la corte para salvar Alma Humana, y que
su Padre lo había nombrado Capitán de las fuerzas. Habiendo llegado el tiempo
para su partida, se preparó para la marcha, y tomó consigo, para el ataque, a
cinco nobles capitanes con sus fuerzas.
1. El primero era un célebre
capitán, el noble Capitán Creencia.[102] Suyos eran los colores rojos, y el Sr.
Promesa era el portaestandarte; y como blasón tenía el santo cordero y el
escudo de oro; y a sus órdenes tenía diez mil hombres.
2. El segundo era el célebre
Capitán Buena-Esperanza.[103] Sus colores eran los azules; su portaestandarte
era el Sr. Expectación, y como blasón tenía las tres anclas de oro; y a sus
órdenes tenía diez mil hombres.
3. El tercero era el valiente
Capitán Caridad.[104] Su portaestandarte era el Sr. Compasivo; suyos eran los
colores verdes, y como blasón tenía tres huérfanos desnudos abrazados en el
seno, y a sus órdenes tenía diez mil hombres.
4. El cuarto era el gallardo
comandante, el Capitán Inocente.[105] Su portaestandarte era el Sr. Candoroso;
los suyos eran los colores blancos, y como blasón tenía las tres palomas de
oro; y a sus órdenes tenía diez mil hombres.
5. El quinto era el fidelísimo y
bienamado Capitán Paciencia. Su portaestandarte era el Sr. Longanimidad; los
suyos eran los colores negros, y como blasón tenía tres flechas atravesando el
corazón de oro; y a sus órdenes tenía diez mil hombres.
Estos eran los capitanes de
Emanuel; estos sus portaestandartes; y estos los hombres bajo su mando. Así,
como ha quedado dicho, el valiente Príncipe emprendió la marcha a la ciudad de
Alma Humana. El Capitán Creencia iba a la vanguardia, y el Capitán Paciencia
cerraba la retaguardia;[106] de forma que los otros tres, con sus hombres,
formaban el principal cuerpo del ejército, y el mismo Príncipe iba montado en
su carro de guerra a la cabeza de ellos.
Pero cuando emprendieron la marcha,
¡cómo sonaban las trompetas, cómo refulgían las armaduras, y cómo flotaban los
colores al viento! La armadura del príncipe era de oro toda ella, y brillaba
como el sol en el firmamento; la armadura de los capitanes era de guerra, y
lucían como las estrellas. También había los de la corte que acudieron como
oficiales, por el amor que sentían por el Rey Shaddai, y por ver la feliz
liberación de la ciudad de Alma Humana.
Emanuel, al emprender la marcha
para recuperar la ciudad de Alma Humana, tomó también consigo, según las
instrucciones de su padre, cincuenta y cuatro arietes y doce catapultas con las
que lanzar piedras.[107] Cada una de estas máquinas de guerra estaba hecha de
oro puro, y las llevó consigo, en el corazón y cuerpo de su ejército, en su
expedición a Alma Humana.
Así estuvieron marchando hasta
llegar a menos de una legua de la ciudad, y allí se quedaron hasta que los
primeros cuatro capitanes se llegaron para darles las novedades. Luego emprendieron
la marcha a la ciudad de Alma Humana, y a Alma Humana llegaron. Cuando los
soldados que estaban en el campamento vieron aquellos refuerzos que se les
unían, volvieron a gritar de manera tal que hicieron estremecer a Diábolo.
Entonces se situaron delante de la ciudad, pero no como habían hecho los otros
cuatro capitanes, sólo contra las puertas de Alma Humana, sino que rodearon la
ciudad entera de lado a lado, cercándola completamente. Así, ahora la ciudad,
mirase adonde mirase, veía unas poderosas fuerzas que la asediaban. Además,
ahora levantaron terraplenes contra ella. El Terraplén Gracia se levantaba a un
lado, y el Terraplén Justicia al otro. Además, levantaron varias rampas y
trincheras de ataque, como Rampa de la Clara Verdad y Plataformas Sin-Pecado,
donde se instalaron varias de las catapultas contra la ciudad. Sobre el
Terraplén Gracia se instalaron cuatro, y otras tantas sobre el Terraplén
Justicia, y el resto en lugares adecuados alrededor de la ciudad. Cinco de los
mejores arietes, esto es, los mayores, fueron emplazados sobre el Terraplén
Escucha, un terraplén levantado cerca de la Puerta del Oído, con la intención
de forzar su apertura.
Ahora, cuando los hombres de la
ciudad vieron la multitud de soldados que habían venido contra la ciudad, y los
arietes y las catapultas, y los terraplenes sobre los que se habían instalado,
junto con el brillo de las armaduras y el ondear de sus colores, se vieron
obligados a dar vueltas una y otra vez a sus pensamientos; pero difícilmente
pasaban a pensamientos más firmes, sino cada vez más pusilánimes; porque aunque
antes habían pensado que tenían suficiente protección, ahora comenzaron a
pensar que nadie podría predecir cuál sería su suerte.
Cuando el buen Príncipe Emanuel
dejó así asediada Alma Humana, procedió primero a izar la bandera blanca, y la
hizo poner entre las catapultas de oro situadas sobre el Terraplén Gracia. Y
esto lo hizo por dos razones: 1. Para dar aviso a Alma Humana de que podía
mostrar y mostraría gracia si se volvían a él. 2. Para dejarlos sin ninguna
excusa si los destruía por persistir en su rebelión.
Así que ondeó la bandera blanca,
con las tres palomas de oro en la misma, por espacio de dos días, para darles
tiempo y espacio para reflexionar; pero, como ya se ha dicho, y como si no les
importara, elllos no dieron contestación a la señal favorable del Príncipe.
Luego mandó, e izaron la bandera
roja sobre el Terraplén Justicia. Era la bandera roja del Capitán Juicio, cuyo
blasón era el horno de fuego ardiente; y ésta estuvo también ondeando ante
ellos en el viento durante varios días. Pero tal como se habían comportado ante
la bandera blanca, así se comportaron respecto a la bandera roja; con todo, no
inició acción contra ellos.
Luego mandó de nuevo que sus
siervos izaran la bandera negra de desafío contra ellos, con el blasón de tres
rayos ardientes; pero Alma Humana se mostró tan indiferente ante esta como ante
las banderas precedentes. Cuando el Príncipe vio que ni la misericordia, ni el
juicio, ni la ejecución del juicio, afectaban al corazón de Alma Humana, se
sintió dolido; y dijo: «De cierto que esta extraña conducta de la ciudad de
Alma Humana proviene más de la ignorancia de los modos y actos de guerra que de
un secreto desafío contra nosotros y odio contra sus propias vidas; o, si
conocen la forma de guerra suya,[108] no conocen sin embargo los ritos y
ceremonias de las guerras en las que nos ocupamos, cuando hago guerra contra mi
enemigo Diábolo».
Ante esto, envió un mensaje a la
ciudad de Alma Humana, para darles a conocer cuál era el significado de estas
señales y ceremonias de las banderas, y también para saber de ellos qué era lo
que iban a escoger, si gracia o misericordia, o juicio y la ejecución del
juicio. Todo esto mientras mantenían ellos las puertas cerradas con llave,
barras y trancas, tan aseguradas como podían. Además, habían doblado las
guardias y reforzado la guarnición tanto como habían podido. Diábolo también se
armó de todo el valor que pudo, para alentar a la ciudad a presentar
resistencia.
16
Los ciudadanos dieron respuesta al
mensajero del Príncipe, con palabras de este tenor:
«Gran Señor: En cuanto a lo que nos
habéis comunicado por medio de vuestro mensajero, preguntando si aceptaremos
vuestra misericordia, o si caeremos bajo vuestra justicia: estamos ligados por
las leyes y usos de este lugar, y no os podemos dar una respuesta específica;
porque es contrario a la ley, gobierno y regia prerrogativa de nuestro rey que
hagamos paz o guerra sin su consentimiento. Pero esto haremos: pediremos a
nuestro príncipe que acuda a la muralla y que trate con vos tal como él
considere bueno y provechoso para nosotros».
Cuando el buen Príncipe Emanuel oyó
esta respuesta, y vio la esclavitud y servidumbre de este pueblo, y cuán
satisfechos estaban en las cadenas del tirano Diábolo, le dolió en el corazón;
y lo cierto es que cada vez que percibía que algunos estaban satisfechos bajo
la esclavitud del gigante, se afligía.
Pero, para volver a nuestro relato:
Después que la ciudad hubiera comunicado esta noticia a Diábolo, y le hubo
dicho además que el Príncipe se encontraba en el campamento junto a la muralla
y esperaba una respuesta, rehusó, y se enfadó engreídamente tan bien como pudo,
aunque en su fuero interno estaba atemorizado.
Luego les dijo: «Iré yo mismo a la
puertas, y le daré la respuesta que estime oportuna». Se dirigió entonces a la
Puerta de la Boca, y desde allí se dispuso a dirigirse a Emanuel (pero en una
lengua que la ciudad no comprendía), diciéndole lo que transcribo:
«¡Oh tú, gran Emanuel, Señor de
todo el mundo, te conozco, que eres el Hijo del gran Shaddai! ¿Por qué has
venido a atormentarme y a echarme de mi posesión? Esta ciudad de Alma Humana,
como tú muy bien sabes, es mía, y mía por doble derecho: 1. Es mía por derecho
de conquista; la gané en campo abierto: ¿Y va a ser arrebatada la presa del
poderoso, o será libertado el legítimo cautivo? 2. Esta ciudad de Alma Humana
es también mía por su sometimiento. Ellos me abrieron las puertas de su ciudad;
me juraron fidelidad, y de manera abierta me escogieron como su rey; también
pusieron su ciudadela en mis manos.[109] Sí, me entregaron todo el poder de
Alma Humana.
»Además, esta ciudad de Alma Humana
te rechazó, incluso echando tu ley, tu nombre, tu imagen y todo lo tuyo tras
sus espaldas, y en su lugar aceptaron mi ley, mi nombre, mi imagen y todo lo
que es mío. O pregunta si no a tus capitanes, y te dirán que Alma Humana, en
respuesta a todos sus llamamientos, me ha mostrado amor y lealtad, pero siempre
desdén, menosprecio y escarnio a ti y a los tuyos. Ahora bien, tú eres el Justo
y Santo, por lo que te ruego que te apartes de mí, y me dejes en paz en mi
justa heredad».
Este discurso fue pronunciado en el
lenguaje propio de Diábolo, porque aunque puede hablarle a cada hombre en su
propia lengua (o no podría tentar a todos como hace), sin embargo tiene su
propia y peculiar lengua, que es la lengua de la caverna infernal, o del negro
abismo.
Por ello la ciudad de Alma Humana
(¡pobres gentes!) no le entendieron, ni pudieron darse cuenta de cómo se
rebajaba y encogía cobardemente delante de Emanuel.
Sí, en medio de todo esto seguían
pensando que era alguien cuyo poder y fuerza no podían ser en absoluto
resistidos. Por ello, mientras él estaba así rogando poder seguir residiendo
allí, y que Emanuel no le echara fuera por la fuerza, los habitantes se
jactaban de su valor, diciendo: «¿Quién puede hacer la guerra contra él?»
En fin, cuando este pretendido rey
hubo acabado de hablar, Emanuel, el Príncipe Dorado, se levantó y habló, y éste
fue el tenor de sus palabras:
«¡Tú, engañador!», dijo él: «En
nombre de mi Padre, en mi propio nombre, y en favor y para bien de esta
desgraciada ciudad de Alma Humana, tengo algo que decirte. Tú pretendes un
derecho, un legítimo derecho, a la triste ciudad de Alma Humana, cuando es bien
evidente para todos en la corte de mi Padre que la entrada que obtuviste a las
puertas de Alma Humana fue por tu mentira y falsedad; mentiste acerca de mi
Padre, acerca de su ley, y así engañaste a la gente de Alma Humana. Pretendes
tú que la gente te aceptó como rey, capitán y legítimo soberano; pero esto fue
también con engaño y mentira. Ahora bien, si la mentira, la malicia, la astucia
pecaminosa y todo tipo de horrible hipocresía tuvieran entrada en la corte de
mi Padre (corte ante la que tienes que ser juzgado) como si fueran equidad y
derecho, entonces confesaré que hiciste una legítima conquista. ¡Pero, ay!,
¿qué ladrón, qué tirano, qué diablo hay que no pueda conquistar de esta manera?
Pero puedo demostrarte, ¡oh Diábolo!, que nada dices con verdad con todas tus
pretensiones de haber conquistado Alma Humana. ¿Crees acaso correcto haber
hecho mentiroso a mi Padre, y que lo presentases ante Alma Humana como el más
grande engañador del mundo? Y ¿qué dices de cómo tergiversaste a sabiendas el
recto propósito y la intención de la ley? ¿Estuvo bien acaso que tomases
ventaja de la inocencia y sencillez de la ahora desdichada ciudad de Alma Humana?
Sí, tú venciste a Alma Humana prometiéndoles felicidad en sus transgresiones
contra la ley de mi Padre, cuando tú sabías y no podías ignorar, tan sólo
consultando a tu propia experiencia, que ésta era la manera de destruirlos.
También has sido tú mismo por tu odio, ¡oh maestro de la enemistad!, que has
destruido la imagen de mi Padre en Alma Humana, erigiendo la tuya en su lugar,
para gran menosprecio de mi Padre, para agravamiento de tu pecado, y para
intolerable perjuicio de la perdida ciudad de Alma Humana.
»Además, como si todo esto fuese
cosa ligera, no sólo has engañado y destruido esta ciudad, sino que con tus
mentiras y conducta fraudulenta la has estado induciendo contra su propia
liberación. ¡Cómo los has levantado contra los capitanes de mi Padre, y los has
hecho luchar contra los que le eran enviados para librarlos de su esclavitud!
Todas estas cosas, y muchas más, has hecho tú en contra de tu luz, y con
menosprecio de mi Padre y de su ley; sí, con el deseo de provocar su desagrado
para siempre contra esta infortunada ciudad de Alma Humana. Por esto he venido
a vengar el mal que le has hecho a mi Padre, y a enfrentarme contigo por las
blasfemias con que has hecho que la desgraciada Alma Humana blasfemara su
nombre. Sí, de tu cabeza, tú, príncipe de la caverna infernal, demandaré yo
esto.
»En cuanto a mí mismo, oh Diábolo,
he venido contra ti con poder legítimo, y a arrebatar esta ciudad de Alma
Humana de tus ardientes dedos con la fuerza de mis manos; porque esta ciudad de
Alma Humana es mía, ¡oh Diábolo! Y lo es por derecho indiscutible, como lo
verán los que escudriñen con cuidado los más antiguos y auténticos registros; y
yo afirmaré mi derecho a ella, para confusión de tu rostro.
»Primero, tocante a la ciudad de
Alma Humana, la edificó mi Padre y le dio forma con su mano. También el palacio
edificado en medio de la ciudad, lo construyó él para su propio deleite. Por
ello, esta ciudad de Alma Humana pertenece a mi Padre, y ello por el mejor de
los derechos, y quien discuta la verdad de esto miente contra su alma.
»Segundo, ¡oh tú maestro de la
mentira!, esta ciudad de Alma Humana me pertenece:
»1. Por cuanto soy heredero de mi
Padre, su primogénito[110] y el único deleite de su corazón. Por ello he venido
contra ti por mi propio derecho, para recobrar mi herencia de tu mano.
«2. Pero además, así como tengo
derecho y título a Alma Humana como heredero de mi Padre, también lo tengo por
donación de mi Padre. Suya era, y me la dio a mí; y nunca he ofendido a mi Padre
de modo que me la quitara para dártela a ti. Tampoco me he visto obligado,[111]
como por bancarrota, a vender mi amada ciudad de Alma Humana. Alma Humana es mi
deseo, mi deleite, y el gozo de mi corazón. Aun más:
«3. Alma Humana me pertenece por derecho
de compra. La he comprado, ¡oh Diábolo!, la he adquirido para mí mismo. Ahora
bien, por cuanto era posesión de mi Padre, y mía como su heredero, y por cuanto
también la he hecho mía en virtud de una gran adquisición, de ello sigue que
por todo legítimo derecho la ciudad de Alma Humana me pertenece, y que tú eres
un usurpador, un tirano y un traidor al retener la posesión de la misma. Y la
causa de que yo la comprara fue ésta: Alma Humana había transgredido contra mi
Padre; y mi Padre había anunciado que el día en que quebrantaran su ley,
morirían. Y es más posible que los cielos y la tierra pasen que no que mi Padre
quebrante su palabra.[112] Por ello, cuando Alma Humana hubo pecado en verdad
al dar oído a tu mentira, yo intervine y pasé a ser garantía ante mi Padre,
cuerpo por cuerpo, alma por alma, de que yo compensaría las transgresiones de
Alma Humana, y mi Padre lo aceptó. Así, cuando llegó el tiempo señalado, di
cuerpo por cuerpo, alma por alma, vida por vida, sangre por sangre,[113] y así
redimí a mi amada Alma Humana.
«4. Y no lo hice a medias: la ley y
justicia de mi Padre, que estaban ambas implicadas en su amenaza contra la
transgresión, quedaron totalmente satisfechas, y totalmente contentadas ante la
liberación de Alma Humana.
«5. Tampoco he venido hoy contra ti
por mi cuenta, sino por mandamiento de mi Padre; fue él quien me dijo: “Ve, y
libera a Alma Humana”.
«Sabe por tanto, ¡oh fuente de
engaño!, y sepa también la insensata ciudad de Alma Humana, que no he venido
hoy contigo sin mi Padre.
«Y ahora», prosiguió el Príncipe
Dorado, «tengo algo que decir a la ciudad de Alma Humana». Pero tan pronto como
mencionó que tenía una palabra que dar a la embrutecida ciudad de Alma Humana,
se doblaron las guardias en las puertas y se prohibió a todos que le prestasen
oído. Pero él prosiguió y dijo: «¡Oh infeliz ciudad de Alma Humana!: no puedo
por más que sentir lástima y compasión por ti. Tú aceptaste a Diábolo como tu
rey y te convertiste en cuidadora y servidora de los diabolianos contra tu
Señor soberano. A él le abriste tus puertas, pero las has cerrado a cal y canto
contra mí; le diste oído a él, pero has cerrado los oídos a mi clamor. Él ha
traído tu destrucción, y tú los recibiste a él y a ella; yo he venido a traerte
salvación, pero tú no me consideras. Además, tú te tomaste a ti misma con todo
lo que en ti era mío, y con manos sacrílegas lo diste todo a mi enemigo, al más
grande enemigo que tiene mi Padre. Os inclinasteis y sometisteis a él, os
entregasteis y jurasteis fidelidad a él. ¡Pobre Alma Humana! ¿Qué haré contigo?
¿Te salvaré? ¿Te destruiré? ¿Qué haré contigo? ¿Caeré sobre ti moliéndote hasta
el polvo, o haré de ti un monumento de la más rica gracia? ¿Qué haré contigo?
Escucha pues, tú, ciudad de Alma Humana, presta oído a mis palabras, y
vivirás.[114] Yo soy misericordioso, Alma Humana, y así me encontrarás; ¡no
cierres contra mi tus puertas!
»Oh Alma Humana, ni es mi comisión
ni mi inclinación en absoluto hacerte daño.[115] ¿Porque huyes tú tan veloz de
tu amigo y te aferras tan fuerte a tu enemigo? Ciertamente quisiera verte
apenada por tu pecado, por cuanto es lo justo y apropiado; pero no desesperes
de la vida; esta gran fuerza no ha acudido para dañarte, sino para liberarte de
tu esclavitud y reducirte a la obediencia.
»Mi comisión es ciertamente hacer
guerra a Diábolo tu rey y a todos los diabolianos con él; porque él es el
hombre fuerte armado que guarda la casa, y yo lo echaré; yo dividiré sus
despojos, lo despojaré de su armadura, lo echaré de su fortaleza, y haré de
ella mi propia morada. Y esto, oh Alma Humana, lo sabrá Diábolo cuando se vea
obligado a seguirme encadenado, y cuando Alma Humana se alegrará de verlo así.
»Yo podría, si quisiera ahora
aplicar mi poder, hacer que te dejara inmediatamente y se fuera; pero tengo en
mi corazón tratar con él de tal manera que la justicia de la guerra que le haré
sea vista y admitida por todos. Él se ha apoderado de Alma Humana con engaño y
la retiene con violencia y engaño; yo lo dejaré en evidencia y desnudo delante
de todos.
»Todas mis palabras son verdad. Yo
soy fuerte para salvar, yo liberaré a Alma Humana de su mano».
Este discurso lo dirigió
principalmente a Alma Humana, pero Alma Humana no quería oírlo. Cerraron la
Puerta del Oído, levantaron una barricada detrás de ella, y la guardaron
cerrada y atrancada, y pusieron una guardia, ordenando que ningún almahumanés
saliera a donde él estaba, y que no se diera entrada en la ciudad a nadie del
campamento. Todo esto lo hicieron porque Diábolo los había fascinado de manera
horrible en contra de su legítimo Señor y Príncipe. Por ello, no querían
permitir entrar en la ciudad a ningún hombre, ni a ninguna voz ni son de hombre
del ejército glorioso.
17
Así, cuando Emanuel vio que Alma
Humana estaba de tal manera hundida en pecado, reunió a todo su ejército
(porque ahora también se despreciaban sus palabras) y ordenó a todo el ejército
que estuviera listo para el momento señalado. Como no había ninguna manera de
tomar legítimamente la ciudad de Alma Humana excepto por las puertas, mandó a
sus capitanes y comandantes que trajeran sus arietes y catapultas y a sus
hombres, emplazándolos delante de la Puerta del Ojo y de la Puerta del Oído,
con el fin de tomar la ciudad.
Cuando Emanuel lo tuvo todo
dispuesto para presentar batalla a Diábolo, volvió a enviar para saber de la
ciudad de Alma Humana, si estaban dispuestos a rendirse pacíficamente, o si
estaban resueltos a provocarle a las acciones más extremadas. Ellos, entonces,
con Diábolo su rey, convocaron un consejo de guerra, y acordaron unas ciertas
propuestas que debían presentarse a Emanuel, si estaba dispuesto a aceptarlas,
y a esto accedieron; entonces la siguiente cuestión era: ¿quién iba a ser
enviado en esta misión? Había entonces en la ciudad de Alma Humana un viejo, un
diaboliano, y su nombre era Reacio-a-inclinarse, un hombre envarado e
intransigente en su forma de ser, y muy activo en la causa de Diábolo; a él
enviaron, pues, dándole instrucciones para lo que tenía que decir. Él fue
entonces, y se presentó en el campamento de Emanuel, y cuando llegó se le dio
hora para su audiencia. Al llegar la hora, y después de una o dos cortesías
diabolianas, comenzó hablando así: «Gran señor, para que todos los hombres
sepan de la buena naturaleza del príncipe mi señor,[116] me envía a decir a
vuestra señoría que está muy dispuesto, antes que a luchar, a entregar en
vuestras manos la mitad de la ciudad de Alma Humana.[117] Por ello deseo saber
si vuestra Poderosa Persona aceptará esta proposición».
Entonces dijo Emanuel: «Toda ella
es mía por don y por compra, por lo que jamás perderé una mitad».
Entonces dijo Reacio-a-inclinarse:
«Señor, mi amo ha dicho que se sentirá satisfecho en que vos seáis el Señor
nominal y titular de todo,[118] si él puede poseer tan sólo una parte».
Entonces respondió Emanuel: «Toda
ella es mía, enteramente, no sólo en nombre y palabra; por ello, yo seré el
único Señor y poseedor de todo, o de nada, en Alma Humana».
Luego tomó otra vez la palabra
Reacio-a-inclinarse: «Señor, ¡he aquí la aquiescencia de mi amo! Dice que se
contentará si se le asigna tan sólo algún lugar en Alma Humana donde vivir
privadamente, y vos seréis Señor de todo el resto».[119]
Entonces dijo el Príncipe Dorado:
«Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí; y de todo lo que él me da no
perderé nada—no, ni una pezuña ni un cabello. Por ello, no le concederé ni el
más mínimo rincón de Alma Humana donde morar; la tendré enteramente para mí
mismo».
Entonces Reacio-a-inclinarse le
contestó: «Pero, señor, supongamos que mi Señor os entregue toda la ciudad a
voz, pero sólo con esta condición: que en ocasiones, cuando venga a este país,
pueda, por ver a viejos conocidos, ser acogido como visitante durante dos días,
o diez días, o un mes, o así.[120] ¿No se puede conceder esta minucia?»
Entonces dijo Emanuel: «No. Él
llegó como viajero a David,[121] y no se quedó mucho tiempo con él, pero le
hubiera podido costar a David su alma. No consentiré que vuelva a encontrar
aquí refugio alguno».
Entonces dijo el Sr.
Reacio-a-inclinarse: «Señor, parece que sois muy duro. Supongamos que mi amo
acceda a todo lo que su Señoría ha dicho, siempre y cuando sus amigos y
parientes[122] en Alma Humana tengan libertad para comerciar con la ciudad, y
de disfrutar sus actuales moradas. ¿No podréis conceder esto, señor?»
Entonces dijo Emanuel: «No, esto va
en contra de la voluntad de mi Padre; porque todos y todo tipo de diabolianos
que ahora estén allí, o que se puedan hallar allí en cualquier momento en Alma
Humana, perderán[123] no sólo sus tierras y libertades, sino también sus
vidas».
Entonces dijo otra vez el Sr.
Reacio-a-inclinarse: «Pero, señor, ¿no puede mi amo y gran señor, mediante
cartas, pasajeros, oportunidades accidentales y cosas semejantes, mantener, si
te lo entrega todo a ti, alguna especie de vieja amistad con Alma Humana?»[124]
Emanuel respondió: «No, en
absoluto; porque tal tipo de compañerismo, amistad, intimidad o relación, de
esta manera, forma o modo cualquiera en que se mantenga, tenderá a corromper la
ciudad de Alma Humana, a enajenar sus afectos de mí, y a hacer peligrar su paz
con mi Padre».
El Sr. Reacio-a-inclinarse insistió
todavía, diciendo: «Pero, gran señor, por cuanto mi amo tiene muchos amigos
queridos en Alma Humana, ¿no podrá, si se separa de ellos, a causa de su
generosidad y buena naturaleza, darles, según él vea oportuno,[125] algunas
prendas del afecto y bondad que ha tenido para con ellos, a fin de que Alma
Humana, cuando él ya no esté, pueda ver estas prendas de bondad recibidas de su
viejo amigo, y recordar a aquel que fue una vez su rey y los tiempos dichosos
que a veces gozaron juntos, mientras convivían en paz?»
Y Emanuel respondió: «No, porque si
Alma Humana pasa a ser mía, no admitiré ni consentiré que quede el menor
rastro, indicio o huella de Diábolo, como prendas de dones dados a nadie en
Alma Humana, que pueda traer al recuerdo la terrible comunión que había entre
ellos y él».
«Bien, señor», dijo
Reacio-a-inclinarse: «tengo aún otra cosa que proponer, y con esto llego al
final de mi comisión. Supongamos que, cuando mi amo se haya ido de Alma Humana,
alguno que viva aún en la ciudad tenga tal negocio de gran importancia que
hacer, que si se descuida, la parte quede arruinada; y supongamos, señor, que
nadie puede ayudar en este caso tan bien como mi amo y señor; no se le puede
enviar recado a mi amo para una ocasión tan urgente como ésta? O, si no se le
puede admitir en la ciudad, ¿no pueden él y la parte interesada reunirse en
algunas de las ciudades cerca de Alma Humana, y allí conferenciar y consultar
acerca de estos asuntos?»
Ésta era la última de aquellas
pérfidas propuestas que el Sr. Reacio-a-inclinarse tenía que presentar a
Emanuel en nombre de su amo Diábolo;[126] pero Emanuel no quiso concedérsela,
porque, como dijo: «No habrá caso alguno, ni asunto ni cuestión que acontezca
en Alma Humana, cuando tu amo se haya ido, que no pueda ser resuelta por mi
Padre. Además, sería gran menosprecio a la sabiduría y capacidad de mi Padre
admitir que nadie en Alma Humana fuera a buscar consejo a Diábolo,[127] cuando
están ya invitados para que en todo, mediante oración y ruego, den a conocer
sus peticiones a mi Padre. Además, si se concediera tal cosa, sería lo mismo
que conceder una puerta abierta a Diábolo y a los diabolianos en Alma Humana,
para que tramaran, conspiraran y ejecutaran designios traicioneros, para pena
de mi Padre y mía, y para la total destrucción de Alma Humana».
Tras oír esta respuesta, el Sr.
Reacio-a-inclinarse se despidió de Emanuel y se fue, diciendo que llevaría la
respuesta a su amo respecto de todo lo dicho. Y yéndose, llegó a Diábolo en
Alma Humana y le refirió todo lo sucedido, y que Emanuel no estaba dispuesto a admitir,
en modo alguno, que cuando se hubiera ido pudiera tener ya más que hacer ni en
el interior ni con nadie perteneciente a la ciudad de Alma Humana. Cuando Alma
Humana y Diábolo oyeron este informe, acordaron unánimes usar todas sus fuerzas
para mantener a Emanuel fuera de Alma Humana, y enviaron al viejo Mala-Pausa,
de quién ya habéis oído antes, a decirle esto al Príncipe y a sus capitanes.
Con ello el viejo caballero subió arriba del todo de la Puerta del Oído, y
llamó a los del campamento para que le prestaran atención, y les dijo: «Tengo
órdenes de mi alto señor que os diga que comuniquéis a vuestro Príncipe Emanuel
que Alma Humana y su rey están resueltos a estar de pie o caer juntos, y que es
en vano que vuestro Príncipe piense en tener en sus manos a Alma Humana, a no
ser que pueda tomarla por la fuerza». Algunos fueron, pues, y refirieron a
Emanuel lo que había dicho el viejo Mala-Pausa, un diaboliano en Alma Humana.
Entonces dijo el Príncipe: «Tengo que probar el poder de mi espada,[128] porque
no levantaré el sitio ni me iré (después de todas las rebeliones y rechazos de
Alma Humana contra mí), sino que ciertamente tomaré Alma Humana, y la liberaré
de manos de su enemigo». Y con esto dio órdenes para que el Capitán Boanerges,
el Capitán Convicción, el Capitán Juicio y el Capitán Ejecución se dirigieran a
la Puerta del Oído con las trompetas sonando, los colores ondeando al viento, y
con gritos de guerra. También mandó que el Capitán Creencia se uniera a ellos.
Además, Emanuel dio órdenes que el Capitán Buena-Esperanza y el Capitán Caridad
se apostaran ante la Puerta del Ojo. Mandó también al resto de capitanes y a
sus hombres que se situaran todo alrededor de la ciudad para lograr la mayor
ventaja sobre el enemigo; y todo se hizo conforme lo había mandado.
A continuación mandó que se diera
la consigna, y la consigna fue entonces «EMANUEL». Entonces sonó una alarma, y
se actuó con los arietes; y las catapultas lanzaron a discreción piedras contra
la ciudad, y así comenzó la batalla. Ahora era el mismo Diábolo quien dirigía a
los ciudadanos en la guerra, que tenía lugar en cada puerta; por ello la
resistencia que presentaron fue más encarnizada, infernal y ofensiva para
Emanuel. Así estuvo el buen Príncipe enzarzado y refrenado por Diábolo y Alma
Humana durante varios días; y era un espectáculo digno de ver, cómo se
comportaban los capitanes de Shaddai en esta guerra.
18
La lucha estaba entablada.
Mencionando primero al Capitán Boanerges (sin minusvalorar a los demás), éste
lanzó tres briosos asaltos, uno tras otro, sobre la Puerta del Oído, haciendo
sacudir sus postes. El Capitán Convicción también apoyó a Boanerges tanto como
pudo, y viendo los dos que la puerta comenzaba a ceder, mandaron que siguieran
actuando los arietes contra la misma. En este momento, el Capitán Convicción,
acercándose mucho a la puerta, fue repelido con gran fuerza y recibió tres
heridas en la boca. Y los oficiales[129] acudieron a dar ánimo a los capitanes.
Por el valor que habían exhibido
los dos mencionados capitanes, el Príncipe envió a llamarlos a su pabellón y
les ordenó que se tomasen un descanso y que tomaran algún refrigerio. También
se tuvo cuidado de sanar de sus heridas al Capitán Convicción. El Príncipe
también le dio a cada uno una cadena de oro, y los exhortó a tener buen ánimo.
No quedaron atrás el Capitán Buena
Esperanza ni el Capitán Caridad en esta enconada lucha, porque se comportaron
con tanto valor ante la Puerta del Ojo que casi la abrieron de par en par.
Estos recibieron también una recompensa de su Príncipe, como también la habían
recibido el resto de los capitanes, porque habían actuado valerosamente
alrededor de la ciudad.
En este encuentro hallaron la
muerte varios de los oficiales de Diábolo, y fueron heridos varios de los
ciudadanos. De los oficiales, murió un tal Capitán Jactancia. Este Jactancia
pensaba que nadie podría sacudir los postes de la Puerta del Oído, ni sacudiría
el corazón de Diábolo. Junto a él fue muerto un tan Capitán Seguro; este Seguro
solía decir que los ciegos y los cojos[130] en Alma Humana podrían defender las
puertas de la ciudad contra el ejército de Emanuel. A este Capitán Seguro, el
Capitán Convicción le partió la cabeza en dos de un solo golpe con una espada
de dos filos, cuando él mismo recibió tres heridas en la boca.
Además de éste, había también un
tal Capitán Fanfarronada, un tipo muy temerario, que era capitán de una
compañía de los que arrojaban dardos encendidos, flechas y muerte; también él
recibió, en la Puerta del Ojo, una herida mortal en el pecho de mano del
Capitán Buena-Esperanza.
Había además un tal Sr.
Sentimientos; pero no era capitán, aunque sí un gran agitador para alentar a
Alma Humana a la rebelión. Uno de los soldados de Boanerges le asestó una
herida en el ojo, y hubiera sido muerto por el capitán mismo si no se hubiera
retirado precipitadamente.
Pero nunca vi a Recia-Voluntad tan
amedrentado en toda mi vida. No respondió como se esperaba de él, y dicen
algunos que también había sido herido en una pierna, y que algunos hombres del
ejército del Príncipe le vieron después realmente cojeando mientras caminaba
por la muralla.
No daré una lista completa de los
nombres de los soldados que murieron en la ciudad, porque fueron muchos los
mutilados, heridos y muertos; porque cuando vieron que se sacudían los postes
de la Puerta del Oído y que la Puerta del Ojo estaba casi rota, y también que
sus capitanes habían sido muertos, esto desalentó los corazones de muchos
diabolianos; también muchos cayeron por los impactos de los proyectiles que
lanzaban las catapultas de oro al centro de la ciudad de Alma Humana.
De los ciudadanos, había un tal
No-Amante-de-lo-Bueno, que era ciudadano, pero diaboliano; también él recibió
una herida mortal en Alma Humana, pero tardó en morir.
El Sr. Mala-Pausa, que era quien
había venido con Diábolo cuando al principio emprendió la toma de Alma Humana,
recibió también una herida grave en la cabeza; algunos dicen que se le fracturó
el cráneo. Esto he podido observar: que después de esto ya nunca pudo hacer
tanto daño a Alma Humana como en el pasado. También el viejo Prejuicio y el Sr.
Todo-Vale se dieron a la fuga.
19
Concluida la batalla, el Príncipe
ordenó izar otra vez la bandera blanca sobre el Terraplén Gracia a la vista de
la ciudad de Alma Humana, para mostrar que todavía Emanuel proclamaba gracia
hacia la infortunada ciudad de Alma Humana.
Cuando Diábolo vio izada la bandera
blanca, y sabiendo que no era para él, sino para Alma Humana, decidió intentar
otra añagaza, tratando que Emanuel levantara el sitio con una promesa de
reforma. Así que un atardecer bajó a la puerta, un buen rato después que
hubiera descendido el sol, y llamó para hablar con Emanuel, quien acudió a la
puerta; Diábolo le dijo:
«Por cuanto haces ver por tu
bandera blanca que estás totalmente dado a la paz y a la serenidad, pensé en
encontrarme contigo para hacerte saber que estamos dispuestos a aceptarla en
unas condiciones que podrás admitir.
»Sé que estás dado a la devoción y
que te complace la santidad; sí, que tu gran fin en tu guerra contra Alma
Humana es que venga a ser una morada santa. Bien, retira tus fuerzas de la
ciudad y yo inclinaré Alma Humana a tu yugo.
»Primero, pondré fin a todos los
actos de hostilidad contra ti y estaré dispuesto a ser tu virrey, y así como
antes te he sido adversario, ahora te serviré en la ciudad de Alma Humana. Y de
manera más particular:
»1. Persuadiré a Alma Humana para
que te reciba como Señor; y sé que ellos lo harán tanto más bien dispuestos
cuando vean que yo soy tu virrey.
»2. Les mostraré en qué han errado,
y que la transgresión les cierra el camino a la vida.
»3. Les expondré la santa ley a la
que tienen que conformarse, la misma que han quebrantado.
»4. Los instaré a la necesidad de
reformarse conforme a tu ley.
»5. Y además, para que no falle
ninguna de estas cosas, yo mismo, a mis propias expensas, promoveré y mantendré
un ministerio suficiente, además de conferencias, en Alma Humana.
»6. Como prenda de nuestro
sometimiento a ti, tú recibirás cada año lo que consideres justo imponer como
exacción en prueba de nuestro sometimiento a ti».
Entonces le dijo Emanuel: «¡Oh, tú
lleno de engaño, cuán mudables son tus caminos! ¡Cuántas veces has cambiado y
cambiaras, con el fin de seguir manteniéndote en posesión de mi Alma Humana,
aunque, como ya te ha sido dicho con toda claridad, yo soy el verdadero
heredero de ella! Son muchas las propuestas que has hecho, y ésta no es mejor
que las otras. Y, no habiendo podido engañar cuando te has mostrado en tus
ropajes negros, ahora te transformas en ángel de luz,[131] y querrías, para
engañar, mostrarte ahora como un ministro de la justicia. Pero sabe ahora, oh
Diábolo, que nada que tú propongas será considerado, porque nada haces sino
para engañar. Tú no tienes ni conciencia para con Dios, ni amor para con la
ciudad de Alma Humana. ¿De dónde pueden salir, pues, todas estas tus palabras
sino de una astucia y un engaño llenos de pecado? Aquel que puede de su
arbitrio y voluntad proponer lo que mejor le plazca, y ello con el fin de
destruir a los que creen en él, debe ser desechado, con todo lo que quiera
decir. Pero, si la justicia es ahora una cosa tan hermosa para ti, ¿cómo es que
antes estabas tan apegado a la maldad? Esto, sin embargo, sólo a modo de
digresión.
»Tú me hablas ahora de una reforma
en Alma Humana, y que tú mismo, si yo lo acepto, estarás a la cabeza de esta
reforma, aunque sabes que lo mejor que el hombre pueda hacer bajo la ley, y
según la justicia que es según ella, no será mejor que nada en absoluto para
librar de la maldición al Alma Humana; porque habiendo una ley quebrantada por
Alma Humana, que comporta una maldición de parte de Dios por su
quebrantamiento, Alma Humana no puede jamás liberarse a sí misma de esta
maldición mediante su obediencia de la ley (por no decir nada de qué tipo de
reforma podrá establecerse en Alma Humana si es el diablo quien viene a ser el
corrector del vicio). Tú sabes que todo lo que has dicho acerca de esta
cuestión no es nada más que fraude y engaño; y que el engaño es la última carta
que te queda por jugar, como también fue la primera. Muchos son los que te
disciernen cuando les muestras la pezuña; pero cuando te muestras de blanco, en
luz y transformado, son pocos los que te disciernen. Pero no lo conseguirás con
mi Alma Humana, ¡oh Diábolo!; porque sigo amando a mi Alma Humana.
»Además, no he venido a imponer a
Alma Humana obras mediante las que viva; si así lo hubiera hecho, sería como
tú; sino que he venido para que por medio de mí, y por lo que he hecho y haré
por Alma Humana, puedan ser reconciliados a mi Padre, aunque por su pecado lo
han provocado a ira y aunque por la ley no puedan alcanzar misericordia.
»Tú hablas de someter esta ciudad
al bien, siendo que nadie lo desea de tu parte. Mi Padre me ha enviado para
poseerla yo mismo, y para guiarla con la destreza de mis manos a tal
conformidad a él que será grata a sus ojos. Por tanto, la poseeré yo mismo; te
desposeeré y te echaré fuera; pondré mi propia bandera en medio de ellos;
también los gobernaré mediante nuevas leyes, nuevos oficiales, nuevos motivos y
nuevos caminos; sí, derribaré esta ciudad y la construiré de nuevo; y será como
si no hubiera sido, y será luego la gloria de todo el universo».
Cuando Diábolo oyó esto, y se dio
cuenta de que todos sus engaños habían quedado expuestos, quedó confundido y
totalmente anonadado; pero poseyendo en sí mismo la fuente de iniquidad, y de
cólera y malicia contra Shaddai y contra su Hijo, así como contra la amada
ciudad de Alma Humana, lo que hace es fortalecerse lo que puede para presentar
renovada batalla contra el noble Príncipe Emanuel. Así que vamos a ser testigos
de otra batalla antes que sea tomada la ciudad de Alma Humana. Subamos, pues, a
los montes, vosotros a los que os gusta contemplar acciones militares, y
contemplad como se administran golpes mortales por ambos lados, mientras uno
intenta defender y el otro adueñarse de la célebre ciudad de Alma Humana.
Así que, tras retirarse Diábolo de
la muralla y regresar a su fortaleza en el corazón de la ciudad de Alma Humana,
Emanuel volvió también al campamento; y los dos, según sus diferentes estilos,
se dispusieron a presentar batalla al otro.
Diábolo, completamente desalentado
acerca de poder retener en sus manos la célebre ciudad de Alma Humana, resolvió
hacer todo el daño que pudiera (si es que podía) al ejército del Príncipe y a
la célebre ciudad de Alma Humana; porque, ¡ay! no era la dicha de la insensata
ciudad de Alma Humana lo que tenía Diábolo en mente, sino su total ruina y
destrucción, como podemos ahora ver claramente. Por ello, da la orden a sus
oficiales de que cuando vean que no pueden ya mantener la ciudad, le hagan todo
el mal que puedan, desgarrando y destrozando a hombres, mujeres y niños.[132]
«Porque mejor será destruir este lugar,» dijo él, «y convertirlo un montón de
ruinas, que dejarlo para que sea morada de Emanuel».
Emanuel, sabiendo por su parte que
la siguiente batalla tendría como resultado ser hecho dueño del lugar, proclamó
una real orden a todos sus oficiales, altos capitanes, y hombres de guerra,
para exhortarlos a portarse como valientes guerreros contra Diábolo y todos los
diabolianos, pero que mostraran favor, misericordia y clemencia para con los
viejos moradores de Alma Humana. «Lanzad la mayor fuerza de la batalla», dijo
el noble príncipe, «contra Diábolo y sus hombres».
20
Llegado el día, se dio la orden, y
los hombres del Príncipe se mantuvieron valerosos sobre sus armas, y, como ya
antes, emplearon sus mayores fuerzas contra la Puerta del Oído y la Puerta del
Ojo. La consigna era entonces «¡Ganada es Alma Humana!», y así emprendieron el
asalto de la ciudad. También Diábolo, con el grueso de sus fuerzas, opuso
fuerte resistencia desde el interior, y sus grandes y principales capitanes
contrapusieron durante un tiempo una feroz resistencia al ejército del
Príncipe.
Pero después de tres o cuatro
fuertes arremetidas por parte del Príncipe y de sus nobles capitanes, la Puerta
del Oído cedió, y las trancas y los cierres con que había sido firmemente
cerrada contra el Príncipe saltaron en mil pedazos. Entonces sonaron las
trompetas del Príncipe, clamaron los capitanes, tembló la ciudad, y Diábolo se
retiró a su fortaleza. Una vez las fuerzas del Príncipe hubieron forzado la
puerta, él mismo acudió y estableció su trono en ella; y cerca de allí izó su
estandarte, sobre el terraplén que sus hombres habían levantado sobre el que
situar sus poderosas catapultas. Aquel terraplén se llamaba Terraplén Atiende.
Allí, pues, permaneció el Príncipe, cerca de la entrada de la puerta. También
mandó que las catapultas de oro siguieran batiendo la ciudad, especialmente la
ciudadela, porque allí se había refugiado Diábolo. Pero desde la Puerta del
Oído la calle era recta hasta la casa del Sr. Archivero que había antes que
Diábolo tomara la ciudad; y cerca de su casa se levantaba la ciudadela, que por
mucho tiempo había sido la irritante guarida de Diábolo. Por esta razón, los
capitanes se apresuraron a limpiar la calle con sus catapultas, y se abrieron
paso hasta el corazón de la ciudad. El Príncipe ordenó luego que el Capitán
Boanerges, el Capitán Convicción y el Capitán Juicio marcharan ciudad arriba a
la puerta del viejo caballero.[133] Entonces los capitanes entraron gallardos
en la ciudad de Alma Humana, y, con sus colores ondeando al viento, llegaron a
la casa del Archivero, que era casi tan fuerte como la ciudadela. También
habían tomado consigo unos arietes para usarlos contra las puertas de la
ciudadela. Cuando llegaron a la casa del Sr. Conciencia, llamaron y pidieron
que se les diera entrada. Ahora bien, el viejo caballero, que no sabía aún del
todo cuál era su designio, había mantenido las puertas cerradas durante todo el
tiempo de la lucha. Por ello, Boanerges pidió entrada por sus puertas, y,
viendo que nadie respondía, le dio un golpe con la cabeza de un ariete, y esto
hizo que el viejo caballero se estremeciese, y que su casa temblara y vacilara.
Entonces bajó el Sr. Archivero a las puertas, y como pudo, con labios
temblorosos, pregunto, «¿¡Quién va!?» Boanerges respondió: «¡Somos los
capitanes y comandantes del gran Shaddai y del bendito Emanuel su Hijo, y
exigimos entrada a vuestra casa para posesión y uso de nuestro noble Príncipe!»
Y con esto, golpearon fuerte la puerta con el ariete. Esto hizo que el viejo
caballero se estremeciese aún más, pero no se atrevió a desobedecer, y abrió la
puerta; entonces entraron las fuerzas del Rey, los tres valientes capitanes ya
mencionados. Ahora bien, la casa del Archivero era un lugar muy bien situado
para Emanuel, no sólo porque estaba cerca de la ciudadela y era una casa
fuerte, sino también porque era grande, y estaba delante mismo de la ciudadela,
la guarida ahora de Diábolo, que tenía ahora miedo de salir de su refugio. En
cuanto al Sr. Archivero, los capitanes se comportaron con él de manera muy
reservada; y él nada sabía aún de los grandes designios de Emanuel, por lo que
no sabía qué pensar, ni cuál sería el fin de aquellos comienzos tan tronantes.
También se esparció por la ciudad la noticia de que la casa del Archivero había
sido tomada, sus estancias ocupadas, y que su palacio era ahora la base de la
batalla; y tan pronto que unos supieron esto, fueron pasando las nuevas a otros
amigos, y, como se sabe, una bola de nieve no pierde nada al ir rodando, así
que pronto se difundía la especie por toda la ciudad de que nada podían esperar
del Príncipe sino la destrucción, y la base para este rumor era que el
Archivero tenía miedo, que el Archivero se estremecía, y que los capitanes se
comportaban de manera extraña con el Archivero. Así que muchos vinieron para
observar, pero cuando vieron con sus propios ojos a los capitanes en el
palacio, y sus arietes batiendo una y otra vez contra las puertas de la
ciudadela para hundirlas, quedaron sobrecogidos de temor y espanto. Y, como
digo, el dueño de la casa intensificaba esta sensación, porque a cualquiera que
fuera a hablar con él o que con él conversara, no hablaba de otra cosa, ni les
decía u oía, sino que la suerte que esperaba a Alma Humana eran la muerte y la
destrucción.[134]
«Porque todos sabéis bien que todos
hemos sido traidores contra el antes menospreciado, pero ahora célebremente
victorioso y glorioso príncipe Emanuel; porque ahora, como veis, no sólo nos
asedia, sino que ha forzado nuestras puertas, entrando en la ciudad. Además,
Diábolo huye delante de él; y, como veis, ha convertido mi casa en cuartel
contra la ciudadela donde se encuentra Diábolo. Yo, por mi parte, he transgredido
en gran manera al callarme cuando debiera haber hablado, y al pervertir la
justicia cuando debiera haberla ejecutado. Cierto, algo he sufrido de manos de
Diábolo por tomar partido por las leyes del Rey Shaddai, pero ¡ay! ¿de qué me
va a servir esto? ¿Acasó podrá compensar las rebeliones y traiciones que he
cometido, y que he admitido que se cometieran sin hablar contra ellas en la
ciudad de Alma Humana? ¡Ah, tiemblo al pensar cuál vaya a ser el fin de este
comienzo tan terrible y lleno de ira!»
Y ahora, mientras estos valientes
capitanes estaban ocupados en la casa del viejo Archivero, el Capitán Ejecución
estaba igual de atareado en otras partes de la ciudad, asegurando las calles
traseras y las murallas. También persiguió encarnizadamente a Lord
Recia-Voluntad, sin permitirle reposar en rincón alguno; tan despiadadamente le
persiguió que dispersó a los hombres que estaban con él, y fue con alivio que
pudo ocultarse donde pudo. También este fuerte guerrero hizo morder el polvo a
tres de los oficiales de Lord Recia-Voluntad: uno era el viejo Sr. Prejuicio,
que había sufrido una fractura de cráneo durante el motín. Éste hombre había
sido hecho guarda de la Puerta del Oído por Lord Recia-Voluntad, y cayó a manos
del Capitán Ejecución. Había también un tal Sr.
Firme-contra-todo-menos-contra-el-mal, que era también uno de los oficiales de
Lord Recia-Voluntad, y que era capitán de los dos cañones que habían sido
emplazados sobre la Puerta del Oído; también cayó a manos del Capitán
Ejecución. Además de estos dos había un tercero que se llamaba Capitán Pérfido.
Era un muy vil personaje, pero gozaba de gran confianza de Recia-Voluntad;
también a éste le hizo morder el polvo el Capitán Ejecución junto con los
demás.
Hizo también una gran matanza entre
los soldados de Lord Recia-Voluntad, dando muerte a muchos fuertes y valerosos,
e hiriendo a muchos diligentes y activos partidarios de Diábolo. Pero todos
estos eran diabolianos; ninguno de los nativos de Alma Humana resultó herido.
Otros de los capitanes realizaron
también hazañas guerreras, como en la Puerta del Ojo, donde el Capitán
Buena-Esperanza y el Capitán Caridad lanzaron una carga, y donde hubo gran
mortandad; allí el Capitán Buena-Esperanza mató con sus propias manos a un tal
Capitán Ceguera, el guarda de la puerta. Este Capitán Ceguera estaba al mando
de mil hombres, de los que luchaban con mazas; también persiguió el Capitán
Buena-Esperanza a sus hombres, dando muerte a muchos, hiriendo a más, y
haciendo que el resto se escondieran donde pudiesen.
Había también en la puerta un tal
Sr. Mala-Pausa, de quién ya hemos oído antes. Era un hombre viejo, y la barba
le llegaba a la cintura; era el orador de Diábolo, y había hecho muchos males
en la ciudad de Alma Humana; éste cayó a manos del Capitán Buena-Esperanza.
¿Y qué diré? En estos días había
diabolianos muertos por todas las esquinas, aunque demasiados de ellos quedaban
aún vivos en Alma Humana.
21
Fue en estas circunstancias que el
viejo Archivero y Lord Entendimiento, junto con algunos otros de los
principales de la ciudad, o sea, los que sabían que con Alma Humana
permanecerían o caerían, se reunieron un día, y tras haber consultado unos con
otros, acordaron redactar una petición y enviarla a Emanuel mientras que Él se
encontraba en la puerta de Alma Humana. Así fue que redactaron esta petición,
cuyo contenido era el como sigue: Que ellos, los viejos moradores de Alma
Humana, confesaban su pecado, y se sentían dolidos por haber ofendido a Su
principesca Majestad, y rogaban que perdonara sus vidas.
A esta petición no recibieron
respuesta alguna, y eso los angustió más aún. Ahora bien, durante este
intervalo los capitanes en casa del Archivero estaban atareados con los
arietes, batiendo las puertas de la ciudadela para echarlas abajo. Así que,
tras algo de tiempo, sudor y trabajo, la puerta de la ciudadela llamada
Inexpugnable se vino abajo, partida en pedazos, y así se abrió el camino para
penetrar en el refugio de Diábolo. Entonces se enviaron las nuevas a la Puerta
del Oído, porque Emanuel seguía habitando allí, para hacerle saber que se había
abierto una brecha en las puertas de la ciudadela de Alma Humana. Pero, ¡oh,
cómo sonaron las trompetas ante las nuevas por todo el campamento del
Príncipe!, porque ahora la guerra se acercaba a su fin, y se aproximaba la
liberación de Alma Humana.
Entonces el Príncipe se levantó del
lugar en el que estaba, tomando consigo a los hombres de guerra más a propósito
para aquella expedición, y se dirigió por la calle de Alma Humana hasta la casa
del viejo Archivero.
El Príncipe mismo iba cubierto de
una armadura de oro, y se lanzó calle arriba con su estandarte portado delante
de él; pero mantenía su rostro inescrutable mientras avanzaba, de manera que la
gente no podía dilucidar por su apariencia si sentía amor u odio. Ahora,
mientras avanzaba calle arriba, los ciudadanos salieron a cada puerta para
mirar, y no podían por más que sentirse atraídos por su persona y por la gloria
que irradiaba, pero se maravillaban ante lo reservado de su expresión; por el
momento les decía mucho más por sus acciones y obras que con palabras o
sonrisas. Pero también la pobre Alma Humana (como en tales casos les sucede a
todos) interpretó la conducta de Emanuel para con ellos como los hermanos de
José habían interpretado su conducta para con ellos, de una manera totalmente
errónea. «Porque si Emanuel nos amara», pensaron ellos, «nos lo mostraría con
sus palabras y conducta, pero al no hacerlo así, por ello mismo Emanuel nos odia.
Y si Emanuel nos odia, entonces Alma Humana será arrasada: ¡Alma Humana será
convertida en un muladar!» Ellos sabían que habían transgredido la ley de su
Padre, y que habían concertado alianza contra él con su enemigo Diábolo.
Sabían también que Emanuel lo sabía todo, porque estaban convencidos de que era
un ángel de Dios, conocedor de todas las cosas que se hacían en la tierra; y
esto los llevó a pensar que su condición era desesperada, y que el buen
Príncipe los asolaría.
«Y», pensaron ellos «¿qué mejor
momento para hacerlo que ahora, que tiene en sus manos las riendas de Alma
Humana?» Pero de esto me di cuenta en especial, que a pesar de todo, los
habitantes, al verlo avanzar a través de la ciudad, no podían por menos que
humillarse, inclinarse, postrarse, y estaban dispuestos a lamer el polvo de sus
pies. También deseaban mil veces que él llegara a ser su Príncipe y Capitán, y
que se convirtiera en su Protector. También hablaban entre sí de la hermosura
de su persona, y de cómo rebasaba en gloria y valor a los grandes del mundo.
Pero, pobres gentes, por lo que a ellos se refería, sus pensamientos eran
cambiantes, oscilando por todo tipo de extremos. Sí, al ir oscilando de uno a
otro lado, Alma Humana vino a ser como una pelota lanzada de lado a lado, y
como una pluma arrastrada por un torbellino.
Al llegar a las puertas de la
ciudadela, ordenó a Diábolo que compareciera y se le entregara. Pero, ¡qué
pocas ganas tenía la bestia de aparecer! ¡Cómo se negaba! ¡Qué reacio se
mostraba! ¡Cómo se encogía! Pero al final compareció ante el Príncipe. Entonces
Emanuel dio órdenes, y tomaron a Diábolo, y lo ataron fuertemente con cadenas
para reservarlo para el juicio que había sido dictado para él. Pero Diábolo se
levantó suplicando a Emanuel que no lo mandara al abismo, sino que le dejara
abandonar Alma Humana en paz.
Cuando Emanuel lo hubo aprehendido
y encadenado, lo condujo a la plaza del mercado, y allí, delante de Alma
Humana, le quitó la armadura de que tanto se había ufanado antes. Éste fue
ahora uno de los actos de triunfo de Emanuel sobre su enemigo; y mientras se
despojaba al gigante sonaban las trompetas del Príncipe Dorado; también
clamaban los capitanes, y los soldados cantaban de gozo.
Entonces se convocó a Alma Humana
para que contemplara el comienzo del triunfo de Emanuel sobre aquel en quien
tanto habían confiado, y de quien tanto se habían jactado en los días en que
los adulaba.
Habiendo así dejado desnudo a
Diábolo delante de Alma Humana y delante de los comandantes del Príncipe,
ordenó luego que Diábolo fuese atado con grilletes a las ruedas de su
carro.[135] Entonces, dejando algunas de sus fuerzas al mando del Capitán
Boanerges y del Capitán Convicción como guardianes de las puertas de la
ciudadela, para que la guardaran para él (por si alguno de los hasta ahora
seguidores de Diábolo intentaba poseerla), desfiló triunfante por toda la
ciudad de Alma Humana, y saliendo por la Puerta del Ojo, llegó a la llanura en
la que se encontraba su campamento.
¡Pero no es posible imaginar, a no
ser que se haya estado allí, como yo estuve, el clamor que ascendió en el
campamento de Emanuel cuando vieron al tirano encadenado por mano de su noble
Príncipe, y atado a las ruedas de su carro!
Y ellos dijeron: «Ha llevado
cautiva la cautividad, y ha despojado a los principados y a las potestades.
Diábolo está sujeto al poder de su espada, y ha sido hecho objeto de escarnio».
También los oficiales[136] y los
que habían acudido a ver la batalla alzaron fuerte la voz, y cantaron con voces
tan melódicas que hicieron que los que moraban en los más altos orbes[137]
abrieran las ventanas y miraran hacia abajo para ver cuál era la causa de tanta
gloria.
También los ciudadanos, todos los
que contemplaban este espectáculo, se encontraron, mientras miraban, como entre
la tierra y el cielo.[138] Cierto, no podían saber cuál sería el resultado de
todo aquello en lo que a ellos se refería, pero todo se hacía de manera tan
excelente, y no podría decir en qué sentido, pero todas las cosas que se
desarrollaban parecían arrojar una sonrisa hacia la ciudad, que sus ojos,
cabezas, corazones y mentes, y todo su ser, quedaba embargado y en suspenso
mientras observaban el orden de Emanuel.
Así, cuando el valiente Príncipe hubo
concluido esta parte de su triunfo sobre su enemigo Diábolo, se dirigió a él en
medio de su humillación y vergüenza, ordenándole que abandonase la posesión de
Alma Humana. Luego salió de delante de Emanuel, y de en medio del campamento, a
heredar los lugares resecos de una tierra salada, en busca de reposo, pero sin
hallarlo.[139]
22
El Capitán Boanerges y el Capitán
Convicción eran ambos hombres de gran majestad: sus rostros eran como de
leones, y sus palabras como el bramido de la mar; y seguían acuartelados en
casa del Sr. Conciencia, de quien ya hemos hecho mención antes. Cuando el alto
y poderoso Príncipe hubo concluido su triunfo sobre Diábolo, los ciudadanos
dispusieron de más tiempo para ver y observar las acciones de estos nobles capitanes.
Pero los capitanes se comportaban de una manera tan amedrentadora e inquietante
en todo lo que hacían (y podemos estar bien seguros de que tenían instrucciones
privadas para hacerlo así) que mantenían a la ciudad en vilo; y conseguían
(mediante estas aprensiones) arrojar dudas en los corazones de los ciudadanos
acerca del futuro bienestar de Alma Humana, por lo que durante un tiempo
considerable no supieron lo que era el reposo, la paz ni la esperanza.
Por lo que respecta al Príncipe, no
fue todavía a habitar a la ciudad de Alma Humana, sino que estaba en su
pabellón real en el campamento, y en medio de las fuerzas de su Padre.
Finalmente, en un momento oportuno envió unas órdenes especiales al Capitán
Boanerges para hacer comparecer a Alma Humana, a todos sus habitantes, al patio
de la ciudadela, y que estando en ello, y delante de ellos, tomaran a Lord
Entendimiento, al Sr. Conciencia, y a aquel tan principal Lord Recia-Voluntad,
y que los encarcelaran, y que dispusieran una fuerte guardia para vigilarlos
hasta que él diera a conocer su voluntad acerca de ellos. Estas órdenes las
cumplieron los capitanes, lo que aumentó no poco los temores de la ciudad de
Alma Humana; porque ahora se les confirmaban, a su modo de pensar, sus primeros
temores acerca del mísero destino que esperaba a Alma Humana. Ahora lo que más
ocupaba sus corazones y mentes era de qué muerte morirían, y cuánto tardarían
en morir; sí, tenían miedo de que Emanuel los lanzara a todos al abismo, aquel
lugar que atemorizaba al príncipe Diábolo, porque sabían que se habían hecho
merecedores de ello. También el hecho de morir a espada delante de la ciudad, y
en desgracia, a manos de un príncipe tan bueno y santo, los angustiaba
sobremanera. La ciudad se sentía asimismo muy angustiada por los encarcelados,
porque ellos habían sido su soporte y guía, y porque creían que si aquellos
hombres eran ejecutados, el fin de ellos sería el comienzo de la ruina de la
ciudad de Alma Humana. Ante esta situación, ellos, junto con los encarcelados,
redactaron una petición dirigida al Príncipe, y la enviaron a Emanuel por mano
del Sr. Quisiera-vivir. Éste fue y se llegó a los cuarteles del Príncipe, y
presentó esta petición, cuyas palabras siguen a continuación:
«Gran y maravilloso Potentado, vencedor
de Diábolo y conquistador de la ciudad de Alma Humana: Nosotros, los
infortunados habitantes de esta tan arruinada ciudad, te rogamos humildemente
hallar favor delante de tus ojos, y que no recuerdes contra nosotros nuestras
pasadas transgresiones, ni los pecados de los principales de nuestra ciudad;
sino perdónanos conforme a la grandeza de tu misericordia, y que no muramos,
sino que vivamos delante de ti. Así estaremos dispuestos a ser tus siervos, y,
si bien te parece, a recoger nuestra comida de debajo de tu mesa. Amén».
Así entró el peticionario, como ha
quedado dicho, con su petición al Príncipe; y el Príncipe la aceptó de su mano,
pero lo despidió sin darle respuesta. Esto volvió a afligir a la ciudad de Alma
Humana; pero considerando que ahora tenían o bien que pedir, o morir, porque
ahora no podían hacer otra cosa, consultaron y volvieron a hacer otra petición,
y esta petición era muy semejante en forma y método a la anterior.
Pero cuando la hubieron escrito, se
suscitó la pregunta de por quién la iban a enviar. Porque no querían enviarla
por medio de la misma persona que la había llevado al principio, pensando que
el Príncipe se había ofendido ante su manera de conducirse ante él; por ello,
intentaron que fuera el Capitán Convicción su mensajero; pero él dijo que no
osaba presentar una petición a Emanuel en favor de traidores, ni ser abogado de
rebeldes ante el Príncipe. «Sin embargo», añadió, «nuestro Príncipe es bueno, y
podéis aventuraros a mandarla por mano de alguien de vuestra ciudad, siempre
que vaya con una soga al cuello, y que no pida más que por misericordia».
Sucedió que sus temores les
hicieron postergar esta petición tanto tiempo como pudieron, y más tiempo de lo
que era conveniente; pero dándose cuenta por fin de lo peligroso del retraso,
pensaron, aunque con gran desmayo, enviar su petición por medio del Sr.
Deseos-despiertos. Y enviaron a buscarle. Ahora bien, Deseos-despiertos vivía
en una humilde casa en Alma Humana, y acudió a la petición de sus vecinos. Ellos
le dijeron lo que habían hecho, y lo que iban a hacer, acerca de enviar la
petición, y que deseaban que él la transmitiera al Príncipe.
Entonces dijo el Sr.
Deseos-despiertos: «¿Por qué no debería hacer todo lo que esté en mi mano para
salvar una ciudad tan célebre como Alma Humana de una merecida destrucción?»
Entonces le entregaron la petición, y le dijeron cómo debía dirigirse al
Príncipe, y le desearon el mejor éxito en su misión. Así, llegó él al pabellón
del Príncipe, como el primero, y pidió hablar con su Majestad. Le pasaron el
recado a Emanuel, y el Príncipe salió a recibirle. Cuando el Sr.
Deseos-despiertos vio al Príncipe, cayó sobre su rostro en tierra, y clamó:
«¡Oh que Alma Humana viva delante de ti!» Y con esto presentó su petición, la
cual, mientras el Príncipe la leía, se volvió durante un momento y lloró; pero,
refrenándose, se volvió de nuevo al hombre, que durante todo este tiempo había
estado llorando a sus pies, como al comienzo, y le dijo: «Vuélvete a tu lugar,
y yo consideraré tus peticiones».
Ya podéis pensar que los de Alma
Humana, los que le habían enviado, con qué culpa y con qué temor, no fuera que
su petición fuese rechazada, cómo esperarían anhelantes, también con extraños
presagios en sus corazones, para saber lo que iba a suceder con la petición. Al
final vieron al mensajero que regresaba. Cuando llegó, le preguntaron cómo le
había ido, qué había contestado Emanuel, y qué había sucedido con la petición.
Pero les dijo que no iba a decir nada hasta que llegara a la cárcel del Lord
Alcalde, del Lord Recia-Voluntad y del Sr. Archivero. Se dirigió entonces hacia
la cárcel, donde yacían encadenados los hombres de Alma Humana. Pero, ¡oh,
cuánta multitud le siguió, para escuchar lo que el mensajero tenía que decir! Una
vez allí, y habiéndose mostrado ante la puerta de la cárcel, el Lord Alcalde
apareció blanco como la cera; el Archivero también apareció temblando. Pero
preguntaron: «Dinos, buen hombre, ¿qué te ha dicho el gran Príncipe?» Entonces
dijo el Sr. Deseos-despiertos: «Cuando llegué al pabellón de mi Señor, llamé, y
salió él. Caí entonces postrado a sus pies, y le entregué mi petición; porque
la grandeza de su persona y la gloria de su rostro no me permitían estar de
pie. Cuando él recibió mi petición, exclamé: “¡Oh que Alma Humana viva delante
de ti!” Luego, después que él hubo leído la petición durante un tiempo, se
volvió y dijo a éste su siervo: “Vuélvete a tu lugar, y yo consideraré tus
peticiones”». El mensajero añadió a continuación: «El Príncipe a quien me
enviasteis tiene tal hermosura y gloria que aquel cuyos ojos le ven tiene a la
vez que amarle y temerle. Yo, por mi parte, no puedo hacer otra cosa; pero no
sé cuál será el fin de estas cosas».
Ante estas respuestas se quedaron
todos en suspenso, tanto los que estaban en la cárcel como los que habían
seguido al mensajero; no sabían qué conclusión extraer de lo que el Príncipe
había dicho. Ahora, cuando la multitud se retiró de delante de la cárcel, los
presos comenzaron a comentar entre si las palabras de Emanuel. El Lord Alcalde
dijo que la respuesta no mostraba una intención hostil, pero Recia-Voluntad
dijo que era un mal presagio para ellos, y el Archivero, que era un heraldo de
muerte. Ahora bien, los que todavía no se habían retirado, pero que no estaban
lo suficientemente cerca como para poder oír bien lo que los presos decían,
algunos de ellos oyeron un fragmento de la frase, otros un poco de otra;
algunos oyeron lo que decía el mensajero, y otros la opinión de los presos
acerca de lo dicho, y nadie tenía una verdadera comprensión de la situación.
Pero no os podéis imaginar la confusión en que estaba ahora sumida Alma Humana.
Porque ahora los que habían oído lo
que se decía fueron por la ciudad, unos diciendo una cosa, y otros la contraria;
y todos estaban convencidos de que estaban diciendo la verdad; porque, decían,
habían oído con sus mismos oídos lo que se había dicho, y que por ello no se
llamaban a engaño. Uno decía: «Todos vamos a morir»; otro decía: «vamos a ser
perdonados todos»; y un tercero decía que el Príncipe se desentendería de Alma
Humana; y un cuarto que los presos debían ser ajusticiados en breve. Y, como he
dicho, cada uno mantenía que contaba su historia de manera veraz, y que los
otros estaban todos equivocados. Con ello Alma Humana se sentía con angustia
sobre angustia, y nadie sabía a qué carta quedarse; porque se podía ver a uno
ahora que si oía a su vecino decir la historia que sabía, él decía lo
contrario, y los dos insistían que decían la verdad. Algunos de ellos sostenían
que el Príncipe tenía desde luego la intención de pasar Alma Humana a filo de
espada. Ahora comenzó a oscurecer, y por ello la pobre Alma Humana estuvo
hundida en su triste perplejidad toda aquella noche hasta que amaneció.
23
Pero, por lo que pude deducir a
partir de la mejor información que conseguí reunir, todo este alboroto provenía
de las palabras del Archivero, cuando les dijo a los demás que en su opinión la
respuesta del Príncipe era un heraldo de muerte. Esto era lo que había abocado
a la ciudad a esta angustia,[140] lo que despertó el terror en Alma Humana;
porque Alma Humana consideraba en tiempos pasados que el Archivero era vidente,
y que su sentencia era igual a la de los mejores oradores, y por esto Alma
Humana vino a ser terror para sí misma.
Y ahora comenzaron ellos a sentir
los efectos de la obstinada rebelión e ilegítima resistencia contra su
príncipe. Digo que ahora comenzaron a sentir sus efectos mediante la culpa y el
temor que ahora les invadía y embargaba el ánimo; ¿y quiénes más hundidos en
estos sentimientos sino los más se habían implicado en el delito, los jefes de
la ciudad de Alma Humana?
A modo de resumen: cuando la
noticia del terror se esparció por toda la ciudad, y los presos se hubieron
recuperado un poco, volvieron a cobrar algo de ánimo, y pensaron en volver a
mandar una petición de gracia al Príncipe. Por ello, redactaron una tercera
petición, con este contenido:
«Príncipe Emanuel el Grande, Señor
de todos los mundos, y Señor de misericordia: Nosotros, tu pobre, desgraciada,
miserable y agonizante ciudad de Alma Humana, confesamos a tu grande y gloriosa
Majestad que hemos pecado contra el Padre y contra ti, y que no somos ya dignos
de ser llamados tu Alma Humana, sino de ser echados al abismo. Si quieres
darnos muerte, lo hemos merecido. Si nos condenas al abismo, no podemos por más
que decir que eres justo. No podemos quejarnos por nada de lo que hagas, ni por
cómo te comportes con nosotros. Pero, ¡oh, que reine la misericordia, y que se
extienda a nosotros! ¡Oh, que la misericordia se apodere de nosotros y nos
libere de nuestras transgresiones, y cantaremos tu misericordia y tu juicio.
¡Amén!»
Esta petición, una vez redactada,
fue preparada para ser enviada al Príncipe, como al principio, pero, ¿quién la
iba a llevar?[141]—ésta era la cuestión. Algunos dijeron: «Que vaya quien fue
con la primera»; pero otros pensaron que no estaría bien, en vista que no había
dado mejor resultado. Ahora bien, había en la ciudad un hombre viejo, y su
nombre era Sr. Buena-Acción. Un hombre que sólo tenía el nombre, pero nada de
su naturaleza. Algunos estaban en favor de enviarlo, pero el Archivero no
estaba en absoluto en favor de ello. «Porque tenemos ahora necesidad de
misericordia, y misericordia es lo que pedimos», dijo él. «Por ello, enviar
nuestra petición por medio de alguien con un nombre así parecerá invalidar la
petición misma. ¿Deberíamos hacer del Sr. Buena-Acción nuestro mensajero,
cuando nuestra petición es en ruego de misericordia?
«Además», prosiguió el anciano
caballero, «si el Príncipe, cuando reciba la petición, le pregunta, diciéndole,
“¿Cuál es tu nombre?”, y él dice, “El viejo Buena-Acción”, ¿qué pensáis que
dirá Emanuel a esto?: “¡Ah!, ¿vive todavía Buena Acción en Alma Humana?
¡Entonces que Buena Acción os salve de todas vuestras angustias!” Y si dice
esto, de cierto que estamos perdidos, porque ni mil buenas acciones pueden
salvar a Alma Humana».
Después que el Archivero hubo dado
sus razones por las que no se podía confiar esta petición a Emanuel al viejo
Buena-Acción, el resto de los presos y jefes de Alma Humana se opusieron
también, y así el viejo Buena-Acción fue descartado, y acordaron volver a
enviar al Sr. Deseos-despiertos. Enviaron a por él y le pidieron que fuera por
segunda vez con su petición al Príncipe, y les dijo bien dispuesto que lo
haría. Pero le indicaron que tuviera gran cuidado en no ofender al Príncipe de
palabra ni en conducta: «Porque si tal haces, puedes acarrear una total
destrucción a Alma Humana», le dijeron.
Cuando Deseos-despiertos vio que
debía ir ahora con este encargo, pidió que le concedieran que le acompañase el
Sr. Ojos-Húmedos. Este Sr. Ojos-Húmedos era vecino del Sr. Deseos, un pobre
hombre, un hombre de espíritu contrito, pero que podía presentar bien una
petición; así que aceptaron que fuese con él. Por ello, se dirigieron a cumplir
su misión: El Sr. Deseos se puso una soga alrededor del cuello, y el Sr.
Ojos-Húmedos iba retorciéndose las manos. Y así llegaron al pabellón del
Príncipe.
Ahora bien, al ir a pedir por
tercera vez, no dejaban de pensar que con sus insistentes ruegos podían estar
fatigando al Príncipe. Por ello, al llegar a la puerta de su pabellón se
excusaron primero por sí mismos, por venir tantas veces a incomodar al
Príncipe; y dijeron que no venían hoy porque les gustase incomodar, ni porque
les encantase oírse a sí mismos, sino por la necesidad que sentían de acudir a
su Majestad. No podían reposar de día ni de noche, dijeron, debido a sus transgresiones
contra Shaddai y contra su Hijo Emanuel. También pensaban que quizá alguna
falta de conducta del Sr. Deseos-despiertos el otro día pudiera haber
disgustado a su Alteza, y haber sido la causa de que volviera de vacío y sin
respuesta de delante de un Príncipe tan misericordioso. Así, habiendo
presentado estas excusas, el Sr. Deseos-despiertos se echó postrado al suelo,
como la primera vez, a los pies del poderoso Príncipe, diciendo: «¡Oh que Alma
Humana viva delante de ti!», y así entregó su petición. El Príncipe, tras
habiendo leído la petición, se volvió apartó por un rato como la primera vez, y
volviendo de nuevo al lugar donde estaba postrado el peticionario sobre el
suelo, le preguntó cuál era su nombre y qué reputación tenía en Alma Humana, para
que fuera enviado en tal misión por encima de todo el resto de la multitud.
Entonces dijo el hombre al Príncipe: «No se enoje mi Señor; y, ¿por qué
preguntas por el nombre de un perro muerto como yo? Deja esto de lado, te lo
ruego, y no prestes atención a quién yo sea, porque hay, como tú bien sabes,
una desproporción enorme entre yo y tú. La razón por la que los ciudadanos
decidieron escogerme a mí para esta misión ante mi Señor la saben mejor ellos
que yo, pero no podría ser que pensaran que yo tenía favor ante mi Señor. Por
mi parte, yo mismo me aborrezco a mí mismo; ¿quién, pues, debería amarme a mí?
Pero quisiera vivir, y también que vivan mis conciudadanos; y por cuanto tanto
ellos como yo somos culpables de grandes transgresiones, es por ello que me han
enviado, y que he venido en nombre de ellos para rogar a mi Señor que tenga
misericordia. Complácete, pues, en inclinarte a misericordia; pero no preguntes
lo que sean tus siervos».
Entonces dijo el Príncipe: «¿Y
quién es este que ha venido a ser tu compañero en esta cuestión de tanta
importancia?» Entonces el Sr. Deseos le contó a Emanuel que se trataba de un
vecino pobre, uno de sus amigos más entrañables. «Y su nombre,» dijo él, «sea
para complacencia de vuestra más excelente Majestad: es Ojos-Húmedos, de la
ciudad de Alma Humana. Sé que hay muchos de este nombre que son falsos; pero
espero que no será para ofensa de mi Señor que haya traído conmigo a mi pobre
vecino».
Entonces el Sr. Ojos-Húmedos se
postró sobre su rostro, y expresó las siguientes disculpas por venir a su Señor
junto con su vecino:
«¡Oh, mi Señor!», dijo él: «lo que
yo sea, yo mismo no lo sé, ni si mi nombre es fingido o verdadero,
especialmente cuando comienzo a pensar lo que me han dicho algunos, esto es, que
tengo este nombre porque el Sr. Arrepentimiento fue mi padre. Los hombres
buenos tienen hijos malos, y los sinceros a menudo engendran hipócritas. Mi
madre también me dio este nombre desde mi cuna, pero que se deba a lo húmedo de
mi cerebro, o a la blandura de mi corazón, no puedo decirlo. Veo suciedad en
mis propias lágrimas e inmundicia en el fondo de mis oraciones. Pero te ruego
(y durante todo esto el caballero estaba llorando) que no recuerdes contra
nosotros nuestras transgresiones, ni te ofendas ante la mísera condición de tus
siervos, sino que en misericordia pases por alto el pecado de Alma Humana, y
que no te detengas ya más de glorificar tu gracia.»
A un gesto de él se levantaron
ambos, y estuvieron temblorosos delante de él; y él les habló así:
«La ciudad de Alma Humana se ha
rebelado gravemente contra mi Padre, al rechazarlo como Rey, y al escogerse
como capitán a un embustero, homicida y esclavo fugitivo. Porque este Diábolo,
vuestro pretendido príncipe, aunque antes le tuvierais en tanto, se rebeló
contra mi Padre y contra mí, en nuestro mismo palacio, la sublime corte en las
alturas, anhelando llegar a ser príncipe y rey. Pero siendo descubierto a
tiempo y aprehendido, y por su maldad encadenado y separado para el abismo
junto con sus secuaces, se ofreció a vosotros, y vosotros le recibisteis.
»Esto, durante largo tiempo, ha
sido una terrible afrenta para mi Padre; por ello mi Padre os envió un poderoso
ejército para reduciros a la obediencia. Pero vosotros sabéis cómo os comportasteis
contra estos hombres, sus capitanes y sus consejos, y lo que ellos sufrieron de
vuestra parte. Os rebelasteis contra ellos, les cerrasteis las puertas, les
hicisteis la guerra, luchasteis contra ellos y por Diábolo. Por ello, mandaron
recado a mi Padre pidiendo refuerzos, y yo he venido, con mis hombres, a
someteros. Pero tal como tratasteis a los siervos habéis tratado a su Señor. Os
levantasteis hostiles contra mí, me cerrasteis las puertas, endurecisteis
vuestros oídos para no oírme, y os resististeis todo lo que pudisteis; pero
ahora os he vencido. ¿Acaso clamasteis pidiendo misericordia mientras teníais
esperanzas de prevalecer contra mí? Pero ahora que he tomado la ciudad,
clamáis. ¿Por qué no clamabais antes, cuando para llamaros icé la bandera
blanca de mi misericordia, la bandera reja de la justicia, y la bandera negra
que amenazaba ejecución? Ahora que he vencido a vuestro Diábolo venís a buscar
mi favor; ¿por qué no me ayudasteis contra el poderoso? Sin embargo,
consideraré vuestra petición, y la responderé de modo que sea para mi gloria.
»Id, decid al Capitán Boanerges y
al Capitán Convicción que mañana me traigan los presos al campamento, y decid
al Capitán Juicio y al Capitán Ejecución: “Quedaos en la ciudadela, y tened
cuidado de que todo esté quieto en Alma Humana hasta que recibáis nuevas
órdenes mías”». Y con esto se apartó de ellos, y volvió a su regio pabellón.
24
Entonces los peticionarios, tras
haber recibido esta respuesta del Príncipe, se volvieron para regresar a sus
compañeros. Pero no habían llegado lejos cuando les asaltaron pensamientos de
que por ahora no había intención de misericordia de parte del Príncipe hacia
Alma Humana. Por ello pasaron al lugar en el que se encontraban encadenados los
presos; pero estas reflexiones acerca de lo que pudiera sucederle a Alma Humana
tenían tanto poder sobre ellos, que cuando llegaron a los que les habían
enviado, apenas si pudieron transmitir su mensaje.
Pero por fin llegaron a las puertas
de la ciudad (y los ciudadanos estaban esperando anhelantes su regreso); muchos
salieron entonces a recibirles, para saber la respuesta a la petición. Entonces
ellos gritaron a los enviados: «¿Qué noticias traèis del Príncipe? ¿Qué ha
dicho Emanuel?» Pero ellos respondieron que debían ir primero a la cárcel, como
la vez anterior, y allí entregar su mensaje. Y así llegaron a la cárcel, con
una multitud[142] pisándoles los talones. Al llegar a las puertas de la cárcel,
dieron la primera parte del discurso de Emanuel a los presos, es decir, cómo
había referido la deslealtad de ellos hacia su Padre y él mismo, y cómo habían
escogido y mantenido a Diábolo, cómo habían luchado en su favor y se habían
gobernado por él, despreciando en cambio a Emanuel y a sus hombres. Esto hizo
empalidecer a los presos; pero los mensajeros prosiguieron, y dijeron: «Además,
el Príncipe ha dicho que consideraría vuestra petición, y que daría la
respuesta que convenga a su gloria». Y al decir estas palabras, el Sr.
Ojos-Húmedos soltó un gran suspiro. Con esto, todos quedaron sobrecogidos, y no
podían decir nada; el temor los embargaba de una manera asombrosa, y la muerte
parecía estar inscrita sobre sus frentes. Había en la compañía de ellos un
viejo notable, de mente clara, no muy rico, y su nombre era Inquisitivo. Éste
preguntó a los peticionarios si habían transmitido todo lo que Emanuel había
dicho, y ellos respondieron: «No, en verdad». Luego dijo Inquisitivo: «Ya me lo
pensaba. Por favor, ¿qué más os ha dicho?» Entonces se detuvieron un momento;
pero al final lo dijeron todo, diciendo: «El Príncipe nos mandó que dijéramos
al Capitán Boanerges y al Capitán Convicción que mañana lleven a los presos al
campamento; y que el Capitán Juicio y el Capitán Ejecución se encarguen de la
ciudadela y de la ciudad hasta recibir nuevas órdenes». Dijeron también que
después que el Príncipe les hubo mandado esto, de inmediato les giró la
espalda, y se dirigió a su regio pabellón.
Pero, ¡ah, cómo este regreso, y
especialmente estas últimas palabras, que los presos tenían que presentarse en
el campamento ante el Príncipe, les hundió todas las fuerzas! Por ello, todos a
una voz lanzaron un clamor que llegó hasta el cielo. Hecho esto, cada uno de
los presos se dispuso a morir (y el Archivero les dijo: «Esto era lo que me
temía»), porque llegaron a la conclusión de que mañana, antes que el sol se
pusiera, serían cortados del mundo. Toda la ciudad también contaba con que a su
debido tiempo y orden, todos deberían beber de la misma copa. Por tanto, la
ciudad de Alma Humana pasó la noche sumida en duelo, y en saco y cenizas. Los
presos también, cuando les llegó el momento de acudir ante el Príncipe, se
revistieron de atavíos de luto, con sogas alrededor del cuello. Toda la
población de Alma Humana apareció también sobre las murallas, todos vestidos de
burdas ropas de luto, por si quizá el Príncipe, al verlos así, era movido a
compasión. Pero ¡ah, cómo los chismosos[143] que vivían en la ciudad de Alma
Humana se preocupaban ahora! Corrían de aquí allá por las calles de la ciudad
en grupos, clamando mientras corrían de manera tumultuosa, unos de esta manera,
los otros de la otra, y aun otros todo al contrario, casi desquiciando del todo
a Alma Humana.
Bien, ha llegado el momento en que
los presos deben dirigirse al campamento para comparecer ante el Príncipe. Y de
esta manera fueron llevados: El Capitán Boanerges iba con una guardia delante
de ellos, y el Capitán Convicción venía detrás, con los presos en medio,
encadenados. Así, como digo, los presos iban en medio, y la guardia iba con los
colores ondeando al aire detrás y delante, pero los presos marchaban abatidos.
O, para decirlo de forma más
específica: Los presos iban todos de luto, con sogas alrededor del cuello;
andaban golpeándose el pecho, y no osaban levantar los ojos al cielo. Así
llegaron a la puerta de Alma Humana, hasta que quedaron en medio del ejército
del Príncipe, cuya vistosidad y gloria intensificó mucho su aflicción. Y ya no
pudieron soportarlo más, sino que prorrumpieron en voz alta: «¡Oh desgraciados
de nosotros! ¡Oh miserables hombres de Alma Humana!» El triste son de sus
cadenas se mezclaba con los clamores de los presos, haciendo aún más penoso el
espectáculo.
Llegados ya a la puerta del
pabellón del Príncipe, se echaron postrados sobre el lugar; entonces uno entró,
y dijo a su Señor que los presos habían llegado. El Príncipe ascendió entonces
a un trono y envió a llamar a los presos; éstos, tras entrar, temblaron delante
de él, y se encendieron sus rostros de vergüenza. Ahora, al acercarse al lugar
en el que estaba sentado, se postraron delante de él. Luego dijo el Príncipe al
Capitán Boanerges: «Manda a los presos que se pongan en pie». Entonces ellos se
levantaron temblando delante de él, y él les preguntó: «¿Sois vosotros los hombres
que erais hasta ahora los siervos de Shaddai?»[144] Y ellos dijeron: «Sí,
Señor, sí». Entonces el príncipe les peguntó de nuevo: «¿Sois vosotros los
hombres que os habéis permitido ser corrompidos y contaminados por el
abominable Diábolo?» Y ellos dijeron: «Más que permitirlo, Señor, porque lo
escogimos por nosotros mismos». El Príncipe volvió a preguntarles: «¿Habríais
estado satisfechos si vuestra esclavitud hubiera proseguido bajo su tiranía
toda vuestra vida?» Entonces dijeron los presos: «Sí, Señor, porque sus caminos
eran placenteros para nuestra carne, y habíamos llegado a ser extraños a un
mejor estado». «¿Y deseasteis vosotros de todo corazón», prosiguió él, «cuando
vine contra esta ciudad de Alma Humana, que no pudiera alcanzar la victoria sobre
vosotros?» «Sí, Señor, sí». «¿Y qué castigo pensáis vosotros que merecéis de mi
parte, por estos y otros enormes y arrogantes pecados?» Y ellos dijeron: «La
muerte y el abismo, Señor, porque nada menos hemos merecido». Él volvió a
preguntarles si tenían alguna razón por la que la sentencia, que ellos
confesaban merecían, no debía serles aplicada. Y ellos dijeron: «Nada podemos
decir, Señor: Tú eres justo, porque hemos pecado».[145] Entonces dijo el
Príncipe: «¿Y para qué son estas sogas alrededor de vuestros cuellos?» Los
presos respondieron: «Estas sogas son para ser atados para llevarnos al lugar
de la ejecución, si no te place mostrarnos misericordia».[146] De manera que él
volvió a preguntarles si todos los hombres de Alma Humana compartían esta confesión
como ellos. Y ellos respondieron: «Todos los nativos,[147] Señor; pero en
cuanto a los diabolianos[148] que entraron en nuestra ciudad cuando el tirano
tomó posesión de nosotros, no podemos responder por ellos».
Entonces el Príncipe mandó que se llamara
a un heraldo y que proclamara, en medio y por todo el campamento de Emanuel, y
ello a toque de trompeta, que el Príncipe, el Hijo de Shaddai, en nombre y para
gloria de su Padre, había logrado una conquista y victoria totales sobre la
ciudad de Alma Humana, y que los presos debían seguirle y decir Amén. Y así se
hizo, como él ordenaba. Y ahora sonó melodiosamente la música de la región
celestial, los capitanes del campamento vitorearon, y los soldados entonaron
cánticos de triunfo al Príncipe, con los colores ondearon al viento, y hubo
gran gozo en todas partes, excepto que no lo había aún en los corazones de los
hombres de Alma Humana.
25
El Príncipe llamó luego a los
presos a que acudieran y estuvieran en pie ante él, y así ellos lo hicieron y
estaban allí de pie temblando. Y les dijo: «Los pecados, transgresiones,
iniquidades, que vosotros, con toda la ciudad de Alma Humana habéis cometido
una y otra vez contra mi Padre y contra mí, tengo poder y mandamiento de mi
Padre de perdonar a la ciudad de Alma Humana, y en consecuencia os perdono». Y
habiendo dicho esto, les dio, escrito en pergamino, y sellado con siete sellos,
un perdón pleno y general, y mandó a milord Alcalde, a milord Recia-Voluntad y
al Sr. Archivero que lo proclamaran e hicieran proclamar mañana, cuando saliera
el sol, por toda la ciudad de Alma Humana.
Además, el Príncipe quitó a los
presos sus burdos vestidos de duelo, y les dio diadema en lugar de ceniza, óleo
de gozo en lugar de luto, manto de alabanza en lugar de espíritu abatido.[149]
Entonces dio joyas de oro y de
piedras preciosas a cada uno de los tres, y les quitó las sogas, y puso cadenas
de oro alrededor de sus cuellos, y zarcillos en sus oídos.[150] Los presos, al
oír las palabras llenas de gracia del Príncipe Emanuel, y al ver todo el bien
que se les hacía, se desmayaron casi en el acto; porque la gracia, el
beneficio, el perdón, era cosa tan repentina, gloriosa y enorme, que no podían
resistirlo; se sentían abrumados ante todo aquello. Sí, milord Recia-Voluntad
perdió el sentido en el acto, pero el Príncipe se dirigió a él, puso debajo de
él los brazos eternos, lo abrazó, lo besó y le dijo que tomara aliento, porque
todo se cumpliría según su palabra. También besó y abrazó y sonrió a los dos
compañeros de Recia-Voluntad, diciendo: «Tomad estos como prendas adicionales
de mi amor, favor y compasión; y os mando que vos, Sr. Archivero, contéis en la
ciudad de Alma Humana lo que habéis visto y oído».
Entonces fueron rotas sus
cadenas[151] en pedazos delante de ellos mismos, y echadas al aire, y fueron
ensanchados sus pasos debajo de ellos. Entonces cayeron a los pies del Príncipe
y besaron sus pies, y los humedecieron con sus lágrimas; también clamaron en
alta voz, diciendo: «Bendita sea la gloria del Señor desde este lugar». Luego
se les invitó a que se levantaran y se volvieran a la ciudad, y dijeran en Alma
Humana lo que había hecho el Príncipe. Les mandó también que uno con una gaita
y un tamboril fuera tocando delante de ellos todo el camino hasta el interior
de la ciudad de Alma Humana. Así se cumplió lo que nunca habían esperado, y se
les dio en posesión aquello en lo que nunca habían ni soñado.
El Príncipe llamó también al noble
Capitán Creencia, y ordenó que él y algunos de sus oficiales marcharan delante
de los nobles de Alma Humana con los colores ondeando al viento. También mandó
al Capitán Creencia que para el momento en que el Archivero leyera el perdón
general en la ciudad de Alma Humana, en aquel mismo momento marchara con los estandartes
desplegados y entrara por la Puerta del Ojo con sus diez mil siguiéndole, y que
avanzara por la avenida principal de la ciudad hasta las puertas de la
ciudadela, y que se posesionara de la misma hasta la llegada de su Señor.
También le ordenó que mandara al Capitán Juicio y al Capitán Ejecución que le
dejasen la fortaleza y que se retirasen de Alma Humana, y que volvieran
rápidamente al campamento, donde se encontraba el Príncipe.[152]
Y ahora quedó la ciudad de Alma
Humana libertada también del terror de los primeros cuatro capitanes y de sus
hombres.
Bien, ya os he referido antes qué
trato recibieron los presos de parte del noble príncipe Emanuel, y cómo ellos
se habían conducido ante él, y cómo los había despedido de vuelta a su hogar
con gaita y tamboril delante de ellos. Y ahora es de pensar que los de la
ciudad, que durante todo este tiempo habían estado esperando oír nuevas acerca
de su muerte, no podían sino tener unas mentes embargadas de tristeza, con
pensamientos dolorosos como espinas. Y sus pensamientos no podían detenerse;
les soplaba un huracán de incertidumbres; sus corazones eran como unas balanzas
sacudidas por una mano temblorosa. Pero al final, mientras iban lanzando
miradas ansiosas por encima de la muralla de Alma Humana, pensaron que veían a
algunos volviendo a la ciudad, y se llenaron de curiosidad: ¿Quiénes podían ser
estos? Al final distinguieron que se trataba de los presos: Pero ¿podéis
imaginar cómo sus corazones quedaron sorprendidos y maravillados, especialmente
al darse cuenta de con qué cortejo y honra eran devueltos al hogar? Habían ido
al campamento de negro, pero volvían a la ciudad vestidos de blanco;[153]
habían salido al campamento con sogas alrededor del cuello; ahora llevaban
cadenas de oro; se habían marchado al campamento con los pies sujetos con
grillos; ahora volvían con sus pasos ensanchados; habían ido al campamento
esperando la muerte, pero ahora volvían de allí con certidumbre de vida; habían
ido con sus corazones llenos de agobio, pero volvían con gaita y tamboril
delante de ellos. De modo que, inmediatamente que llegaron a la Puerta del Ojo,
la pobre y tambaleante ciudad de Alma Humana se aventuró a lanzar un grito; y
un grito lanzaron que hizo que los capitanes del ejército del Príncipe saltaran
al oírlo. ¿Y quién podría reprocharles que gritaran así, a estos pobres
corazones, siendo que sus amigos muertos habían vuelto a la vida? Porque para
ellos fue como vida de entre los muertos ver a los antiguos nobles de la ciudad
de Alma Humana resplandecer con tal lustre. No habían estado esperando nada
sino el hacha y el tajo, y en cambio lo que había era gozo y alegría,
consolación y ánimo, y les acompañaba una música tan melódica que era
suficiente para sanar a un enfermo.[154]
Al llegar, pues, se saludaron unos
a otros con «¡Bienvenidos!, ¡Bienvenidos! ¡Y bendito sea el que os ha
perdonado!» Y añadieron: «Vemos que va bien con vosotros; pero, ¿cómo le irá a
la ciudad de Alma Humana?, e insistían: ¿Le irá bien a la ciudad?». A esto les
respondieron el Archivero y el Lord Alcalde:[155] «¡Nuevas!, ¡buenas nuevas!,
¡gratas nuevas de bien, y de gran gozo para la pobre Alma Humana!» Entonces
elevaron otro clamor, que hizo que la tierra volviera a temblar. Después de
esto, indagaron de una manera más particular acerca de lo que había sucedido en
el campamento, y del mensaje que traían de parte de Emanuel para la ciudad. Así
que ellos les refirieron todo lo ocurrido en el campamento, y todo lo que el
Príncipe les había dicho. Esto llevó a que Alma Humana se maravillara ante la
sabiduría y gracia del Príncipe Emanuel. Entonces ellos les dijeron lo que
habían recibido de manos del Príncipe para toda la ciudad de Alma Humana, y el
Archivero lo proclamó con estas palabras: «¡PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN[156] para
Alma Humana! ¡Y esto lo conocerá Alma Humana mañana!» Entonces dio órdenes, y
entraron y convocaron a Alma Humana a reunirse a la mañana siguiente en la
plaza del mercado, para oír en aquel momento la lectura de su perdón general.
Pero, ¿quién puede imaginar el
cambio, la alteración que estas primeras noticias causó en la apariencia de la
ciudad de Alma Humana? Aquella noche nadie podía dormir por el gozo que les
embargaba: en cada casa había alegría y música, cantos y dicha: todo lo que
Alma Humana tenía por hacer era hablar y oír de la dicha de Alma Humana; y éste
era el tenor de todo su cántico: «¡Oh, más de esto cuando se levante el sol
mañana! ¡Más de esto mañana!» «¿Quién iba a pensar ayer», decía uno, «que el
día de hoy nos iba a traer algo así? ¿Y quién que vio ir a nuestros presos
encadenados hubiera podido pensar que volverían con cadenas de oro? Sí,
aquellos que pensaban que iban a ser condenados por su juez fueron por él
absueltos, y no porque ellos fuesen inocentes, sino por la misericordia del
Príncipe, que los devolvió al hogar con gaita y tamboril. Pero, ¿es ésta la
costumbre de los príncipes? ¿Suelen ellos mostrar tal bondad a los traidores?
¡No; esta es cualidad exclusiva de Shaddai, y de Emanuel, su Hijo!»
Se hizo de mañana; entonces el Lord Alcalde, el Lord
Recia-Voluntad y el Sr. Archivero acudieron a la plaza del mercado a la hora
señalada por el Príncipe, y donde les estaban esperando los ciudadanos; y al
llegar allí, lo hicieron con los atavíos y la gloria con que el Príncipe los
había revestido el día antes, y la calle estaba alumbrada con la gloria de
ellos. Luego el Alcalde, el Archivero, y milord Recia-Voluntad se dirigieron a
la Puerta de la Boca, que estaba en el extremo inferior de la plaza del
mercado, porque aquel era el lugar que desde tiempos antiguos se empleaba para
las proclamas públicas. Allí, pues, se dirigieron en sus ropajes, y los
precedían unos tamboriles. Y ahora grande era la impaciencia de la población
por tener un pleno conocimiento de lo que se había de comunicar.
Entonces se levantó el Archivero,
y, tras pedir silencio con un ademán, leyó el perdón en voz alta. Pero cuando
llegó a estas palabras:[157] «¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y
piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado ...
Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres», etc., no pudieron
resistir el deseo de saltar de gozo. Porque tenéis que saber esto, que esta proclamación
tenía como objeto a cada uno de los naturales de Alma Humana; también los
sellos del perdón eran un espléndido espectáculo.
Cuando el Archivero hubo terminado
la lectura del perdón, los ciudadanos[158] se precipitaron sobre las murallas
de la ciudad, saltando y brincando allí de gozo, y se inclinaron siete veces
hacia el pabellón de Emanuel, y clamaron en voz alta de alegría, vitoreando:
«¡Viva Emanuel para siempre!» Entonces se dieron órdenes a los jóvenes de Alma
Humana que hicieran tañer las campanas gozosamente.[159] Y tañían las campanas,
y la gente cantaba, y se oía música en cada hogar de Alma Humana.
26
Cuando el Príncipe hubo enviado de
vuelta a los tres presos de Alma Humana con gozo, gaita y tamboril, ordenó a
sus capitanes, junto con todos los oficiales de campo y soldados en todo su
ejército, que estuvieran dispuestos aquella mañana, en la que el Archivero iba
a leer el perdón en Alma Humana, para cumplir sus órdenes. Así, al llegar la
mañana, justo en el momento en que el Archivero acababa de leer el perdón,
Emanuel mandó que sonaran todas las trompetas del campamento, que ondearan
todos los estandartes, la mitad de ellos sobre el Terraplén Gracia y la otra
mitad sobre el Terraplén Justicia. Ordenó también que los capitanes se
presentasen con uniforme de gala, y que los soldados lanzaran vítores de
júbilo. Tampoco se quedó quieto el Capitán Creencia[160] aquel día, aunque
estaba en la ciudadela, sino que desde la parte alta de la fortaleza se mostró
con toque de trompeta a Alma Humana y al campamento del Príncipe.
De esta manera os he expuesto la
forma y manera en que Emanuel recuperó la ciudad de Alma Humana de manos y del
poder de Diábolo.
Cuando el Príncipe hubo terminado
todas estas ceremonias externas de su gozo, ordenó de nuevo que sus capitanes y
soldados mostraran a Alma Humana algunas hazañas guerreras:[161] Y así ellos se
prepararon a ello. ¡Qué agilidad, destreza y valentía exhibieron estos
guerreros en maniobras militares ante la ciudad de Alma Humana, ahora llena de
admiración!
Marchaban, hacían contramarchas; se
abrían a la derecha y a la izquierda; se dividían y subdividían; se cerraban,
viraban, aseguraban su vanguardia y retaguardia, y una veintena más de
maniobras, con total destreza; de tal manera se exhibieron que se atrajeron, o
más aún, cautivaron, los corazones de Alma Humana mientras los contemplaba.
Pero añadamos a esto su manejo de las armas y su destreza con los ingenios de
guerra, que a Alma Humana y a mí nos dejaron llenos de admiración.
Cuando se acabaron estas acciones,
toda la ciudad de Alma Humana salió como un solo hombre hacia el Príncipe en el
campamento para darle las gracias, y para alabarle por su abundante favor, y
para rogarle que tuviera su Gracia el favor hacia ellos de entrar en Alma
Humana con sus hombres, y hacer allí su morada para siempre; y esto lo hicieron
de la manera más humilde, inclinándose siete veces al suelo delante de él.
Entonces él dijo: «Paz a vosotros». Así, la ciudad se acercó y tocó con la mano
el extremo de su cetro de oro, y dijeron: «¡Oh, que el Príncipe Emanuel, con
sus capitanes y hombres de guerra, quisiera morar en Alma Humana para siempre;
y que sus arietes y catapultas pudieran quedarse dentro para uso y servicio del
Príncipe, y para ayuda y fortaleza de Alma Humana! Porque tenemos», añadieron
ellos, «sitio para ti, sitio para tus hombres, y también sitio para tus armas,
y lugar para depósito de tu impedimenta. Hazlo, Emanuel,[162] y serás Rey y
Capitán en Alma Humana para siempre. Sí, gobiérnanos también conforme a todo el
deseo de tu alma, y pon gobernadores y príncipes subordinados a ti de entre tus
capitanes y hombres de guerra, y nosotros seremos tus siervos, y tus leyes
serán nuestra instrucción».
Además, añadieron y rogaron a su
Majestad que considerara esto: «Porque si ahora,» dijeron ellos, «después de
habernos otorgado toda esta gracia a nosotros, tu miserable ciudad de Alma
Humana, tú te apartas de nosotros junto con tus capitanes, la ciudad de Alma
Humana morirá. Sí, nuestro bendito Emanuel,» insistieron ellos, «si te apartas
de nosotros ahora, ahora que nos has hecho tanto bien y mostrado tal
misericordia, ¡qué sucederá sino que nuestro gozo será como si no hubiera sido,
y nuestros enemigos vendrán por segunda vez contra nosotros con más furia que
la primera! Por ello, te rogamos, ¡Oh tú el deseo de nuestros ojos, y la fuerza
de la vida de nuestra pobre ciudad!, acepta esta petición que hacemos a ti
ahora, nuestro Señor, y ven y mora habita en medio de nosotros, y que nosotros
seamos tu pueblo. Además, Señor,[163] no podemos dejar de saber que muchos
diabolianos pueden estar acechando en la ciudad de Alma Humana, y que ellos, si
tu nos dejas, nos entregarán otra vez en mano de Diábolo. ¿Y quién sabe qué
designios, complots o añagazas pueden ya haber estado ideando ya! No queremos
caer de nuevo en sus horribles garras. Por ello, acepta de tu gracia nuestro
palacio como lugar de residencia, y las casas de los mejores hombres de nuestra
ciudad para la recepción de tus soldados y de sus enseres».
Entonces dijo el Príncipe: «Si
vengo a vuestra ciudad, ¿me permitiréis seguir actuando como tengo en mi
corazón en contra de mis y vuestros enemigos? Más aún, ¿me ayudaréis en tal
empresa?»
Ellos respondieron: «No sabemos lo
que haremos; no pensábamos en el pasado que podríamos llegar a ser tales
traidores contra Shaddai como hemos resultado ser. Entonces, ¿qué diremos a
nuestro Señor? Que no confíes en tus santos; habite el Príncipe en nuestra
ciudadela, y haz de nuestra ciudad cuartel para una guarnición; ponga el
Príncipe a sus nobles capitanes y a sus guerreros sobre nosotros; sí,
conquístenos con su amor, y vénzanos con su gracia, y entonces de cierto que él
estará con nosotros, y nos ayudará, como él estuvo e hizo aquella mañana en que
nos fue leído el perdón. Nosotros nos adheriremos a éste nuestro Señor, y con
sus caminos, y nos mantendremos con su palabra contra los poderosos.
«Una palabra más, y tus siervos
habrán acabado y no incomodarán más a nuestro Señor. No conocemos la
profundidad de tu sabiduría, nuestro Príncipe. ¡Quién podía haber pensado, si
hubiéramos sido regido por su razón, que de estas amargas pruebas con que hemos
sido probados al principio pudiera salir tanta dulzura como la que gozamos ahora!
Pero, Señor, vaya delante de ti la luz, y que el amor venga después: sí,
tómanos de la mano y condúcenos según tu consejo, y que siempre permanezca esto
sobre nosotros, que todas las cosas serán para bien de tus siervos, y acude a
nuestra Alma Humana, y haz conforme a ti te plazca. Oh, ven Señor a nuestra
Alma Humana, haz conforme a tu voluntad, para guardarnos de pecado, y que
seamos de servicio para tu Majestad».
Entonces respondió el Príncipe a la
ciudad de Alma Humana: «Id, volved en paz a vuestras casas. De todo corazón
cumpliré vuestros deseos. Desharé mi pabellón real, situaré mañana mis fuerzas
delante de la Puerta del Ojo, y así entraré en la ciudad de Alma Humana. Tomaré
posesión de vuestra ciudadela de Alma Humana, y pondré mis soldados sobre
vosotros; sí, haré cosas en Alma Humana sin paralelo en ninguna nación, país o
reino bajo el cielo».
Entonces gritaron de júbilo los
habitantes de Alma Humana, y volvieron a sus casas en paz; también refirieron a
sus amigos y parientes el bien que Emanuel había prometido a Alma Humana. «Y
mañana», dijeron ellos, «él entrará en nuestra ciudad, y hará su morada en Alma
Humana, él y sus hombres».
Entonces salieron raudos los
habitantes de la ciudad de Alma Humana a los árboles y a los prados, para
recoger ramas y flores, y con ellas cubrir las calles para dar la bienvenida a
su Príncipe, el Hijo de Shaddai cuando llegase. También hicieron guirnaldas y
otras obras primorosas para expresar el gozo que sentían y que debían sentir
por recibir a su Emanuel en Alma Humana; cubrieron del todo con ellas la calle
desde la Puerta del Ojo hasta la puerta de la ciudadela, el lugar al que el
Príncipe iba a dirigirse. También prepararon para su llegada toda la música que
la ciudad de Alma Humana podía ofrecer, para tocarla precediéndole al palacio,
su morada.
27
Así que a la hora señalada llegó él
a Alma Humana, y las puertas estaban abiertas para él; también los antiguos
nobles y los ancianos de Alma Humana le recibieron, saludándole con mil bienvenidas.
Entonces se levantó y entró en Alma Humana, junto con sus siervos. Los ancianos
de Alma Humana fueron también bailando delante de él hasta que llegó a las
puertas de la ciudadela. Y de esta manera entró: Iba revestido con su armadura
de oro, montado en su regio carro de guerra, las trompetas sonaban a su
alrededor, los estandartes ondeaban al viento, y sus decenas de millares le
seguían, y los ancianos de Alma Humana danzaban delante de él. Y ahora las
murallas de la célebre ciudad de Alma Humana resonaban con los pasos de sus
habitantes, que habían subido a ellas para ver la llegada del bendito Príncipe
y de su ejército real. También las galerías, ventanas, balcones y terrazas de
las casas estaban atestadas de personas de toda clase, para contemplar cómo
ahora su ciudad era llenada de bien.
Cuando se hubo adentrado en la
ciudad hasta la casa del Archivero, ordenó que alguien fuera al Capitán
Creencia para saber si la ciudadela de Alma Humana estaba dispuesta para acoger
su regia presencia (porque la preparación de la ciudadela se había encomendado
a este capitán),[164] y se le avisó que todo estaba dispuesto. Entonces se dio
orden al Capitán Creencia que acudiera también con sus fuerzas para recibir al
Príncipe, lo que se cumplió, y él se dirigió a la ciudadela.[165] Hecho esto,
el Príncipe se quedó aquella noche en la ciudadela con sus valientes capitanes
y hombres de guerra, para gozo de la ciudad de Alma Humana.
A continuación, la siguiente
preocupación de los ciudadanos fue cómo acantonar entre ellos a los capitanes y
soldados del ejército del Príncipe, pero la preocupación no era cómo podrían
librarse de tal cosa, sino cómo podrían lograr llenar sus casas con ellos;
porque ahora cada hombre en Alma Humana tenía tal estima por Emanuel y por sus
hombres que nada les dolía más que no tener lugar suficiente, cada uno de
ellos, para recibir a todo el ejército del Príncipe; sí, consideraban un honor
servirlos, y en aquellos días acudían a sus demandas como lacayos.
Al final se resolvió:
1. Que el Capitán Inocencia
residiera en casa del Sr. Razón.
2. Que el Capitán Paciencia
residiera en casa del Sr. Mente. Este Sr. Mente había sido el secretario de
Lord Recia-Voluntad en los tiempos de la rebelión.
3. Se ordenó que el Capitán Caridad
residiera en la casa del Sr. Afecto.
4. Que el Capitán Buena-Esperanza
residiera en casa del milord Alcalde. En cuanto a la casa del Archivero, él
mismo pidió que, por cuanto su casa estaba próxima a la ciudadela, y porque el Príncipe
le había ordenado que a él le tocaba, si era necesario, quien debía tocar la
alarma en Alma Humana, pidió, digo, que el Capitán Boanerges y el Capitán
Convicción residieran con él, ellos y todos sus hombres.
5. En cuanto al Capitán Juicio y el
Capitán Ejecución, milord Recia-Voluntad[166] los tomó consigo, a ellos y a sus
hombres, porque él debía gobernar ahora bajo el Príncipe para el bien de la
ciudad de Alma Humana como antes lo había hecho bajo el tirano Diábolo para su
daño y desgracia.
6. Y las fuerzas de Emanuel
quedaron acuarteladas por todo el resto de la ciudad; pero el Capitán Creencia,
con sus hombres, se quedaron todavía en la ciudadela. Y así se alojaron el
Príncipe, sus capitanes y sus soldados, en la ciudad de Alma Humana.
Los antiguos nobles y ancianos de
la ciudad de Alma Humana tenían ahora la sensación de que nunca veían bastante
al Príncipe Emanuel; su persona, sus acciones, sus palabras, su conducta, les
eran tan gratas, tan atractivas, tan deseables. Por ello le rogaron que aunque
residiese en la ciudadela de Alma Humana (y ellos deseaban que habitase allí
para siempre), que no obstante visitase con frecuencia las calles, casas y
gentes de Alma Humana. «Porque, ¡oh temido Soberano!», le dijeron ellos, «tu presencia,
tus miradas, tus sonrisas, tus palabras, son la vida, la fuerza y el vigor de
la ciudad de Alma Humana».
Además, deseaban gozar, sin
dificultades ni interrupciones, de un acceso constante a él (y con este
propósito mandó que las puertas quedaran abiertas), para poder ver su manera de
actuar, las fortificaciones del lugar, y la regia mansión del Príncipe.
Cuando él hablaba, todos callaban y
escuchaban;[167] y cuando caminaba, era deleite de ellos imitarle en su andar.
Un día, Emanuel celebró un banquete
para la ciudad de Alma Humana; y al llegar el día del banquete entraron los
habitantes de la ciudad para participar del mismo; y él los festejó con toda
clase de alimentos exóticos —alimentos que no se daban en los campos de Alma
Humana ni en todo el Reino del Universo; eran alimentos procedentes de la corte
de su Padre. Y así hizo servirles plato tras plato,[168] y se les mandó que
comieran con toda libertad. Pero cada vez que les servían un nuevo plato, se
decían entre ellos: «¿Qué es esto?»,[169] porque no sabían qué era. También
bebieron del agua que había sido transformada en vino, y se alegraron mucho con
él.[170] También hubo música a la mesa durante todo el convite. Y comieron
comida de ángeles[171] y miel de la roca. Así Alma Humana comió de los
alimentos propios de la corte; sí, ahora tenían para saciarse.
No debo olvidar deciros que a esta
mesa había músicos, pero no eran ni del país ni de la ciudad de Alma Humana,
sino que eran los maestros cantores que cantaban en la corte de Shaddai.
Ahora, ya acabada la fiesta,
Emanuel entretuvo a la ciudad de Alma Humana con algunos curiosos enigmas[172]
secretos preparados por el secretario de su Padre, por la destreza y sabiduría
de Shaddai: no los hay como estos en ningún reino.[173] Estos enigmas tenían
que ver con el mismo Rey Shaddai y con su Hijo Emanuel, y con sus guerras y
acciones con Alma Humana.
Emanuel les explicó también algunos
de estos enigmas, pero entonces, ¡cómo quedaron iluminados! Vieron lo que jamás
habían visto; no hubieran podido pensar que tales rarezas se pudieran expresar
en tan pocas y tan comunes palabras. Ya os he dicho acerca de quiénes trataban
estos enigmas; y, al ser explicados, la gente vio que evidentemente así era.
Sí, llegaron a darse cuenta que aquellas cosas mismas eran una especie de
retrato, una expresión del mismo Emanuel; porque cuando leyeron en el libro
donde estaban escritos los enigmas, y miraron el rostro del Príncipe, ambas
cosas eran tan semejantes entre sí que Alma Humana no podía dejar de decir:
«¡Éste es el cordero! ¡Éste es el sacrificio! ¡Éste es la roca! ¡Éste es la
vaca alazana! ¡Éste es la puerta! ¡Y éste es el camino!», junto con muchas
otras cosas.
Y así despidió a la ciudad de Alma
Humana.[174] ¡Pero os podréis imaginar el entusiasmo de la gente de la ciudad!
¡Estaban embargados de gozo, totalmente maravillados, mientras comprendían y
meditaban en las cosas con las que su Emanuel los había entretenido, y acerca
de los misterios que les había desvelado. Y al llegar a sus casas, y a sus
lugares más retirados, no podían dejar de cantar acerca de él y de sus
acciones. Sí, tan maravillados se sentían los ciudadanos ahora con su Príncipe,
que cantaban de él en sus mismos sueños.
28
El Príncipe Emanuel tenía en su
corazón el propósito de remodelar la ciudad de Alma Humana, y ponerla en tal
condición que le fuera de lo más placentera para él, y que mejor fuera para el
bien y la seguridad de la ahora floreciente ciudad de Alma Humana. También tomó
medidas en contra de insurrecciones interiores y de invasiones desde fuera, por
el amor que tenía a la célebre ciudad de Alma Humana.
Por ello, primero ordenó montar las
grandes catapultas que había traído de la corte de su Padre, cuando vino a la
guerra de Alma Humana, algunas en las almenas de la ciudadela, otras sobre las
torres; porque había torres en la ciudad de Alma Humana, edificadas por Emanuel
desde su llegada. Había también un ingenio, inventado por Emanuel, para arrojar
piedras desde la ciudadela de Alma Humana por la Puerta de la Boca; un
instrumento irresistible y que no actuaría sin eficacia. Por ello, y a causa de
sus portentosos efectos cuando se empleaba, no tenía nombre; y se encomendó su
manejo y protección a manos del valiente Capitán Creencia, en caso de que
hubiera guerra.
Hecho esto, Emanuel llamó a Lord
Recia-Voluntad, y le ordenó que tomara a su cargo las puertas, la muralla y las
torres de Alma Humana; el Príncipe puso también la milicia bajo su mando, y le
ordenó específicamente resistir todas las insurrecciones y tumultos que
pudieran darse en Alma Humana contra la paz de nuestro Señor el Rey, y contra
la paz y la tranquilidad de la ciudad de Alma Humana. También le ordenó que si
descubría diabolianos acechando en cualquier rincón de la célebre ciudad de
Alma Humana, de inmediato los arrestara, y que los entregase a una custodia
segura, para que se pudiera proceder contra ellos conforme a la ley.
Entonces hizo llamar a Lord
Entendimiento, que era el antiguo Lord Alcalde, el que había sido depuesto
cuando Diábolo tomó la ciudad, y lo restituyó en su cargo, dándole carácter
vitalicio. Le mandó también que construyera un palacio cerca de la Puerta del
Ojo, y que lo construyera como una torre para la defensa. Le ordenó también que
leyera en la Revelación de los Misterios todos los días de su vida, para que
pudiera saber cómo cumplir su función de manera correcta.
También designó al Sr. Conocimiento
como Archivero, no por menosprecio del viejo Sr. Conciencia, que había sido el
Archivero antes, sino que era su voluntad como príncipe designar al Sr.
Conciencia para otro cargo, del que el viejo caballero sabría más con
posterioridad.
Luego ordenó quitar la imagen de
Diábolo de su lugar y que fuera totalmente destruida, batiéndola hasta
convertirla en polvo, y que el polvo fuera lanzado al viento fuera de la
muralla de la ciudad, y que volviera a levantarse la imagen de Shaddai su
Padre, junto con la suya, sobre las puertas de la ciudadela; y que se dibujaran
más bellamente que nunca,[175] por cuanto tanto su Padre como Él habían acudido
a Alma Humana con más gracia y misericordia que nunca. También quiso que
grabasen de forma bella su nombre sobre la frente de la ciudad, y que se
hiciera con el mejor oro, para honra de la ciudad de Alma Humana.
Después de haber hecho esto,
Emanuel dio orden de apresar a aquellos tres grandes diabolianos, esto es, los
últimos dos Lores Alcaldes: el Sr. Incredulidad y el Sr. Concupiscencia, y el
último Archivero, el Sr. Olvida-lo-Bueno. Además de estos, había algunos que
Diábolo había nombrado diputados y concejales en Alma Humana, y que habían sido
luego encarcelados por el ahora valiente y ahora honorable Lord Recia-Voluntad.
Y estos eran sus nombres: El
Concejal Duro-Corazón, el Concejal Falsa-Paz. Los diputados eran: el Sr.
No-Verdad, el Sr. Implacable, el Sr. Arrogancia, y otros. Éstos fueron
encomendados a una firme custodia, y el nombre del carcelero era el Sr. Fiel.
Este Fiel era uno de los que Emanuel había traído consigo de la corte de su
Padre, cuando comenzó la guerra contra Diábolo en la ciudad de Alma Humana.
Después de esto, el Príncipe ordenó
la demolición y total arrasamiento de los tres fuertes que los diabolianos
habían construido en la ciudad de Alma Humana por orden de Diábolo; de estos
fuertes y de sus nombres ya se ha tratado antes. Pero se tardó en llevar a
cabo, por lo grande de estos edificios, y porque era necesario sacar fuera de
la ciudad las piedras, los maderos, el hierro y todos los escombros.
Concluido esto, el Príncipe mandó
que el Lord Alcalde y los concejales de Alma Humana convocaran un tribunal para
el juicio y la condena de los diabolianos en la ciudad que estaban ahora
encomendados a la custodia del Sr. Fiel, el carcelero.
29
Llegada ya la hora, y reunido el
tribunal, dieron orden al Sr. Fiel, el carcelero, para que condujera a los
presos. Entonces fueron traídos los presos, esposados y encadenados juntos,
como era costumbre de la ciudad de Alma Humana. Así, cuando comparecieron ante
el Lord Alcalde, el Archivero y el resto del honorable tribunal, primero se
formó la lista del jurado, y luego se procedió a tomar juramento a los
testigos. Los nombres de los miembros del jurado eran: Sr. Credo, Sr.
Corazón-Fiel, Sr. Recto, Sr. Odia-lo-Malo, Sr. Ama-a-Dios, Sr. Ve-la-Verdad,
Sr. Mente-Celestial, Sr. Moderado, Sr. Agradecido, Sr. Buena-Obra, Sr.
Celo-por-Dios, y Sr. Humilde.
Los nombres de los testigos eran:
El Sr. Sabe-Todo, el Sr. Di-la-Verdad, el Sr. Odia-Mentiras, con milord
Recia-Voluntad y su asistente, si era necesario.
Así que se hizo comparecer a los
presos ante el tribunal. Luego dijo el Sr. Haz-lo-Justo (que era el Escribano
de la ciudad): «Carcelero, traed a Ateísmo ante el tribunal». Y fue traído ante
el tribunal. Entonces dijo el escribano: «Ateísmo, levantad la mano. Sois aquí
acusado bajo el nombre de Ateísmo (un intruso en la ciudad de Alma Humana) en
cuanto a que habéis enseñado del modo más pernicioso y maligno que no hay Dios,
ni por ello necesidad de preocuparse de la religión. Esto habéis hecho contra
el ser, la honra y la gloria del Rey, y contra la paz y seguridad de la ciudad
de Alma Humana. ¿Qué decís a esto? ¿Sois culpable o no culpable de lo que se os
acusa?»
Ateísmo: No culpable.
Oficial: Llámese al Sr. Sabe-Todo,
al Sr. Di-la-Verdad y al Sr. Odia-Mentiras.
Se les llamó, y comparecieron.
Entonces les dijo el Escribano:
«Vosotros, testigos del Rey, mirad al preso en el banquillo: ¿Le conocéis?»
Entonces dijo el Sr. Sabe-Todo:
«Si, señoría, le conocemos; su nombre es Ateísmo; ha sido un elemento de lo más
indeseable durante muchos años en la desgraciada ciudad de Alma Humana».
Escribano. ¿Estáis seguro de
reconocerlo?
Sabe. ¡Reconocerlo! Sí, mi señor;
hasta ahora frecuenté demasiado su compañía para no poder reconocerlo. Es
diaboliano e hijo de un diaboliano. Conocí a su abuelo y a su padre.
Escribano. Muy bien. Comparece aquí
bajo el nombre de Ateísmo, y se le acusa de haber sostenido y enseñado que no
hay Dios, y que por ello no hay necesidad de recurrir a ninguna religión. ¿Que
decís vosotros, los testigos del Rey, acerca de esto? ¿Es culpable, o no?
Sabe. Señoría, una vez él y yo nos
encontrábamos juntos en la Calle de los Villanos, y en aquel tiempo él hablaba
con viveza de diversas opiniones; y allí y entonces le oí decir que por su
parte él no creía que Dios existiese. «Pero», dijo él, «puedo profesar creer en
uno y ser tan religioso como convenga, si la compañía en la que me encuentro y
otras circunstancias me llevan a ello».
Escribano. ¿Es cierto que le
oísteis hablar así?
Sabe. Por mi juramento, se lo oí
decir.
Entonces el Escribano dijo: «Sr.
Di-la-Verdad, que decís vos a los jueces del Rey acerca del preso en el
banquillo?»
Di. Señoría, yo era antes un gran
compañero suyo, de lo cual ahora me arrepiento, y muchas veces le he oído
decir, y ello con todo descaro, que no creía que hubiera ni Dios, ni ángel ni
espíritu.
Escribano. ¿Dónde le oísteis decir
tal cosa?
Di. En la Vía Bocanegra y en el
Carrera de la Blasfemia, y en muchos otros lugares.
Escribano. ¿Le conocéis bien?
Di. Sé que es un diaboliano, hijo
de diaboliano, y un hombre terrible en cuanto a negar la Deidad. El nombre de
su padre era Nunca-Ser-Bueno, y tenía más hijos que este Ateísmo. Esto es todo.
Escribano. Sr. Odia-Mentiras, mirad
al preso en el banquillo: ¿le conocéis?
Odia. Señoría, este Ateísmo es una
de las personas más viles e indeseables que jamás haya conocido en mi vida. Le
he oído decir que no hay Dios; le he oído decir que no hay mundo venidero ni
castigo en el más allá; y además le he oído decir que tan bueno era ir a una
casa de prostitutas como ir a oír un sermón.
Escribano. ¿Dónde le oísteis decir
tales cosas?
Odia. En la Carrera de los
Borrachos, en la confluencia de la Vía de los Granujas, en una casa donde vivía
el Sr. Impiedad.
Escribano. Lleváoslo, carcelero, y
traed al Sr. Concupiscencia ante el tribunal. Sr. Concupiscencia, se os acusa
aquí bajo el nombre de Concupiscencia (un intruso en la ciudad de Alma Humana),
por cuanto habéis enseñado diabólicamente, por la práctica y con sucias
palabras, que es legítimo y provechoso para el hombre dar rienda suelta a sus
deseos carnales; y que vos, por vuestra parte, no os habéis privado ni jamás os
privaréis de ningún deleite pecaminoso en tanto que vuestro nombre sea
Concupiscencia. ¿Sois culpable o no culpable de lo que se os acusa?
Entonces respondió el Sr.
Concupiscencia. «Señoría, soy hombre de alta cuna, y he estado acostumbrado a
los placeres y pasatiempos de los grandes. No estaba acostumbrado a que se me
reprochase nada de lo que hiciese, sino que se me ha permitido seguir mi
voluntad como si fuera ley. Y me parece extraño ser llamado a responder por lo
que no sólo yo, sino casi todos los hombres toleran, aman y aprueban, secreta o
abiertamente».
Escribano. Señor, no nos ocupamos
de vuestra grandeza (aunque si mayor grandeza hubiais tenido, mejor os hubiera
ido), sino que nos estamos ocupando, lo mismo que vos, acerca de una acusación
que se presenta contra vuestra persona. ¿Qué decís? ¿Sois culpable o no
culpable?
Concupiscencia. No culpable.
Escribano. Oficial, llamad a los
testigos a comparecer y dar su testimonio.
Oficial. Caballeros, testigos del
rey, pasad a dar vuestro testimonio por nuestro Señor el Rey contra el preso en
el banquillo.
Escribano. Venid, Sr. Sabe-Todo,
mirad al preso en el banquillo. ¿Le conocéis?
Sabe. Sí, señoría, le conozco.
Escribano. ¿Cómo se llama?
Sabe. Su nombre es Concupiscencia;
fue hijo de un tal Bestial, y su madre le dio a luz en la Calle de la Carne;
ella era hija de uno llamado Malvado-Deseo. Conocí a toda su generación.
Escribano. Muy bien. Habéis oído la
acusación. ¿Qué decís vos a ello? ¿Es culpable de lo que se le acusa, o no
culpable?
Sabe. Señoría, él ha sido, como
dice, verdaderamente un gran hombre, y mayor en maldad que por cuna por mil
veces.
Escribano. Pero, ¿qué sabéis de sus
acciones en particular, y especialmente en referencia a aquello de que se le
acusa?
Sabe. Le conozco como profano,
mentiroso, quebrantador del día de reposo; le conozco que es fornicario y
persona impura; le conozco que es culpable de muchos males. Él ha sido, por lo
que sé, una persona muy impúdica.
Escribano. Pero, ¿dónde solía
cometer sus maldades? ¿En rincones, o de una manera más abierta y
desvergonzada?
Sabe. Por toda la ciudad, señoría.
Escribano. Venid, Sr. Di-la-Verdad.
¿Qué tenéis que decir por nuestro Señor el Rey contra este preso en el
banquillo?
Di. Señoría, todo lo que ha dicho
el primer testigo sé que es cierto, y mucho más que ha quedado por decir.
Escribano. Sr. Concupiscencia, ¿oís
lo que estos caballeros dicen?
Concupiscencia. Siempre fui de la
opinión de que la vida más feliz que un hombre podía vivir en la tierra era
nunca negarse nada de lo que deseara en el mundo; y nunca he sido infiel a
estas mis opiniones, sino que he vivido satisfaciéndolas todos los días. Y
nunca fui tan mezquino, al haber encontrado tanta dulzura en ellas yo mismo,
como para no recomendarlas a otros.
Entonces dijo el tribunal. «Ya ha
dicho bastante de su propia boca para hacerse condenar; lleváoslo por ello,
carcelero, y haced comparecer al Sr. Incredulidad ante el tribunal».
Escribano. Sr. Incredulidad, sois
aquí acusado bajo el nombre de Incredulidad (un intruso en la ciudad de Alma
Humana), por cuanto con felonía y maldad, y ello siendo un oficial en la ciudad
de Alma Humana, os resististeis a los capitanes del gran Rey Shaddai cuando
vinieron y exigieron la posesión de Alma Humana; desafiasteis el nombre, las
fuerzas y la causa del Rey, y también, junto con Diábolo vuestro capitán,
agitasteis y alentasteis a la ciudad de Alma Humana a resistir y a luchar
contra la dicha fuerza del Rey. ¿Qué decís vos acerca de esta acusación? ¿Sois
culpable, o no culpable?
Entonces dijo Incredulidad: «No
conozco a Shaddai; amo a mi antiguo príncipe; pensé que era mi deber ser fiel a
mi consigna y hacer todo lo posible por poseer las mentes de los hombres de
Alma Humana para que hicieran todo lo que estuviera en su mano para resistir a
los extranjeros y ajenos, e ir con toda fuerza contra ellos. Y no he cambiado
ni cambiaré mi opinión por temor alguno, aunque por el momento vosotros poseáis
el lugar y el poder».
Entonces dijo el tribunal: «Como
veis, este hombre es incorregible; mantiene sus villanías con firmeza de
palabras, y su rebelión con impúdica confianza; carcelero, lleváoslo, y traed a
Olvida-lo-Bueno ante el tribunal.
Olvida-lo-Bueno comparece ante el
tribunal.
Escribano. Sr. Olvida-lo-Bueno,
sois acusado bajo el nombre de Olvida-lo-Bueno (un intruso en la ciudad de Alma
Humana) en que vos, cuando estaban todos los asuntos de la ciudad de Alma
Humana en vuestra mano, olvidasteis totalmente servirla en lo que era bueno, y
os hicisteis cómplice del tirano Diábolo contra el Rey Shaddai, contra sus
capitanes y toda su hueste, para deshonra de Shaddai y quebrantamiento de su
ley, y poniendo en peligro de destrucción a la célebre ciudad de Alma Humana.
¿Qué decís a esta acusación? ¿Culpable o no culpable?
Entonces dijo Olvida-lo-Bueno:
«Caballeros, y ahora mis jueces: en cuanto a la acusación de que se me hace
objeto de varios crímenes, os ruego que atribuyáis mi omisión a mi edad y no a
mi mala voluntad; a la demencia de mi cerebro y no al descuido de mi mente; y
entonces espero que de vuestra caridad se me excusará de gran castigo, aunque
sea culpable».
Entonces dijo el Tribunal:
«Olvida-lo-Bueno, Olvida-lo-Bueno, tu olvido del bien no era sólo por
debilidad, sino a propósito, y porque aborrecías guardar lo bueno en tu mente.
Lo malo sí lo podías retener, pero no podías soportar meditar lo bueno; por
ello, empleas tu edad y tu pretendida demencia para cegar al tribunal, como un
manto para encubrir tus delitos. Pero oigamos ahora lo que tienen que decir los
testigos del Rey contra el preso en el banquillo. Sr. Odia-lo-Malo, ¿Es
culpable de lo que se le acusa, o no culpable?»
Odia. Señoría, yo le oí decir a
este Olvida-lo-Bueno que nunca podía soportar pensar en lo bueno, ni por un
cuarto de hora.
Escribano. ¿Dónde le oísteis decir
esto?
Odia. En la Vía Baja, en una casa
junto a la señal de la Conciencia cauterizada.
Escribano. Sr. Sabe-Todo, ¿qué
podéis decir por nuestro Señor el Rey contra el preso en el banquillo?
Sabe. Señoría, conozco bien a este
hombre. Es diaboliano e hijo de diaboliano; el nombre de su padre era
Ama-el-Mal; en cuanto a él, le he oído decir con frecuencia que consideraba los
mismos pensamientos de bien como la cosa más gravosa del mundo.
Escribano. ¿Cuándo le oísteis decir
estas palabras?
Sabe. En la Avenida de la Carne,
justo enfrente de la iglesia.
Entonces dijo el Escribano: «Venid,
Sr. Di-la-Verdad, dad vuestra evidencia con respecto al preso en el banquillo,
acerca de la acusación por la que comparece ante este honorable tribunal».
Di. Señoría, le he oído decir con
frecuencia que preferiría pensar en las cosas más viles que en lo que se
contiene en las Sagradas Escrituras.
Escribano. ¿Dónde le oísteis decir unas
palabras tan graves?
Di. ¿Dónde? En muchos lugares; en
particular en la Calle de la Náusea, en la casa de un tal Desvergonzado, y en
la Avenida de la Suciedad, ante el signo del Reprobado, junto al Descenso al
Abismo.
Tribunal. Caballeros, habéis oído
la acusación, a su defensa, y el testimonio de los testigos. Carcelero, traed
al Sr. Duro-Corazón ante el tribunal.
Se le hace comparecer ante el
tribunal.
Escribano. Sr. Duro-Corazón, se os
acusa hoy aquí bajo el nombre de Duro-Corazón (un intruso en la ciudad de Alma
Humana), de que poseísteis a la ciudad de Alma Humana de la forma más
desesperada y malvada con impenitencia y encallecimiento; que la privasteis de
remordimiento y de dolor por sus pecados todo el tiempo de su apostasía y
rebelión contra el bendito Rey Shaddai. ¿Qué decís de esta acusación? ¿Sois
culpable o no culpable?
Duro. Señoría, en toda mi vida
nunca he sabido lo que significaba el remordimiento ni la tristeza. Soy
impenetrable. No me preocupo por nadie. No puedo ser conmovido por los dolores
de los hombres. Sus gemidos no entran en mi corazón. Sea quien sea a quien yo
hiera, o a quien cause daño, para mí es música cuando para otros es duelo.
Tribunal. Ya veis que este hombre
es claramente un diaboliano, y que resulta convicto por sus propias palabras.
Lleváoslo, carcelero, y traed al Sr. Falsa-Paz ante el tribunal.
Falsa-Paz comparece ante el
tribunal.
«Sr. Falsa-Paz, se os acusa aquí
bajo el nombre de Falsa-Paz (un intruso en la ciudad de Alma Humana), por
cuanto malvada y satánicamente introdujisteis, mantuvisteis y guardasteis a la
ciudad de Alma Humana, tanto en su apostasía como en su infernal rebelión, una
paz falsa, carente de base, peligrosa y condenable, para deshonra del Rey,
transgresión de su ley y gran daño para la ciudad de Alma Humana. ¿Qué decís
vos? ¿Sois culpable de esta acusación o no?
Entonces dijo el Sr. Falsa-Paz:
«Caballeros, y vosotros que ahora habéis sido designados como mis jueces,
reconozco que mi nombre es Sr. Paz, pero que mi nombre sea Falsa-Paz lo niego
de plano. Si a vuestras señorías les place enviar a buscar a los que me conocen
de cerca, o a la comadrona que ayudó en mi parto, o a los chismosos que
estuvieron en mi bautizo, todos ellos declararán que mi nombre no es Falsa-Paz,
sino Paz. Por ello, no puedo hablar acerca de esta acusación, por cuanto mi
nombre no aparece en ella; y como mi nombre, así son mis inclinaciones. Siempre
he sido una persona que ha querido vivir en quietud, y lo que deseaba para mí,
pensé que sería deseable para los demás. Por ello, si veía que mis vecinos se
sentían agobiados y en estado de ansiedad, intentaba ayudarlos todo lo que
podía; y podría dar muchos ejemplos de este buen talante mío, como:
«1. Cuando, al principio, nuestra
ciudad de Alma Humana abandonó los caminos de Shaddai, ellos, algunos de ellos,
comenzaron a sentirse agitados acerca de lo que habían hecho; pero yo,
preocupado al ver su agitación, busqué medios para devolverles la tranquilidad.
»2. Cuando estaban de moda los
caminos del viejo mundo y de Sodoma, si sucedía algo que molestase a los que
favorecían las costumbres de los tiempos presentes, me dedicaba a aquietarlos
de nuevo, y a que pudieran proseguir en su forma de vivir sin inquietudes.
»3. Para no retroceder tanto:
cuando comenzaron las guerras entre Shaddai y Diábolo, si en cualquier momento
veía a alguien de la ciudad de Alma Humana que temiese la destrucción, solía
devolverlo a la calma, de la manera, o con el instrumento o la invención del
tipo que fuera. Por ello, ya que siempre he sido una persona inclinada a la
virtud, como dicen algunos que son los pacificadores, y si un pacificador es
una persona de mérito, como algunos lo han afirmado abiertamente, permitid, caballeros,
que sea considerado por vosotros, que tanto renombre tenéis por justicia y
equidad en Alma Humana, como alguien que no merece este trato inhumano, sino la
libertad, y también licencia para reclamar por daños y perjuicios a mis
acusadores».
Entonces dijo el escribano:
«Oficial, haz una proclama».
Oficial. ¡O sí! Por cuanto el preso
en el banquillo ha negado que su nombre sea el que aparece en la acusación, el
tribunal demanda que si hay alguno aquí que pueda dar información al tribunal
acerca del nombre original y correcto del preso, que comparezca y dé
testimonio; porque el preso se mantiene en su inocencia.
Entonces comparecieron dos ante el
tribunal, y pidieron que se les permitiera decir lo que sabían acerca del preso
en el banquillo. El nombre de uno era Busca-la-Verdad, y el del otro,
Apoya-la-Verdad. El tribunal preguntó luego a estos hombres si conocían al
preso, y qué podían decir acerca de él, «porque», dijeron ellos, «se mantiene
en su defensa».
Entonces habló el Sr.
Busca-la-Verdad: «Señoría, yo...».
Tribunal. ¡Un momento! Que se le
tome juramento.
Entonces le tomaron juramento, y él
prosiguió.
Busca. Señoría, conozco a este
hombre desde mi infancia, y puedo testificar que su nombre es Falsa-Paz.
Conozco a su padre. Su nombre era Sr. Adulador. Y, de soltera, su madre se
llamaba Sra. Desenfadada; estos dos, después de casarse, no tardaron en tener
este hijo, y cuando hubo nacido, lo llamaron Falsa-Paz. Yo fui su compañero de
juegos, aunque era algo mayor que él; y cuando su madre lo llamaba a casa
después de jugar, solía decir: «Falsa-Paz, Falsa-Paz, ven a casa ya, o saldré a
buscarte». Sí, lo conocí ya cuando mamaba, y aunque entonces yo era pequeño,
recuerdo que su madre solía sentarse a la puerta con él, y que jugueteaba con
él en sus brazos, y que le decía veintenas de veces: «¡Mi pequeño Falsa-Paz; mi
bonito Falsa-Paz!» y «¡Ah, mi granujilla, mi Falsa-Paz!», y también: «¡Oh, mi
pajarillo Falsa-Paz!», y «¡Cuánto quiero a mi niño!» Los chismosos saben esto
también, aunque haya tenido el descaro de negarlo ante el tribunal.
Entonces se llamó al Sr.
Apoya-la-Verdad para que dijera lo que sabía de él. Y le tomaron juramento.
Entonces dijo el Sr.
Apoya-la-Verdad: «Señoría, todo lo dicho por el testigo anterior es cierto. Su
nombre es Falsa-Paz, hijo del Sr. Adulador y de la Sra. Desenfadada, su madre;
y en el pasado le vi encolerizarse con los que le llamaban con otro nombre que
Falsa-Paz, diciendo que ello era burlarse de él y echarle motes. Pero esto
sucedía en los tiempos en que Falsa-Paz era un principal, y cuando los
diabolianos dominaban en Alma Humana.
Tribunal. Caballeros, habéis oído
lo que estos dos hombres han testificado bajo juramento contra el preso en el
banquillo. Y ahora, Sr. Falsa-Paz, esto os decimos: habéis negado que vuestro
nombre es Falsa-Paz, pero veis que estos hombres honrados han jurado que éste
es vuestro nombre. En lo que a vuestra defensa se refiere, no es relevante
respecto a la acusación presentada, pues no se os acusa como malhechor por ser
un hombre de paz, o por ser pacificador entre vuestros vecinos, sino por cuanto
con maldad satánica trajisteis, mantuvisteis y guardasteis una falsa paz en la
ciudad de Alma Humana, tanto en su apostasía como en su infernal rebelión, una
falsa paz mentirosa y condenable, contraria a la ley de Shaddai, y para peligro
de destrucción de la ciudad de Alma Humana. Todo lo que habéis hecho en vuestra
defensa es negar vuestro nombre, etc., pero aquí, como veis, tenemos testigos
para demostrar quién sois. En cuanto a la paz de que tanto os jactáis de poner
en vuestros vecinos, sabed que esta paz no es compañera de la verdad y de la
santidad, sino que es la que carece de fundamento, que se basa sobre una
mentira, y que es engañosa y condenable, como también lo ha dicho el gran
Shaddai. Por tanto, vuestra defensa no os absuelve de la acusación por la que
comparecéis aquí, sino que más bien la refuerza. Pero tendréis un juicio justo.
Llamemos a los testigos que tenemos aquí para dar testimonio en cuanto al
asunto mismo, y veamos qué tienen que decir por nuestro Señor el Rey contra el
preso en el banquillo.
Escribano. Sr. Sabe-Todo, ¿qué
testificáis por nuestro Señor el Rey contra el preso en el banquillo?
Sabe. Señoría, este hombre se ocupó
durante mucho tiempo, a mi leal saber y entender, a mantener a la ciudad
de Alma Humana en una calma pecaminosa en medio de toda su inmundicia, suciedad
y maldad, y dijo, a mis oídos: Venid, venid, huyamos de toda turbación, venga
de donde viniere, y vivamos una vida tranquila y pacífica, aunque carezca de
buen fundamento.
Escribano. Acudid, Sr.
Odia-Mentiras. ¿Qué tenéis que decir?
Odia. Señoría, le oí decir que la
paz, aunque sea en camino de injusticia, es mejor que la turbación con la
verdad.
Escribano. ¿Dónde le oísteis decir
esto?
Odia. Se lo oí decir en el Patio de
la Necedad, en casa de un tal Sr. Simple, que está junto a la señal del
Engañador-de-sí-mismo. Sí, que yo sepa lo dijo unas veinte veces en aquel
lugar.
Escribano. Podemos ahorrarnos más
testigos. Estos testimonios son claros y concluyentes. Lleváoslo, carcelero, y
traed al Sr. No-Verdad ante el tribunal.
Sr. No-Verdad, comparecéis aquí
acusado bajo el nombre de No-Verdad (un intruso en la ciudad de Alma Humana),
por cuanto siempre, para deshonra de Shaddai y para peligro de ruina total de
la célebre ciudad de Alma Humana, os disteis a destruir y a hacer desaparecer
totalmente los restos de la ley y de la imagen de Shaddai que se encontraban en
Alma Humana después de su gran apostasía y alejamiento de su Rey para
entregarse a Diábolo, el envidioso tirano. ¿Qué decís, sois culpable o no
culpable de lo que se os acusa?
No. No culpable, señoría.
Entonces se hizo comparecer a los
testigos, y el Sr. Sabe-Todo fue el primero en presentar testimonio contra él.
Sabe. Señoría, este hombre
intervino en la destrucción de la imagen de Shaddai; más aún, lo hizo con sus
propias manos. Yo mismo estaba allí, y le vi hacer esto, y lo hizo a las
órdenes de Diábolo. Y más que esto hizo este Sr. No-Verdad: también erigió la
imagen cornuda de la bestia Diábolo en el mismo lugar. También fue él quien,
por orden de Diábolo, derribó, arrasó y quemó todo lo que pudo de los restos de
la ley del Rey, todo lo que de ella se pudo apoderar en Alma Humana.
Escribano. ¿Quién le vio hacer esto
además de vos?
Odia-Mentira. Yo, señoría, y además
muchos otros; porque no se hizo a hurtadillas ni en un rincón, sino abiertamente.
Sí, él decidió hacerlo en público, porque le complacía hacerlo.
Escribano. Sr. No-Verdad: ¿cómo
habéis tenido el descaro de declararos no culpable, cuando erais
manifiestamente el autor de todas estas iniquidades?
No. Señoría, pensé que algo debía
decir, y tal cual es mi nombre, así hablo. Me ha funcionado bien en el pasado,
y no sabía si por no decir la verdad no podría lograr ahora los mismos
beneficios.
Escribano. Lleváoslo, carcelero, y
traed al Sr. Implacable ante el tribunal. Sr. Implacable, se os acusa aquí bajo
el nombre de Implacable (intruso en la ciudad de Alma Humana) por cuanto de
manera pérfida y malvada cerrasteis todas las entrañas de compasión y no
permitisteis que Alma Humana se condoliera de sus propias miserias cuando hubo
apostatado de su legítimo Rey, sino que rehuisteis y en todo momento
distrajisteis su mente de aquellos pensamientos que tuviesen tendencia a
llevarla al arrepentimiento. ¿Qué decís a esta acusación? ¿Culpable o no
culpable?
Implacable. No culpable de
implacabilidad: todo lo que hice fue animarla, conforme a mi nombre, porque mi
nombre no es Implacable, sino Aliento. Y no podía resistir ver Alma Humana
inclinada a la melancolía».
Escribano. ¡Cómo! ¿Negáis vuestro
nombre, y afirmáis que no es Implacable, sino Aliento? Llamemos a los testigos.
¿Qué decís vosotros, los testigos, ante esta defensa?
Sabe. Señoría, su nombre es
Implacable; así firmaba él en todos los documentos con los que él tenía que
ver. Pero a estos diabolianos les gusta falsear sus nombres: el Sr. Codicia
emplea el pseudónimo de Buena-Administración, o nombres semejantes; el Sr.
Orgullo puede, cuando le conviene, hacerse llamar Sr. Elegante, Sr. Apuesto o
cosas parecidas; y así hacen el resto.
Escribano. Sr. Di-la-Verdad, ¿qué
decís vos a esto?
Di. Su nombre es Implacable,
señoría. Le he conocido desde la infancia, y ha cometido todas la maldades de
las que se le acusa; pero hay un grupo de ellos que no están familiarizados con
el peligro de la condenación, y por ello llaman melancólicos a todos los que
abrigan pensamientos serios acerca de cómo debieran evitar tal situación.
Escribano. Carcelero: traed al Sr.
Arrogancia ante el tribunal. Sr. Arrogancia, sois aquí acusado bajo el nombre
de Arrogancia (un intruso en la ciudad de Alma Humana), por cuanto de forma muy
pérfida y diabólica enseñasteis a la ciudad de Alma Humana a comportarse con
orgullo y obstinación frente a los llamamientos que les hacían los capitanes
del Rey Shaddai. También enseñasteis a la ciudad de Alma Humana a hablar de
forma despreciativa y vilipendiosa contra su gran Rey Shaddai; y además
alentasteis a Alma Humana, tanto por la palabra como con el ejemplo, a tomar
armas contra el Rey y su Hijo Emanuel. ¿Qué decís a esto? ¿Os declaráis
culpable o no culpable?
Arrogancia. Caballeros, siempre he
sido hombre valiente e intrépido, y no ha sido nunca mi costumbre, ni bajo las
más negras nubes, esconderme o ir con la cabeza gacha o triste; tampoco me ha
gustado ver que los hombres se humillasen ante los que se les oponían, aunque
su adversario pareciese tener una ventaja diez veces superior. No me preocupaba
quién fuese mi enemigo, ni la causa en que yo estuviera empeñado. Me bastaba
con comportarme valerosamente, luchar como un hombre, y vencer.
Tribunal. Sr. Arrogancia, no se os
acusa aquí por haber sido un hombre valeroso, ni por vuestro coraje en tiempo
de angustia, sino por haber empleado este pretendido valor para inducir a la
ciudad de Alma Humana a actos de rebeldía contra el gran Rey y contra su Hijo
Emanuel. Éste es el crimen del que se os acusa en el auto de procesamiento.
Pero él no respondió nada a estas
palabras.
30
Después que el tribunal hubo
procedido así contra los presos en el banquillo, se dispuso luego a pedir el
veredicto del jurado, a los que se dirigieron de esta manera:
«Señores del jurado: Habéis estado
presentes y habéis visto a estos hombres; habéis oído las acusaciones
presentadas contra ellos, sus defensas y lo que los testigos han depuesto en su
cargo; lo que queda ahora es que os retiréis a algún lugar donde sin desorden
podáis considerar qué veredicto corresponde, de una manera justa y recta, de
parte del Rey contra ellos, y así actuar en conformidad».
Entonces el jurado, constituido por
los señores Credo, Corazón-Fiel, Recto, Odia-lo-Malo, Ama-a-Dios, Ve-la-Verdad,
Mente-Celestial, Moderado, Agradecido, Buena-Obra, Celo-por-Dios y Humilde, se
retiró para cumplir con su cometido. Cuando estuvieron encerrados y a solas,
comenzaron a hablar entre ellos para acordar su veredicto.
Y así comenzó a hablar el Sr. Credo
(porque él era el presidente del jurado): «Caballeros», dijo él: «Por mi parte,
me parece que los presos merecen, todos, la muerte». «Muy bien», dijo el Sr.
Corazón-Fiel: «Comparto del todo esta opinión». «¡Ah, qué maravilla que
villanos como estos hayan sido apresados!», dijo el Sr. Odia-lo-Malo. «Sí,
cierto», contestó el Sr. Ama-a-Dios, «éste es uno de los días más felices de mi
vida». Luego dijo el Sr. Ve-la-Verdad: «Sé que si los condenamos a muerte, el
mismo Shaddai lo confirmará». «No lo dudo ni un momento», dijo el Sr.
Mente-Celestial, que luego dijo: «Cuando unas bestias como estas sean
extirpadas de Alma Humana, ¡qué buena ciudad será!». «Bien», dijo el Sr.
Moderado, «no es mi estilo dar mi sentencia con precipitación, pero en el caso
de ellos su crimen es tan notorio, y el testimonio tan irrefutable, que debe
ser un ciego voluntario quien diga que los presos no debieran morir». «Bendito
sea Dios», dijo el Sr. Agradecido, «que los traidores están bien custodiados».
«Y yo me uno a vos en esto sobre mis rodillas desnudas», dijo el Sr. Humilde.
«También yo me siento satisfecho», repuso el Sr. Buena-Obra. Entonces intervino
aquel hombre ferviente y fiel que era el Sr. Celo-por-Dios: «Cortadlos; han
sido una pestilencia y buscaban la destrucción de Alma Humana».
Así, habiendo todos llegado a un
veredicto unánime, comparecieron juntos ante el Tribunal.
Escribano. Señores del jurado,
responded todos al oír su nombre: Sr. Credo, uno; Sr. Corazón-Fiel, dos; Sr.
Recto, tres; Sr. Odia-lo-Malo, cuatro; Sr. Ama-a-Dios, cinco; Sr. Ve-la-Verdad,
seis; Sr. Mente-Celestial, siete; Sr. Moderado, ocho; Sr. Agradecido, nueve;
Sr. Buena-Obra, diez; Sr. Celo-por-Dios, once; y Sr. Humilde, doce. Hombres
buenos y fieles, uníos en vuestro veredicto: ¿Estáis todos unánimes?
Jurado. Sí, señoría.
Escribano. ¿Quién hablará por
vosotros?
Jurado. Nuestro presidente.
Escribano. Vosotros, señores del
jurado, habiendo sido convocados por nuestro Señor el Rey para servir aquí en
cuestión de vida y muerte, habéis oído las causas de cada uno de estos hombres,
los encausados en el banquillo: ¿Qué decís? ¿Son culpables de aquello de lo que
se les acusa, o no culpables?
Presidente. Culpables, señoría.
Escribano. Carcelero, llevaos a
vuestros presos.
Esto fue hecho por la mañana, y por
la tarde se les leyó la sentencia de muerte conforme a la ley.
Así que el carcelero, tras recibir
sus órdenes, los puso en la parte interior de la cárcel, para guardarlos allí
hasta el momento de la ejecución de la sentencia, que iba a tener lugar al
siguiente día por la mañana.
Pero sucedió que uno de los presos,
el llamado Incredulidad, huyó en el tiempo que media entre la sentencia y la
ejecución, y se alejó de la ciudad de Alma Humana, ocultándose en aquellos
lugares y grietas que pudo, hasta que pudiera tener de nuevo una oportunidad de
causar daño a Alma Humana por haberlo tratado de aquella manera.
Cuando el Sr. Fiel, el carcelero,
vio que había perdido a su preso, se sintió sumamente abatido, porque aquel
preso era, se debe decir, el peor de toda la banda; con lo cual pasó en primer
lugar a notificarlo a milord Alcalde, al Sr. Archivero y a milord
Recia-Voluntad, y para conseguir de ellos una orden para registrar toda la
ciudad de Alma Humana. Y obtuvo la orden, pero no pudieron encontrar a este
hombre por toda la ciudad de Alma Humana.[176]
Todo lo que se pudo saber fue que
había estado acechando por un tiempo alrededor del exterior de la ciudad, y que
aquí y allá algunos lo habían visto breves momentos mientras escapaba saliendo
de Alma Humana; uno o dos afirmaron que le habían visto fuera de la ciudad,
dirigiéndose por la llanura hacia la carrera. Cuando se hubo alejado, un tal
Sr. He-Visto dijo que estuvo andando por terrenos resecos hasta que se encontró
con su amigo Diábolo,[177] y que el lugar de su encuentro había sido nada menos
que la colina de la Puerta del Infierno.
Pero, ¡oh, qué lamentable historia
le contó el viejo caballero a Diábolo acerca de la triste alteración que había
hecho Emanuel en Alma Humana!
Empezó refiriendo cómo Alma Humana,
después de una cierta espera, había recibido una amnistía general de manos de
Emanuel, y cómo le habían rogado que habitase en la ciudad, y cómo le habían
entregado la ciudadela como posesión suya. Prosiguió contando que habían
llamado a sus soldados a la ciudad, deseando todos alojar al mayor número de
ellos; también cómo lo agasajaron con tamboril, canciones y danzas. «Pero mi
mayor dolor», dijo Incredulidad, «es que ha derribado tu imagen, oh padre, y
levantado la suya; que ha depuesto a tus oficiales, y puesto a los suyos. Sí, y
Recia-Voluntad, aquel rebelde, de que nadie hubiera podido jamás imaginar que
se pudiera apartar de nosotros, es ahora tan favorito de Emanuel como jamás lo
fuera tuyo. Pero, encima de todo esto, Recia-Voluntad ha recibido una comisión
especial de su amo para buscar, apresar y dar muerte a todo tipo de diabolianos
que encuentre en Alma Humana. Y este Recia-Voluntad ha apresado y encarcelado
ya a ocho de los mejores amigos que mi señor tiene en Alma Humana. Más aún,
señor, con dolor te lo digo, todos ellos han sido juzgados, sentenciados, y, no
lo dudo, ya ajusticiados en Alma Humana. He hablado a mi señor de ocho, pero yo
mismo era el que hacía nueve, y ciertamente habría bebido de la misma copa
excepto que con mi astucia logré fugarme, como ves, y huir de ellos.
Cuando Diábolo hubo oído esta
lamentable historia, chilló y resopló como un dragón, y con su rugido hizo
oscurecer el cielo; también juró que trataría de vengarse de Alma Humana por
todas estas cosas. Así, tanto él como su viejo amigo Incredulidad emprendieron
intensas consultas acerca de cómo poder recuperar el dominio sobre la ciudad de
Alma Humana.
Antes de todo esto, llegó el
amanecer del día en que iban a ser ajusticiados los presos de Alma Humana.[178]
Y fueron llevados a la cruz, y ello por la misma Alma Humana, de la manera más
solemne; porque el Príncipe dijo que esto debía ser llevado a cabo por mano de
la ciudad de Alma Humana, «para ver», dijo él, «la resolución de mi ahora
redimida Alma Humana en guardar mi palabra y en cumplir mis mandamientos;[179]
y para bendecir a Alma Humana en el cumplimiento de esta obra. Que Alma Humana
sea pues quien primero ponga sus manos sobre estos diabolianos para
destruirlos».
Así que la ciudad de Alma Humana
les dio muerte, según lo mandado por su Príncipe; pero cuando los presos fueron
conducidos a su muerte en la cruz, es increíble el esfuerzo que tuvo que
aplicar Alma Humana para dar muerte a los diabolianos; porque éstos, sabiendo
que iban a morir, y sintiendo cada uno de ellos una implacable enemistad en sus
corazones contra Alma Humana, ¿que otra cosa hicieron sino cobrar valor ante la
cruz, y resistirse allí contra los habitantes de Alma Humana? Ante esta
situación, los hombres de Alma Humana se vieron obligados a clamar pidiendo
ayuda a los capitanes y hombres de guerra.[180] El gran Shaddai tenía también
en la ciudad un secretario que sentía gran afecto por los hombres de Alma
Humana, y que estaba también presente en el lugar de la ejecución; él,
entonces, oyendo a los hombres de Alma Humana clamando contra los esfuerzos y
la rebeldía de los presos, se levantó de su lugar, y acudió y puso sus manos
sobre las manos de los hombres de Alma Humana.[181] Así crucificaron a los
diabolianos que habían sido plaga, aflicción y agravio a la ciudad de Alma
Humana.
31
Cumplida esta buena obra, el
Príncipe acudió a ver, visitar y hablar amistosamente con los hombres de Alma
Humana, y a fortalecer sus manos en esta labor. Y les dijo que por aquella
acción él los había probado, y que había visto que eran amantes de su persona,
obedientes a sus leyes y respetuosos hacia su honor. Dijo también (para
mostrarles que no por aquello iban a tener pérdida, ni su ciudad iba a
debilitarse por la pérdida de ellos), que les pondría otro capitán de entre sí mismos.
Y que este capitán tendría mando sobre mil, para el bienestar y provecho de la
ahora floreciente ciudad de Alma Humana.
Llamó entonces a uno que se llamaba
Atendencia, y le mandó: «Ve rápido a la puerta de la ciudadela, y pide allí por
el Sr. Experiencia, que sirve al noble Capitán Creencia, y dile que venga a
verme». Y el mensajero que atendía al buen Príncipe Emanuel salió, e hizo y
dijo como se le había ordenado. Ahora bien, el joven caballero estaba
observando como el capitán instruía y hacía maniobrar a sus hombres en el patio
de armas de la ciudadela. Entonces el Sr. Atendencia le dijo: «Señor, el
Príncipe desea que vayáis a ver de inmediato a su Alteza». Y lo acompañó ante
Emanuel, y aquél, llegando, le hizo reverencia. Los hombres de la ciudad
conocían bien al Sr. Experiencia, porque había nacido y se había criado en Alma
Humana; sabían además que era hombre de recta conducta, valiente y prudente.
Era también una persona apuesta, bien hablado, y muy eficaz en lo que
emprendía.
Por ello, los corazones de los
ciudadanos quedaron transportados de gozo cuando vieron que el mismo Príncipe
apreciaba tanto al Sr. Experiencia que quería hacerle capitán sobre una
compañía.
Entonces todos a una doblaron la
rodilla delante de Emanuel, y vitoreando dijeron: «¡Viva Emanuel para siempre!»
Entonces dijo el Príncipe al joven caballero Sr. Experiencia: «Me ha parecido
bien otorgarte un puesto de confianza y honor en esta mi ciudad de Alma
Humana». Entonces el joven inclinó la cabeza y adoró. «Se trata», le dijo
Emanuel, «de que seas capitán, capitán sobre mil hombres en mi amada ciudad de
Alma Humana». Entonces dijo el Capitán: «¡Viva el Rey!», y el Príncipe dio
órdenes de inmediato al secretario del Rey para que redactara una orden para
nombrar al Sr. Experiencia capitán sobre mil hombres. «Y que me sea dada», dijo
él, «para poner mi sello sobre ella». Y se cumplió como se había ordenado. Se
redactó la orden, la trajeron a Emanuel, y él puso su sello en ella. Entonces
la enviaron al capitán por mano del Sr. Atendencia.
Tan pronto el capitán hubo recibido
sus órdenes, mandó tocar su corneta pidiendo voluntarios, y acudieron jóvenes
en gran número; los nobles y jefes de la ciudad enviaron a sus hijos a que se
alistasen bajo su mando. Así fue como el Capitán Experiencia pasó a estar bajo
las órdenes de Emanuel, para bien de la ciudad de Alma Humana. Como
lugarteniente tenía a un Sr. Diestro, y como corneta a un Sr. Memoria. No será
necesario nombrar a sus oficiales subordinados. Sus colores eran los colores
blancos de la ciudad de Alma Humana, y su blasón era el león muerto y el oso
muerto.[182] Y así el Príncipe regresó a su palacio real.
Vuelto allí, los ancianos de la
ciudad de Alma Humana, esto es, el Lord Alcalde, el Archivero y Lord
Recia-Voluntad, acudieron a felicitarlo, y en especial a agradecerle su amor,
solicitud y entrañable compasión que mostraba a su siempre agradecida ciudad de
Alma Humana. Pasado un tiempo de entrañable comunión entre ellos, los
ciudadanos dieron solemne fin a su ceremonia, y regresaron a sus lugares.
También Emanuel les señaló un día
en el que renovaría su estatuto, más aún, en el que lo renovaría y ampliaría,
enmendando algunas insuficiencias en el mismo, para que el yugo de Alma Humana
fuera más fácil.[183] Y esto lo hizo sin que lo pidieran ellos, espontáneamente
de su propia franqueza y noble mente. Así que cuando envió a por el viejo, y lo
vio, lo puso a un lado, y dijo: «Lo que se da por anticuado y se envejece, está
próximo a desaparecer». Y dijo también: «La ciudad de Alma Humana tendrá otro
estatuto, mejor, nuevo, mucho más estable y firme». Y de dicho estatuto se da
aquí un resumen:
«Emanuel, Príncipe de la Paz, y
gran amante de la ciudad de Alma Humana, en nombre de mi Padre y por mi propia
clemencia doy, concedo y lego a mi amada ciudad de Alma Humana,
»Primero: Un perdón libre, total y
eterno de todos los males, injurias y ofensas cometidos por ellos contra mi
Padre, contra mí, contra su prójimo o contra ellos mismos.[184]
»Segundo: Les doy la santa ley y mi
testamento, con todo lo que en lo dicho se contiene, para su eterno bienestar y
consuelo.[185]
»Tercero: Les doy también una
porción de la misma gracia y bondad que moran en el corazón de mi Padre y
mío.[186]
»Cuarto: Les doy, concedo y
confiero libremente el mundo y lo que en él está, para bien de ellos; y ellos
ostentarán aquel poder sobre todo ello según sea para honra de mi Padre, mi
gloria, y su bien: sí, les concedo los beneficios de la vida y de la muerte, de
lo presente y de lo por venir. Nadie más, sea ciudad o corporación, poseerá
este privilegio, sino exclusivamente mi Alma Humana.[187]
»Quinto: Les concedo y otorgo
licencia, y pleno acceso a mi palacio en toda ocasión —a mi palacio arriba o
abajo— para darme allí a conocer sus necesidades,[188] y yo les doy además
promesa de que oiré y daré satisfacción a todas sus quejas.
»Sexto: Doy, concedo y otorgo
plenos poderes y autoridad a la ciudad de Alma Humana para buscar, arrestar,
esclavizar y destruir a todos los diabolianos, sean del tipo que fueren, que en
cualquier momento y procedan de donde procedieren, sean descubiertos merodeando
en o alrededor de la ciudad de Alma Humana.
»Séptimo: Concedo asimismo
autoridad a mi amada ciudad de Alma Humana para no admitir a ningún forastero o
extranjero o su descendencia a obtener libertades en la bendita ciudad de Alma
Humana,[189] ni a compartir de sus excelentes privilegios, sino que todas las
concesiones, privilegios e inmunidades que otorgo a la célebre ciudad de Alma
Humana serán para sus antiguos nativos y verdaderos moradores de la misma; a
ellos, dijo, y a su legítima descendencia después de ellos.
»Pero todos los diabolianos de todo
tipo, nacimiento, país y reino del que procedan, serán privados de cualquier
parte en ella.»
Así, cuando la ciudad de Alma
Humana hubo recibido de manos de Emanuel su generoso estatuto (que en sí mismo
es infinitamente más extenso que esta breve resumen aquí expuesto), lo llevaron
a ser proclamado, en la plaza del mercado, y allí el Sr. Archivero lo leyó en
presencia de todo el pueblo.[190] Habiendo hecho esto, lo llevaron de nuevo a
las puertas de la ciudadela, y allí fue grabado sobre sus puertas y escrito con
letras de oro, para que la ciudad de Alma Humana, con toda su población,
pudieran tenerlo siempre a la vista, o pudieran ir adonde podrían ver la
bendita libertad que les había concedido su Príncipe, para que su gozo
aumentase en ellos, y que se renovase su amor para su grande y buen Emanuel.
¡Y qué gozo, qué bienestar, que
consolación, como podréis imaginaros, embargaba ahora el corazón de los hombres
de Alma Humana! Repicaban las campanas, los juglares tañían sus instrumentos,
la gente bailaba, los capitanes gritaban, los estandartes ondeaban sus colores
al viento, y resonaban las trompetas de plata. Y los diabolianos no osaban
aparecer por allí, porque parecían como los ya muertos de mucho tiempo.
32
Habiendo terminado todo, el
Príncipe volvió a llamar a los ancianos de la ciudad de Alma Humana, y les
habló de un ministerio que quería establecer entre ellos; un ministerio que les
enseñaría e instruiría acerca de su estado presente y futuro.
«Porque vosotros, por vuestra
cuenta, sin maestros y guías,[191] no podréis conocer la voluntad de mi Padre,
y, si no la sabéis, de cierto que no la haréis».
Al oír estas noticias, cuando los
ancianos de Alma Humana las transmitieron al pueblo, toda la ciudad acudió
junta corriendo,[192] (porque les complacía ahora todo lo que el Príncipe
ordenase), y todos unánimes rogaron a su Majestad que estableciera enseguida
entre ellos aquel ministerio que les enseñase la ley y el juicio, estatutos y
mandamientos; para ser instruidos en todo lo bueno y lo sano. Entonces anunció
que les concedería sus peticiones, y que designaría a dos entre ellos: a uno
que provenía de la corte de su Padre, y a uno que era nativo de Alma Humana.
«El que viene de la corte», dijo,
«es una persona de rango y dignidad no inferiores a mi Padre y yo; es el Lord
Gran Secretario de la casa de mi Padre;[193] porque él es y siempre ha sido el
principal legislador de todas las leyes de mi Padre, una persona totalmente
versada en todos los misterios y en el conocimiento de los misterios, así como
mi Padre y como también yo mismo. Más aún, es uno con nosotros en naturaleza, y
también en cuanto al amor, a la fidelidad y a los eternos intereses de la
ciudad de Alma Humana.
»Éste es quien será vuestro
principal maestro», dijo el Príncipe: «Porque él es, y él solamente, quien
puede enseñaros claramente sobre todas las cosas sublimes y sobrenaturales. Es
él y solamente él quien conoce las formas y los métodos de mi Padre en la
corte, y nadie como él puede enseñar cómo está el corazón de mi Padre en todo
momento, en todas las cosas, en todas las ocasiones, para con Alma Humana;
porque así como nadie conoce las cosas del hombre sino el espíritu del hombre
que está en él, también las cosas de mi Padre no las conoce sino éste, su alto
y poderoso Secretario. Y nadie puede como él decir a Alma Humana cómo y qué han
de hacer para mantenerse en el amor de mi Padre. Él es también quien puede
traer cosas olvidadas al recuerdo, y quién os anunciará las cosas que han de
venir.[194] Por ello, este maestro debe necesariamente tener la preeminencia,
tanto en vuestros afectos como en vuestro juicio, antes que vuestro otro
maestro; su dignidad personal, la sublimidad de su enseñanza y también su gran
destreza para ayudaros a redactar peticiones a mi Padre para vuestra ayuda, y
que sean de su agrado, debe llevaros a amarlo, a reverenciarlo y a prestar
atención a que no lo contristéis.
»Esta persona puede poner vida y
fuerza a todo lo que dice, y puede también ponerlo en vuestros corazones. Esta
persona puede hacer videntes de vosotros, y puede daros a conocer lo que ha de
ser. Es por esta persona que tenéis que preparar todas vuestras peticiones al
Padre y a mí;[195] y no dejéis que nada entre en la ciudad o en la ciudadela de
Alma Humana sin primero obtener su consejo, por cuanto ello podría disgustar y
contristar a esta noble persona.
»Prestad atención, insisto, en no
contristar a este ministro; porque si esto hacéis, él puede luchar contra
vosotros; y si fuera llevado por vosotros a enfrentarse contra vosotros en
batalla, esto os causará más aflicción que si se enviase a doce legiones de
ángeles de la corte de mi Padre para haceros la guerra.
»Pero, como he dicho, si le oís y
le amáis; si os dedicáis a seguir su enseñanza y buscáis conversación y
comunión con él,[196] lo hallaréis muchísimo mejor que todo lo que el mundo os
pueda ofrecer; sí, él derramará el amor de mi Padre en vuestros corazones, y
Alma Humana será la más sabia y bienaventurada de todas las gentes».
Entonces el Príncipe hizo llamar al
viejo caballero que había sido anteriormente el Archivero de Alma Humana, el
Sr. Conciencia, y le dijo que por cuanto era buen conocedor de la ley y del
gobierno de la ciudad de Alma Humana, y que sabía anunciar y enseñar la
voluntad de su Amo en todas las cuestiones terrenales y domésticas, que por
ello le hacía ministro para, en y a la buena ciudad de Alma Humana, en todas
las leyes, estatutos y juicios de la célebre ciudad. «Y tú», añadió el
Príncipe, «debes limitarte a la enseñanza de las virtudes morales y a los
deberes civiles y naturales; no debes intentar ni presumir ser revelador de
aquellos misterios excelsos y sobrenaturales guardados que están secretos en el
seno de mi Padre Shaddai; porque estas cosas nadie las conoce ni nadie las puede
revelar, sino solamente el Secretario de mi Padre.
»Tú eres nativo de la ciudad de
Alma Humana, pero el Lord Secretario es nativo con mi Padre; por ello, así como
tú posees el conocimiento de las leyes y costumbres de la ciudad, así él de las
cosas y de la voluntad de mi Padre.
»Por ello, oh Sr. Conciencia,
aunque te he hecho ministro y predicador para la ciudad de Alma Humana, sin
embargo, en lo que se refiere a las cosas que conoce y que enseñará a este
pueblo el Lord Secretario, en eso tú debes ser su alumno y discípulo, como el
resto de Alma Humana.
»Por ello, en todas las cosas
elevadas y sobrenaturales, acude a él para obtener información y conocimiento;
porque aunque haya espíritu en el hombre,[197] la inspiración de esta persona
debe proporcionarle entendimiento. Por ello, oh Sr. Conciencia, mantente
pequeño y humilde, y recuerda que los diabolianos no mantuvieron su primer
estado, sino que cayeron, y que están ahora encarcelados en el abismo. Queda
pues satisfecho con tu posición.
»Te he hecho vicerregente de mi
Padre en la tierra acerca de las cosas que te he mencionado; cobra fuerzas para
enseñarlas a Alma Humana, hasta para imponerlas con azotes y castigos si no
escuchan bien dispuestos para hacer tus mandamientos.
»Y, Sr. Conciencia, por cuanto eres
viejo y también debilitado por muchos maltratos, te doy mi permiso y licencia
para que acudas cuando quieras a mi fuente, a mi manantial, y beber a voluntad
de la sangre de mi uva,[198] porque ni manantial siempre mana con vino.[199]
Haciéndolo así, expulsarás de tu corazón y estómago todos los humores malignos,
burdos y dañinos. Esto alumbrará también tus ojos y fortalecerá tu memoria para
recibir y guardar todo lo que enseñe el muy noble Secretario del Rey».
Cuando el Príncipe hubo establecido
al que había sido Archivero al puesto y cargo de ministro en Alma Humana, y él
lo aceptó con gratitud, entonces pronunció Emanuel un discurso dirigido
particularmente a los ciudadanos.
«Ved», dijo el Príncipe a Alma
Humana, «mi amor y solicitud hacia vosotros; a todo lo pasado he añadido esta
otra misericordia, la de estableceros predicadores: el muy noble Secretario
para enseñaros en todos los misterios altos y sublimes; y a este caballero»,
dijo, señalando al Sr. Conciencia, «que os enseñará en todas las cosas humanas
y domésticas, porque esta es su misión. Por lo que acabo de decir, no se le
podrá impedir que refiera a Alma Humana nada de lo que haya oído y recibido de
boca del gran Lord Secretario; sólo que no intentará arrogarse ni pretender ser
él mismo el revelador de estos elevados misterios; porque su revelación y
exposición a Alma Humana está sólo dentro de la competencia, autoridad y
capacidad del mismo gran Lord Secretario. Sí podrá hablar de estas cosas, como
también podrá hacerlo el resto de la ciudad de Alma Humana; sí, y según haya
oportunidad, podréis recordaros estas cosas los unos a los otros para beneficio
de todos. Estas cosas, pues, quisiera que observarais e hicierais, porque esto
es vuestra vida, y largura de días.
»Y otra palabra a mi amado Sr.
Archivero y a toda la ciudad de Alma Humana: No debéis manteneros ni apoyaros
en nada de lo que él tiene ordenado enseñaros como vuestra confianza y
esperanza del mundo venidero (del mundo venidero, digo, porque tengo el
propósito de dar otro a Alma Humana cuando éste en el que están se haya
desgastado). Para ello debéis recurrir única y exclusivamente a la doctrina del
que es vuestro Maestro principal. El Archivero mismo no debe buscar la vida en
aquello que él mismo revela; su dependencia para ello debe basarse en la
doctrina del primer predicador. Que el Sr. Archivero preste atención a no
admitir ninguna doctrina ni ningún artículo doctrinal que no reciba de parte de
su Maestro superior, o que no esté dentro de los límites de su propio
conocimiento formal».
33
Ahora, cuando el Príncipe dejó así
dispuestas las cosas en la célebre ciudad de Alma Humana, pasó a dar a los
ancianos de la corporación una necesaria advertencia sobre la conducta que
debían observar con los nobles capitanes que él había enviado o traído consigo
de la corte de su Padre a la célebre ciudad de Alma Humana.
«Estos capitanes», les dijo, «aman
la ciudad de Alma Humana, y son hombres escogidos, escogidos de entre una
amplia selección, como los más adecuados y que con más fidelidad servirán en
las guerras de Shaddai contra los diabolianos, para la preservación de la
ciudad de Alma Humana.[200] Os encargo mando pues, oh habitantes de la
floreciente Alma Humana», dijo él, «que no os comportéis con mis capitanes ni
con sus hombres con descortesía o desconsideración, porque, como ya he dicho,
son hombres escogidos, seleccionados de entre otros muchos para bien de la
ciudad de Alma Humana. Os mando que no seáis desconsiderados con ellos, porque
aunque tienen corazones y semblantes de leones en toda ocasión en que sean
llamados para librar batalla contra los enemigos del Rey y de la ciudad de Alma
Humana, sin embargo un pequeño desprecio de parte de la ciudad de Alma
Humana[201] los desalentará y traerá tristeza a sus rostros, los debilitará y
los acobardará. Por ello, mis amados, no desairéis a mis valientes capitanes y
arrojados hombres de guerra, sino amadlos, alimentadlos, socorredlos y
acogedlos; y no sólo lucharán ellos por vosotros, sino que ahuyentarán de
vosotros todos aquellos diabolianos que buscan ser, y serán, si ello fuere
posible, vuestra total ruina.
»Si a causa de tal cosa alguno de
ellos en algún momento enferma o se debilita, y no puede cumplir la obra de
amor que de todo corazón están dispuestos a llevar a cabo (y que cumplirán
cuando estén bien y sanos), no los menospreciéis, no los descuidéis, sino más
bien fortalecedlos y alentadlos,[202] aunque estén debilitados y al borde de la
muerte, porque ellos son vuestro muro y protección, vuestra muralla, vuestras
puertas, vuestros cerrojos y vuestras barras. Y aunque si cuando estén enfermos
poco puedan hacer, sino que al contrario precisen de vuestra ayuda en vez de
poder esperar grandes cosas de ellos, sin embargo, cuando estén sanos, sabréis
qué hazañas, que acciones y logros bélicos pueden realizar y realizarán por
vosotros.
»Además, si están debilitados, la
ciudad de Alma Humana no puede ser fuerte; si están fuertes, entonces Alma
Humana no puede ser débil; por tanto, vuestra seguridad depende de la salud de
ellos, y de vuestras atenciones para ellos. Recordad también que si caen
enfermos es porque se han contagiado de la enfermedad de la misma ciudad de
Alma Humana.
»Estas cosas os he dicho porque
quiero vuestro bienestar y vuestro honor: Por ello, observa, oh Alma Humana, la
obediencia a lo que te he mandado, y que no es sólo a la corporación municipal
como tal que compete observar las órdenes y los mandamientos de su Señor, y por
ello a cada uno de vuestros funcionarios y guardianes, sino también a vosotros
como pueblo cuyo bienestar, como personas individuales, depende de esta
observancia.
»A continuación, mi Alma Humana, te
advierto de algo de que se te debe advertir, a pesar de la reforma que
actualmente se está realizando en medio de ti: por ello préstame atención. Sé
ahora de cierto, y tú lo sabrás más adelante, que todavía hay diabolianos en la
ciudad de Alma Humana. Diabolianos tenaces e implacables, y que ya ahora, mientras
estoy con vosotros, y más cuando no esté, planearán, tramarán, conspirarán,
buscarán modos e intentarán entre todos asolarte y hundirte en un estado mucho
peor que el de la servidumbre en Egipto; son amigos declarados de Diábolo; por
ello, vigilad. Solían alojarse con su Príncipe en la ciudadela[203] cuando
Incredulidad era el Lord Alcalde de esta ciudad; pero desde mi venida llegada
merodean más en el exterior y por las murallas, y se han hecho guaridas, cuevas
y madrigueras en ellas.[204] Por ello, ¡oh Alma Humana!, tu misión en cuanto a
esto será tanto más difícil y dura; esto es, apresarlos, mortificarlos y
ajusticiarlos en conformidad a la voluntad de mi Padre. Y no os podéis librar
completamente de ellos, a no ser que derribarais las murallas de vuestra
ciudad,[205] lo que no es mi deseo en absoluto que hagáis. ¿Me preguntáis
entonces qué debéis hacer? Debéis ser diligentes y comportaros valientemente;
descubrid sus guaridas; atacadlos y no hagáis paz con ellos. Sea donde fuere
que esté su guarida, que acechen, o que habiten, y sean cuales fueren las
condiciones de paz que os ofrezcan, aborrecedlo, y todo estará bien entre
vosotros y yo. Y para que sepáis mejor distinguirlos de los nativos de Alma
Humana, os daré esta breve lista con los nombres de los principales entre
ellos: Lord Fornicación, Lord Adulterio, Lord Homicidio, Lord Ira, Lord
Lascivia, Lord Engaño, Lord Mal-Ojo, el Sr. Embriaguez, el Sr. Orgiástico, el
Sr. Idolatría, el Sr. Hechicería, el Sr. Cambiante, el Sr. Rivalidad, el Sr. Cólera,
el Sr. Pendencia, el Sr. Sedición y el Sr. Herejía. Estos son algunos de los
principales de los que buscarán, ¡oh Alma Humana! destruirte para siempre.
Estos, insisto, son los que acechan en Alma Humana, pero escudriña bien la ley
de tu Rey, y allí hallarás su descripción, y otras notas características de los
mismos, por las que desde luego se podrán detectar.
»Estos, oh mi Alma Humana (y
querría de todo corazón que lo supieras de cierto), si se les permite ir y
volver a su antojo por la ciudad, consumirán tus entrañas como si fueran
víboras; sí, envenenarán a tus capitanes, cortarán los tendones de tus
soldados, romperán las barras y los cerrojos de tus puertas, y transformarán tu
tan floreciente Alma Humana en un yermo estéril y desolado, en un montón de
ruinas. Por ello, y para que tengáis valor en vosotros para aprehender a estos
villanos siempre que los detectéis, os doy a vosotros, Lord Alcalde, Lord
Recia-Voluntad y Sr. Archivero, con todos los moradores de la ciudad de Alma
Humana, plenos poderes y comisión para buscar, apresar y hacer crucificar a
todos y cada uno de los diabolianos, en todo momento y lugar donde les
encontréis acechando dentro, o merodeando por fuera de las murallas de la
ciudad de Alma Humana.
»Ya os dije que he puesto entre
vosotros un ministerio permanente; no que tengáis únicamente a estos con
vosotros, porque mis primeros cuatro capitanes[206] que acudieron contra el amo
y señor de los diabolianos en Alma Humana pueden, si es necesario, y si se les
pide, no sólo informar privadamente, sino también predicar en público ante la
corporación una doctrina buena y sana que os guiará por el camino. Sí,
establecerán en ti una conferencia pública semanal, e incluso diaria en caso
necesario, ¡oh Alma Humana!, y te instruirán con unas lecciones tan provechosas
que, si les prestas atención, te harán bien al fin. Y da atención a no perdonar
a los hombres que tienes ordenado apresar y crucificar.
»Ahora, como ya os he dicho los
nombres de los vagabundos y renegados que os acechan, también os diré que
algunos de ellos se infiltrarán entre vosotros mismos para seduciros, incluso
con una apariencia de estar total y fervientemente dedicados a la
religión.[207] Y éstos, si no sois vigilantes, os harán daño, un daño que por ahora
no podéis imaginar.
»Cómo os he dicho, éstos se os
mostrarán bajo otros colores que los descritos antes. Por ello, Alma Humana,
vela y sé sobria, y no permitas que te traicionen».
Después que el Príncipe remodelase
así la ciudad de Alma Humana, y los hubo instruido en aquellas cuestiones que
era provechoso que fuesen informados, les indicó entonces otro día para que los
ciudadanos se reunieran, para conferir otra prenda de honor a la ciudad de Alma
Humana,[208] una prenda que los distinguiría de entre todos los pueblos,
linajes y lenguas en el reino del Universo. No tardó en llegar el día señalado,
y el Príncipe y su pueblo se encontraron en el palacio del Rey, donde primero
Emanuel les pronunció un breve discurso, y luego hizo para con ellos como había
anunciado y prometido.
«Mi Alma Humana», dijo él, «lo que
voy a hacer tiene el propósito de hacer saber al mundo que eres mía, y también
distinguirte a tus propios ojos frente a todos los falsos traidores que puedan
infiltrarse entre vosotros.»
Entonces mandó a los que le
atendían que fuesen y le trajesen de su tesorería aquellas ropas blancas y
resplandecientes[209] «que yo», dijo él, «he proveído y guardado para mi Alma
Humana».[210] Fueron, pues, a su tesorería a buscar las vestiduras blancas, y
fueron puestas delante de la gente. Además, se les permitió que las tomasen y
se las pusiesen, les dijo, «según vuestro tamaño y estatura». Y así quedó la
gente vestida de lino fino, blanco y limpio.
Entonces les dijo el Príncipe:
«Ésta es, ¡oh Alma Humana!, mi librea, e insignia por la que los míos se
distinguen de los siervos de otros. Sí, es lo que concedo a todos los míos, y
sin lo cual nadie puede ver mi rostro. Llevad pues estos vestidos por mi causa,
que a vosotros los he dado; y también si queréis que el mundo sepa que sois
míos».
¿Podéis imaginar ahora cómo
resplandecía Alma Humana? Era bella como el sol, clara como la luna y terrible
como un ejército con estandartes.
El Príncipe prosiguió, y dijo:
«Ningún príncipe, potentado ni poderoso del Universo da esta librea, sino sólo
yo:[211] por ella, como ya he dicho, se sabrá que sois míos.
»Y ahora que os he dado
vestiduras», dijo él, «os daré también un mandamiento acerca de ellas; y
procurad dar atención a estas mis palabras.
»Primero: Llevadlas siempre, cada
día, no sea que a otros les pareciese que si no fuerais míos.[212]
«Segundo: Llevadlas siempre
blancas; si las ensuciáis, me deshonráis a mí.[213]
«Tercero: Ceñidlas, que no toquen
el suelo, y no permitáis que se manchen con polvo y suciedad.
«Cuarto: Procurad no perderlas, no
sea que andéis desnudos y se vea vuestra vergüenza.
«Quinto: Pero si las ensuciáis, si
las contamináis, lo cual no deseo que hagáis, y de lo cual el príncipe Diábolo
se alegrará sobremanera si lo hacéis, entonces sed diligentes en hacer lo que
está escrito en mi ley,[214] para que sin embargo podáis manteneros de pie, y
no caer delante de mí y de mi trono. También será de esta manera que conseguiréis
que no os deje ni os desampare mientras estáis aquí,[215] sino que pueda morar
para siempre en la ciudad de Alma Humana».
Y ahora era Alma Humana, y sus
habitantes, como el sello en la diestra de Emanuel.[216] ¿Dónde podía
encontrarse ahora una ciudad, una villa, una corporación, que se pudiera
comparar con Alma Humana! ¡Una ciudad redimida de la mano y del poder de
Diábolo! ¡Una ciudad que el Rey Shaddai amaba, y por la que envió a Emanuel
para reconquistarla del Príncipe de la caverna infernal; sí, una ciudad en la
que Emanuel se deleitaba en habitar, y que él había escogido como su regia
morada; una ciudad que había fortificado para sí mismo, y que había fortalecido
con la potencia de su ejército. ¿Qué diré? Alma Humana tiene un Príncipe de lo más
excelente, unos bravos capitanes y hombres de guerra, unas armas probadas, y
unas vestiduras blancas como la nieve. Y no debe considerarse que estos
beneficios sean cosa pequeña, sino grande; ¿podrá acaso la ciudad de Alma
Humana considerarlos así, y mejorarlos para el fin y propósito para el que les
fueron concedidos?
34
Cuando el Príncipe hubo acabado así
de modelar la ciudad, ordenó que pusieran su enseña sobre las almenas de la
ciudadela, para mostrar que sentía gran placer en la obra de sus manos, y que
se complacía en el bien que había hecho a la célebre y floreciente Alma Humana.
Y luego,
Primero. Les hacía frecuentes
visitas; no pasaba un día sin que los ancianos de Alma Humana se presentasen
ante él, o él a ellos, en su palacio.[217] Ahora debían pasear juntos y hablar
de todas las grandes cosas que él había hecho, y que había prometido hacer, con
la ciudad de Alma Humana. Y así sucedía frecuentemente con el Lord
Alcalde,[218] milord Recia-Voluntad[219] y el Sr. Archivero. ¡Y de qué manera
tan llena de gracia, de amor y de cortesía se portaba ahora este bendito
Príncipe hacia la ciudad de Alma Humana! En todas las calles, jardines,
arboledas y otros lugares a los que iba, los pobres[220] tenían ciertamente su
bendición; sí, los besaba, y si estaban enfermos, ponía sus manos sobre ellos y
los sanaba. A los capitanes los alentaba a diario, y a veces cada hora, con su
presencia y sus bondadosas palabras. Porque tenéis que saber que una sonrisa
suya a ellos les daba más vigor, más vida y firmeza, que cualquier otra cosa
bajo el cielo.
El Príncipe también los agasajaba y
estaba de continuo con ellos; apenas transcurría una semana, hacían banquete
con él.[221] Podéis recordar que unas páginas más atrás he mencionado un
banquete que tuvieron juntos; pero ahora los banquetes con ellos eran cosa más
común; cada día era ahora para Alma Humana un día de fiesta. Y cuando se
volvían a sus casas no los dejaba ir de vacío; o bien debían llevarse un
anillo,[222] o bien una cadena de oro,[223] o un brazalete,[224] o una piedra
blanca,[225] o algún otro presente; tan querida le era ahora Alma Humana; tan
encantadora era Alma Humana a sus ojos.
Segundo. Cuando los ancianos y
ciudadanos de Alma Humana no acudían a verle, les enviaba gran cantidad de
provisiones; alimentos procedentes de la corte, vino y pan preparados para la
mesa de su Padre, sí, unas delicias tales con las que cubrir sus mesas que
todos aquellos que las veían confesaban que no se podía encontrar nada
semejante en reino alguno.
Tercero. Si Alma Humana no lo
visitaba tantas veces como él deseaba, él iba a sus casas, llamaba a sus
puertas y les pedía entrada, para que se mantuviera la amistad entre ellos y
él; y si le oían y abrían, como generalmente hacían si estaban en casa,[226]
les renovaba su amor, y lo confirmaba también con nuevas prendas y señales de
continuado favor.
¡Y qué maravilla ver que en aquel
mismo lugar donde antes Diábolo había habitado y había festejado a los
diabolianos, para casi total destrucción de Alma Humana, el Príncipe de los
príncipes se sentaba a comer y a beber con ellos, mientras que todos sus
poderosos capitanes, hombres de guerra, trompeteros, junto con los cantores y
las cantoras de su Padre, estaban de pie listos para servirles! ¡Ahora rebosaba
la copa de Alma Humana,[227] y de sus manantiales brotaba vino dulce; ahora
comía del trigo más fino y bebía la leche y la miel que fluía de las peñas!
Ahora decía: ¡Cuán grande, su bondad!, porque, desde que he obtenido favor a
sus ojos, ¡cuán honorable he sido!
El bendito Príncipe nombró también
a un nuevo funcionario en la ciudad, una persona de muy buen carácter: su
nombre era Sr. Paz-de-Dios; este hombre fue constituido sobre milord
Recia-Voluntad, milord Alcalde, el Sr. Archivero, el predicador subordinado, el
Sr. Mente, y sobre todos los naturales de la ciudad de Alma Humana. Él mismo no
era natural de la ciudad, sino que había venido de la corte con el Príncipe
Emanuel. Era un gran conocido del Capitán Creencia y del Capitán Buena
Esperanza.[228] Algunos dicen que estaban emparentados, y yo coincido en esta
opinión. Como ya he dicho, este hombre fue nombrado gobernador general de la
ciudad, especialmente de la ciudadela, y el Capitán Creencia debía ser su
ayudante allí. Y esto observé: que mientras las cosas funcionaron en Alma
Humana según los deseos de este gentil caballero, la ciudad gozó de una
condición de mucha felicidad. Ahora no había choques, ni quejas, ni
intromisiones ni acciones indignas en toda la ciudad de Alma Humana; cada
hombre en Alma Humana se esmeraba en su trabajo. Los caballeros, los oficiales,
los soldados, y todos en su puesto observaban su orden. Y en cuanto a las
mujeres y niños de la ciudad,[229] realizaban sus actividades con alegría.
Trabajaban y cantaban, y cantaban y trabajaban, desde la mañana hasta la noche,
de modo que por toda la ciudad de Alma Humana no había ahora sino armonía,
tranquilidad, gozo y salud. Y esto duró todo aquel verano.
35
Pero había un hombre en la ciudad
de Alma Humana que se llamaba Seguridad-Carnal; éste, después de todas las
misericordias otorgadas a esta ciudad, la llevó a una grande y grave esclavitud
y servidumbre. Lo que sigue es un breve relato acerca de él y de su forma de
proceder:
Cuando al principio Diábolo tomó
posesión de la ciudad de Alma Humana, trajo consigo a un gran número de
diabolianos, hombres de su propia condición. Entre ellos había uno llamado Sr.
Engreimiento, y era un hombre dinámico, más que muchos de los que en aquellos
tiempos poseían la ciudad de Alma Humana. Diábolo, observando que este hombre
era activo y audaz, hizo usó de él en muchas misiones arriesgadas, que llevó a
cabo de mejor manera y más del agrado de su señor que muchos de los que
vinieron con él de las cavernas. Viendo que le era útil para sus fines, le hizo
favorito y lo nombró como subordinado inmediato del gran Lord Recia-Voluntad,
de quien tanto hemos ya escrito. Ahora bien, siendo que Lord Recia-Voluntad
estaba entonces muy complacido con él y con sus actividades, le dio como mujer
a su hija, Lady Temor-a-Nada. Así, este Sr. Engreimiento engendró de Lady
Temor-a-Nada a este caballero, el Sr. Seguridad-Carnal. Así, siendo que había
en Alma Humana estas extrañas mezclas, les era en algunos casos difícil
distinguir entre los nativos y los que no lo eran, porque el Sr.
Seguridad-Carnal descendía de Lord Recia-Voluntad por parte de madre, pero de
padre tenía a uno de naturaleza diaboliana.
Bien, este Seguridad Carnal heredó
mucho tanto de su padre como de su madre; era engreído, no tenía temor a nada y
era también una persona muy activa; no había ninguna noticia, ninguna doctrina,
ningunos cambios ni rumores de cambios que pudiera darse en Alma Humana, que no
se pudiera tener la certeza de que el Sr. Seguridad Carnal estaba a la cabeza,
o mezclado en ello; pero también siempre relegaba a los que consideraba más
débiles, y siempre se mantenía del lado de los que él suponía constituían el
partido más fuerte.
Ahora bien, cuando el poderoso
Shaddai y su Hijo Emanuel hicieron guerra contra Alma Humana para apoderarse de
ella, este Sr. Seguridad Carnal estaba entonces en la ciudad, y se mostró muy
activo entre la población, animándola en su rebelión, induciéndoles a resistir
duramente contra las fuerzas del Rey; pero cuando vio que la ciudad de Alma
Humana era tomada y convertida para uso del glorioso Príncipe Emanuel, y
también lo que le había sucedido a Diábolo, y cómo se le desalojaba y expulsaba
de la ciudadela con el mayor oprobio y escarnio, y que la ciudad de Alma Humana
quedaba bien dotada de capitanes, de ingenios bélicos y de hombres, y también
con provisiones, entonces cambió astutamente sus colores; y como había servido
a Diábolo contra el buen Príncipe, fingió entonces que servía al Príncipe
contra sus enemigos.
Habiendo luego aprendido algunas de
las cosas de Emanuel, y con la audacia que le caracterizaba, se aventura
entonces a frecuentar la compañía de los ciudadanos, tratando también de
conversar con ellos. Él sabía que el poder y la fuerza de Alma Humana eran
ahora grandes,[230] y que no complacería a la gente si proclamaba su grandeza y
su gloria. Así, comenzó a hablar del poder y de la fuerza de Alma Humana,
afirmando que era inexpugnable; bien ensalzaba a sus capitanes, con sus
catapultas y sus arietes; bien elogiaba sus fortificaciones y baluartes; y, por
fin, se refería a la certidumbre que habían recibido de su Príncipe de que Alma
Humana sería feliz para siempre. Viendo luego que algunos de la ciudad se
sentían halagados y atraídos por su forma de hablar, hizo de esto su actividad,
y yendo de calle en calle, de casa en casa, y de uno a uno, finalmente llevó a
Alma Humana a bailar al son de su música, y a volverse casi tan carnalmente
segura como él mismo; y de las palabras pasaron a los banquetes, y de los
banquetes a la juerga; y de una cosa a otra. Emanuel estaba todavía en la
ciudad de Alma Humana, y observaba sabiamente sus acciones. Milord Alcalde,
milord Recia-Voluntad y el Sr. Archivero quedaron también influidos por las
palabras de este charlatán diaboliano, olvidando que su Príncipe les había
advertido de antemano que no fueran seducidos con ningunas añagazas
diabolianas; además, también habían advertidos de que la seguridad de la ahora
próspera ciudad de Alma Humana no residía tanto en sus actuales fortificaciones
y poderío, sino en cómo usaba lo que tenía, para permitir que su Emanuel
permaneciera en de su ciudadela.[231] Porque la recta doctrina de Emanuel era
que la ciudad de Alma Humana debía procurar no olvidar el amor del Padre y el
suyo, y que deberían comportarse de modo que permanecieran en aquel amor. Pero
la manera de hacerlo no era precisamente dejarse atraer por uno de los
diabolianos, y además por uno como el Sr. Seguridad-Carnal, y seguirle como
unos incautos, embobados por él; debían haber atendido a su Príncipe, temido a
su Príncipe, amado a su Príncipe, y apedreado a este malvado enemigo, y haber
tenido el cuidado de caminar en los caminos que su Príncipe había prescrito;
porque entonces habría sido su paz como un río, cuando su justicia hubiera sido
como las olas de la mar.
Cuando Emanuel vio que con los
manejos del Sr. Seguridad-Carnal se habían enfriado los corazones de los
hombres de Alma Humana y habían decaído en su amor práctico a él:
Primero. Se lamenta de ellos, y se
duele con su Secretaroio por el estado en que han caído, diciendo: «¡Oh, si mi
pueblo me hubiera oído, y si Alma Humana hubiera andado en mis caminos! ¡Los
habría alimentado con el trigo más fino, y los habría sustentado con miel de la
peña!» Dicho esto, meditó en su corazón: «Volveré a la corte, me iré a mi
lugar, hasta que Alma Humana considere y confiese su ofensa». Y así lo hizo, y
la causa y manera de su partida de entre ellos fue que Alma Humana le ignoraba,
como queda de manifiesto en los siguientes puntos:
«1. Abandonaron su costumbre de
visitarlo, no acudían como antes a su palacio real.[232]
«2. No prestaban atención ni se
daban cuenta de si venía o no a visitarlos.
«3. Los ágapes que solían
celebrándose entre el Príncipe y ellos, aunque él seguía celebrándolos y los
invitaba, quedaban desiertos por su descuido en acudir, o no se gozaban en
ellos.
«4. No esperaban sus consejos, sino
que comenzaron a mostrarse obstinados y confiados en sí mismos, habiendo concluido
que Alma Humana estaba segura y fuera del alcance del enemigo, y que su estado
era necesariamente inalterable para siempre.»
Como ha quedado dicho, Emanuel, que
se había dado cuenta de que por las astucias del Sr. Seguridad-Carnal la ciudad
de Alma Humana había abandonado su dependencia de él, y de su Padre con él, y
que ponían su confianza lo que ellos le habían concedido, primero, como he
dicho, lamentó su estado, y luego empleó varios medios para hacerles comprender
que el camino que habían tomado era peligroso; porque les envió a milord el
Gran Secretario para prohibirles tales modos de hacer; pero en dos ocasiones en
que fue a hablarles los encontró banqueteando en el salón del Sr.
Seguridad-Carnal; y dándose cuenta de que no estaban dispuestos a razonar
acerca de cosas que atañían a su bien, se entristeció y marchó.[233] Cuando se
lo contó al Príncipe Emanuel, también se ofendió y dolió, y emprendió los
preparativos para volver a la corte de su Padre.
Ahora bien, la manera de su salida,
como decía, fue así:
«1. Cuando estaba todavía en Alma
Humana, se mantuvo reservado, y más aislado que antes.[234]
«2. Ahora, si acudía a estar en
compañía de ellos, su manera de hablar no era tan placentera y distendida como
antes.
«3. Tampoco enviaba desde su mesa a
Alma Humana aquellos platos deliciosos, como había sido su costumbre.
«4. Tampoco cuando iban a
visitarle, como hacían ocasionalmente, eran acogidos con tanta facilidad como
en el pasado. Ahora podía ser que llamasen una y dos veces, pero parecía que no
les tuviera consideración; mientras que antes, con sólo oír sus pasos,[235] se
dirigía apresurado a ellos, los recibía a mitad de camino, y los abrazaba».
Pero así era como Emanuel los
trataba ahora, y con esta conducta quería hacerlos meditar, y que volvieran a
él. Pero ¡ay!, no reflexionaban, no conocían sus caminos, no se cuidaban, no se
sentían afectados por esto ni con el verdadero recuerdo de los pasados favores.
Por ello, lo que hizo fue irse en privado,[236] primero de su palacio, luego a
la puerta de la ciudad, y así se alejó de Alma Humana, hasta que ellos
reconocieran su ofensa y buscasen su rostro con mayor fervor.[237] El Sr.
Paz-de-Dios también presentó su dimisión, y ya no quería actuar en la ciudad de
Alma Humana.
Así es como ellos anduvieron en
contradicción a él, y él, como represalia, anduvo en contradicción a ellos.
Pero, ¡ay!, para este entonces estaban ya tan endurecidos en sus caminos, y
tanto se habían embebido de la doctrina del Sr. Seguridad-Carnal, que no se
sintieron afectados por la partida de su Príncipe, ni le recordaron cuando les
hubo dejado; y, por ello mismo, no sintieron pesar por su ausencia.
36
Sucedió un cierto día que este
viejo caballero, el Sr. Seguridad-Carnal, preparó otra fiesta para la ciudad de
Alma Humana; había entonces en la ciudad un Sr. Temor-de-Dios, ahora poco
apreciado, aunque antes era muy solicitado. A este hombre quería el viejo
Seguridad-Carnal corromper y anular,[238] si era posible, como había sucedido
con todo el resto, y por esto lo invitó a esta fiesta junto con sus vecinos.
Llegado el día, con todo preparado, entra él y aparece con el resto de los
invitados; y sentados todos a la mesa, comieron y bebieron y se alegraron:
todos menos este hombre, porque el Sr. Temor-de-Dios estaba sentado allí como
ausente, y ni comía ni estaba alegre. Al darse cuenta de ello el Sr.
Seguridad-Carnal, se dirigió a él diciéndole:
«Sr. Temor-de-Dios, ¿no os
encontráis bien? Parecéis estar indispuesto de cuerpo o de mente, o quizá de
ambas cosas. Tengo un licor elaborado por el Sr. Olvida-lo-Bueno, el cual, si
tomáis sólo unas gotas, espero que os reanimará y alegrará, y hará de vos una
mejor compañía para nosotros, vuestros compañeros de fiesta».
A estas palabras, el viejo
caballero replicó con discreción: «Gracias, señor, por toda su cortesía y
gentileza, pero no tengo ningún deseo por su licor. Pero tengo una palabra para
los naturales de Alma Humana: Ancianos y jefes de Alma Humana, me resulta
extraño veros tan jocosos y felices, siendo que la ciudad de Alma Humana está
en un tan grave aprieto».
Entonces contestó el Sr.
Seguridad-Carnal: «Necesitáis dormir, o quizá aire fresco. Si queréis, echaos y
dormid una siesta, y mientras tanto nosotros nos seguiremos divirtiendo».
Entonces le dijo así aquel buen
hombre: «Señor, si no estuvierais privado de honradez no habríais actuado como
lo habéis hecho y seguís haciendo».
Entonces preguntó el Sr.
Seguridad-Carnal: «¿Por qué?»
Temor. Por favor, no me
interrumpáis. Es verdad que la ciudad de Alma Humana era fuerte, y, que, bajo
una condición, inexpugnable; pero vosotros mismos, los ciudadanos, la habéis
debilitado, y está ahora expuesta a sus enemigos. No es ahora el momento de
halagos ni de estar callados; vos sois, Sr. Seguridad-Carnal, el que ha
despojado astutamente a Alma Humana y echado de ella su gloria; vos sois quien
ha derribado sus torres, vos habéis derruido sus puertas, vos habéis
inutilizado sus cierres y barras.
Y ahora me explicaré: desde el
momento en que los señores de Alma Humana y vos, señor, os hicisteis tan
amigos, desde aquel momento se ha cometido ofensa contra la Fuerza de Alma
Humana, y ahora se ha levantado y ha partido. Si alguno pone en duda mis
palabras, le responderé con esta y otras parecidas preguntas: «¿Dónde está el
Príncipe Emanuel? ¿Cuándo le ha visto alguien, hombre o mujer, en Alma Humana?
¿Cuándo le habéis oído, o probado sus exquisitos manjares?» Ahora estáis
banqueteando con este monstruo diaboliano, pero él no es vuestro Príncipe. Por
ello os digo que aunque los enemigos de fuera no os hubieran podido causar daño
si hubierais estado atentos, por cuanto habéis pecado contra vuestro Príncipe,
vuestros enemigos de adentro han sido demasiado fuertes para vosotros.
Entonces dijo el Sr.
Seguridad-Carnal: «¡Tonterías, tonterías, Sr. Temor-de-Dios, da pena oíros! ¿Es
que nunca dejaréis de ser un timorato? ¿es que tenéis miedo de vuestra propia
sombra? ¿Quién os ha hecho nada? He aquí, yo estoy de vuestro lado; sólo vos
estáis por la duda, mientras que yo estoy por la confianza. Además, ¿es ahora
momento para la tristeza? Una fiesta se hace para la alegría; ¿por qué pues vos
ahora, para vuestra vergüenza y para turbación nuestra, vertéis un lenguaje tan
apasionadamente deprimente, cuando deberíais estar comiendo, bebiendo y
alegrándoos?»
Entonces respondió el Sr.
Temor-de-Dios: «Con razón me siento dolido, porque Emanuel se ha ido de Alma
Humana. Y, lo repito, se ha ido, y vos, señor, sois quien lo ha hecho salir;
sí, se ha ido sin siquiera notificar su partida a los nobles de Alma Humana; y
si esto no es una indicación de su ira, no conozco los métodos de la piedad.
»Y ahora, milores y caballeros, por
cuanto estoy dirigiéndome a vosotros, vuestro gradual apartamiento de él fue
provocándolo a que se apartase gradualmente de vosotros, lo cual hizo por un
cierto tiempo, por si quizá os hacíais conscientes de tal situación; pero
viendo que a nadie le importaba, ni se daban cuenta de estos terribles
comienzos de su ira y de su juicio, se fue de este lugar; y esto yo lo vi con
mis mismos ojos. Por ello ahora, mientras que vos os jactáis, vuestra fuerza ha
desaparecido; sois como aquel hombre que perdió sus rizos que antes agitaba
alrededor de sus hombros. Vosotros podéis si queréis, con el anfitrión de este
banquete, sacudiros y pensar que venceréis como en otras ocasiones, pero ya que
sin él nada podéis hacer, y ya que él se ha apartado de vosotros, transformad
este vuestro banquete en suspiros, y vuestras risas en lamentaciones».
Entonces el predicador subordinado,
el viejo Sr. Conciencia, que en otros tiempos había sido el Archivero de Alma
Humana, sobresaltado por lo que se estaba diciendo, comenzó a secundarlo así:
«La verdad es, hermanos míos,» dijo
él, «que me temo que lo que ha dicho el Sr. Temor-de-Dios es cierto; por mi
parte, yo mismo no he visto a mi Príncipe por mucho tiempo. No puedo ni
recordar qué día fue, ni tampoco puedo dar respuesta a la pregunta del Sr.
Temor-de-Dios. Mucho me temo que mal van las cosas para Alma Humana.
Temor. Desde luego, sé que no le
encontraréis en Alma Humana, porque ha partido y no está; sí, y se ha ido por
culpa de los ancianos, y por cuanto han recompensado su gracia con un
insufrible desaire.
Entonces pareció como si el
predicador subordinado fuera desplomarse muerto sobre la mesa;[239] y todos los
presentes, excepto el dueño de la casa, comenzaron a empalidecer y a desmayar.
Pero, recuperándose un poco, y acordando todos creer a Sr. Temor-de-Dios y lo
que había expuesto, comenzaron a consultar cuál sería la mejor manera de actuar
(ahora el Sr. Seguridad-Carnal se había retirado a cámara privada, porque no le
gustaba este ambiente depresivo), tanto con respecto al dueño de la casa por
haberlos arrastrado al mal, como para recuperar el amor de Emanuel.
Y con esto les vino vívidamente a
la memoria aquel dicho de su Príncipe acerca de cómo debían tratar a los falsos
profetas que se levantarían para engañar a la ciudad de Alma Humana. Así
tomaron al Sr. Seguridad-Carnal (concluyendo que se trataba de él) y lo
quemaron junto con su casa; porque él también era de naturaleza diaboliana.
Hecho esto y terminado, se
apresuraron a ir en busca de su Príncipe Emanuel;[240] lo buscaron, y no lo
hallaron. Esto les reafirmó en la verdad de lo que había dicho el Sr.
Temor-de-Dios, y llegaron a una fuerte convicción de lo vil e impío de sus
acciones; porque llegaron ahora a la conclusión de que era a causa de ellas que
su Príncipe les había dejado.
Entonces resolvieron acudir a
milord Secretario (a quien antes habían rehusado oír —a aquél a quien habían
contristado con sus acciones), para informarse por él, por cuanto él era
vidente y les podría decir donde estaba Emanuel, y cómo podrían dirigirle una
petición.[241] Pero el Lord Secretario no quería admitirlos a conferenciar
acerca de esto, ni los dejó entrar en su regio palacio, ni quiso salir a ellos
para mostrarles su rostro o reconocimiento.
Y ahora el día se volvió gris y
oscuro, un día de nubarrones y de espesas tinieblas para Alma Humana. Ahora
cayeron en cuenta de lo necios que habían sido, y comenzaron a tomar conciencia
de lo que había conseguido la compañía y las adulaciones del Sr. Seguridad-Carnal,
y del gravísimo daño que habían causado a la pobre Alma Humana todas sus
hinchadas palabras. Pero desconocían todavía lo que iba posiblemente a
costarles aún. Ahora el Sr. Temor-de-Dios comenzó de nuevo a ser apreciado por
los hombres de la ciudad; más aún, estaban dispuestos a considerarle como
profeta.
37
Llegó el domingo, y fueron a
escuchar a su predicador subordinado;[242] pero, ¡ah, de qué manera tronaba y
relampagueaba aquel día! Tomó su texto del profeta Jonás: «Los que siguen vanidades
ilusorias, abandonan su misericordia».[243] Pero en aquel sermón se manifestó
entonces tal poder y autoridad, y se veía tal desmayo en los semblantes aquel
día, que pocas veces se había visto u oído cosa semejante. Cuando hubo
terminado el sermón, los oyentes apenas si pudieron volver a sus casas, ni
dedicarse a la semana siguiente a sus ocupaciones; se sentían tan abrumados por
el sermón y tan dolidos a causa de él por el golpe que les había deparado, que
no sabían qué hacer.[244]
No se limitó a exponer a Alma
Humana su pecado, sino que temblaba delante de ellos, bajo la conciencia del
suyo propio, clamando acerca de sí mismo mientras les predicaba a ellos:
«¡Desgraciado de mí,[245] que haya cometido tal maldad! ¡Que yo, un predicador,
a quien el Príncipe puso para enseñar su ley a Alma Humana, haya vivido de una
manera tan inconsecuente e insensata, y que sea uno de los primeros en ser
hallado en transgresión! Y esta transgresión caía dentro de mi responsabilidad;
yo hubiera debido clamar contra esta maldad; ¡pero dejé que Alma Humana se
revolcase en ella hasta hacer alejar a Emanuel de sus límites!»[246] Con estas
palabras acusó también a todos los nobles y caballeros de Alma Humana, hasta
casi hacerles perder el juicio.
Para este entonces, la ciudad de
Alma Humana cayó también presa de una grave enfermedad, y la mayor parte de sus
habitantes quedaron sumamente afectados. También los capitanes y los hombres de
guerra quedaron reducidos por la misma a una gran debilidad,[247] y ello durante
mucho tiempo, por lo que, en caso de invasión, no se podría haber hecho nada
para defenderse, ni por parte de los ciudadanos ni de los oficiales de campo.
¡Cuántos semblantes pálidos, cuántas manos débiles, rodillas temblorosas y
hombres vacilantes que se veían ahora por las calles de Alma Humana! Aquí se
oían gemidos, allí suspiros, y más allá se veía a los que estaban a punto de
desmayarse.
También los vestidos que Emanuel
les había dado estaban en mal estado; algunos rotos, otros desgarrados, y todos
en mala condición; algunos los llevaban tan flojos que podían desprenderse sólo
con tocar un matojo.
Después de un tiempo transcurrido
en esta triste y desolada condición, el predicador subordinado llamó a un día
de ayuno y de humillación por haber sido tan malvados contra el gran Shaddai y
su Hijo. También pidió al Capitán Boanerges que predicara. Éste accedió, y
habiendo llegado el día, su texto fue: «Córtala, ¿para qué inutiliza también la
tierra?»[248] Y pronunció un acerado sermón acerca de este tema. Primero expuso
la circunstancia de estas palabras: una higuera estéril; luego desarrolló lo
que comportaba la sentencia, es decir, o bien arrepentimiento, o bien un
asolamiento total. Luego les mostró también por cuál autoridad había sido pronunciada
esta sentencia, y era por el mismo Shaddai. Y, por fin, expuso las razones de
ello, y con ello concluyó el sermón. Pero fue muy detallado en su aplicación,
de forma que hizo temblar a Alma Humana. Porque este sermón, lo mismo que el
anterior, pesó mucho en los corazones de los hombres de Alma Humana; ayudó en
mucho a mantener despiertos a los que se habían despertado ante la predicación
anterior. Así que ahora poco o nada se oía o veía por toda la ciudad sino
duelo, luto y lamentación.
Luego, después del sermón, se
reunieron todos y consultaron acerca del mejor modo de proceder. «Pero no voy a
hacer nada por mí cuenta», dijo el predicador subordinado, «sin consultar con
mi vecino el Sr. Temor-de-Dios. Porque si él comprendió antes que nosotros más
de la mente de nuestro Príncipe, no creo que sea menos ahora, cuando estamos
volviendo de nuevo a la virtud».
Así que enviaron a llamar al Sr.
Temor-de-Dios, que acudió de inmediato. Luego le pidieron que les abundase en
su opinión acerca de cómo sería mejor proceder. Entonces el anciano caballero
les dijo lo siguiente:
«Es mi parecer que esta ciudad de
Alma Humana, en este día de su aflicción, escriba y envíe una humilde petición
a su ofendido Príncipe Emanuel, para que él, en su favor y gracia, vuelva de
nuevo a vosotros, y no mantenga para siempre su enojo».
Oído el consejo, los ciudadanos lo
aceptaron por unanimidad; entonces redactaron su petición; entonces la
siguiente cuestión a resolver fue: ¿Quién la llevará? Por fin acordaron
enviarla por mano de milord Alcalde. Éste aceptó este servicio y emprendió su
viaje; fue y llegó a la corte de Shaddai, adonde se había ido Emanuel el
Príncipe de Alma Humana. Pero la puerta estaba cerrada[249] y con una fuerte
guardia; por esta causa, el peticionario se vio obligado a esperar largo tiempo
de pie. Luego solicitó que alguien acudiera a ver al Príncipe y le dijera quién
estaba a la puerta y cuál era su recado. Así que uno fue y dijo a Shaddai y a
Emanuel su Hijo que el Lord Alcalde de la ciudad de Alma Humana estaba a la
puerta de la corte del Rey, pidiendo ser admitido a la presencia del Príncipe,
el Hijo del Rey. También transmitió el recado del Lord Alcalde, tanto al Rey
como a su Hijo Emanuel. Pero el Príncipe no estaba dispuesto a acudir ni a
admitir que se le abriera la puerta, sino que le envió una respuesta en estos
términos: «Porque me volvieron la espalda, y no el rostro; y en el tiempo de su
calamidad dicen: Levántate, y líbranos. Que se vayan ahora al Sr.
Seguridad-Carnal, a quien fueron cuando se apartaron de mí, y que en su
aflicción hagan de él su guía, su señor y su protección;[250] ¿por qué vienen a
visitarme a mí en sus angustias, por cuanto en su prosperidad se extraviaron?»
La respuesta hizo empalidecer al
Lord Alcalde hasta que su rostro se tornó como de ceniza. Se quedó turbado,
perplejo, y lo hirió en lo más hondo.[251] Ahora comenzó a ver de nuevo cuáles
eran las consecuencias de tanta familiaridad con los diabolianos, como lo había
sido el Sr. Seguridad-Carnal. Cuando vio que por ahora no se podía esperar
mucha ayuda de la corte, tanto para él como para sus amigos en Alma Humana, se
golpeó el pecho, y se volvió llorando por el camino y lamentando el triste
estado de Alma Humana.
Bien, habiendo llegado a la vista
de la ciudad, los ancianos y los principales de los ciudadanos de Alma Humana
salieron a la puerta a recibirle y a saludarle, y a conocer cómo habían ido las
cosas en la corte. Pero les contó su relato de una manera tan llena de congoja
que todos ellos levantaron la voz, se dolieron y lloraron. Por ello, se echaron
cenizas sobre la cabeza, y se vistieron de saco, y fueron clamando por la
ciudad de Alma Humana, y al ver esto el resto de la población, todos se
enlutaron y lloraron. Éste fue, así, un día de reproche, de apuro y de angustia
para la ciudad de Alma Humana, y también de gran aflicción.
Pasado un cierto tiempo, y
habiéndose serenado un tanto, se reunieron de nuevo para consultar qué debían
hacer; y pidieron consejo, como antes, a aquel honorable Sr. Temor-de-Dios, que
les dijo que no había mejor manera que hacer lo que habían hecho, y que no
debían desanimarse por el trato que se les había dispensado en la corte,
incluso aunque varias de sus peticiones no tuvieran otra respuesta que el
silencio y el reproche. «Porque de esta manera actúa el sabio Shaddai», dijo
él, «para hacer esperar a los hombres y ejercitar la paciencia, y ésta debería
ser la actitud de ellos en su necesidad: estar dispuestos a esperar a su
tiempo».
Entonces cobraron ánimo, y
siguieron enviando sus mensajes, insistentemente, una y otra vez,[252] porque
no transcurría un día, ni una hora, en que no se encontrara alguien por el
camino con un correo montado, soplando el cuerno de parte de Alma Humana ante
la corte del Rey Shaddai,[253] y todos ellos con cartas de petición en favor de
Alma Humana y pidiendo el regreso del Príncipe a la ciudad. La carretera, digo,
estaba llena de mensajeros, yendo y volviendo, y encontrándose unos a otros;
algunos regresando de la corte, otros saliendo de Alma Humana; y ésta fue la
actividad de la miserable ciudad de Alma Humana durante aquel largo, crudo,
frío y tedioso invierno.
38
Si no lo habéis olvidado,
recordaréis que antes he dicho que después que Emanuel recuperó Alma Humana, y
después de haber remodelado la ciudad, quedaron escondidos en varios lugares de
la ciudad muchos de los antiguos diabolianos, que o bien habían venido con el
tirano cuando invadió y tomó la ciudad, o que allí habían nacido y se habían
criado, fruto de mezclas ilegítimas. Y todas sus madrigueras, guaridas y
escondrijos se encontraban bien dentro, o debajo o alrededor de la muralla de
la ciudad. Algunos de sus nombres eran Lord Fornicación, Lord Adulterio, Lord
Homicidio, Lord Ira, Lord Lascivia, Lord Engaño, Lord Mal-Ojo, Lord Blasfemia,
y aquel terrible villano, el viejo y peligroso Lord Codicia. Como ya os he
dicho, éstos y otros muchos vivían todavía en la ciudad de Alma Humana, y esto
después que Emanuel hubiera expulsado de la ciudadela a Diábolo, el príncipe de
ellos.
El buen Príncipe había dado
instrucciones en contra de ellos a Lord Recia-Voluntad y a otros, en realidad a
la ciudad entera de Alma Humana, para que buscasen, apresaran y destruyesen a
todos a los que pudieran echar mano, por cuanto eran diabolianos por
naturaleza, enemigos del Príncipe, y buscaban la destrucción de la bendita
ciudad de Alma Humana. Pero la ciudad de Alma Humana no cumplió estas
instrucciones, sino que descuidó buscar, apresar y destruir a estos diabolianos.
¡Qué otra cosa sucedió, sino que estos villanos se envalentonaron gradualmente
para asomarse, y mostrarse a los habitantes de la ciudad! Sí, y por lo que me
contaron, los habitantes de Alma Humana se familiarizaron demasiado con algunos
de ellos, para dolor de la ciudad, como ya veréis más adelante en el curso de
la narración.
Bien, cuando los lores diabolianos
que quedaban se dieron cuenta de que Alma Humana había, por su pecado, ofendido
a Emanuel su Príncipe, y que él se había retirado de ella, comenzaron a tramar
la destrucción de la ciudad. Se reunieron entonces un día en la guarida de un
tal Sr. Dañino, que también era diaboliano, y allí consultaron juntos acerca de
cómo podrían volver a entregar a Alma Humana a manos de Diábolo. Unos aconsejaban
esto, otros lo otro, cada uno según sus preferencias. Al final, Lord Lascivia
propuso si no sería mejor que para empezar algunos de los diabolianos se
aventuraran a ofrecerse como criados a habitantes de Alma Humana; «porque si lo
hacen», dijo, «y Alma Humana los acepta, pueden facilitar la toma de la ciudad
de Alma Humana por nuestra parte, y para Diábolo nuestro señor, que en otras
circunstancias». Pero entonces se levantó Lord Homicidio, y dijo: «Esto no es
posible ahora, porque Alma Humana está en una especie de frenesí, porque ya se
ha visto engañada por nuestro amigo, el Sr. Seguridad-Carnal, e inducida a
ofender a su Príncipe; ¿y qué mejor forma tendrá de reconciliarse con su Señor
que con las cabezas de estos hombres? Además, sabemos que tienen órdenes de
apresarnos y darnos muerte allí donde nos puedan encontrar; seamos por tanto
astutos como zorras; cuando estemos muertos no les podremos hacer mal alguno;
pero mientras vivamos, nos es posible». Así, después de haberle dado vueltas a
la cuestión, convinieron enviar una carta a Diábolo[254] en nombre de los
reunidos, en la que le expusieran el estado de Alma Humana, y cómo había caído
del favor de su Príncipe. «Podríamos también hacerle saber nuestras
intenciones,» añadió uno de ellos, «y pedirle su consejo para esta situación».
Redactaron, pues, la carta, y éste
era su contenido:
«A nuestro gran señor, el Príncipe
Diábolo, que habita abajo en la caverna infernal:
«Oh gran padre y poderoso Príncipe
Diábolo, nosotros, los verdaderos diabolianos que permanecemos todavía en la
rebelde ciudad de Alma Humana, siendo que de ti recibimos nuestro ser, y
nuestro alimento de tus manos, no podemos quedar satisfechos y tranquilos ante
lo que está sucediendo, cómo eres vilipendiado, humillado y afrentado entre los
moradores de esta ciudad; ni tu larga ausencia nos es grata en absoluto, porque
es para gran detrimento para nosotros.
»La razón de que escribamos así a
nuestro señor es que no hemos perdido del todo la esperanza de que esta ciudad
pueda llegar de nuevo a ser tu morada, porque se ha apartado mucho de su
Príncipe Emanuel; además, él ha partido, alejándose de ellos; y aunque envían,
y envían, y envían, y envían mensajes una y otra vez para que él regrese a
ellos, no pueden prevalecer, ni recibir palabras afectuosas suyas.
»También durante estos últimos
tiempos han padecido y siguen padeciendo una gran enfermedad y debilidad, y no
sólo están afectadas las clases bajas de la ciudad, sino también los lores,
capitanes y principales gentilhombres del lugar (sólo los de naturaleza
diaboliana resistimos bien, vigorosos y activos), de modo que por su gran
transgresión por una parte, y por su peligrosa enfermedad por la otra, pensamos
que son vulnerables a tu mano y poder. Por ello, si te levantas con tu horrible
astucia y con la astucia del resto de los príncipes que tienes contigo para
venir y lanzar un ataque contra Alma Humana, envíanos recado, y nosotros
pondremos todo de nuestra parte para entregártela en tus manos. Y si lo que te
hemos comunicado no parece lo mejor y más adecuado a tu paternidad, envíanos
tus pensamientos en pocas palabras, y estaremos todos dispuestos a seguir tu
consejo y a arriesgar nuestras vidas y todo lo que tengamos.
»Dado por nosotros los firmantes en
el día y fecha del encabezamiento, después de intensas consultas en casa del
Sr. Dañino, que vive todavía y tiene su residencia en nuestra deseable ciudad
de Alma Humana.»
Cuando el Sr. Profano (pues él fue
el mensajero) llegó con su carta a la colina de la Puerta del Infierno, llamó a
las puertas de bronce pidiendo entrada. Entonces le abrió Cerbero, el portero,
porque él es el guarda de aquella puerta, y a él entregó el Sr. Profano el
mensaje que traía de parte de los diabolianos en Alma Humana. Entonces él la
llevó al interior, y, presentándola a su señor Diábolo, le dijo: «Noticias de
Alma Humana, milord, de parte de nuestros fieles amigos en Alma Humana».
Entonces, saliendo de todas partes
de aquel antro, se reunieron Beelzebú, Lucifer, Apolión, con todo el resto de
la chusma, para oír las noticias procedentes de Alma Humana. Así, se abrió la
carta y se leyó, y Cerbero estaba esperando. Cuando la carta se hubo leído
públicamente, y difundido así su contenido por todos los rincones del antro, se
mandó que sin cesar se hicieran doblar las campanas a funeral por el gozo que
les embargaba. Así, las campanas doblaron y los príncipes se gozaron al pensar
que Alma Humana iba probablemente a ser destruida. Y el son de la campana
parecía estar diciendo: «La ciudad de Alma Humana viene a habitar con nosotros;
haced lugar a la ciudad de Alma Humana». Esta campana hicieron doblar entonces,
porque tenían la esperanza de que volverían a tomar Alma Humana.
Tras haber celebrado esta horrible
ceremonia, se volvieron a reunir para consultar qué respuesta iban a enviar a
sus amigos en Alma Humana; y unos aconsejaron unas cosas, otros otras; pero al
final, y por cuanto el asunto apremiaba, dejaron todo en manos del príncipe
Diábolo, considerando que él era el más adecuado señor del lugar. Así, procedió
a escribir una carta en términos que consideró adecuados, en respuesta a la que
había traído el Sr. Profano, y la envió a los diabolianos que moraban en Alma
Humana por mano del mismo que les había traído la suya; y éste era su
contenido:
«A nuestros descendientes, los
grandes y poderosos diabolianos que siguen morando en la ciudad de Alma Humana:
Diábolo, el gran príncipe de Alma Humana, os desea un feliz resultado y
conclusión de estas muchas valientes empresas, conspiraciones y designios que
vosotros, por el amor y respeto hacia nuestro honor, tenéis en vuestro corazón
llevar a cabo contra Alma Humana.
»Queridos hijos y discípulos, Lord
Fornicación, Adulterio y el resto, para nuestro gran gozo y satisfacción hemos
recibido aquí, en nuestro desolado antro, vuestra grata carta de mano de
nuestro fiel Sr. Profano; y para manifestar cuán aceptables nos han sido
vuestras noticias, hemos doblado las campanas de felicidad; porque nos regocijamos
tanto como pudimos al ver que seguimos teniendo todavía amigos en Alma Humana,
que buscan nuestra honra y venganza con la ruina de la ciudad de Alma Humana.
También nos ha alegrado saber que están en mala condición, que han ofendido a
su Príncipe, y que éste se ha ido. Su enfermedad también nos complace, como
también vuestra salud, poder y fuerza. También nos alegraría, horrendamente
queridos, poder tener de nuevo esta ciudad en nuestras garras. Y no
regatearemos esfuerzar nuestro ingenio, nuestra astucia, nuestras mañas y
nuestras invenciones infernales para llevar al fin deseado vuestras valientes
iniciativas.
»Y consolaos con esto (nuestros
hijos, linaje nuestro), que volveremos a sorprenderla y a tomarla, trataremos
de pasar a todos vuestros enemigos a filo de cuchillo, y haremos de vosotros
los grandes lores y capitanes del lugar. Nada tenéis qué temer, si logramos
apoderarnos de ella, de que después seamos echados nunca más de ella; porque
vendremos con mayor fuerza, y así nos aferraremos a ella más que al
principio.[255] Además es la ley de aquel Príncipe al que ahora reconocen, que
si nos apoderamos de ellos por segunda vez, serán nuestros para siempre.
»Así, nuestros fieles diabolianos,
seguid al acecho y buscad espiar los puntos débiles de Alma Humana. También
querríamos que tratarais de debilitarlos más y más. Enviadnos también
información acerca de qué medios, pensáis, serían los mejores para intentar
recobrarla: si mediante persuasión llevarlos a una vida vana y disoluta, o bien
tentándolos a dudar y a desesperar; o bien volando la ciudad con la pólvora de
la soberbia y de la presunción. Estad también siempre dispuestos, valientes
diabolianos y verdaderos hijos del abismo, para lanzar el más abominable ataque
desde el interior cuando nosotros estemos preparados para atacar desde fuera.
Dedicaos ahora a este proyecto, y nosotros en nuestros deseos, con todo el
poder de nuestras puertas, como es deseo de vuestro gran Diábolo, enemigo de
Alma Humana, aquel que se estremece cuando piensa en el juicio venidero. Todas
las bendiciones del abismo sean sobre vosotros, con lo que acabamos nuestra
carta.
»Dada por mí, Diábolo, en la boca
del abismo, por acuerdo conjunto de todos los príncipes de las tinieblas, y
para ser enviada a la fuerza y el poder que todavía tenemos en Alma Humana, por
mano del Sr. Profano.»
Esta carta, como ha quedado dicho,
fue enviada a Alma Humana, a los diabolianos que permanecían aún en ella, y que
seguían habitando orando en la muralla,[256] desde la tenebrosa mazmorra de
Diábolo, por mano del Sr. Profano, por quien también los que estaban en Alma
Humana le habían remitido la suya al abismo. Cuando este Sr. Profano hubo
regresado y estaba de nuevo en Alma Humana, se dirigió, como solía, a casa del
Sr. Dañino, porque allí estaba el cónclave, y era el lugar de reunión de los
conspiradores. Cuando vieron llegar sano y salvo a su mensajero, se alegraron
sobremanera. Entonces les presentó la carta que les había traído de Diábolo, la
cual, una vez leída y considerada, aumentó en mucho su alegría. Le preguntaron
por sus amigos, cómo estaban su señor Diábolo, Lucifer y Beelzebú, con todo el
resto de los del antro infernal. A esto, este Profano respondió: «Bien, muy
bien, milores; están bien, tan bien como se pueda estar en su lugar. Ellos
también vibraron de alegría», añadió él, «al leer vuestra carta, como bien lo
percibisteis al leer la suya».
39
Como ya ha quedado dicho, leído que
hubieron su carta, y viendo que se les alentaba en la prosecución de su obra,
se dedicaron de nuevo a tramar planes sobre cómo podrían llevar a buen puerto
su designio diaboliano sobre Alma Humana. Y lo primero que convinieron fue
mantener a Alma Humana tan ignorante como pudieran de todo aquello. «Que no se
sepa, que Alma Humana no llegue a saber lo que tramamos contra ella». Lo
siguiente era cómo, o por qué medios, tratarían de lograr la ruina y el
asolamiento de Alma Humana; y unos decían una cosa, y otros otra. Entonces tomó
la palabra el Sr. Engaño, y dijo: «Mis honorables amigos diabolianos: nuestros
lores y los grandes de la profunda mazmorra nos proponen estas tres formas de
actuar:
«1. Si será mejor buscar la ruina
de Alma Humana volviéndola disoluta y vana.
«2. O si será mejor empujarlos a la
duda o a la desesperación.
«3. O si será mejor volarla con la
pólvora de la soberbia o de la presunción.[257]
«Ahora bien, me parece que si los
tentamos al orgullo, esto puede tener algunos efectos; y que si los tentamos a
la disolución puede servir de ayuda. Pero pienso que si pudiéramos llevarlos a
la desesperación, esto sería definitivo; porque entonces los llevaríamos, en
primer lugar, a dudar de la realidad del amor del corazón de su Príncipe para
con ellos, y esto le disgustará en gran manera. Esto, si funciona bien, los
llevará a abandonar su actividad de enviarle peticiones; se acabarán así las
fervientes peticiones de ayuda y provisión; porque entonces la conclusión
natural a la que llegarán será: “De nada sirve, porque a nada lleva”». Y
asintieron unánimes a lo propuesto por el Sr. Engaño.
El siguiente punto que se trató
fue: ¿Cómo podremos llevar a cabo este proyecto?[258] La respuesta la dio el
mismo caballero: «Esta podría ser la mejor manera de llevarlo a cabo: que
algunos de nuestros amigos dispuestos a aventurarse por la causa de nuestro
príncipe», dijo, «se disfracen, se cambien los nombres, y acudan al mercado
aparentando ser viajeros llegados de tierras lejanas, y que se ofrezcan como
siervos a la famosa ciudad de Alma Humana, y que pretendan trabajar de la
manera más provechosa para sus amos; porque de esta manera, si Alma Humana los
contrata, podrán corromper y contaminar de tal manera a la población, que su
actual Príncipe no sólo se ofenderá aún más con ellos, sino que finalmente los
escupirá de su boca. Y cuando así haya sucedido, nuestro príncipe Diábolo hará
fácil presa de ellos; sí, ellos mismos caerán en la boca del devorador».[259]
Tan pronto se expuso este proyecto,
fue aceptado, y muy deseosos estaban los diabolianos de dedicarse a una tan
delicada misión, pero no se creyó oportuno que todos participasen; así,
decidieron escoger a dos o tres, y se decidieron específicamente por Lord
Codicia, Lord Lascivia y Lord Ira. Lord Codicia adoptó el nombre de
Prudente-Parco; Lord Lascivia adoptó el de Diversión-Inocente; y Lord Ira
adoptó el de Intenso-Celo.[260]
Así que, llegado el día de mercado,
aparecieron tres hombres apuestos, vestidos con pieles de ovejas, que también
eran blancas, como lo eran las ropas de los hombres de Alma Humana. Y estos
hombres conocían bien el lenguaje de Alma Humana.[261] Así llegaron a la plaza
del mercado, y, habiéndose ofrecido a los ciudadanos, fueron contratados;
porque habían pedido poca paga y habían prometido hacer grandes servicios a sus
patronos.
El Sr. Mente contrató a
Prudente-Parco; y el Sr. Temor-de-Dios contrató a Intenso-Celo. Es cierto que
Diversión-Inocente no consiguió empleo por un tiempo: no logró que lo tomara
alguien como había sucedido con los otros dos, porque la ciudad de Alma Humana
estaba ahora en Cuaresma, pero pasado un tiempo, por cuanto la Cuaresma ya casi
tocaba a su fin, Lord Recia-Voluntad contrató a Diversión-Inocente como
asistente y lacayo;[262] y así fue como consiguieron que los contratasen.
Habiendo conseguido estos villanos
entrar en las casas de los hombres de Alma Humana, pronto comenzaron a hacer en
ellas grandes males; porque, siendo sucios, astutos y cautos, pronto
corrompieron a las familias con las que convivían; y ensuciaron mucho a sus
amos, especialmente Prudente-Parco, y el que se hacía llamar
Diversión-Inocente. Es cierto que el que iba bajo el disfraz de Intenso-Celo no
fue tan del gusto de su amo; porque pronto descubrió que era sólo un granuja
disfrazado, por lo que, al darse cuenta de ello el diaboliano, escapó de la
casa; si no, no dudo en absoluto que su amo lo habría colgado.
Bien, cuando estos vagabundos
hubieron cumplido sus designios hasta cierto punto y hubieron corrompido la
ciudad tanto como pudieron, trataron luego entre sí acerca de en qué momento su
príncipe Diábolo desde fuera, y ellos desde el interior de la ciudad, debían
emprender su propósito de apoderarse de Alma Humana; y todos estuvieron de
acuerdo en esto: que el mejor día para tal cosa sería un día de mercado.[263]
¿Por qué? Porque entonces estarán los habitantes de la ciudad ocupados en sus
cosas; y siempre sucede así: cuanto más ocupados están las gentes en sus cosas,
menos temen una sorpresa. «También este día», dijeron, «podremos reunirnos sin
causar sospechas, para actuar por nuestros amigos y señores; sí, y en un día
como este, si fracasamos en nuestro intento y tenemos que huir, podremos mejor
escondernos entre la muchedumbre y escapar.»
Convenido todo esto, escribieron
otra carta a Diábolo, enviándola por medio del Sr. Profano, y que decía:
«Los señores de Disolución[264]
enviamos saludos al grande y sublime Diábolo desde nuestras madrigueras,
cuevas, guaridas y lugares fuertes en y alrededor de la ciudad de Alma Humana.
»Nuestro gran lord y sustentador de
nuestras vidas, Diábolo: Nadie puede saber cuán felices nos sentimos al saber
de la buena disposición de tu paternidad para acceder a nuestros deseos, y para
ayudarnos en nuestro designio de intentar la ruina de Alma Humana sino aquellos
que, como nosotros, se enfrentan contra toda especie de bien, allá donde
podamos hallarlo.[265]
»Tocante al aliento que tu grandeza
se complace a darnos para seguir maquinando, tramando y urdiendo la absoluta
desolación de Alma Humana, acerca de esto no tenemos necesidad; porque sabemos
muy bien que no puede sernos sino grato y provechoso ver morir bajo nuestros
pies o huir delante de nosotros a nuestros enemigos y a los que buscan nuestras
vidas. Por ello seguimos maquinando, con toda nuestra astucia, para facilitar
esta obra a sus señorías y a ti.
»Primeramente, hemos meditado un
triple plan de lo más infernalmente astuto y sólido que nos propusiste en tu
última carta.[266] Hemos llegado a la conclusión de que aunque bien estaría
volarlos con la pólvora de la soberbia y de la presunción, y que podría ser
útil tentarlos a ser disolutos y vanos, sin embargo creemos que es mejor buscar
llevarlos al abismo de la desesperación. Ahora bien, nosotros, que estamos a
tus órdenes, hemos pensado en dos maneras de conseguirlo; primero nosotros, por
nuestra parte, los haremos tan viles como podamos, y luego tú junto con
nosotros, en un momento convenido, estaremos preparados para caer sobre ellos
con todas nuestras fuerzas. Y de todas las naciones que tenéis a vuestro mando,
creemos que un ejército de dubitativos puede ser el más eficaz para atacar y
vencer la ciudad de Alma Humana. Así vencerás a tus enemigos, o bien el abismo
abrirá su boca bajo ellos, y la desesperación los arrojará a él.[267] Y para
llevar a cabo este fin tan anhelado, hemos infiltrado a tres de nuestros fieles
diabolianos entre ellos; llevan un disfraz y han cambiado sus nombres: son
Codicia, Lascivia e Ira. El nombre de Codicia ha sido transformado a Prudente-Parco,
y lo ha contratado el Sr. Mente, que se ha vuelto casi tan malo como nuestro
amigo. Lascivia ha cambiado su nombre por Diversión-Inocente, y es ahora lacayo
de Lord Recia-Voluntad; pero ha vuelto muy relajado a su amo. Ira tomó el
nombre de Intenso-Celo, y fue empleado por el Sr. Temor-de-Dios; pero este
susceptible caballero se olió algo, y echó a nuestro compañero de su casa. Más
que esto: nos ha informado que tuvo que escapar, o lo habría colgado en premio
a sus esfuerzos.
»Estos nos han sido de gran ayuda
para nuestra obra y designios en Alma Humana,[268] porque a pesar del rencor y
el temperamento violento del caballero acabado de mencionar, los otros dos
están actuando bien, y posiblemente madurarán rápidamente la situación.
»Nuestro siguiente proyecto es
acordar que acudáis a la ciudad un día de mercado, y cuando estén más dedicados
a sus actividades; porque es entonces con toda seguridad cuando más confiados
estarán, y menos estarán pensando que se les puede atacar.[269] También en tal
ocasión serán menos capaces de defenderse, y de impediros llevar a cabo vuestro
designio. Y nosotros tus fieles (y estamos seguros que tus amados) partidarios
estaremos listos para secundar desde el interior tu violento ataque desde el
exterior. Así podremos, con toda probabilidad, llevar a Alma Humana a una
confusión total, y sorberlos antes de que se den cuenta de lo que sucede. Si
tus cabezas serpentinas, tus sutiles dragones y tus muy estimados lores pueden
encontrar una mejor manera de actuar que ésta, dadnos rápidamente a conocer
vuestras intenciones.
»A los monstruos de la caverna
infernal, desde la casa del Sr. Dañino en Alma Humana, por mano del Sr.
Profano».
Mientras los viles renegados e
infernales diabolianos estaban así urdiendo la ruina de la ciudad de Alma
Humana, éstos (los de la ciudad) estaban en una triste y penosa situación. En
parte por haber ofendido tan gravemente a Shaddai y a su Hijo, y en parte
porque los enemigos, a causa de ello, habían cobrado nuevas fuerzas; y también
por cuanto, aunque habían persistido con muchos ruegos al Príncipe Emanuel y a
su Padre Shaddai por medio de él, pidiendo su perdón y favor, sin embargo no
lograban ni una sonrisa; al contrario, por la astucia y sutileza de los
diabolianos de la ciudad, su nube se iba oscureciendo más y más, y Emanuel
estaba cada vez más distante.
La epidemia hacía también estragos
en Alma Humana, tanto entre los capitanes como entre los moradores de la
ciudad; y sólo sus enemigos estaban ahora activos y fuertes, y con
posibilidades de venir a ser la cabeza, mientras que Alma Humana quedaba como
la cola.
40
Para este tiempo había sido
entregada a Diábolo la mencionada carta enviada por los diabolianos que seguían
acechando en la ciudad de Alma Humana, carta llevada a Diábolo en su negra
guarida por mano del mismo Sr. Profano. Éste había llevado la carta a la colina
de la Puerta del Infierno, como antes, y se la había entregado a su señor por
medio de Cerbero.
Pero cuando se encontraron Cerbero
y el Sr. Profano, ya tenían una gran relación, y así comenzaron a hablar acerca
de Alma Humana, y acerca de los proyectos en contra de ella.
«¡Ah, viejo amigo,» le dice
Cerbero, «¡otra vez vienes por la colina de la Puerta del Infierno! ¡De verdad,
me siento feliz de verte!»
Profano. Sí, milord, he venido de
nuevo por los asuntos de la ciudad de Alma Humana.
Cerbero. Por favor, cuéntame, ¿en
qué condición se encuentra la ciudad de Alma Humana ahora?
Profano. En una condición excelente
para nosotros, milord, y, estoy seguro, para mis señores, los lores de este
lugar; porque han decaído mucho en cuanto a la piedad, y esto es lo mejor que
podrían desear nuestros corazones; su Señor está muy enojado con ellos, y esto
también nos complace. Ya tenemos también un pie en su territorio, porque
nuestros amigos diabolianos habitan en ella, y ¡qué más nos falta que
adueñarnos del lugar! Además, nuestros fieles amigos en Alma Humana están
maquinando a diario para entregarla a los señores de este lugar. También reina
en la ciudad una grave epidemia. La conclusión de todo ello es que esperamos
que podremos prevalecer al fin.
Entonces dijo el can portero de la
Puerta del Infierno: «Ningún momento mejor que éste para asaltarlos. ¡Cuánto mi
deseo que la empresa sea realice pronto, y que pronto nos sonría el éxito
deseado; si, lo deseo por causa de los pobres diabolianos, que viven en
perpetuo temor por sus vidas en la traidora ciudad de Alma Humana».
Profano. Los planes están ya casi
ultimados; los lores diabolianos en Alma Humana están trabajando en ellos día y
noche, y los otros son como simples palomas, carecen de corazón para tener
cuidado de su estado y para considerar que les amenaza la ruina. Además, se
debe pensar, cuando se considera todo, que hay muchas razones para que Diábolo
se dé toda la prisa que pueda.
Cerbero. Es así como lo has dicho.
Me alegra que las cosas vayan de esta manera. Entra, valiente Profano, a ver a
mis señores; te darán la bienvenida con danzas tan buenas como las pueda
permitir todo este reino. Ya he pasado tu carta adentro.
Entonces pasó el Sr. Profano al
interior, y salió a recibirle su señor Diábolo, saludándolo con: «Bienvenido,
mi fiel siervo; me ha alegrado tu carta». El resto de los grandes del abismo lo
acogieron también con saludos. Luego Profano, con una reverencia ante todos,
les dijo: «Que Alma Humana sea dada a mi señor Diábolo, y que él sea su rey
para siempre». Y con ello el vacío estómago y la abierta garganta del infierno
soltaron un tan fuerte y espantoso gemido (porque ésta es la música de aquel
lugar), que los montes alrededor fueron sacudidos como si fueran a caer a
trozos.
Ahora, después de leer y considerar
la carta, conferenciaron acerca de qué respuesta dar; y el primero en hablar
fue Lucifer:
«Es probable que el primer proyecto
de los diabolianos en Alma Humana tenga éxito y prenda, esto es, lograrán
envilecer y ensuciar más y más a Alma Humana por los medios que puedan. No hay
mejor manera de destruir un alma que esta. Así actuó nuestro viejo amigo
Balaam[270] y logró su propósito. Que esto sea pues una máxima para nosotros, y
lo sea para todas las edades en general para todos los diabolianos; porque nada
puede hacer fallar esto sino la gracia, en la que es mi esperanza que esta
ciudad no tenga parte. Pero acerca de caer sobre ellos en día de mercado,[271]
porque estarán muy ocupados en sus asuntos, me parece que es algo para debatir.
Y hay razones adicionales por las que es necesario debatir este punto más que
otros: porque sobre esto girará todo nuestro esfuerzo. Si no programamos bien
nuestro plan, puede fracasar enteramente. Nuestros amigos, los diabolianos,
dicen que el mejor día es un día de mercado porque entonces estará Alma Humana
más ocupada, y pensará menos en una sorpresa. Pero, ¿y si doblan la guardia en
tales días?[272] (y me parece a mí que la naturaleza y la razón deberían
enseñarles esto). ¿Y si mantienen una guarda en dichos días como lo demanda la
actual necesidad de sus presentes circunstancias? Sí, ¿y si sus hombres están
siempre sobre las armas en estos días? Entonces puede que vuestro intento quede
frustrado, milores, y que aboquéis a nuestros amigos en la ciudad a un peligro
de inevitable destrucción».
Entonces intervino el gran Beelzebú:
«Hay cierta razón en lo que ha dicho milord; pero su conjetura puede ser
certera o no. Tampoco lo ha dicho milord como algo que no se pueda
reconsiderar; porque sé que lo ha dicho con la única intención de llevarnos a
un hondo debate de la cuestión. Por eso, tenemos que alcanzar a comprender si
es cierto que la ciudad de Alma Humana tiene tal sentimiento y conocimiento de
su estado de debilidad,[273] y del designio que tramamos contra ella, que la
lleve a poner centinelas y guardas a sus puertas, y a doblarlas en día de
mercado. Pero, si una vez hayamos investigado descubrimos que están
descuidados, entonces cualquier día irá bien, pero un día de mercado aún mejor;
y ésta es mi opinión acerca de esta cuestión».
Entonces repuso Diábolo: «¿Y cómo
vamos a saberlo?» Le respondieron: «Preguntemos al Sr. Profano». Llamaron
entonces a Profano y le preguntaron. Esta fue su respuesta:
Profano. Milores, por lo que
alcanzo a ver, ésta es en el presente la condición de la ciudad de Alma Humana:
se ha debilitado en su fe y en su amor; su Príncipe Emanuel les da la
espalda; le envían frecuentes peticiones para que vuelva, pero él no se
apresura a responder a sus peticiones, ni hay tampoco gran reforma entre ellos.
Diabolo. Me alegra que estén decaídos
en cuanto a corregirse, pero tengo miedo ante sus peticiones. Sin embargo, su
disolución de vida es una señal de que no ponen mucho el corazón en lo que
hacen, y sin el corazón las cosas no valen mucho. Pero proseguid, señores; no
os interrumpiré más.
Beelzebú. Si así están las cosas
con Alma Humana, como las ha expuesto el Sr. Profano, no importará mucho cuál
sea el día sea en el que lancemos el ataque; ni sus oraciones ni su poder les
servirán de gran cosa.
Cuando Beelzebú hubo terminado su
discurso, intervino Apolión. «Mi opinión acerca de esto»,[274] dijo él, «es que
vayamos de una manera gentil y suave, sin hacer las cosas precipitadamente.
Dejemos que nuestros amigos en Alma Humana sigan ensuciándola y contaminándola,
tratando de arrastrarla más aún en el pecado (porque nada hay como el pecado
para devorar a Alma Humana). Si así procedemos, y tiene efecto, Alma Humana
dejará por sí misma la vigilancia, los ruegos y todo aquello que tienda a su
seguridad y protección, porque olvidará a su Emanuel, no deseará su compañía, y
si podemos lograr que viva así, su Príncipe no se apresurará a volver a ella.
Nuestro fiel amigo, el Sr. Seguridad-Carnal, lo impulso a irse de la ciudad con
una de sus añagazas; ¿y por qué no pueden Lord Codicia y Lord Lascivia, con sus
acciones, mantenerlo alejado de la ciudad? Y os diré además (no porque no lo
sepáis), que si hay dos o tres diabolianos agasajados y tolerados por la ciudad
de Alma Humana, ellos harán más por mantener alejado de ellos a Emanuel, y para
llevar a la ciudad de Alma Humana a nuestro poder, que un ejército formado por
toda una legión que pudiéramos enviar para resistirle. Por ello, llevemos a
cabo este primer proyecto que nuestros amigos en Alma Humana han iniciado, de
una manera activa y diligente, con toda la astucia y el engaño
imaginables;[275] y que ellos sigan enviando continuamente, bajo un disfraz u
otro, a más y más de sus hombres para que jueguen con la gente de Alma Humana;
entonces es posible que no sea necesario hacer ninguna guerra contra ellos; y
si es necesario hacerla, cuanto más pecaminosos sean, tanto más incapaces serán
de presentar resistencia, y con tanta mayor facilidad los podremos vencer.
Además, supongamos (y esto en el peor de los casos) que Emanuel vuelva a ellos
de nuevo: ¿por qué no podríamos, con los mismos medios o con otros diferentes,
impulsarlo a que se vaya otra vez? Sí, ¿por qué no podría ser que al volver a
caer ellos en pecado, por causa de lo cual se fue una vez temporalmente, que
ahora los abandonase definitivamente? Y si así sucediera, entonces se irá con
sus arietes, sus catapultas, sus capitanes, sus soldados, y dejará Alma Humana
desprotegida y a descubierto. ¿Y no será entonces que cuando esta ciudad se vea
totalmente desamparada por su Príncipe, os franqueará la entrada
voluntariamente, y os acogerá como en los viejos tiempos?[276] Pero para esto
se precisa de tiempo; unos pocos días no serán suficientes para una cosa así.»
Tan pronto terminó Apolión de
hablar, Diábolo comenzó a soltar su propia malicia y a defender su propia
causa. Dijo entonces: «Milores y poderes de la caverna, mis verdaderos y fieles
amigos, he oído con mucha impaciencia, como es normal en mí, vuestros largos y
tediosos discursos. Pero mi furiosa garganta y mi vacío estómago codician tanto
la reocupación de mi famosa ciudad de Alma Humana que, pase lo que pase, no
puedo esperar más para ver cómo se desarrollan unos lentos proyectos. Por ello,
y sin ningún retraso adicional y por todos los medios posibles, debo llenar mi
vacío insaciable con el alma y el cuerpo de la ciudad de Alma Humana. Por tanto
prestadme vuestras cabezas, vuestros corazones, y vuestra ayuda; ahora voy a
recuperar mi ciudad de Alma Humana».[277]
41
Viendo los lores y príncipes del
abismo el ardoroso anhelo de Diábolo de devorar a la miserable ciudad de Alma
Humana, dejaron de suscitar más objeciones, y que consintieron ayudarlo con
todas las fuerzas de que disponían, aunque si hubiesen seguido el consejo de
Apolión, habrían angustiado aún más terriblemente a la ciudad de Alma Humana.
Pero, como he dicho, estaban dispuestos a ayudarle con todas sus fuerzas, no
sabiendo la necesidad que podrían tener de él en el futuro, cuando emprendiesen
luchar en beneficio propio, como él ahora. Por ello, pasaron a considerar el
siguiente punto, determinar cuántos soldados eran, y también cuántos debería
tomar Diábolo en su expedición contra Alma Humana para tomarla; después de
debatir cierto tiempo, se llegó a la conclusión de actuar siguiendo la sugerencia
de la carta de los diabolianos, que nada sería mejor para aquella expedición
que un ejército de terribles dubitativos. Por ello, decidieron mandar contra
Alma Humana un ejército de fuertes dubitativos. El número de soldados que
consideraron adecuado para aquella misión era de entre veinte y treinta mil.
Así, el resultado de aquel gran consejo de aquellos altos y poderosos lores fue
que Diábolo debería ya mandar redoblar su tambor para alistar a hombres en la
Tierra de la Duda, que se encuentra en los confines de la llamada colina de la
Puerta del Infierno, para reclutarlos como soldados contra la miserable ciudad
de Alma Humana. También se decidió que estos mismos lores deberían ayudarle en
la guerra, y que a este fin encabezarían y dirigirían a sus hombres. Luego
redactaron una carta, y la enviaron a los diabolianos que acechaban en Alma
Humana y que esperaban el regreso del Sr. Profano, para ser informados acerca
de qué método y manera habían decidido ellos proceder. El contenido de la carta
era éste:
«Desde la tenebrosa y horrible
mazmorra del infierno, Diábolo, con toda la sociedad de los príncipes de las
tinieblas, enviamos a nuestros fieles, en y alrededor de las murallas de la
ciudad de Alma Humana, y que ahora esperan impacientes, nuestra más diabólica
respuesta a sus ponzoñosos y tóxicos designios contra la ciudad de Alma Humana.
»Nativos nuestros, de los que cada
día nos enorgullecemos, y con cuyas acciones nos deleitamos en gran manera todo
el año: recibimos vuestra grata y muy estimada carta de manos de nuestro fiel y
muy amado viejo caballero, el Sr. Profano. Y os queremos comunicar que cuando
la hubimos abierto y leído su contenido, sea esto dicho a vuestra asombrosa
memoria, nuestro enorme y vacío estómago hizo un ruido tan espantoso y
estridente de gozo, que los montes alrededor de la colina de la Puerta del
Infierno hubieran podido romperse en pedazos por la sacudida.
»No pudimos por menos que admirar
vuestra fidelidad hacia nosotros, con la grandeza de aquella sutileza que ahora
se ha hecho patente en vuestras cabezas para servirnos contra la ciudad de Alma
Humana. Porque habéis inventado en nuestro provecho un método tan excelente
para proceder contra aquella gente rebelde, que ninguna de las inteligencias
del infierno ha podido idear otro mejor. Por ello, las propuestas que ahora,
por fin, nos habéis enviado, desde que las hemos visto, no hemos hecho más que
darles nuestra total aprobación y admiración.
»Más todavía, y para daros aliento
para ahondar en vuestras maquinaciones, os comunicamos que en asamblea y
cónclave en pleno de nuestros príncipes y poderes de este lugar se analizó
vuestro proyecto, pasando por todos los rincones de nuestra caverna por parte
de todos los poderes; pero no se pudo encontrar ningún plan mejor, ni más
adecuado y apropiado, cómo ellos mismos tuvieron que reconocer, para
sorprender, tomar y apoderarnos de la rebelde ciudad de Alma Humana.
»Por ello, y resumiendo, todo lo
que se dijo que difiriese de lo propuesto en vuestra carta cayó de por sí mismo
al suelo, y sólo vuestro plan resultó aceptado por el príncipe Diábolo; más
aún, su abierta garganta y su vacío estómago estaban ardiendo por poner en
práctica vuestras ideas.
»Así, os comunicamos que nuestro
resuelto, furioso e inmisericorde Diábolo está movilizando, para vuestro alivio
y para ruina de la rebelde ciudad de Alma Humana, a más de veinte mil
dubitativos para atacar la ciudad. Todos son resueltos y fuertes, hombres de
antiguo acostumbrados a la guerra, y que por ello podrán comportarse bien en
batalla. Digo pues que está haciendo esto con toda la presteza que puede;
porque su corazón y espíritu están en ello. Así, deseamos que como hasta ahora
habéis estado por nosotros, y hasta ahora nos habéis dado consejo y aliento, que
prosigáis con vuestros designios, que no por ello perderéis, sino ganaréis; en
efecto, es nuestra intención constituiros en señores de Alma Humana.
»Hay algo que no se
puede omitir en absoluto, esto es, los que están con nosotros desean que cada
uno de vosotros que seguís en Alma Humana sigáis empleando todo vuestro poder,
astucia y capacidad, con vuestra persuasión engañosa, para seducir a la ciudad
de Alma Humana a más pecado y maldad, para que el pecado, siendo consumado, dé
a luz la muerte.
»Porque así hemos decidido: que
cuanto más vil, pecaminosa y disoluta sea la ciudad de Alma Humana, tanto peor
dispuesto estará el Príncipe Emanuel de acudir en su ayuda, ya con su propia
presencia o mediante otras ayudas; sí, cuanto más pecaminosa sea, más se
debilitará, y tanto más incapaces serán de resistir cuando lancemos nuestro
asalto contra ellos para devorarlos.[278] Además, esto puede llevar a que su
poderoso Shaddai los excluya de su protección, y más aún, que haga volver a
casa a sus capitanes y soldados, con sus catapultas y arietes, dejándolos
destituidos y sin amparo; y entonces la ciudad de Alma Humana nos franqueará la
entrada y caerá como fruto maduro. Entonces, con toda certidumbre, caeremos con
gran facilidad sobre ella y la derrotaremos.
»En cuanto a en qué momento vayamos
contra Alma Humana, no lo hemos resuelto todavía, aunque por ahora a algunos de
nosotros nos parece, igual que a vosotros, que lo mejor será un día de mercado,
o a la noche siguiente a un día de mercado. Sin embargo, manteneos dispuestos,
y cuando oigáis nuestro atronador[279] tambor fuera, haced todo lo posible por
provocar la máxima confusión en el interior. Entonces Alma Humana se sentirá
angustiada por todos lados, y no sabrá a dónde ir en busca de ayuda. Os saludan
Lord Lucifer, Lord Beelzebú, Lord Apolión, Lord Legión, con el resto, como
también Lord Diábolo; y os deseamos que en todo lo que hagáis o que poseáis
obtengáis los mismos resultados y éxitos como nosotros ahora disfrutamos.
»Desde nuestros espantosos confines
en el horripilante abismo, os saludamos, y así lo hacen aquellas muchas
legiones aquí con nosotros, deseando que seáis tan infernalmente prósperos como
deseamos para nosotros. Enviada por mano del mensajero, Sr. Profano».
Entonces el Sr. Profano se dispuso
a regresar a Alma Humana, con su mensaje desde el horripilante abismo a los
diabolianos que moraban en la ciudad. Ascendió las escaleras desde el abismo a
la boca de la caverna, donde estaba Cerbero. Cuando Cerbero lo vio, indagó cómo
habían ido las cosas abajo, acerca de y contra la ciudad de Alma Humana.
Profano. Todo va tan bien como
sería de esperar. La carta que traje recibió general y calurosa aprobación, y
fue muy bien valorada por todos mis señores, y ahora regreso para comunicar
esto a nuestros diabolianos. Tengo la respuesta a la misma aquí en mi seno, y
estoy seguro de que hará felices a mis amos que me enviaron; porque su
contenido es para alentarles a proseguir sus designios hasta el fin, y a estar
listos a actuar desde el interior, cuando vean que mi señor Diábolo asedia la
ciudad de Alma Humana.
Cerbero. ¿Pero piensa atacarla él
mismo?
Profano. ¿Que si lo piensa? ¡Sí, y
va a tomar consigo a más de veinte mil, todos ellos fuertes dubitativos, y
guerreros escogidos de la tierra de la Duda, para que le sirvan en esta
expedición.
Entonces se alegró Cerbero, y
preguntó: «¿Y se están ya haciendo estos preparativos para partir contra la
miserable ciudad de Alma Humana? ¡Cuánto querría yo que me pusieran al frente
de mil de ellos, para poder mostrar mi valor contra la célebre ciudad de Alma
Humana!»
Profano. Vuestro deseo podría
quedar satisfecho; parecéis uno que tiene suficientes arrestos para ello, y mi
señor querrá tener consigo a gente valiente y arrojada. Pero mi misión me
apremia.
Cerbero. Sí, es apremiante.
Apresúrate a la ciudad de Alma Humana, llevando contigo todos los males que
este lugar te permita. Y cuando llegues a casa del Sr. Dañino, donde se reúnen
los diabolianos para conspirar, anúnciales que Cerbero desea ponerse a su
servicio, y que si es posible vendrá con el ejército contra la célebre ciudad
de Alma Humana.
Profano. Así lo haré. Y sé bien que
mis señores se alegrarán de oírlo, como también de veros.
Así que después de varios cumplidos
de este tipo, el Sr. Profano se despidió de su amigo Cerbero; y Cerbero, con
miles de sus mejores deseos abismales por su parte, le recomendó que se
dirigiera deprisa a sus amos. Habiendo oído esto, le hizo reverencia, y
emprendió la carrera en dirección a Alma Humana.
Así pues volvió, y llegó a Alma
Humana. Se dirigió luego, como antes, a la casa del Sr. Dañino, y allí encontró
reunidos a los diabolianos, que estaban esperando su regreso. Tras llegar, y habiéndose
presentado ante ellos, les entregó también la carta, y con ella les incluyó
estos saludos: «Mis señores de los confines del abismo, los altos y poderosos
principados y poderes de la caverna, os saludan, fieles diabolianos de la
ciudad de Alma Humana. Os desean siempre la más apropiada de sus bendiciones,
por el inmenso servicio, por vuestros valientes intentos y magníficos logros,
con vistas a la restauración de la célebre ciudad de Alma Humana a nuestro
príncipe Diábolo».
42
Ésta era ahora la condición de la
miserable ciudad de Alma Humana: había afrentado a su Príncipe y él se había
ido; y por su insensatez había alentado a los poderes del infierno a que
acudieran contra ella para buscar su total destrucción.
Es cierto que la ciudad de Alma
Humana se había hecho algo consciente de su pecado, pero los diabolianos se
habían introducido en su seno; ella clamaba, pero Emanuel se había ido y sus
clamores no le habían hecho volver aún. Además, desconocía si iba jamás a
regresar de nuevo a su Alma Humana; tampoco conocía el poder y la capacidad del
enemigo, ni lo avanzados que pudieran estar en llevar a efecto aquel plan
infernal que habían urdido contra ella.
Es cierto que seguían enviando
petición tras petición al Príncipe, pero a todas ellas respondía con el
silencio. Descuidaban corregirse, y esto era lo que Diábolo quería. Sabía que
si en su corazón acariciaban la iniquidad, su Rey no oiría sus oraciones; por
ello se fueron debilitando más y más, y eran como una pluma en un torbellino.
Clamaban a su Rey por ayuda, y tenían a diabolianos en su seno. ¿Qué debía
hacer así un rey por ellos? Más aún, parecía haber ahora una mezcla en Alma
Humana; los diabolianos y los almahumaneses caminaban juntos por las calles.
Peor todavía, comenzaron a tratar de hacer las paces con ellos. Pensaban que
por cuanto la epidemia en Alma Humana había sido tan grave, que era en vano
luchar con ellos. Además, la debilidad de Alma Humana redundaba en el
fortalecimiento de sus enemigos; y los pecados de Alma Humana eran una ventaja
para los diabolianos. Los enemigos de Alma Humana comenzaron de nuevo a
prometerse posesión de la ciudad; no se veía ahora mucha diferencia entre los
almahumaneses y los diabolianos; ambos parecían ser amos de Alma Humana. Los diabolianos
crecían y aumentaban mientras que la ciudad de Alma Humana decaía en gran
manera. Más de once mil[280] hombres, mujeres y niños murieron en Alma Humana a
causa de la epidemia. Pero ahora, y tal como Shaddai quiso
que sucediera, había uno llamado Vigila-Bien, un gran amante de las gentes de
Alma Humana. Tenía la costumbre de ir arriba y abajo por Alma Humana, alerta
por si veía u oía en cualquier momento algún designio en su contra o no. Porque
estaba siempre lleno de celo, y temía que le sobreviniera algún mal, bien de
parte de los diabolianos en el interior, bien de algún poder externo. Sucedió
cierta vez que mientras el Sr. Vigila-Bien paseaba atento aquí y allí, que se
detuvo en un lugar llamado Monte-Vil, en Alma Humana, donde los diabolianos solían
reunirse; percibió una especie de murmullo (esto fue durante la noche), y se
acercó con sigilo para escuchar; no había transcurrido mucho tiempo cerca del
extremo de la casa (porque allí había una casa), cuando oyó decir a alguien de
manera confiada que no pasaría mucho tiempo antes que Diábolo recuperase su
posesión de Alma Humana, y que entonces los diabolianos tenían la intención de
pasar a todos los almahumaneses a filo de espada, y que matarían y destruirían
a los capitanes del rey, y echarían a todos sus soldados de la ciudad. Añadió
que sabía que había más de veinte mil guerreros listos para este fin, y que no
pasarían muchos meses antes que todos lo vieran.
Cuando el Sr. Vigila-Bien hubo oído
esto, se convenció en el acto de su veracidad, y por ello se dirigió
inmediatamente a casa de milord Alcalde[281] y se lo hizo saber; éste mandó
llamar al predicador subordinado,[282] le refirió lo que estaba sucediendo, y
éste se apresuró a dar la alarma a la ciudad; él era ahora el principal predicador
en Alma Humana, porque todavía el Lord Secretario estaba molesto. Y así fue
como el predicador subordinado hizo sonar la alarma en la ciudad. En aquel
momento hizo que tañeran la campana de las conferencias, a lo que el pueblo se
congregó. Entonces les dio una breve exhortación a que velaran, basándose en
las noticias comunicadas por el Sr. Vigila-Bien: «Porque se está urdiendo una
horrible conspiración contra Alma Humana», explicó, «con el propósito de
destruirnos en un solo día; y no debemos tomarnos esto a la ligera; porque el
Sr. Vigila-Bien es quien nos ha dado las nuevas. El Sr. Vigila-Bien ha sido
siempre un amante de Alma Humana, un hombre sobrio y juicioso, nada charlatán
ni quien suscite falsos rumores, sino que gusta de ir al fondo de las cosas, y
no da noticias de nada sino con argumentos muy sólidos.
»Le llamaré, y le oiréis vosotros
mismos»; y lo llamó, y éste se explicó de manera tan minuciosa y expresó su
relato de manera tan amplia, que Alma Humana sintió una profunda convicción de
su veracidad. El predicador también le apoyó, diciendo: «Señores, no es
irracional que lo creamos, por cuanto hemos provocado a Shaddai a ira y hemos
pecado contra Emanuel, impulsándolo a abandonar la ciudad; hemos tenido
demasiada relación con los diabolianos, y hemos abandonado nuestras antiguas
misericordias; no debemos asombrarnos que el enemigo tanto interior como
exterior trama y maquina nuestra ruina: ¿Qué mejor momento para ello? La
epidemia se ha extendido sobre nuestra ciudad y nos ha debilitado. Muchos
hombres buenos han muerto,[283] y últimamente los diabolianos se están
fortaleciendo más y más.
»Además», prosiguió el predicador
subordinado, «he sabido por este hombre veraz esta otra información: él
entendió, por lo que decían los reunidos, que se han intercambiado varias
cartas entre las furias y los diabolianos, con el fin de destruirnos». Cuando
Alma Humana oyó esto, y no pudiendo decir nada en contra, levantaron la voz y
lloraron. El Sr. Vigila-Bien reafirmó también, delante de los ciudadanos, todo
lo que había dicho el predicador subordinado. Por ello, todos comenzaron de
nuevo a lamentar su insensatez y a redoblar sus peticiones a Shaddai y a su
Hijo. También comunicaron la noticia a los capitanes, altos comandantes y
guerreros en la ciudad de Alma Humana, exhortándolos a que se sirvieran de
todos los medios para fortalecerse y comportarse valientemente; que ellos se
cuidarían de sus equipos y se mantendrían preparados día y noche para presentar
batalla a Diábolo, en caso de que viniera, como se les había informado que iba
a hacer, para asediar a la ciudad de Alma Humana.
Cuando se enteraron los capitanes,
siendo como eran verdaderos amantes de la ciudad de Alma Humana comenzaron a
sacudirse como otros tantos Sansones, y a reunirse y conferenciar acerca de
cómo iban a derrotar aquellas audaces maquinaciones infernales urdidas por
Diábolo contra la ahora enfermiza, débil y empobrecida ciudad de Alma Humana; y
acordaron lo siguiente:
1. Que las puertas de Alma Humana
se mantuviesen cerradas y aseguradas con barras y cerrojos,[284] y que los
capitanes de las guardias registrasen muy estrictamente a todas las personas
que saliesen o entrasen, «a fin de que los que están dirigiendo la maquinación
contra nosotros», dijeron, «puedan ser apresadas bien al entrar o al salir; y
también para que podamos descubrir quiénes entre nosotros son los grandes
conspiradores para llevarnos a la ruina».
2. La siguiente medida fue que se
llevase a cabo un estricto registro en busca de todo tipo de diabolianos por
toda la ciudad de Alma Humana; que se realizase una búsqueda de arriba en todas
las casas[285] por si se podía conseguir algún descubrimiento adicional acerca
de otros que estuvieran participando en tales designios.
3. También se acordó que allí donde
se encontrase a cualquiera de los diabolianos, que también los de la
ciudad de Alma Humana[286] que les hubieran abierta su casa y dado refugio
hicieran pública penitencia por su pecado, para su vergüenza y para advertencia
a otros.
4. Además, la célebre ciudad de
Alma Humana tomó la resolución de que se observara en todo el municipio un
ayuno público y día de humillación, para justificación de su Príncipe, para
humillarse ante él por sus transgresiones contra él y contra Shaddai su
Padre.[287] Se resolvió asimismo que todos los de Alma Humana que aquel día no
trataran de observar el ayuno y de humillarse a sí mismos por sus faltas, sino
que se ocuparan de sus asuntos terrenales, fueran tomados como diabolianos, y
sufrieran como tales por tal maldad.
5. Se decidió también entonces, y
para hacerlo tan pronto y con todo el fervor posible,[288] renovar su
humillación por el pecado, y sus peticiones de ayuda a Shaddai; también
resolvieron enviar noticias a la corte de todo lo que el Sr. Vigila-Bien les
había contado.
6. Se acordó además que la ciudad
de Alma Humana manifestase su gratitud al Sr. Vigila-Bien por procurar de
manera tan diligente el bien de la ciudad, y por cuanto estaba de natural tan
inclinado a buscar su bien, y también a frustrar a sus enemigos, le dieron una
comisión como general en jefe de exploradores, para bien de la ciudad de Alma
Humana.
Una vez la corporación, con sus
capitanes, hubo acordado todas estas medidas, las llevaron a cabo. Cerraron las
puertas, emprendieron una intensa búsqueda de diabolianos, imponiendo a todos
aquellos en cuyas casas se hallaban que hicieran penitencia en lugar público.
Observaron el ayuno y renovaron sus peticiones a su Príncipe, y el Sr.
Vigila-Bien emprendió el cumplimiento de la misión que le había sido
encomendada con gran conciencia y fidelidad; se entregó completamente a su
tarea, y ello no sólo dentro de la ciudad, sino que salió afuera a explorar, a
ver y a oír.
43
No muchos días después, el Sr.
Vigila-Bien hizo preparativos para un viaje, y se dirigió a la colina de la
Puerta del Infierno, el país donde se encontraban los dubitativos, donde oyó de
todo lo que se había dicho en Alma Humana; se dio cuenta también de que Diábolo
ya casi estaba dispuesto para emprender la marcha. Entonces regresó
apresuradamente, y, habiendo llamado a los capitanes y ancianos de Alma Humana,
les refirió dónde había estado, y lo qué había oído y visto. En particular, les
contó que Diábolo estaba ya casi preparado para marchar, y que había nombrado
general de su ejército al viejo Sr. Incredulidad, el que se había fugado de la
cárcel en Alma Humana; que su ejército estaba compuesto en su totalidad por
dubitativos, y que sus efectivos eran de más de veinte mil. Dijo además que
Diábolo tenía la intención de hacerse acompañar de los grandes príncipes del
abismo infernal, y que los pondría como principales capitanes sobre sus
dubitativos. A esto añadió que tenía la certeza de que varios del negro antro
acudirían con Diábolo como oficiales sin comisión, para ayudar a reducir a la
ciudad de Alma Humana a la obediencia a su príncipe Diábolo.
Añadió que había entendido por los
dubitativos, entre los que había estado, que la razón por la que el viejo
Incredulidad fue nombrado general de todo el ejército era que nadie había tan
fiel al tirano, y porque sentía un odio implacable contra el bien de la ciudad
de Alma Humana. Además, añadió, él recuerda las humillaciones que ha sufrido de
parte de Alma Humana, y ha decidido vengarse de ella.
Pero los príncipes negros serán
designados altos comandantes, y sólo Incredulidad estará sobre ellos, porque,
casi lo había olvidado, él es quien más y mejor puede asediar[289] a la ciudad
de Alma Humana.
Tras haber oído los capitanes de
Alma Humana y los ancianos de la ciudad las noticias que les había traído el
Sr. Vigila-Bien, les pareció oportuno, sin más dilaciones, cumplir las leyes
que su Príncipe había dictado contra los diabolianos, y que les había ordenado
que cumplieran. Por ello, se emprendió entonces un registro cuidadoso e
imparcial de todas las casas de Alma Humana, en busca de todo tipo de
diabolianos. Ahora bien, en casa del Sr. Mente y en casa del gran Lord
Recia-Voluntad se encontró a dos diabolianos. En casa del Sr. Mente se encontró
al Sr. Codicia, pero había cambiado su nombre por el de Prudente-Parco. En casa
de Lord Recia-Voluntad se encontró a un tal Lascivia, que había cambiado su
nombre por el de Diversión-Inocente. A estos dos los apresaron los capitanes y
ancianos de Alma Humana, y los entregaron a la custodia del Sr. Fiel, el
carcelero, quien los trató con tanto rigor y tanto los cargó de cadenas que al
cabo de poco tiempo cayeron víctimas de una terrible consunción, y murieron en
la cárcel; sus amos, según el acuerdo de los capitanes y ancianos, fueron
llevados a hacer penitencia en lugar público, para su vergüenza y para
advertencia del resto de la ciudad de Alma Humana.
Ésta era la manera de hacer
penitencia en aquellos días: las personas que habían pecado, al ser conscientes
del mal de su actuación, debían hacer pública confesión de sus faltas, y
enmendar sus vidas de manera rigurosa.
Después de esto, los capitanes y
ancianos de Alma Humana trataron de encontrar a más diabolianos, allí donde
acecharan, bien en madrigueras, bien en cuevas, grietas, orificios, o
dondequiera que estuvieran, en o alrededor de la muralla o ciudad de Alma
Humana. Pero aunque podían ver claramente las huellas de sus pisadas, y
seguirlos por sus rastros y olor hasta sus escondrijos, hasta la misma boca de
sus cuevas y madrigueras, no podían sin embargo hacerse con ellos ni aplicarles
el peso de la ley; tan retorcidos eran sus caminos, tan fuertes sus
madrigueras, y tan rápidos eran para buscar refugio en ellas.
Pero Alma Humana actuaba ahora con
mano tan dura contra los diabolianos que quedaban, que se sintieron satisfechos
con ocultarse en los rincones; había pasado el tiempo en que se atrevían a
caminar abiertamente y de día; ahora se veían forzados a buscar la soledad y la
noche; había pasado el tiempo en que el almahumanés era su compañero; ahora los
consideraban enemigos mortales. Este buen cambio lo logró la inteligencia del
Sr. Vigila-Bien en la célebre ciudad de Alma Humana.
Para este entonces, Diábolo había
terminado de preparar el ejército que quería llevar consigo para destruir Alma
Humana; había puesto al mando a los capitanes y otros oficiales de campo,
aquellos a los que más apreciaba su furioso estómago: él mismo era el jefe
supremo, Incredulidad era el general de su ejército, y sus principales
capitanes se mencionarán más adelante; pero ahora pasemos a los oficiales, y a
sus colores y blasones.
1. El primer capitán era el Capitán
Cólera: era capitán sobre los dubitativos de la elección, y los suyos eran los
colores rojos;[290] su portaestandarte era el Sr. Destructivo, y como blasón
tenía al gran dragón rojo.
2. El segundo capitán era el
Capitán Furia: era capitán sobre los dubitativos de la vocación;[291] su
portaestandarte era el Sr. Tiniebla, sus colores eran los pálidos, y como
blasón tenía a la serpiente voladora de fuego.
3. El tercer capitán era el Capitán
Condenación: era capitán sobre los dubitativos de la gracia;[292] los suyos
eran los colores rojos, los portaba el Sr. Sin-Vida, y tenía como blasón el
antro negro.
4. El cuarto capitán era el Capitán
Insaciable;[293] era capitán sobre los dubitativos de la fe: los suyos
eran los colores rojos, el Sr. Devorador era su portador, y como blasón tenía
las mandíbulas abiertas.
5. El quinto capitán era el Capitán
Azufre:[294] era capitán sobre los dubitativos de la perseverancia; suyos eran
también los colores rojos; el Sr. Quemazón era su portador, y su blasón era la
llama azulada y hedionda.
6. El sexto capitán era el Capitán
Tormento: era capitán sobre los dubitativos de la resurrección;[295] sus
colores eran los pálidos; el Sr. Mordiente era su portaestandarte, y tenía como
blasón el gusano negro.
7. El séptimo capitán era el
Capitán Inquietud; era el capitán sobre los dubitativos de la salvación; suyos
eran los colores rojos; el Sr. Agitación los portaba, y su blasón era[296] la
lívida imagen de la muerte.
8. El octavo capitán era el Capitán
Sepulcro: era capitán sobre los dubitativos de la gloria;[297] los suyos eran
los colores pálidos, su portaestandarte era el Sr. Corrupción, y como blasón
tenía un cráneo y huesos de muertos.
9. El noveno capitán era el Capitán
Desesperanzado; era capitán de los llamados dubitativos de la dicha;[298] su
portaestandarte era el Sr. Desesperación; suyos eran también los colores rojos,
y su blasón era un hierro al rojo y el corazón endurecido.
Éstos eran sus capitanes y éstos
eran sus efectivos, éstos eran sus estandartes, éstos eran sus colores y éstos
sus blasones. Sobre ellos puso el gran Diábolo a siete capitanes superiores,
Lord Beelzebú, Lord Lucifer, Lord Legión, Lord Apolión, Lord Pitón, Lord
Cerbero y Lord Belial; a estos siete los puso sobre los capitanes; Incredulidad
era general en jefe, y Diábolo el rey. Los oficiales sin comisión, que
pertenecían a su círculo, fueron hechos algunos de ellos capitanes de cientos,
y otros capitanes de más. Y así quedó encuadrado el ejército de Incredulidad.
De modo que se reunieron en la
colina de la Puerta del Infierno, porque allí se habían citado, y de allí
salieron directamente a la ciudad de Alma Humana. Como ya ha quedado dicho, y
por cuando así lo quiso Shaddai, la ciudad había sido alertada de antemano
acerca de esta expedición por el Sr. Vigila-Bien. En consecuencia, dispusieron
una guardia redoblada en las puertas, y doblaron también los centinelas;
montaron asimismo sus catapultas en lugares estratégicos, desde donde podrían
lanzar grandes piedras para hostigar a su feroz enemigo.
Tampoco podían los diabolianos de
la ciudad hacer el daño que se habían imaginado; porque ahora Alma Humana
estaba sobre la alerta. Pero, ¡ay! pobre gente, ¡cómo se aterrorizaron al ver
aparecer a sus enemigos,[299] y al emplazarse delante de la ciudad,
especialmente cuando oyeron el ensordecedor redoble de su tambor! Este tambor,
para decir la verdad, sonaba con un fragor espantoso; aterrorizaba a todos los
hombres a siete millas alrededor si estaban despiertos y lo oían. El ondear de
sus colores era también terrible, y hundía en la desazón a los corazones.
Cuando Diábolo estuvo cerca de la
ciudad, se acercó primero a la Puerta del Oído, y emprendió un furioso ataque
contra ella, suponiendo, parece, que sus amigos en Alma Humana habrían cumplido
su parte en el interior; pero esto había sido prevenido, gracias a la
vigilancia de los capitanes. Así, viéndose carente de la ayuda que esperaba de
parte de sus amigos, y que su ejército recibía una contundente respuesta con
las piedras que lanzaban los servidores de las catapultas (porque he de decir
en favor de los capitanes, teniendo en cuenta la larga enfermedad que había
afectado a la ciudad de Alma Humana, que se comportaron con gran valor), se vio
obligado a retirarse[300] un tanto de Alma Humana, y a atrincherarse él y sus
hombres en el campo, fuera del alcance de las catapultas de la ciudad.
44
Diábolo, ante aquello, procedió a
atrincherarse, y a levantar tres terraplenes contra la ciudad: al primero lo
llamó Terraplén Diábolo, dándole su propio nombre, para atemorizar más a la
ciudad de Alma Humana; a los otros tres los llamó Terraplén Alecto, Terraplén
Megara y Terraplén Tisífona, porque estos son los nombres de las terribles
furias del infierno. Así comenzó a hacer su juego con Alma Humana, tratándola
como el león lo hace con su presa, para hacerla caer aterrorizada a sus pies.
Pero, como ya he indicado, los capitanes y soldados se batieron tan
vigorosamente, e hicieron tales estragos con sus piedras, que hicieron que se
retirase, aunque contradiciendo a su estómago; ante ello, Alma Humana comenzó a
animarse.
Ahora el tirano izó su estandarte
sobre el Terraplén Diábolo, que se levantaba al lado norte de la ciudad; y
ofrecía un espectáculo horrendo, porque a modo de blasón había bordado en él,
con arte diabólico, una llama ardiente, espantosa de apariencia, y la imagen de
Alma Humana ardiendo en ella.
Cuando Diábolo hubo hecho esto,
ordenó a su tambor que se llegase cada noche a las murallas de la ciudad de
Alma Humana, y pedir parlamentar; la orden de hacerlo de noche era porque de
día le incomodaban con las catapultas; porque el tirano dijo que tenía la
intención de parlamentar con la ahora acobardada ciudad de Alma Humana, y
ordenó que los tambores redoblaran cada noche, para obligarlos por agotamiento
a hacer por fin aquello a que al principio no se mostraban nada dispuestos.
Así que este tambor hizo como le
habían mandado: se levantó y redobló el tambor. Pero cuando su tambor
redoblaba, si uno miraba hacia Alma Humana, «E aquí tinieblas y tribulación, y
en sus cielos se oscureció la luz».[301] Nunca hubo ningún son tan
terrible sobre la tierra, excepto la voz de Shaddai cuando habla. Pero, ¡cómo
temblaba Alma Humana! Ahora no esperaba otra cosa que ser devorada de
inmediato.
Cuando el tambor hubo redoblado el
tambor en petición de parlamento, pronunció este discurso a Alma Humana: «Mi
amo me ha mandado deciros que si os sometéis voluntariamente, gozaréis del bien
de la tierra; pero si os mostráis tercos, está decidido a tomaros por la
fuerza». Pero en el momento mismo en que el proscrito había dejado de tocar el
tambor, las gentes de Alma Humana se habían ido corriendo a los capitanes que
estaban en la ciudadela, por lo que nadie hubo visible, ni nadie para dar
respuesta al tambor; por ello, no continuó aquella noche, sino que regresó de
nuevo a su amo en el campamento.
Cuando Diábolo vio que no iba a
someter a Alma Humana con el redoble del tambor, a la noche siguiente envió a
su tambor sin el instrumento, para hacer saber a los ciudadanos que quería
parlamentar con ellos. Pero cuando consiguió hablar con ellos, su parlamento
resultó ser un ultimátum para que la ciudad se entregara; pero no lo le
escucharon ni le hicieron caso; porque recordaban lo que les había costado al
principio escucharle unas cuantas palabras.
A la noche siguiente les envió otro
mensajero, y este mensajero a Alma Humana no era otro que el terrible Capitán
Sepulcro. Y el Capitán Sepulcro se acercó a las murallas de Alma Humana, e hizo
este discurso a la ciudad:
«¡Oh habitantes de la rebelde
ciudad de Alma Humana! ¡Os mando en nombre del Príncipe Diábolo que, sin más
resistencia, abráis las puertas de vuestra ciudad y admitáis al gran señor!
Pero si seguís rebelándoos, cuando hayamos tomado la ciudad os sorberemos como
el sepulcro; así, si queréis obedecer a mi llamamiento, decidlo, y si no,
hacédmelo saber.
»La razón de mi llamamiento», dijo
él, «es que mi señor es vuestro príncipe y señor indiscutible, como vosotros
mismos habíais antes reconocido. Y el asalto que se hizo contra mi señor,
cuando Emanuel lo trató de manera tan deshonrosa, no prevalecerá para que
pierda su derecho, ni le impedirá tratar de recobrar lo que es suyo. Considera
ahora, oh Alma Humana, si vas a mostrarte pacífica o no. Si te entregas
pacíficamente, entonces renovaremos nuestra antigua amistad; pero si sigues
rehusando y rebelándote, no esperes otra cosa que el fuego y la espada.»
Cuando en la decaída ciudad de Alma
Humana oyeron las palabras de este mensajero quedaron aún más afligidos, pero
no intentaron darle respuesta alguna; y él se fue por donde había venido.
Pero después de conferenciar entre
ellos, como también con algunos de sus capitanes, comparecieron de nuevo ante
el Lord Secretario para recibir su consejo y ayuda; porque este Lord Secretario
era su principal predicador (como también se ha mencionado con anterioridad);
sólo que ahora estaba muy incomodado; y le solicitaron su favor en estas dos o
tres cosas.
1. Que los mirara con favor, y que
no se mantuviera tan retirado de ellos como hasta ahora. También, que tuviera a
bien concederles una audiencia, para darle a conocer la miserable condición en
que se hallaban. Pero a esto se les dijo como antes: «Que seguía sintiéndose
muy incomodado, y que por ello no podía hacer como había hecho anteriormente».
2. Lo segundo que le pidieron era
que tuviera a bien darles consejo acerca de sus asuntos que ahora habían
adquirido tal gravedad, porque Diábolo había venido y se había instalado
delante de la ciudad con no menos de veinte mil dubitativos. Le dijeron también
que tanto Diábolo como sus capitanes eran gente cruel, y que tenían miedo
de ellos. Pero a esto les dijo: «Tenéis que escudriñar la ley del Príncipe, y
allí veréis lo que se os manda hacer».
3. Luego le pidieron que Su Alteza
les ayudara a redactar una petición a Shaddai y a su Hijo Emanuel, y que
pusiera en ella su propia firma como prenda de que él era uno con ellos en la
misma: «Porque, milord», dijeron, «hemos enviado muchas ya, pero no podemos
recibir ninguna respuesta de paz; pero es seguro que una con tu firma logrará
bien para Alma Humana».
Pero toda la respuesta que les dio
a esto fue: «que habían ofendido a su Emanuel, y que también le habían
contristado a él mismo, y que por ello debían aún recibir conforme a lo que
habían traído sobre sí mismos».
Esta respuesta del Lord Secretario
les cayó encima como una piedra de molino; sí, los aplastó de tal manera que no
sabían que hacer; pero no osaban acceder a las demandas de Diábolo, ni a las de
su capitán. De modo que este era el gran aprieto en que estaba la ciudad de
Alma Humana[302] cuando el enemigo vino sobre ella: sus enemigos estaban listos
para devorarla, y sus amigos no estaban dispuestos a ayudarla.
Entonces se levantó milord Alcalde,
que se llamaba Lord Entendimiento, y comenzó a reflexionar y a reflexionar,
hasta que hubo conseguido consolación de aquel dicho aparentemente amargo del
Lord Secretario. Porque así lo analizó: «Primero», dijo él, «esto es lo que
sigue inevitablemente del dicho de milord: “que debemos aún sufrir por nuestros
pecados”. Segundo: Pero la palabra “aún”, dijo él, «indica que al final seremos
salvados de nuestros enemigos, y que después de algunos dolores más, Emanuel
vendrá y nos será nuestra ayuda». Ahora bien, el Lord Alcalde fue tanto más
analítico al considerar las palabras del Secretario por cuanto milord
Secretario era más que un profeta, y porque ninguna de sus palabras carecía del
más preciso significado; y los ciudadanos podían examinarlas, y exponerlas para
su mayor beneficio.
Con ello se despidieron de milord,
y al regresar, pasaron a ver a los capitanes, a los que comunicaron lo dicho
por milord Gran Secretario; ellos, al oírlo, compartieron la opinión que milord
Alcalde. Con esto, los capitanes comenzaron a cobrar fuerzas y a prepararse
para lanzar un valiente ataque contra el campamento del enemigo, y para
destruir a todos los diabolianos, con los vagabundos dubitativos que el tirano
había traído consigo para destruir a la pobre ciudad de Alma Humana.
Todos, entonces, se dirigieron a
sus puestos —los Capitanes a los suyos, el Lord Alcalde al suyo, el predicador
subordinado al suyo, y milord Recia-Voluntad al suyo. Los capitanes deseaban
hacer algo por su príncipe, porque se gozaban en hechos guerreros. Por ello, se
reunieron al día siguiente y consultaron entre sí; después, decidieron
responder al capitán de Diábolo con las catapultas. Y así lo hicieron al día
siguiente, al salir el sol: Porque Diábolo se había aventurado a acercarse otra
vez, pero las piedras de la catapulta fueron para él y los suyos como avispas.
Porque así como no había nada tan terrible para la ciudad de Emanuel como el
redoblar ensordecedor del tambor de Diábolo, tampoco hay nada tan terrible para
Diábolo como las catapultas de Emanuel cuando son bien usadas.[303] Por ello,
Diábolo se vio obligado a retirarse de nuevo, a más distancia de la
célebre ciudad de Alma Humana. Entonces el Lord Alcalde de Alma Humana hizo que
repicaran las campanas, «y que se enviasen acciones de gracias al Señor Gran
Secretario por vía del predicador subordinado; porque, gracias a sus palabras,
los capitanes y los ancianos de Alma Humana habían recibido fuerzas contra
Diábolo».
45
Viendo Diábolo que sus capitanes y
soldados, altos lores y valientes de renombre, tenían miedo, y se sentían
aplastados por las piedras lanzadas desde las doradas catapultas del Príncipe
de la ciudad de Alma Humana, meditó y se dijo: «Intentaré atraparlos con
lisonjas, intentaré cazarlos en mi red con adulaciones».
Por tanto, pasado cierto tiempo
volvió a la muralla, pero no con tambor ni con el Capitán Sepulcro. Se había
azucarado los labios y aparentaba ser un príncipe muy pacífico, con voz muy
melosa, sin ningún designio maligno, sin deseo de vengarse de Alma Humana por
las afrentas recibidas de parte de ellos; su único motivo, decía, era el
bienestar, beneficio y ventajas de la ciudad y de sus gentes. Por ello, tras
haber pedido audiencia, pidiendo que le oyeran los moradores de la ciudad,
prosiguió con su discurso, y dijo:
«¡Oh, deseada de mi alma, la
célebre ciudad de Alma Humana! ¡Cuántas noches he velado y cuántos fatigosos
pasos he dado, por si podía hacerte bien![304] ¡Lejos de mí querer hacerte
guerra, si tan sólo os entregáis de manera pacífica y voluntaria a mí. Sabéis
que erais míos de tiempo antiguo.[305] Acordaos también que cuando me teníais
por Señor, y que yo gozaba de vosotros como mis súbditos, no carecíais de
ninguna de las delicias de la tierra[306] de las que yo, vuestro señor y
príncipe, pudiera lograr para vosotros, o pudiera inventar, para con ellas
hermosearos y daros gozo. Considerad que nunca habéis padecido tantas horas
duras, tenebrosas, angustiosas y de aflicción mientras erais míos, como las que
habéis estado padeciendo desde que os rebelasteis contra mí; y no volveréis a
tener paz hasta que vosotros y yo volvamos a ser uno como antes. Si tan solo me
aceptáis de nuevo, os concederé vuestro antiguo estatuto, y más aún, lo
ampliaré con abundantes privilegios;[307] con este estatuto, tu licencia y
libertad será tomar, asir y hacer tuyo todo lo placentero de oriente a
occidente. Y jamás te acusaré por ninguna de las afrentas que me has hecho,
mientras permanezcan el sol y la luna. Y tampoco ninguno de aquellos queridos
amigos míos[308] que siguen escondidos por miedo de ti en madrigueras, agujeros
y cuevas de Alma Humana, te hará ya más daño; serán tus siervos y te servirán
de su abundancia,[309] y en todo lo que te parezca bien. No tengo más que
decirte; tú los conoces, y desde entonces en algunas ocasiones te has deleitado
mucho en su compañía. ¿Por qué, pues, deberíamos estar tan enfrentados?
Renovemos otra vez nuestra antigua relación y amistad.[310]
»Ten paciencia con tu amigo; me
tomo ahora la libertad de hablar tan abiertamente contigo. El amor que te tengo
me lleva a ello, como también el celo de mi corazón por mis amigos contigo: por
tanto, no me causes más problemas, ni a vosotros mismos os atraigáis más
temores y terrores. Poseerte, te poseeré, con la paz o con la guerra; no te
engañes a ti misma con el poder y la fuerza de tus capitanes, ni pensando que
Emanuel vaya pronto a venir a ayudarte; porque esta fortaleza de nada te
servirá.
»He venido contra ti con un
ejército fuerte y valeroso, y todos los grandes príncipes del averno están a su
cabeza. Además, mis capitanes son más veloces que las águilas, más fuertes que
leones, y más hambrientos de su presa que los lobos nocturnos. ¿Qué es Og de
Basán? ¿Qué es Goliat de Gat? ¿Y qué son un centenar más de ellos frente al
menor de mis capitanes? ¿Cómo entonces puede creer Alma Humana que escapará de
mi mano y de mi poder?»
Habiendo Diábolo terminado así su
lisonjero, adulador, engañoso y mentiroso discurso a la célebre ciudad de Alma
Humana, el Lord Alcalde le replicó de la siguiente manera:
«Oh Diábolo, príncipe de las
tinieblas y maestro del engaño: Tus mentirosas lisonjas ya las hemos probado de
manera suficiente, y demasiado hemos gustado ya de tu destructiva copa. Y si te
escuchásemos de nuevo, y con ello quebrantásemos los mandamientos de nuestro
gran Shaddai para unirnos en afinidad contigo, ¿no nos rechazaría nuestro
Príncipe, echándonos de sí para siempre? Y siendo desechados por él, ¿puede
acaso ser lugar de reposo para nosotros aquel que él ha preparado para ti?
Además, ¡oh tú vacío y contrario a toda verdad!, preferimos antes morir bajo
tus golpes que aceptar tus engaños lisonjeros y aduladores».
Cuando el tirano vio que poco iba a
ganar parlamentando con milord Alcalde, cayó presa de un arrebato de rabia
infernal, y resolvió intentar asaltar otra vez la ciudad de Alma Humana con su
ejército de dubitativos.
Llamó entonces a su tambor, el cual
llamó a sus hombres (y mientras el tambor redoblaba, Alma Humana se
estremecía), para que se dispusieran a presentar batalla a la ciudad; entonces
Diábolo se acercó con su ejército, y así alineó a sus hombres: El Capitán Cruel
y el Capitán Tormento fueron apostados delante de la Puerta de la Sensibilidad,
y les mandó que se situaran allí para la batalla. También dispuso que en caso
necesario acudiera el Capitán Inquietud. En la Puerta de la Nariz puso al
Capitán Azufre y al Capitán Sepulcro, y les ordenó que estuvieran dispuestos en
aquel lado de la ciudad de Alma Humana. Pero ante la Puerta del Ojo puso a
aquel hombre de cara pavorosa, al Capitán Desesperanzado, y también allí izó su
terrible estandarte.
Era el Capitán Insaciable quien
debía cuidarse de la impedimenta de Diábolo, y también fue designado para
custodiar a las personas y cosas que en cualquier momento pudieran ser
capturadas al enemigo.
La Puerta de la Boca la reservaban
los habitantes de Alma Humana como puerta para efectuar salidas; por ello, la
defendían enérgicamente: Era por medio de ella y desde ella que los ciudadanos
enviaban sus peticiones a su Príncipe Emanuel. Era también desde la parte
superior de esta puerta que los capitanes atacaban con las catapultas a sus enemigos.
Porque aquella puerta se levantaba sobre una eminencia, de manera que la
situación de las catapultas en ella permitía hacer estragos en el ejército del
enemigo. Por esta y otras causas, Diábolo intentó, si le era posible, cerrar la
Puerta de la Boca con suciedad.
Mientras Diábolo estaba fuera
ocupado con todos sus preparativos para emprender lanzar su asalto contra la
ciudad de Alma Humana, también estaban en el interior los capitanes y soldados
de la ciudad ocupados preparándose para la defensa; montaron sus catapultas,
izaron sus banderas, tocaron sus trompetas y se dispusieron en el orden de
batalla que consideraron más adecuado para hostigar al enemigo y para poner en
ventaja a Alma Humana, dando órdenes a sus soldados de estar listos al oír el
toque de la trompeta de guerra. A Lord Recia-Voluntad se le encargó vigilar
contra los rebeldes del interior, y que hiciera todo lo posible por capturarlos
mientras estaban fuera de sus cuevas, guaridas y grietas en la muralla de la
ciudad de Alma Humana, o por ahogarlos dentro de ellas. Y, para ser justos con
él, desde que hizo penitencia por su falta, demostró tanta honradez y valor
como cualquier otro en Alma Humana. Porque apresó a un tal Desenfadado, y a su
hermano Vivaz, los dos hijos de su siervo Diversión-Inocente (porque hasta
entonces, aunque el padre había sido encarcelado, los hijos vivían en casa de
Lord Recia-Voluntad), y los crucificó con sus propias manos. Y ésta fue la
razón de que los colgara: después que su padre fuese entregado al carcelero,
Sr. Fiel, ellos comenzaron a actuar conforme a su padre, y a juguetear con las
hijas de su señor; más aún, se rumoreaba que se tomaban excesivas libertades
con ellas, lo cual llegó a oídos de su señoría. Ahora bien, siendo que su
señoría no estaba dispuesto a dar muerte a nadie de una manera precipitada, no
actuó precipitadamente contra ellos, sino que puso vigilantes y espías para ver
si la cosa era cierta. Pronto le informaron, porque sus dos siervos, que se
llamaban Descubre y Dilo-Todo, los descubrieron más de una y dos veces actuando
de manera indecorosa, y se lo dijeron a su señor. Entonces, cuando Lord
Recia-Voluntad tuvo suficiente fundamento para creer que aquello era cierto,
tomó a los dos diabolianos (porque esto eran, porque su padre era diaboliano
por parte de padre), y los lleva a la Puerta del Ojo, donde levantó una cruz
muy alta, y allí colgó a los jóvenes villanos, desafiando al Capitán
Desesperanzado y al horrible estandarte del tirano. Esta cristiana acción del
valiente Lord Recia-Voluntad deprimió mucho al Capitán Desesperanzado,[311]
desanimó el ejército de Diábolo, infundió temor a los partidarios de Diábolo en
Alma Humana, y dio aliento y ánimo a los capitanes del Príncipe Emanuel. Porque
ahora se dieron cuenta los del exterior, por esta acción, que Alma Humana
estaba dispuesta a luchar, y que los diabolianos del interior de la ciudad no
podrían actuar como Diábolo había esperado. Y no fue ésta la única prueba de la
honradez del valiente Lord Recia-
Voluntad ante la ciudad, ni de su lealtad a su Príncipe,
como veremos después.
Entonces, los hijos de
Prudente-Parco, que vivían con el Sr. Mente (porque Parco dejó a sus hijos con
el Sr. Mente cuando lo encarcelaron, y sus nombres eran Agarra y Recoge-Todo;
estos los engendró de la hija bastarda del Sr. Mente, que se llamaba Sra.
Retén-lo-Malo), al ver cómo Lord Recia-Voluntad había tratado a los que vivían
con él, intentaron fugarse para no correr idéntica suerte. Pero el Sr. Mente,
previendo esto, los tomó y los encerró en su casa hasta la mañana (porque esto
ocurrió durante la noche), y recordando que por la ley de Alma Humana todos los
diabolianos tenían que morir (y desde luego que lo eran por parte de padre, y
algunos dicen que también por parte de madre), los encadenó luego, y los
condujo al mismo lugar donde Lord Recia-Voluntad había colgado a los suyos
antes, y allí los colgó él también.
Los ciudadanos también cobraron
mucho aliento con esta acción del Sr. Mente, e hicieron lo que estaba en su
mano para capturar a más de aquellos perturbadores diabolianos de Alma Humana;
pero, para aquel entonces, el resto se mantenían tan escondidos y quedos que no
se les pudo encontrar. Entonces dispusieron una guardia diligente, y se fueron
todos a sus casas.
46
Ya os he dicho hace poco que
Diábolo y su ejército quedaron algo turbados y desalentados al ver al Lord
Recia-Voluntad colgar a aquellos dos jóvenes diabolianos. Pero este desaliento
se transformó pronto un frenesí de furia y rabia contra la ciudad de Alma
Humana. Iba a luchar contra ella hasta el fin. Por su parte, los ciudadanos y
capitanes del interior vieron fortalecidas sus esperanzas, creyendo que al
final alcanzarían la victoria; así que les temieron menos. También su
predicador subordinado pronunció un sermón sobre ello, y escogió como texto
guía: «Gad, ejército le acometerá; mas él acometerá al fin».[312] Por ello
expuso que aunque Alma Humana sería al principio muy afligida, finalmente la
victoria la alcanzaría ciertamente Alma Humana.
Entonces Diábolo mandó que
redoblara su tambor para iniciar una carga contra la ciudad; y los capitanes en
la ciudad llamaron a cerrar contra ellos, pero no con tambor; lo que ellos
hicieron sonar contra los enemigos eran trompetas de plata. Entonces los del
campamento de Diábolo se lanzaron a la ciudad para tomarla, y los capitanes en
la ciudadela, con las catapultas de la Puerta de la Boca, los fueron batiendo a
discreción.[313] Y ahora nada se oía en el campamento de Diábolo sino terrible
ira y blasfemias; pero en la ciudad se oían buenas palabras, oraciones y el
cántico de los salmos. El enemigo replicaba con horribles contradicciones y con
el espantoso redoble de su tambor; pero la ciudad respondía con los disparos de
sus catapultas y con las melódicas notas de sus trompetas. Y así la lucha duró
varios días, con sólo breves pausas ocasionales, que los ciudadanos
aprovechaban para un refrigerio, y los capitanes se preparaban para otro
asalto.
Los capitanes de Emanuel iban
revestidos de armaduras de plata, y los soldados con resistentes corazas; los
soldados de Diábolo iban revestidos de un acero hecho para detener los disparos
de las máquinas de Emanuel. En la ciudad había heridos, algunos levemente,
otros padecían heridas graves. Lo peor es que los cirujanos escaseaban en Alma
Humana, porque Emanuel estaba ausente. Pero con las hojas de un árbol se
mantenía con vida a los heridos;[314] sin embargo, sus heridas se infectaban
mucho, y algunos hedían de una manera insoportable. De los ciudadanos, los
siguientes estaban heridos: milord Razón, que fue herido en la cabeza; otro fue
el valiente Lord Alcalde, que había recibido una herida en el ojo. Otro herido
era el Sr. Mente, que sufrió una herida en el estómago. El honrado predicador
subordinado recibió también una herida no lejos del corazón; pero ninguna de
estas era mortal.
Muchos también de las clases
inferiores[315] fueron no sólo heridos, sino muertos en el acto.
Pero en el campamento de Diábolo
había heridos y muertos en gran número. Por ejemplo, el Capitán Cólera fue
herido, y también el Capitán Cruel. El Capitán Condenación se vio forzado a
retirarse y a parapetarse más lejos de Alma Humana. También quedó aplastado el
estandarte de Diábolo, y su portador, el Capitán Mucho-Daño, murió por una piedra
de una catapulta que le partió la cabeza, para no poco dolor y vergüenza de su
príncipe Diábolo.
También murieron muchos de los
dubitativos, aunque quedaron suficientes para hacer temblar y tambalear a Alma
Humana. Ahora bien, la victoria de aquel día era de Alma Humana, y esto
infundió mucho aliento a los ciudadanos y a los capitanes, e hizo que cayera
una nube sobre el campo de Diábolo, pero esto los enfureció todavía más. Así,
el día siguiente Alma Humana descansó, y se dio orden que repicaran las
campanas; también resonaron gozosas las trompetas, y los capitanes vitoreaban
por la ciudad.
Lord Recia-Voluntad tampoco se
quedó ocioso, sino que llevó a cabo un extraordinario servicio contra los
enemigos interiores, los diabolianos del interior de la ciudad, no sólo
manteniéndolos atemorizados, porque logró capturar a un sujeto llamado Sr.
Todo-Vale, de quien se ha hecho mención con anterioridad; porque recordaréis
que fue él quien llevó tres hombres a Diábolo, que los diabolianos habían tomado
prisioneros del campamento de Boanerges, persuadiéndolos para que se alistaran
bajo el tirano, para luchar contra el ejército de Shaddai. Lord Recia-Voluntad
también apresó a otro destacado diaboliano llamado Pie-Descuidado. Este
Pie-Descuidado era un explorador de los proscritos de Alma Humana, y solía
llevar mensajes desde Alma Humana al campamento, y desde el campamento a los
enemigos de Alma Humana en el interior de la ciudad. A estos dos los envió bajo
custodia al Sr. Fiel, el carcelero, con órdenes de mantenerlos en cadenas;
porque quería sacarlos para crucificarlos cuando llegase la mejor oportunidad
para la corporación, y para desaliento del campamento enemigo.
Milord Alcalde, aunque no podía
moverse con la misma facilidad que antes, debido a la herida que había recibido
últimamente, dio órdenes a todos los naturales de Alma Humana para que se
mantuviesen atentos y vigilantes, y que, si se daba la ocasión, demostrasen su
valor.
El Sr. Conciencia, el predicador,
también hizo todo lo que estaba en su mano para mantener vivo el recuerdo de
sus documentos en los corazones de los pobladores de Alma Humana.
Pasado un cierto tiempo, los
capitanes y los valientes de la ciudad de Alma Humana resolvieron hacer una
salida contra el campamento de Diábolo, y hacerla durante la noche; y ahí
estuvo la insensatez de Alma Humana (porque la noche es siempre lo mejor para
el enemigo, pero la peor oportunidad para que Alma Humana se lance a la lucha).
Pero estaban decididos a hacerlo, de tanto que se habían fortalecido sus
ánimos; también tenían su última victoria aún fresca en la memoria.
Llegada la noche señalada, los
valientes capitanes del Príncipe echaron suertes para determinar quién debería
ir a la vanguardia de esta nueva y desesperada expedición contra Diábolo y
contra su ejército; y la suerte de encabezar este desesperado intento recayó en
los capitanes Creencia, Experiencia y Buena Esperanza. (A Experiencia lo
había nombrado Capitán el Príncipe cuando estaba en la ciudad de Alma
Humana.) Así, como digo, hicieron la salida contra los asediadores, y sucedió
que se encontraron en medio del grueso de las fuerzas del ejército enemigo.
Ahora bien, como Diábolo y los suyos eran expertos en el arte de la lucha
nocturna, dieron la alarma, y se mostraron tan listos para presentarles batalla
como si les hubieran avisado de su llegada. Se lanzaron entonces furiosamente
al ataque, y se asestaron duros golpes de una y otra parte; el tambor infernal
redoblaba también de manera aturdidora, mientras que sonaban dulcemente las
trompetas del Príncipe. Y así se entabló la batalla; el Capitán Insaciable
vigilaba la impedimenta del enemigo, y esperaba recibir las presas que le
dieran.
Los capitanes del Príncipe lucharon
tenazmente, y más allá de lo que se pudiera esperar; hirieron a muchos e
hicieron que todo el ejército de Diábolo se batiera en retirada. Y no sé como
fue, que cuando los valientes capitanes Creencia, Buena Esperanza y Experiencia
estaban persiguiendo, dando mandobles y corriendo en pos del enemigo en
desbandada, el Capitán Creencia tropezó y cayó, y al caer se hizo mucho daño, y
no se pudo levantar hasta que el Capitán Experiencia lo ayudó, con lo que sus
hombres estaban ahora en desorden. El capitán sufría también de manera tan
terrible que no podía dejar de gritar; ante esto, los otros dos capitanes
desfallecieron, pensando que el Capitán Creencia había recibido una herida
mortal; sus hombres quedaron aún más desorientados, y no tenían ánimos para
luchar. A esto Diábolo, agudo observador, y aunque en este momento había
sufrido cuantiosas pérdidas y huía, al darse cuenta de que sus perseguidores se
habían detenido, y suponiendo por ello que los capitanes estaban o bien heridos
o bien muertos, se detuvo primero, se dio la vuelta, y luego se abalanzó contra
el ejército del Príncipe con tanta furia como el infierno pudo darle; y vino en
dar con los tres capitanes, el Capitán Creencia, el Capitán Buena Esperanza y
el Capitán Experiencia, y los sajó, hirió y traspasó tan terriblemente que apenas
si pudieron ponerse a salvo de nuevo en la ciudad, a causa del desaliento, del
desorden, y de las heridas que ahora habían recibido, y también por su mucha
pérdida de sangre, aunque eran los tres guerreros más capaces de Alma Humana.
Al ver el grueso del ejército del
Príncipe que estos tres capitanes habían sido rechazados de manera tan vigorosa
y terrible,[316] pensaron que lo más prudente sería hacer una retirada tan
ordenada como pudieran, y volvieron así a la puerta desde la que habían hecho la
salida; así concluyó esta acción. Pero Diábolo se sentía tan exaltado por lo
hecho aquella noche que se prometió que en pocos días lograría una fácil y
completa conquista de Alma Humana.
47
Así, al día siguiente Diábolo se
acercó intrépidamente ante la ciudad, exigiendo entrada, y que ellos se
entregaran a su gobierno. También los diabolianos que estaban dentro comenzaron
a envalentonarse, como veremos después.
Pero el valiente Lord Alcalde
replicó que lo que quería lo tendría que lograr por la fuerza; que en tanto que
Emanuel, el Príncipe de ellos, viviera (aunque por ahora no estuviera con
ellos, como era su deseo), jamás consentirían entregar Alma Humana a otro.
Y con esto, Lord Recia-Voluntad se
levantó, y dijo: «Diábolo, tú, amo del averno, y enemigo de todo lo bueno:
nosotros, los pobres moradores de Alma Humana, somos demasiado bien conocedores
de tu dominio y gobierno, y con el fin de aquellas cosas que de cierto seguirán
si nos sometemos a ti, para hacer tal cosa. Por ello, aunque cuando carecíamos
de conocimiento dejamos que tú nos tomaras (como el ave que no vio el lazo,
cayendo en manos del cazador), sin embargo, desde que hemos pasado de las
tinieblas a la luz, también hemos pasado del poder de Satanás a Dios. Y aunque
por medio de tu sutileza, y también de la sutileza de los diabolianos en el
interior, hemos sufrido graves pérdidas, y hemos también quedado sumidos en
gran perplejidad, sin embargo no nos entregaremos, no rendiremos nuestras
armas, y no cederemos ante un horrendo tirano como tú; antes preferimos morir
en nuestros puestos. Además, tenemos la esperanza de que a su debido tiempo
vendrá la liberación desde la corte, y por ello seguiremos manteniendo la
guerra contra ti».
Este valeroso discurso de Lord Recia-Voluntad,
junto con el del Lord Alcalde, abatió en cierta medida la audacia de Diábolo,
aunque encendió su ardiente rabia. También fue de ánimo para los ciudadanos y
capitanes; más, actuó como un apósito para la herida del valiente Capitán
Creencia; porque se ha de saber que este discurso, en estas circunstancias
(cuando los capitanes de la ciudad, y sus hombres de guerra habían vuelto
derrotados, y el enemigo había cobrado aliento y valor para llegarse a las
murallas y a exigir la entrada, como lo hacía), fue oportuno, y también
ventajoso.
Lord Recia-Voluntad también actuó
con valor en el interior, porque mientras los capitanes y soldados estaban en
el campamento, él estaba sobre las armas en la ciudad, y allí donde descubría a
un diaboliano, allí tenía el tal que sentir el peso de su mano y también el
filo de su penetrante espada; a muchos de los diabolianos hirió entonces, como
a Lord Cavilación, a Lord Precipitación, a Lord Pragmático y a Lord
Murmuración; también mutiló gravemente a varios de las clases más bajas, aunque
no se puede dar aquí ahora una lista de los que mató. La causa, o más bien la
ventaja que tuvo Lord Recia-Voluntad en este momento para conseguirlo, fue que
los capitanes se habían ido a luchar contra el enemigo en su campamento, y que
entonces los diabolianos pensaron para sí: «Ahora es nuestra oportunidad de
movernos y de causar una perturbación en la ciudad». Entonces se reunieron en
un grupo, y se lanzaron a perturbar Alma Humana, como si nada hubiera en ella
sino torbellino y tempestad. Fue entonces que él aprovechó esta oportunidad
para caer sobre ellos con sus hombres, atacándolos a mandobles e hiriendo con
un valor irresistible; ante esto, los diabolianos se dispersaron
apresuradamente y huyeron a sus guaridas, y milord se volvió a su lugar.
Esta valerosa acción de Lord Recia
Voluntad compensó en cierta medida el daño que había hecho Diábolo a los
capitanes, y también les hizo ver que Alma Humana no iba a caer por la pérdida
de una o dos batallas;[317] por ello, otra vez vio el tirano recortadas sus
alas por lo que a su jactancia se refiere —me refiero en comparación a lo que
se hubiera podido jactar si los diabolianos hubieran puesto a la ciudad en la
misma situación en que él había puesto a los capitanes.
Bien, sucede entonces que Diábolo
decide lanzar otra intentona contra Alma Humana. «Porque», decía para sí, «ya
que los he vencido una vez, los podré vencer dos». Ordenó entonces a sus
hombres que estuvieran dispuestos a una cierta hora de la noche para lanzar un
nuevo ataque sobre la ciudad; y mandó en especial que lanzaran todas sus
fuerzas contra la Puerta de la Sensibilidad,[318] tratando de abrirse paso en
la ciudad por ella. La consigna que entonces dio a sus oficiales y soldados fue
«¡Fuego del Infierno!». «Y», añadió, «si logramos forzar la entrada, como es mi
deseo, que aquellos que entren procuren no olvidar la consigna. Y que nada más
se oiga en la ciudad de Alma Humana sino “¡Fuego del Infierno!”, “Fuego del
Infierno!”» El tambor debía también redoblar sin cesar, y los portaestandartes
debían hacer ondear sus colores; también los soldados debían actuar con todo su
valor, y cuidarse de cumplir valerosamente su parte contra la ciudad.
Así, al llegar la noche, y habiendo
preparado todo el tirano, asestó un ataque por sorpresa contra la Puerta de la
Sensibilidad, y después de haber embestido allí un tiempo, hizo saltar la
puerta: lo cierto es que las hojas de la puerta estaban ya debilitadas, y por
ello fue fácil hacerlas ceder. Cuando Diábolo hubo logrado hasta aquí su
propósito, dispuso a sus capitanes (Tormento e Inquietud) en este lugar; luego
intentó penetrar más adentro, pero los capitanes del Príncipe cayeron sobre él,
dificultando su entrada más de lo que pensaba. Y, para ser veraces, opusieron
toda la resistencia que les era posible; pero siendo que tres de sus mejores y
más valerosos capitanes estaban heridos,[319] y que por sus heridas habían
quedado muy incapacitados para dar a la ciudad el servicio que querrían (y
siendo que el resto tenían más que llenas las manos con los dubitativos y con
los capitanes de Diábolo), se vieron abrumados por aquella fuerza, y no
pudieron mantenerlos fuera de la ciudad. Entonces los hombres del Príncipe y
sus capitanes se retiraron la ciudadela, la fortaleza de la ciudad; y esto lo
hicieron en parte por su propia seguridad, y en parte, o más bien
principalmente, para preservar para Emanuel la prerrogativa regia de Alma
Humana; porque éste carácter tenía la ciudadela de Alma Humana.
Así que, habiendo huido los
capitanes la ciudadela, el enemigo entró en posesión del resto de la ciudad sin
encontrar mucha resistencia, y se extendió por toda ella, y mientras avanzaban,
iban gritando, según la consigna del tirano: «¡Fuego del Infierno! ¡Fuego del
Infierno! ¡Fuego del Infierno!», de modo que nada se oía por un tiempo por toda
la ciudad de Alma Humana más que el terrible son de «¡Fuego del Infierno!»
junto con el redoble del tambor de Diábolo. Y ahora se ennegrecieron los cielos
sobre Alma Humana,[320] y para la razón no parecía más sino que le esperaba la
ruina. Diábolo acuarteló a sus soldados en las casas de los habitantes de Alma
Humana. Sí, la misma casa del predicador subordinado se llenó de estos
extranjeros dubitativos, tantos como pudieron caber, y así sucedió con la de
milord Alcalde y la de milord Recia-Voluntad. No quedó un rincón, una casa
humilde, un granero ni una pocilga que no estuvieran llenos de esta plaga.
Echaban de sus casas a los hombres de la ciudad, se tendían en sus camas, y se
sentaban a sus mesas en lugar de ellos. ¡Ah, pobre Alma Humana! ¡Como sientes
ahora los frutos del pecado! ¡Qué ponzoña destilaban las palabras lisonjeras
del Sr. Seguridad Carnal! Causaron grandes destrozos en todo aquello en que
pudieron echar las manos; incendiaron la ciudad en diversos lugares;[321]
también destrozaron a muchos niños lanzándolos contra las peñas;[322] y los aún
no nacidos los destruyeron en los vientres de sus madres; porque no se puede
pensar que iba a ser de otra manera, porque ¿qué conciencia, qué piedad, que
entrañas de compasión puede esperarse de manos de extranjeros dubitativos?
Muchas mujeres de Alma Humana,[323] tanto jóvenes como mayores, fueron forzadas
y violadas, y abusadas bestialmente, de manera que se desvanecieron, abortaron
y muchas de ellas murieron, y así yacían por las calles y por los lugares de la
ciudad.
Y ahora Alma Humana no parecía más
que una cueva de dragones, un emblema del infierno y un lugar de negra
tiniebla. Ahora Alma Humana parecía un yermo estéril; nada aparecía sobre la
faz de Alma Humana sino espinos, cardos, zarzales, malas hierbas y plantas
hediondas. Os he dicho antes cómo estos diabolianos dubitativos echaron de sus
camas a los hombres de Alma Humana,[324] y ahora añadiré que los hirieron, los
apalearon, y casi descerebraron a muchos de ellos. A muchos, he dicho, más bien
a casi todos, por no decir que a todos ellos. Y tan malherido quedó el Sr.
Conciencia, y tanto se enconaron sus heridas, que no podía descansar ni de
noche, ni de día, sino que yacía como si estuviera de continuo sobre el potro
del tormento; si no fuera porque Shaddai lo controla todo, lo habrían matado en
el acto. A Lord Alcalde lo maltrataron de tal manera que casi le arrancaron los
ojos; y si Lord Recia-
Voluntad no hubiera encontrado refugiado en la ciudadela, lo
habrían despedazado; porque a él lo consideraban, tal como estaba ahora su
corazón, como lo peor de Alma Humana contra Diábolo y sus partidarios.[325] Y
desde luego se comportó con gran valentía; ya oiréis de más de sus hazañas más
adelante.
Ahora se podría estar andando
durante días por Alma Humana, y apenas haber visto en la ciudad a nadie que
pareciera una persona religiosa.[326] ¡Oh, qué terrible era ahora el estado de
Alma Humana! Cada rincón estaba lleno de dubitativos extranjeros; casacas rojas
y casacas negras patrullaban las calles en grupos y saturaban las casas con
ruidos horrorosos, cánticos vanos, historias mentirosas y lenguaje blasfemo
contra Shaddai y contra su Hijo.[327] También los diabolianos que habían
merodeado en las murallas, grietas y guaridas de la ciudad de Alma Humana,
salieron y se mostraban abiertamente; sí, caminaban codo con codo con los
dubitativos que habían entrado en Alma Humana. Ahora gozaban de más libertad
para caminar por sus calles, para estar en las casas y para mostrarse en
público que los naturales de la ahora desgraciada ciudad de Alma Humana.
48
Pero Diábolo y sus extranjeros no
gozaban de paz en Alma humana; porque no eran agasajados como a los capitanes y
a las tropas de Emanuel. Los ciudadanos los hostigaban en la medida de sus
posibilidades, y no podían disfrutar de ningunas de las ventajas de Alma Humana
excepto aquellas que arrebataban contra la voluntad de los ciudadanos; éstos
escondían de los ocupantes todo lo que podían, y lo que no podían, lo daban
contra su voluntad. Ellos, ¡pobres!, hubieran preferido tener sus casas para sí
antes que tal compañía; pero eran ahora cautivos, y cautivos estaban obligados
a ser.[328] Pero, como digo, les negaban todo lo que podían, y mostraban toda
la repugnancia que podían.
También los capitanes, desde la
ciudadela, los tenían constantemente en suspenso con sus catapultas, para gran
desazón e inquietud de los enemigos. Es cierto que Diábolo emprendió muchos y
repetidos intentos de forzar la apertura de las puertas de la ciudadela, pero
el Sr. Temor-de-Dios había sido hecho guardián de las mismas, y era él tan
firme, constante y lleno de arrojo que era absurdo pensar que tal cosa pudiera
suceder mientras él viviera, por mucho que quisieran, de modo que todos los
ataques de Diábolo contra de él resultaron fallidos. A veces he deseado que
este hombre hubiera tenido plenos poderes en el gobierno de la ciudad de Alma
Humana.
Resumiendo, esta fue la condición
de la ciudad de Alma Humana a lo largo de unos dos años y medio: la
ciudad era el centro de la guerra, la población de la ciudad se había visto
forzada a ocultarse, y la gloria de Alma Humana estaba hundida en el
polvo. ¿Qué descanso iban a tener entonces sus habitantes, de qué paz podía
disfrutar Alma Humana, y qué sol podía brillar sobre ella? Si el enemigo
hubiera estado mucho tiempo en la llanura alrededor cercando la ciudad, esto
habría bastado para hacerles padecer hambre; pero ahora, con el enemigo dentro,
cuando la ciudad misma era su tienda, su trinchera y muralla de ataque contra
la ciudadela de la ciudad; cuando la ciudad será usada contra la misma ciudad,
sirviendo a los enemigos de su fuerza y vida, los cuales, como digo, harán uso
de los fuertes y de los baluartes de la ciudad para asentarse en ella, hasta
tomar, despojar y derribar la ciudadela[329] ... ¡esto era terrible! Y tal era
la situación de la ciudad de Alma Humana.
Después que la ciudad de Alma
Humana se viese en esta triste y lamentable situación durante todo el tiempo
que os he dicho, y sin que sirviera de nada ninguna de las peticiones que
habían estado presentando ante el Príncipe, se reunieron los habitantes de la
ciudad, es decir, los ancianos y los principales de Alma Humana, y, después de
haberse estado doliendo de su miserable estado y del terrible juicio que les
había caído encima, resolvieron escribir otra petición y enviarla a Emanuel,
que les diese auxilio. Pero el Sr. Temor-de-Dios se levantó, y dijo que sabía
que su Señor el Príncipe nunca había aceptado ni aceptaría nunca de parte de
nadie una petición sobre estas cuestiones, excepto que figurase sobre la misma
la firma del Lord Secretario. «Y esta es la razón», añadió, «de que no hayáis
recibido respuesta hasta ahora». Entonces resolvieron redactar una, y que
pedirían al Lord Secretario que la firmase. Pero el Sr. Temor-de-Dios respondió
otra vez, y dijo que sabía que el Lord Secretario no iba a firmar
petición alguna si él no había participado en su redacción y preparación.
«Además,» dijo, «el Príncipe distingue la letra de mi Lord Secretario de entre
todas las letras del mundo; de modo que no se le puede engañar con ningún tipo
de falsa pretensión. Mi consejo es que os presentéis al Lord, y que imploréis
su ayuda». (El Lord Secretario seguía habitando en la ciudadela, en la que
estaban ahora los capitanes y soldados.)
Así, aceptando el consejo del Sr.
Temor-de-Dios, se lo agradecieron calurosamente, y actuaron en consecuencia.
Fueron, pues, a presentarse ante milord Secretario, y le hicieron saber la
razón de su visita: que, por cuanto Alma Humana estaba en un estado tan
lamentable, que condescendiera su Alteza a redactar una petición por ellos a
Emanuel, el Hijo del poderoso Shaddai, y al Rey de ellos su Padre por medio de
él.
Entonces respondió el Secretario:
«¿Qué ruego queréis que redacte en vuestro favor?» Y ellos dijeron: «Milord
conoce mejor el estado y la condición de Alma Humana; y cómo hemos recaído y
degenerado en cuanto a nuestro Príncipe; también sabes quién ha venido a
hacernos la guerra, y que Alma Humana es ahora campo de batalla. Milord sabe
también los terribles maltratos de que han sido objeto de parte de ellos
nuestros hombres, mujeres y niños, y cómo los diabolianos que se habían criado aquí
gozan ahora de más libertad por las calles de Alma Humana que sus ciudadanos.
Así, quiera Milord, según la sabiduría de Dios que es en él, redactar una
petición en nombre de estos sus pobres siervos a nuestro Príncipe Emanuel».
«Bien», dijo el Lord Secretario: «Escribiré una petición por vosotros, y
también pondré en ella mi firma». Ellos respondieron entonces, «¿Pero cuándo
vendremos a recogerla de manos de nuestro Señor?» Y él dijo: «Vosotros mismos
debéis estar presentes en su redacción; sí, tenéis que poner en ella vuestros
deseos. Es cierto que la mano y la pluma serán las mías, pero el papel y la
tinta deben ser los vuestros; si no, ¿cómo podréis decir que es vuestra
petición? Yo no tengo necesidad de pedir nada por mí mismo, por cuanto yo no he
ofendido». Luego añadió: «Ninguna petición va en mi nombre al Príncipe, y con
ello a su Padre por medio de él, sino cuando las personas principalmente
interesadas en ella se unen de corazón y en alma en ella, porque esto se debe
incorporar en la petición».
Así que aceptaron de corazón lo que
exponía el Lord, e inmediatamente se procedió a la redacción de la petición.
Pero ahora surgió la cuestión de quién sería el mensajero. El Secretario
aconsejó que la llevase el Capitán Creencia, porque era persona bien hablada.
Entonces lo llamaron y le propusieron esta misión. «Bien», dijo el Capitán,
«acepto de todo corazón; y aunque estoy cojo, haré esto por vosotros con toda
la premura y tan bien como me sea posible».
El contenido de esta petición era
como sigue:
«¡Oh nuestro Señor y Soberano
Príncipe Emanuel, poderoso y longánime Príncipe! La gracia se derramó en tus
labios, y a ti pertenecen la misericordia y el perdón, aunque nos rebelamos
contra ti. Nosotros, que no somos ya más dignos de ser llamados tu Alma Humana,
ni dignos siquiera de participar en las comunes bendiciones, te rogamos, y a tu
Padre por medio de ti, que quites nuestras transgresiones. Confesamos que tú
podrías echarnos para siempre de delante de ti; pero no lo hagas, por causa de
tu nombre. Que nuestro Señor tome más bien la oportunidad, ante nuestra
miserable condición, de mostrarnos sus entrañas de misericordias. Nos vemos
rodeados por todos los lados, Señor; nuestras propias recaídas nos reprueban;
nuestros diabolianos dentro de nuestra ciudad nos espantan; y el ejército
del ángel del abismo sin fondo nos angustia. Tu gracia puede ser nuestra
salvación, y no tenemos adonde ir más que a ti.
»Además, oh Príncipe lleno de
gracia, hemos debilitado a nuestros capitanes, y están desanimados, enfermos, y
recientemente algunos de ellos han sido gravemente heridos y batidos en campo
de batalla por el poder y la fuerza del tirano. Hasta aquellos nuestros
capitanes en cuyo valor solíamos confiar más están malheridos. Además, Señor,
nuestros enemigos son enérgicos y contundentes; fanfarronean y hablan
arrogantemente, y amenazan repartirnos entre ellos como botín. Han caído sobre
nosotros, Señor, con muchos miles de dubitativos, con los que no sabemos qué
hacer; todos ellos tienen unos rostros horrendos e implacables, y nos retan, a
nosotros y a ti.
»Nuestra sabiduría se ha
desvanecido, como también nuestro poder, porque tú te has apartado de nosotros;
no tenemos nada que podamos llamar nuestro sino el pecado, la vergüenza y la confusión
de rostro por nuestro pecado. Apiádate de nosotros, ¡oh Señor!, apiádate de
nosotros, tu miserable ciudad de Alma Humana, y sálvanos de las manos de
nuestros enemigos. Amén».
Esta petición, como ya quedó dicho,
fue dada por el Lord Secretario y llevada a la corte por el valiente y muy
resuelto Capitán Creencia. Salió con ella hacia la Puerta de la Boca (porque
ésta, como he dicho, era la puerta de la ciudad desde donde se hacían las
salidas), y acudió con ella a Emanuel. Como salió, no lo sé; pero lo cierto es
que salió, y que finalmente ello llegó a oídos de Diábolo. Ésta es la
conclusión a la que he llegado, porque finalmente lo supo el tirano, e
incriminó a la ciudad de Alma Humana, diciendo: «Tú, rebelde y obstinada Alma
Humana, yo haré que dejes de presentar peticiones.[330] ¿Todavía estás en ello?
Yo te haré cesar». Sí, y también sabía quién era el mensajero que había llevado
la petición al Príncipe, y ello le hizo a una temer y llenarse de rabia.
Así que mandó volver a redoblar su
tambor, lo que para Alma Humana era algo inaguantable; pero cuando Diábolo pone
a redoblar el tambor, Alma Humana tiene que soportar su fragor. Así, pues, el
tambor redoblaba, y se reunieron los diabolianos.
Entonces les dijo Diábolo: «¡Oh
resueltos diabolianos!, debéis saber que hay traición en marcha contra nosotros
en la rebelde ciudad de Alma Humana; porque aunque, como veis, la ciudad está
en nuestras manos, sin embargo estos miserables almahumaneses han enviado y
siguen teniendo la osadía de enviar mensajes a la corte de Emanuel pidiendo
ayuda. Esto os lo hago saber, para que actuéis como corresponde contra la
miserable ciudad de Alma Humana.[331] Por ello, ¡oh mis fieles diabolianos!, os
mando que angustiéis más y más a la ciudad de Alma Humana, y que la atribuléis
con todas vuestras acciones; que violéis a sus mujeres, que desfloréis a sus
vírgenes, que matéis a sus niños, que hundáis las cabezas de sus ancianos, que
incendiéis la ciudad, y que hagáis cuanto mal podáis; y que ésta sea mi venganza
contra los almahumaneses, por sus desaforadas rebeliones contra mí».
Éstas, pues, fueron sus órdenes;
pero algo se interpuso entre ellas y su cumplimiento, porque por ahora poco
podía hacer más que rabiar.
49
Cuando Diábolo terminó, subió hasta
la ciudadela, y exigió que le fueran abiertas las puertas de la misma, bajo
pena de muerte, y que se le abriera la entrada a él y a los que le seguían. A
esto repuso el Sr. Temor-de-Dios (puesto que él era el encargado de aquella
puerta), que no se le iba a abrir, ni a él ni a los que le seguían. Dijo además
que Alma Humana, cuando hubiera padecido un tiempo, sería perfeccionada,
afirmada y fortalecida,
Entonces Diábolo dijo: «Entregadme
pues a los hombres que han hecho petición en mi contra, especialmente al
Capitán Creencia,[332] que la llevó a vuestro Príncipe; poned a este granuja en
mis manos, y me iré de la ciudad».
Entonces intervino un diaboliano,
llamado Sr. Embaucador, diciendo: «El ofrecimiento de mi señor es bueno: es mejor
para vosotros que perezca un hombre, que no que sea destruida toda la ciudad de
Alma Humana».
Pero el Sr. Temor-de-Dios le
replicó: «¿Cuánto tiempo quedará Alma Humana fuera de la mazmorra, si entrega
su fe a Diábolo? Lo mismo es perder la ciudad que perder al Capitán Creencia;
porque si se va el primero, la otra tiene que seguir por el mismo camino». Pero
a esto el Sr. Embaucador no respondió.
Entonces contestó milord Alcalde,
diciendo: «¡¡Oh, tirano devorador!, tengas sabido que no oiremos ninguna de tus
palabras; estamos resueltos a resistirte en tanto que quede en la ciudad de
Alma Humana un capitán, un hombre, una catapulta y una piedra que lanzarte».
Pero Diábolo le replicó: «¿Aún
tenéis esperanza, aún aguardáis, aún pensáis que os vendrá ayuda y liberación?»
Habéis enviado mensajes a Emanuel,[333] pero vuestra maldad está demasiado
apegada a vuestras faldas para que puedan salir de vuestros labios oraciones
inocentes. ¿Creéis acaso que prevaleceréis y prosperaréis en este designio
vuestro? Fracasaréis en vuestro deseo, fracasaréis en vuestros intentos; porque
no soy sólo yo, sino que también Emanuel está en contra de vosotros; sí, es él
mismo quien me ha enviado para someteros. ¿Qué esperáis entonces? ¿O por qué
medios escaparéis?
Entonces respondió el Lord Alcalde:
«Cierto, hemos pecado; pero esto en nada te ayudará, porque nuestro Emanuel ha
dicho, y ello con toda su fidelidad: “El que a mí viene, de ningún modo le
echaré fuera”. También nos ha dicho, oh enemigo nuestro, que “Todo será
perdonado a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias,
cualesquiera que sean”. Por ello, no nos atreveremos a desesperar, sino que
buscaremos, anhelaremos y seguiremos esperando la liberación».
Para este tiempo, el Capitán
Creencia había ya vuelto de la corte de Emanuel a la ciudadela de Alma Humana,
y había traído una valija. Al oír milord Alcalde que había llegado el Capitán
Creencia, se apartó de los ruidosos rugidos del tirano, y lo dejó que chillase
en la muralla de la ciudad o delante de las puertas de la ciudadela. Entró
luego en las estancias del capitán y, saludándolo, le preguntó por su persona y
acerca de las nuevas de la corte. Pero al hacer la pregunta al Capitán
Creencia, tenía los ojos anegados de lágrimas. Entonces dijo el capitán:
«Animo, milord, que todo irá bien a su tiempo». Y con esto sacó primero su
valija y la puso a un lado; pero esto lo interpretaron el Lord Alcalde y el
resto de los capitanes como señal de buenas nuevas.[334] Habiendo llegado ahora
un tiempo de gracia, mandó llamar a todos los capitanes y ancianos de la
ciudad, a los que se encontraban aquí y allá en sus estancias en la ciudadela y
en sus lugares de vigilancia, para hacerles saber que el Capitán Creencia había
regresado de la corte, y que tenía algo que comunicarles en general y también
en especial. Así, todos acudieron, le saludaron, y le preguntaron acerca de su
viaje, y acerca de las noticias de la corte. Y él les respondió como antes al
Lord Alcalde, que todo resultaría bien al final. Tras este saludo del capitán,
abrió su valija, y de allí sacó varias cartas para aquellos que había mandado
llamar.
La primera carta iba dirigida a
milord Alcalde, y decía: Que el Príncipe Emanuel se había complacido en que
milord Alcalde había sido tan fiel y digno en su cargo, y a los grandes
intereses que le atañían para la ciudad y la gente de Alma Humana. También
quería hacerle saber que se había agradado con el valor que había mostrado por
su Príncipe Emanuel, y que se había dedicado con tanta fidelidad a su causa en
la lucha contra Diábolo. Al final de la carta le anunciaba también que en breve
recibiría su galardón.
La segunda carta iba dirigida al
noble Lord Recia-Voluntad, y decía: Que su Príncipe Emanuel sabía bien cuán
valiente y arrojado se había mostrado por el honor de su Señor, ahora ausente,
y cuando su nombre estaba siendo objeto de desprecio por Diábolo. También se le
decía que su Príncipe se había complacido en su gran fidelidad a la ciudad de
Alma Humana, al actuar con mano tan dura y con ojo tan severo y unas riendas
tan rigurosas sobre el cuello de los diabolianos, que seguían aún acechando en
sus diversas guaridas en la célebre ciudad de Alma Humana. Se decía además que
había sabido que milord había dado muerte con su propia mano a algunos de los
principales rebeldes allí, para gran desaliento del partido enemigo y para buen
ejemplo de toda la ciudad de Alma Humana; y que en breve su señoría recibiría
su galardón.
La tercera carta iba dirigida al
predicador subordinado, y decía: Que su Príncipe se agradaba en su cumplimiento
de forma tan honrada y fiel de su oficio, y por su obediencia a lo que su Señor
le había encomendado, exhortando, reprendiendo y advirtiendo a Alma Humana en
conformidad a las leyes de la ciudad. Decía, además, que le complacía que
hubiera llamado al ayuno, al saco y a las cenizas, cuando Alma Humana estaba en
rebelión. También, que hubiera pedido la ayuda del Capitán Boanerges para una
acción de tanto peso; y que en breve recibiría su galardón.
La cuarta carta iba dirigida al Sr.
Temor-de-Dios, en la que su Señor le decía: Que su Señoría había observado que
él había sido el primero en Alma Humana en detectar a Seguridad-Carnal como el
único que, mediante su sutileza y astucia, había logrado para Diábolo una
defección y degeneración de la bondad en la bendita ciudad de Alma Humana.
Además, su Señor le hacía saber que seguía recordando sus lágrimas y duelo por
el estado de Alma Humana. En la misma carta se mencionaba que su Señor tomaba nota
de su detección de este Sr. Seguridad-Carnal, a su propia mesa y entre sus
invitados, precisamente cuando trataba de consolidar sus bajezas contra la
ciudad de Alma Humana. Emanuel también había tomado nota de que esta reverenda
persona, el Sr. Temor-de-Dios, se mantuvo firme a las puertas de la ciudadela
contra todas las amenazas e intentos del tirano; y que había dirigido a los
ciudadanos a presentar su petición a su Príncipe de modo que pudiera ser
aceptada, y de manera que pudieran recibir una respuesta para paz; y que por
ello en breve recibiría su galardón.
Después, sacó aún otra carta
escrita a toda la ciudad de Alma Humana, por la que se les comunicaba: Que su
Señor había tomado nota de la insistente repetición de sus peticiones a él, y
que verían más fruto de dichas peticiones en un tiempo venidero. Su Príncipe
les decía también en la carta que se agradaba en que por fin el corazón y la
mente de ellos permanecía fija sobre él y sus caminos, aunque Diábolo hubiera
hecho tal irrupción entre ellos; y que ni los halagos por una parte ni las
dificultades por la otra pudieron llevarles a ceder para servir a sus crueles
designios. También al final de esta carta se decía: Que su Señoría había dejado
la ciudad de Alma Humana en manos del Lord Secretario y al mando del Capitán
Creencia, diciendo: «Sed diligentes en obedecerle en su gobierno; y a su debido
tiempo tendréis vuestro galardón».
Después que el valiente Capitán
Creencia hubo entregado sus cartas a sus destinatarios, se retiró a los aposentos
de milord Secretario, y estuvo un tiempo allí conversando con él; porque tenían
muy buena relación, y sabían más acerca de cómo irían las cosas con Alma Humana
que todos los ciudadanos juntos. El Lord Secretario sentía también gran afecto
por el Capitán Creencia, y éste recibía muchos buenos manjares de la mesa del
Lord; además, él podía ser recibido mientras que el resto de Alma Humana estaba
bajo negros nubarrones. De modo que tras un cierto tiempo de conversación, el
capitán se dirigió a sus aposentos para descansar. Pero antes de pasar mucho
tiempo, milord Secretario hizo llamar otra vez al Capitán. Tras pasar adentro,
y habiéndose saludado como de costumbre, el capitán le preguntó: «¿Qué quiere
mi Señor decir a su siervo?» Entonces el Lord Secretario lo tomó aparte, y
después de un gesto o dos más de favor, le comunicó: «Te he hecho lugarteniente
del Señor sobre todas las fuerzas de Alma Humana; de manera que de ahora en
adelante tendrás a todos los hombres de Alma Humana bajo tu mando; tú dirigirás
las entradas y salidas de Alma Humana. Tú, por ello, te encargarás, conforme a
tu grado, de dirigir la guerra para tu Príncipe, y en favor de la ciudad de
Alma Humana, contra la fuerza y el poder de Diábolo; y el resto de los
capitanes los tendrás a tus órdenes».
Ahora los ciudadanos comenzaron a
darse cuenta del favor de que gozaba el capitán tanto ante la corte como ante
el Lord Secretario en Alma Humana; porque nadie antes había alcanzado éxito al
ser enviado, ni nadie había traído tales buenas nuevas de parte de Emanuel como
él. Entonces, después de lamentar no haber hecho más uso de él en su angustia,
enviaron a su predicador subordinado al Lord Secretario, para pedir que todo lo
que eran y tenían quedase bajo el gobierno, cuidado, custodia y dirección del
Capitán Creencia.
Entonces fue el predicador a dar
este recado, y recibió esta respuesta de su Señor: que el Capitán Creencia
sería el gran agente en todo el ejército del Rey, contra los enemigos del Rey,
y también para el bien de Alma Humana. Entonces él se inclinó hasta el suelo y
dio las gracias a su Señoría, y regresó para dar las nuevas a la ciudadanía.
Pero todo esto se hizo con todo el sigilo imaginable, porque los enemigos
tenían todavía gran fuerza en la ciudad. Pero volvamos a nuestro relato.
50
Al verse Diábolo enfrentado con
tanto valor por el Lord Alcalde, y viendo cuán resuelto se mostraba el Sr.
Temor-de-Dios, fue presa de un ataque de rabia, y convocó entonces un consejo
de guerra para vengarse de Alma Humana. Se reunieron entonces todos los
príncipes del abismo, y el viejo Incredulidad a la cabeza de ellos, con todos
los capitanes de su ejército. Entonces conferenciaron acerca de qué iban a
hacer. La orden del día y el objeto del consejo, aquel día, era cómo podrían
apoderarse de la ciudadela, porque no podrían considerarse dueños de la ciudad
mientras la misma estuviera en posesión de sus enemigos.
Unos opinaban así, otros opinaban
lo otro, pero no pudieron llegar a un acuerdo; entonces Apolión, que presidía
el consejo, se levantó y dijo: «Hermandad, tengo dos ideas que proponeros. La
primera es ésta: Retirémonos de nuevo de la ciudad a la llanura, porque nuestra
presencia aquí de nada servirá, porque la ciudadela sigue en manos de nuestros
enemigos; y no es posible que la podamos capturar en tanto que haya en ella
tantos valerosos capitanes, y mientras que este arrojado individuo, el Sr.
Temor-de-Dios sea el guardián de sus puertas. Pero, cuando nos hayamos retirado
a la llanura, ellos mismos estarán complacidos de tener algo de tranquilidad; y
puede que ellos mismos, por su propia cuenta, puedan de nuevo comenzar a
decaer; esto mismo les asestará un golpe más fuerte que el que podamos
asestarles nosotros mismos.[335] Pero si esto fracasa, puede que nuestra retirada
de la ciudad induzca a los capitanes a lanzarse en pos de nosotros; y bien
sabéis lo que les costó cuando luchamos antes en campo abierto. Además, si
podemos atraerlos al campo abierto, podemos preparar una emboscada detrás de la
ciudad, para que, cuando salgan, nos precipitemos al interior de la ciudad y
tomemos posesión de la ciudadela.
Pero Beelzebú se levantó y
respondió así: «Es imposible atraerlos a todos fuera de la ciudadela; podéis
estar bien seguros que algunos se quedarán en ella para guardarla; así que este
intentó será en vano, excepto que tuviéramos la seguridad de que todos salgan».
Por ello, concluyó que la empresa debía realizarse por otros medios. Y el medio
más adecuado que pudieron inventar las mentes más preclaras fue el que Apolión
había ya aconsejado antes: conseguir que los ciudadanos volvieran a pecar.
«Porque no será introduciéndonos en la ciudad, ni estando en el campo, ni
mediante nuestra lucha, ni matando a sus hombres, que nos haremos dueños de
Alma Humana», dijo,[336] «porque en tanto que uno en la ciudad pueda levantar
el dedo contra nosotros, Emanuel se pondrá del lado de ellos; y si se pone de
su lado, ya sabemos qué nos sucederá. Por tanto, y por lo que a mí se refiere»,
prosiguió, «no hay, en mi opinión, ninguna manera mejor de volverlos a la
esclavitud que idear una manera para que pequen.[337] Si hubiéramos dejado a
nuestros dubitativos en casa», prosiguió, «no nos hubiera ido peor que ahora, a
no ser que los hubiéramos hecho dueños y gobernadores de la ciudadela; porque
los dubitativos a distancia son como objeciones refutadas con argumentos.[338]
Lo cierto es que si podemos introducirlos en el reducto y hacerlos dueños del
mismo, habremos alcanzado la victoria. Retirémonos por ello a la llanura (sin
esperar por ello que los capitanes de Alma Humana nos vayan a seguir), pero con
todo, insisto, hagamos esto, y antes de hacerlo, celebremos consejo otra vez
con nuestros fieles diabolianos que quedan aún en sus guaridas en Alma Humana,
y que se pongan manos a la obra para entregarnos la ciudad; porque o son ellos
quienes lo van a hacer, o jamás se conseguirá». Con estas palabras de Beelzebú
(porque creo que fue él quien dio este consejo), todo el cónclave se vio
obligado a aceptar su opinión, esto es, que entrar en la ciudadela pasaba por
hacer pecar a la ciudad. Entonces se dedicaron a pensar por qué medio podrían
lograrlo.[339]
Entonces se levantó Lucifer,
diciendo: «El consejo de Beelzebú es bueno. Ahora bien, me parece que la mejor
manera de conseguir el éxito es ésta: Retiremos nuestras fuerzas de la ciudad
de Alma Humana; hagámoslo, y dejemos de aterrorizarlos, sea con ultimátums, sea
con el fragor de nuestro tambor, sea con ningún otro medio que pueda
despertarlos. Quedémonos en el campo a cierta distancia, y actuemos como si nos
despreocupáramos de ellos; porque los terrores, por lo que parece, sólo sirven
para ponerlos sobre las armas. Estoy también pensando en otra estratagema:
Sabéis que Alma Humana es un centro mercantil, una ciudad que gusta del comercio.
¿Qué os parece si alguno de nuestros diabolianos se fingen viajeros llegados de
lejanos países, y van y llevan al mercado de Alma Humana algunas de nuestras
mercancías para venderlas? ¿Y qué importa a qué precio los vendan, aunque sea
rebajado a la mitad? Ahora bien, que los que vayan a comerciar allí han de ser
ingeniosos y fieles a nosotros, y me juego la cabeza a que esto resultará. Me
acuerdo de dos que creo que servirán de manera espléndida en esto, y son el Sr.
Parco-en-lo-poco-pródigo-en-lo-mucho, y el Sr. Gana-millares-y-pierde-un-reino;
son dos personas excelentes. ¿Y qué os parece si además se les juntan a estos
el Sr. Dulce-Mundo y el Sr. Bien-Presente? Son hombres educados y astutos, pero
verdaderos amigos y ayudadores. Que estos, y otros parecidos,[340] se dediquen
a estos negocios por nosotros, y que Alma Humana se ocupe en muchos negocios,
que se llene y se haga rica, y ésta será la manera de conseguir arrebatarles
terreno.[341] ¿No recordáis que fue de este modo que pudimos prevalecer contra
Laodicea?[342] ¡Y cuántos hay hoy en día atrapados en este lazo! Cuando
comiencen a enriquecerse, olvidarán sus infortunios; y, si no los
sobresaltamos, puede que caigan dormidos y que descuiden la vigilancia de la
ciudad, la de la ciudadela, y también la de las puertas.
«El consejo de los malvados ...» |
»Es posible que de esta manera
lleguemos a llenar a Alma Humana con tanta abundancia, que se vean forzados a
convertir su ciudadela en un almacén, en lugar de una guarnición fortificada
contra nosotros y un acuartelamiento de hombres de guerra. Si logramos colocar
allí nuestras mercancías y nuestros artículos, cuento con que la ciudadela es
más que medio nuestra. Además, si llegamos a conseguir que se llene de todo
este tipo de artículos, entonces, si les atacamos de repente, les será difícil
a los capitanes refugiarse allí. ¿o no recordáis lo de la parábola, que “el
engaño de las riquezas ahoga la palabra”? ¿Y también que “cuando el corazón se
llena de libertinaje y embriaguez, de las preocupaciones de esta vida”, les
sobreviene todo el mal de improviso?
»Además, milores», prosiguió él,
«ya sabéis de sobra que para nadie es fácil llenarse de nuestras cosas, y no
tener a algunos de nuestros diabolianos como criados en sus casas y servicios.
¿Dónde encontraremos a un almahumanés que esté lleno de este mundo, y que no
tenga como siervos y lacayos al Sr. Profuso, o al Sr. Prodigalidad, o a algunos
otros de nuestros diabolianos, como el Sr. Voluptuoso, el Sr. Pragmático, el
Sr. Ostentación, y otros como ellos? Bien, estos podrían tomar la ciudadela de
Alma Humana, o hacerla saltar por los aires, o dejarla inservible para la
guarnición de Emanuel, y cualquiera de estas cosas servirá a nuestro fin.[343]
Sí, a mi parecer, pueden servir para cumplir nuestros propósitos con más eficacia
que un ejército de veinte mil hombres. Por ello, y terminando donde empecé, mi
consejo es que nos retiremos en silencio, sin atacarlos ni realizar ningún otro
intento de forzar la ciudadela, al menos por ahora; y pongamos en marcha
nuestro nuevo proyecto, y veamos si esto no los llevará a la autodestrucción».
Este consejo recibió grandes
aplausos de todos lados, y lo consideraron como la gran obra maestra del
infierno, esto es, el proyecto de ahogar a Alma Humana con la abundancia de
este mundo, y de recargar su corazón con todas sus buenas cosas. Pero, ¡veamos
cómo se desarrollan las cosas! Justo en el momento en que se levantaba la
sesión de este concilio diaboliano, el Capitán Creencia recibía una carta de
Emanuel, cuyo contenido era: Que al tercer día se encontraría con él en el
campo en la llanura alrededor de Alma Humana. «¡Reunirse conmigo en el campo!»,
dijo el Capitán. «¿Qué querrá decir mi Señor con estas palabras? No sé que
quiere decir con esto de encontrarse conmigo en el campo». Tomando entonces la
carta, la llevó al Lord Secretario para preguntarle qué pensaba él acerca de
aquello. Porque el Lord Secretario era vidente en todos los asuntos referentes
al Rey, y también para el bien y la consolación de la ciudad de Alma Humana. Le
enseñó pues la nota a Milord, y le pidió su parecer. «Por mi parte,» dijo el
Capitán Creencia, «no sé qué quiere decir». Milord la tomó y la leyó, y después
de una breve pausa, dijo: «Los diabolianos han celebrado hoy una gran
conferencia contra Alma Humana; como digo, hoy han estado maquinando la total
destrucción de la ciudad; y el resultado de dicha reunión es que han resuelto
conducir a Alma Humana por un camino tal que, si lo emprende, la llevará de
cierto a la autodestrucción. Para ello, se están preparando para salir de la
ciudad, con la intención de regresar al campo, y allí quedarse hasta ver si su
proyecto funciona o no. Pero tú prepárate con los hombres de tu Señor (porque
al tercer día ellos estarán en la llanura) para caer allí sobre los diabolianos;
porque el Príncipe estará aquel día en el campo; al amanecer, o al salir el
sol, o incluso antes, y ello con una gran fuerza contra ellos. Así que él se
encontrará delante de ellos, y tú detrás, y entre vosotros dos quedará
destruido su ejército».
Cuando el Capitán Creencia oyó
esto, fue a ver a los otros capitanes y les contó sobre la carta que hacía poco
había recibido de parte de Emanuel. «Y los puntos oscuros en la misma me los ha
expuesto el Lord Secretario», añadió. Además, les dijo lo que debían hacer él y
ellos en obediencia a las intenciones de su Señor. Entonces se alegraron los
capitanes, y el Capitán Creencia mandó a todos los trompeteros que subieran a
las almenas de la fortaleza, y que allí, a oídos de Diábolo y de toda la ciudad
de Alma Humana, tocaran la mejor música que el corazón pudiera inventar. Los
trompeteros obedecieron lo que se les había ordenado. Subieron a la parte más
alta de la ciudadela y comenzaron a hacer sonar las trompetas. Entonces se
sobresaltó Diábolo y preguntó: «¿Qué significa esto? No tocan ni a montar ni a
cargar. ¿Qué querrán con esto estos insensatos, que estén todavía tan alegres y
dicharacheros?» Entonces le respondió así uno de los suyos: «Es de alegría
porque su Príncipe Emanuel vuelve a liberar la ciudad de Alma Humana, y que a
este fin está a la cabeza de un ejército, y que ya está cerca su liberación».
A los hombres de Alma Humana les
llamó también la atención esta melodiosa música de trompetas; y se dijeron a sí
mismos, y también unos a otros: «Esto no puede ser para nuestro mal; seguro que
no es para nuestro mal». Entonces dijeron los diabolianos: «¿Qué es mejor que
hagamos?», y la respuesta fue: «Lo mejor será evacuar la ciudad». Y otro dijo:
«Hagamos según vuestro último consejo, y con ello podremos presentar batalla al
enemigo de mejor manera, si acude un ejército contra nosotros. Así, al segundo
día evacuaron Alma Humana, y se quedaron en las llanuras alrededor; pero
asentaron su campamento delante de la Puerta del Ojo de la manera más hostil y
terrible que pudieron. La razón por la que no quisieron permanecer en la ciudad
(aparte de las razones debatidas en su último cónclave) era que no habían
conseguido tomar la ciudadela, y «porque será más cómodo para luchar, y también
mejor para huir, si llega a ser necesario, cuando estemos acampados en la
llanura abierta». Además, la ciudad les sería más bien una trampa que un puesto
defensivo, si el Príncipe llegaba y los encerraba en ella. Por tanto, salieron
al campo, para ponerse también fuera del alcance de las catapultas, que no les
habían dado respiro en tanto que permanecieron en la ciudad.
51
Llegado ya el momento en que los
capitanes debían atacar a los diabolianos, se prepararon anhelantes para la
acción; porque la noche anterior, el Capitán Creencia había dicho a los otros
capitanes que a la mañana siguiente se encontrarían con su Príncipe en el
campo. Y esto los hizo tanto más deseosos de enfrentarse con el enemigo: porque
«Mañana veréis al Príncipe en el campo» era como un aceite echado sobre un
fuego ardiente; durante mucho tiempo habían estado distanciados, y por esto
mismo se sentían tanto más fervorosos y deseosos de entrar en acción. Así, como
he dicho, habiendo llegado el momento, el Capitán Creencia y el resto de los
capitanes sacaron sus fuerzas por la puerta de las salidas antes que
amaneciese. Con todo ya preparado, el Capitán Creencia se dirigió a la cabeza
del ejército, y dio la consigna al resto de los capitanes, y ellos a sus
suboficiales y soldados: la consigna era: «La espada del Príncipe Emanuel, y el
escudo del Capitán Creencia», lo que en lengua almahumanesa significa: «La
Palabra de Dios y la fe». Entonces los capitanes entraron en acción, y
comenzaron a atacar el campamento de Diábolo por el frente, los flancos y la
retaguardia.
Al Capitán Experiencia lo habían
dejado en la ciudad, pues todavía convalecía de las heridas que había recibido
de los diabolianos en la anterior batalla. Pero al ver que los otros capitanes
estaban enzarzados en la lucha, que hace más que pedir sus muletas
inmediatamente, y se levanta y se lanza a la batalla, diciendo: «¿Me quedaré yo
en cama, cuando mis hermanos están en la lucha, y cuando el Príncipe Emanuel se
mostrará en el campo a sus siervos?» Pero cuando el enemigo vio al hombre
lanzarse contra ellos con sus muletas, se desmoralizaron más aún, «porque»,
pensaban ellos, «¿qué espíritu anima a estos almahumaneses, que luchan contra
nosotros con muletas?» Bien, los capitanes se lanzaron al ataque, como ya he
dicho, y blandieron valientemente sus armas, todavía gritando y clamando
mientras asestaban sus golpes: «¡La espada del Príncipe Emanuel, y el escudo
del Capitán Creencia!»
Ahora, al ver Diábolo que los
capitanes habían hecho una salida y que rodeaban a sus hombres con tanta
intrepidez, vio que por el momento nada se podía esperar de parte de ellos sino
los mandobles y tajos de su «espada de dos filos».
Ante ello, se lanzó también contra
el ejército del Príncipe con toda su mortal fuerza. Se había entablado la batalla.
¿Y con quién se enfrentó Diábolo primero en la batalla sino con el Capitán
Creencia por una parte y con Lord Recia-Voluntad por la otra? Los golpes de
Lord Recia-Voluntad eran como los de un gigante, porque aquel hombre tenía un
brazo fuerte; arremetió contra los dubitativos de la elección, porque eran la
guardia personal de Diábolo, y los mantuvo a raya un buen rato, sajando y
machacando con destreza. Al ver el Capitán Creencia al Lord Recia-Voluntad así
enzarzado, también arremetió a su vez contra la misma compañía; de esta manera
los pusieron en desbandada. El Capitán Buena-Esperanza se había enfrentado con
los dubitativos de la vocación, que eran hombres recios; pero el capitán era un
valiente. El Capitán Experiencia le prestó también algo de ayuda; de esta
manera consiguieron que los dubitativos de la vocación emprendieran la
retirada. El resto de los ejércitos estaban duramente empeñados por ambos
lados, y los diabolianos no cejaban. Entonces el Lord Secretario ordenó que se
pusieran en acción las catapultas de la ciudadela: sus hombres podían acertar a
un cabello con las piedras. Pero transcurrido cierto tiempo, los que se habían
retirado en desbandada delante de los capitanes del Príncipe se reagruparon y
contraatacaron vigorosamente contra la retaguardia del ejército del Príncipe.
Con esto, el ejército del Príncipe comenzó a dar señales de desaliento. Pero,
recordando que pronto iban a ver el rostro de su Príncipe, tomaron fuerzas de
flaqueza, y se luchó una durísima batalla. Entonces gritaron los capitanes:
«¡La espada de Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia!», y con ello Diábolo
cedió, pensando que había llegado más auxilio. Pero Emanuel no parecía aún.
Además, la batalla estaba indecisa, y ambos lados emprendieron una pequeña
retirada. Durante esta pausa, el Capitán Creencia arengó animosamente a sus
hombres, exhortándoles a resistir; Diábolo hizo lo mismo con los suyos tan bien
como pudo. Pero el Capitán Creencia animó con esta valiente arenga a sus
soldados, con palabras de este tenor:
«Caballeros soldados y hermanos
míos en este empeño, mucho me alegra ver hoy en el campo a un ejército tan
resuelto y valiente para nuestro Príncipe, y a tantos fieles y amantes de Alma
Humana. Hasta ahora, como os corresponde, habéis demostrado ser hombres fieles
y valientes contra las fuerzas diabolianas, de modo que, a pesar de todas sus
fanfarronadas, no tienen mucha causa todavía para jactarse de sus logros. Ahora
cobrad valor y comportaos varonilmente esta vez nada más; porque a los pocos
minutos que hayamos entablado batalla de nuevo veremos al Príncipe que llega al
campo de batalla; porque debemos lanzar este segundo asalto contra el tirano
Diábolo, y entonces viene Emanuel».
Tan pronto el capitán hubo
pronunciado este discurso a sus soldados, llegó un tal Sr. Veloz, un correo
enviado por el Príncipe al capitán, que le comunicó que Emanuel estaba a punto
de llegar. Tras recibir el capitán estas noticias, las comunicó a los otros
oficiales de campo, y éstos a su vez a sus suboficiales y soldados. Así, como
hombres que resucitan de los muertos, también se levantaron los capitanes y sus
hombres, y arremetieron contra el enemigo, gritaron como antes: «¡La espada del
Príncipe Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia!»
También los diabolianos se
levantaron, y resistieron el embate tanto como pudieron; pero en este último
encuentro los diabolianos se acobardaron, y muchos de los dubitativos cayeron
muertos. Ahora, después de estar enzarzados en la batalla durante una hora o
algo más, el Capitán Creencia levantó los ojos y vio a Emanuel que venía;
acudía con estandartes ondeando al viento, al son de sus trompetas, y los pies
de sus hombres apenas tocaban el suelo, de tan veloces que corrían adonde
estaban luchando los capitanes. Entonces retrocedió Creencia con sus hombres en
dirección a la ciudad, cediendo el campo a Diábolo; de modo que Emanuel cayó
sobre él por un flanco, y el enemigo se encontró entre dos fuegos.[344] Así se
reanudó el combate; ahora ya fue cuestión de poco tiempo para que Emanuel y el
Capitán Creencia se encontrasen, hollando todavía a los muertos acercarse uno
al otro.
Cuando los capitanes advirtieron
que el Príncipe había llegado y que arremetía contra los diabolianos por el
otro flanco, y que el Capitán Creencia y su Alteza los habían atrapado entre
dos fuegos, gritaron (y tanto gritaron que la tierra tembló): «¡La espada de
Emanuel, y el escudo del Capitán Creencia!» Ahora, viendo Diábolo que él y sus
fuerzas se encontraban tan acosadas por el Príncipe y su marcial ejército, no
supieron hacer otra cosa, él y los señores del averno que estaban con él, que
lanzarse a la fuga, abandonando su ejército y dejándolo a la destrucción a
manos de Emanuel y de su noble Capitán Creencia; y así cayeron todos muertos
delante de ellos, delante del Príncipe y delante de su regio ejército; no quedó
un solo dubitativo vivo; yacían muertos sobre la tierra como cuando esparcen
estiércol sobre un campo de labranza.
52
Acabada la batalla, se procedió a
ordenar todas las cosas en el campamento. Entonces, los capitanes y ancianos de
Alma Humana acudieron reunidos a saludar a Emanuel mientras estaba aún fuera de
la ciudad; le saludaron, le dieron la bienvenida, y ello con mil muestras de
agradecimiento, porque se había llegado a las lindes de Alma Humana. Entonces
él les sonrió y les dijo: «Paz a vosotros». Entonces ellos se dispusieron a ir
a la ciudad; y a Alma Humana se dirigieron, ellos, el Príncipe, y con él las
nuevas fuerzas que ahora había traído consigo a la guerra. También se le
abrieron todas las puertas de la ciudad para su recepción, tan felices estaban
todos por su bendita venida. Y ésta fue la manera y el orden con el que entró
en Alma Humana.
Primero. Como he dicho, todas las
puertas de Alma Humana se abrieron de par en par, como también las de la
ciudadela; y los ancianos de la ciudad se dispusieron a las puertas de la
ciudad para saludarle cuando entrase, y así lo hicieron, porque al acercarse a
las puertas, ellos decían: «Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos
vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de la gloria». Y preguntaban:
«¿Quién es ese Rey de la gloria?» Y respondían ellos mismos: «Jehová el fuerte
y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
y alzaos vosotras, puertas eternas», etc.
Segundo. Las autoridades de Alma
Humana ordenaron que a lo largo del todo el camino desde las puertas de la
ciudad hasta las de la ciudadela, su bendita Majestad fuera celebrada con
cánticos de los mejores músicos de toda la ciudad; entonces los ancianos y el
resto de la población de Alma Humana cantaban antífonas mientras Emanuel
entraba en la ciudad, hasta que hubo llegado a las puertas de la ciudadela,
acompañado de cánticos y con son de trompetas, y decían: «Aparece tu cortejo,
oh Dios; el cortejo de mi Dios, de mi Rey, hacia el santuario. Los cantores
iban delante, los músicos detrás; en medio las doncellas con panderos».
Tercero. A continuación, los
capitanes (porque quisiera decir algo acerca de ellos) daban escolta al
Príncipe según sus rangos al entrar por las puertas de Alma Humana. El Capitán
Creencia iba delante, y le acompañaba el Capitán Buena Esperanza; el Capitán
Caridad venía detrás con otros de sus compañeros, y el Capitán Paciencia
cerraba el cortejo. El resto de los capitanes flanqueaban a Emanuel en su
entrada a Alma Humana, algunos a la derecha y otros a la izquierda. Durante
todo este tiempo ondeaban los estandartes, sonaban las trompetas, y se oían
constantemente los vítores de los soldados. El Príncipe mismo entró en la
ciudad revestido de su armadura, que era toda de oro batido, y en su carro, que
tenía columnas de plata, el respaldo de oro, su asiento de grana, y su interior
tapizado de amor por las doncellas de la ciudad de Alma Humana.
Cuarto. Cuando el Príncipe llegó a
la entrada de Alma Humana, vio todas las calles llenas de lirios y flores,
esmeradamente adornadas con ramas y guirnaldas de las palmeras que estaban
alrededor de la ciudad.[345] Las puertas estaban llenas de gente, y habían
adornado las fachadas de maneras atractivas y exquisitas para entretenerle
mientras pasaba por las calles; y ellos, al pasar Emanuel, lo aclamaban con
gritos y vítores llenos de júbilo, diciendo: «Bendito sea el Príncipe que viene
en nombre de su Padre Shaddai».
Quinto. En las puertas de la
ciudadela los ancianos de Alma Humana, es decir, el Lord Alcalde, Lord
Recia-Voluntad, el predicador subordinado, el Sr. Conocimiento, y el Sr. Mente,
con otros gentilhombres de la ciudad, saludaron de nuevo a Emanuel. Se
inclinaron ante él, besaron el polvo de sus pies, le dieron gracias, bendijeron
y alabaron a su Alteza por no haber actuado contra ellos conforme a sus
pecados, sino que había tenido compasión de ellos en su miseria, volviendo a
ellos con misericordias, y para edificar su Alma Humana para siempre. Así lo
llevaron enseguida a la ciudadela, que era el palacio real y el lugar donde su
Honor debía morar, y que ya había sido preparada para su Alteza por la
presencia del Lord Secretario y la obra del Capitán Creencia. Y así entró.
Sexto. Entonces la población y el
común de la ciudad de Alma Humana entraron donde él estaba en la ciudadela,
para lamentar y llorar sus maldades con las que le habían empujado a irse de la
ciudad. Así que, tras llegar, se inclinaron siete veces al suelo; y lloraron,
lloraron en alta voz, y pidieron perdón al Príncipe, y le rogaron que de nuevo,
como en tiempos pasados, confirmara su amor a Alma Humana.
A esto el gran Príncipe respondió:
«No lloréis, sino id, comed manjares grasos, y bebed vino dulce, y enviad
porciones a quienes nada tienen preparado; porque el gozo de Jehová es vuestra
fuerza. He vuelto a Alma Humana con misericordias, y mi nombre será puesto en
alto, exaltado y magnificado por ello». También recibió a estos habitantes, y
los besó y los acogió en su regazo.
Además, dio a los ancianos de Alma
Humana y a cada oficial de la ciudad[346] una cadena de oro y un sello. También
envió a sus mujeres zarcillos y joyas, y brazaletes, y otros presentes. También
dio a los hijos legítimos[347] de Alma Humana muchos presentes de gran precio.
Cuando el Príncipe Emanuel hubo
hecho todo esto por la célebre ciudad de Alma Humana, les dijo entonces,
primero, «Lavad vuestros vestidos,[348] y luego poneos vuestros ornamentos, y
después presentaos delante mí en la ciudadela de Alma Humana». Ellos
encontraron entonces el manantial que había sido abierto para que en él se
limpiaran Judá y Jerusalén,[349] y allí se lavaron, y allí «emblanquecieron sus
vestiduras», y regresaron al Príncipe en la ciudadela, y se presentaron delante
de él.
Y ahora se oía la música y se
danzaba por toda la ciudad de Alma Humana, y esto porque su Príncipe había
vuelto a concederles su presencia y la luz de su rostro; también repicaban las
campanas, y el sol estuvo brillando agradablemente sobre ellos durante mucho
tiempo.
Ahora, la ciudad de Alma Humana
emprendió con mayor afán la destrucción y ruina de todos los diabolianos que
vivían en las murallas y en las guaridas que tenían en la ciudad; porque aún
había muchos que habían escapado con vida hasta el día de hoy de la mano de sus
destructores en la célebre ciudad de Alma Humana.
Pero milord Recia-Voluntad era un
mayor terror para ellos ahora que nunca lo hubiera sido antes, por cuanto
estaba más decidido ahora en su corazón a buscarlos y perseguirlos hasta la
muerte; los perseguía día y noche y los ponía en graves aprietos, como se verá
posteriormente.
Una vez que todo quedó así en orden
en la célebre ciudad de Alma Humana, el Príncipe Emanuel mandó que los
ciudadanos, sin más dilación, designaran a algunos para que fueran a la llanura
para enterrar a los muertos que allí habían quedado —los muertos caídos bajo la
espada de Emanuel y bajo el escudo del Capitán Creencia— para que los efluvios
y hedores que se desprendían de ellos no contaminasen el aire, para molestia de
la célebre ciudad de Alma Humana. Otra razón para esta orden fue que, en lo que
estuviera en manos de Alma Humana, pudieran cortar el nombre, ser y memoria de
aquellos enemigos del pensamiento de la célebre ciudad de Alma Humana y de sus
habitantes.
Entonces el Lord Alcalde, aquel
sabio y fiel amigo de la ciudad de Alma Humana, dio órdenes que se emplease a
ciertas personas en este necesario trabajo; y el Sr. Temor-de-Dios y un tal Sr.
Recto debían encargarse de supervisar la tarea; pusieron pues a gentes a sus
órdenes para trabajar en los campos y enterrar a los muertos que yacían en las
llanuras. Y estos eran los puestos que se les asignó: Unos excavarían las
sepulturas, otros enterrarían a los muertos, otros deberían explorar arriba y
abajo por las llanuras y también alrededor de las lindes de Alma Humana, para
comprobar si había todavía en los alrededores de la corporación algún cráneo, o
algún hueso o fragmento de hueso de algún dubitativo. Si se encontraba alguno,
se les había ordenado que los exploradores que lo descubriesen pusieran allí
una marca y una señal, para que los enterradores designados lo pudieran
encontrar y enterrarlo fuera de la vista, y raer así de debajo del cielo el
nombre y la memoria de aquel dubitativo diaboliano; y para que los niños y los
que naciesen en Alma Humana en el futuro, no pudieran, si era posible, saber
qué era un cráneo, o un hueso, o un fragmento de hueso de dubitativo. Así que
los enterradores, y designados para este fin, hicieron conforme a lo mandado:
sepultaron a los dubitativos, y todos los cráneos, huesos y fragmentos de
hueso, dondequiera que los encontraron; y así limpiaron las llanuras. Ahora
también el Sr. Paz-de-Dios volvió a ocupar su cargo, y volvió a actuar como en
los tiempos antiguos.
Así sepultaron en las llanuras
alrededor de Alma Humana a los dubitativos de la elección, a los dubitativos de
la vocación, a los dubitativos de la gracia, a los dubitativos de la
perseverancia, a los dubitativos de la resurrección, a los dubitativos de la
salvación y a los dubitativos de la gloria, cuyos capitanes eran el Capitán
Cólera, el Capitán Cruel, el Capitán Condenación, el Capitán Insaciable, el
Capitán Azufre, el Capitán Tormento, el Capitán Inquietud, el Capitán Sepulcro
y el Capitán Desesperanzado; y el viejo Incredulidad era, bajo Diábolo, el
general en jefe. Había también los siete generales de su ejército, que eran
Lord Beelzebú, Lord Lucifer, Lord Legión, Lord Apolión, Lord Pitón, Lord
Cerbero y Lord Belial. Pero los príncipes y capitanes, junto con el viejo
Incredulidad, se dieron a la fuga, y sus hombres cayeron muertos bajo el poder
de las fuerzas del Príncipe y a manos de los hombres de la ciudad de Alma
Humana. También se les sepultó, como ya he dicho, para gran alegría de la ahora
célebre ciudad de Alma Humana. Los sepultureros los enterraron también con sus
armas, que eran crueles instrumentos de muerte (flechas, saetas, mazas, dardos
encendidos, y similares). También enterraron sus armaduras, sus estandartes,
sus banderas y el mismo estandarte de Diábolo, y todos los demás artículos que
pudieron encontrar que oliera a dubitativo diaboliano.
53
Cuando el tirano llegó a la Colina
de la Puerta del Infierno, con su viejo amigo Incredulidad, descendieron ambos
inmediatamente a su guarida, y habiéndose condolido allí por un tiempo con sus
amigos por su mala fortuna y por las pérdidas sufridas en la guerra contra la
ciudad de Alma Humana, se dieron luego a un ataque de rabia, y resolvieron
vengarse por las pérdidas sufridas. Entonces convocaron un consejo para meditar
qué iban a intentar aún contra la célebre ciudad de Alma Humana; porque sus
hambrientos estómagos no podían esperar a que el consejo de Lord Lucifer y de
Lord Apolión dado antes se convirtiera en realidad; porque sus ardientes
gargantas anhelaban cada día febrilmente hasta que pudieran llenarse con el
cuerpo y el alma, con la carne y los huesos, y con todas las cosas delicadas de
Alma Humana. Así, decidieron atacar otra vez la ciudad de Alma Humana con un
ejército mixto constituido en parte por dubitativos, y en parte por
sanguinarios. Ahora nos referiremos más detalladamente acerca de ambas clases.
El nombre de los dubitativos
procede de su naturaleza, y también por la tierra y el reino de donde proceden.
Su naturaleza es poner en duda cada una de las verdades de Emanuel; su país se
llama la tierra de la Duda, y esta tierra está lejos, la más remota hacia el
norte, entre la tierra de las Tinieblas y el llamado «valle de la sombra de
muerte». Porque aunque la tierra de las Tinieblas y el llamado «valle de la
sombra de muerte» se contemplan a veces como un mismo lugar, se trata en
realidad de dos tierras distintas, algo alejadas, y la tierra de la Duda
penetra y se encuentra entre ambas. Ésta es la tierra de la Duda; y los que
vinieron con Diábolo para arruinar la ciudad de Alma Humana son nativos de
dicho país.
Los sanguinarios son unas gentes
que derivan su nombre de la malignidad de sus naturalezas y de la furia en su
interior por destruir a la ciudad de Alma Humana. Su tierra se encuentra debajo
de la estrella de Sirio, y son son gobernados por ella por lo que se refiere a
sus intelectuales. Su país es la provincia de Odia-el-bien. Sus lugares remotos
están a mucha distancia de la tierra de la Duda, pero las dos se encuentran en
la colina de la Puerta del Infierno. Están siempre aliados con los dubitativos,
porque se unen en poner en duda la fe y la lealtad de los hombres de la ciudad
de Alma Humana, y por ello ambos son bien idóneos para el servicio de su
príncipe.
Fue así ee estos dos países que
Diábolo movilizó otro ejército con el redoble de su tambor, para lanzar otro
ataque a la ciudad de Alma Humana. Un ejército de veinticinco mil soldados,
compuesto de diez mil dubitativos y de quince mil sanguinarios fue puesto a las
órdenes de varios capitanes y otra vez el viejo Incredulidad fue designado
general del ejército.
Tocante a los dubitativos, sus
capitanes eran cinco de los siete que habían estado al mando del anterior
ejército diaboliano, y estos eran sus nombres: Capitán Beelzebú, Capitán
Lucifer, Capitán Apolión, Capitán Legión, y Capitán Cerbero. Y de los capitanes
que habían tenido antes, algunos fueron hechos lugartenientes, y algunos
alféreces del ejército.
Pero para esta expedición, Diábolo
no contaba con los dubitativos como principal fuerza de ataque, porque su
hombría ya había estado puesta a prueba, y los almahumaneses los habían batido
y puesto en fuga; sólo los trajo para aumentar la masa de soldados y para
ayudar si las cosas se complicaban. Pero puso su confianza en los sanguinarios,
porque ellos todos eran unos endurecidos villanos, y sabía que ya habían conseguido
éxitos en tiempos pasados.
Por lo que se refiere a los
sanguinarios, estos son los nombres de sus capitanes: Capitán Caín, Capitán
Nimrod, Capitán Ismael, Capitán Esaú, Capitán Saúl, Capitán Absalón, Capitán
Judas, y Capitán Papa.
1. El Capitán Caín[350] estaba al
frente de dos compañías, los sanguinarios celosos y los coléricos; su
portaestandarte portaba los colores rojos, y su blasón era la maza asesina.
2. El Capitán Nimrod[351] estaba al
frente de dos compañías, los sanguinarios tiránicos y los invasores; su
portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era el gran mastín.
3. El Capitán Ismael[352] estaba al
frente de dos compañías, los sanguinarios burlones y los escarnecedores; su
portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era uno que se
burlaba de Isaac, hijo de Abraham.
4. El Capitán Esaú[353] estaba al
frente de dos compañías, los sanguinarios que se resienten de que otro tenga la
bendición, y los que están deseosos de ejecutar su propia venganza particular
sobre otros; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era
uno que acechaba para matar a Jacob.
5. El Capitán Saúl[354] estaba al
frente de dos compañías, los sanguinarios celosos sin motivo y los sanguinarios
endemoniadamente furiosos; su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y
su blasón era tres dardos sanguinarios lanzados contra el inocente David.
6. El Capitán Absalón[355] estaba
al frente de dos compañías, sobre los sanguinarios dispuestos a dar muerte a un
padre o a un amigo por la gloria de este mundo, y también sobre los
sanguinarios que lisonjean a uno hasta que lo traspasan con la espada; su
portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era el hijo
persiguiendo la sangre de su padre.
7. El Capitán Judas[356] estaba al
frente de dos compañías, esto es, los sanguinarios dispuestos a vender la vida
de un hombre por dinero, y los que traicionan a su amigo con un beso; su
portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era treinta monedas
de plata y la soga.
8. El Capitán Papa[357] al frente
de dos compañías, porque todos estos espíritus se reúnen en uno bajo su mando;
su portaestandarte enarbolaba los colores rojos, y su blasón era la estaca, el
hoguera, y un hombre bueno en ella.
Ahora bien, la razón de que Diábolo
formase otro ejército tan pronto después de haber sido derrotado en el campo de
batalla era que tenía una gran confianza en este ejército de sanguinarios;
porque ponía más confianza en ellos que antes había tenido en su ejército de
dubitativos, aunque estos últimos también le habían hecho a menudo grandes
servicios en su fortalecimiento en su reino. Pero a estos sanguinarios los
había puesto en acción en muchas ocasiones, y sus espadas raras veces volvían
vacías. Además, sabían que, como unos mastines, no soltarían su presa, fuese
quien fuese; fuese padre, madre, hermano, hermana, príncipe o gobernador, sí, y
aunque fuese el mismo Príncipe de los príncipes. Y lo que más le alentaba es que
una vez echaron a Emanuel del reino del Universo. «¿Y por qué no podría ser»,
pensó él, «que lo echaran también de la ciudad de Alma Humana?»
Así, este ejército de veinticinco
mil hombres fue dirigido por su general, el gran Lord Incredulidad, contra la
ciudad de Alma Humana. El Sr. Vigila-Bien, el general de los exploradores,
había salido personalmente a vigilar, y trajo noticias de su llegada a Alma
Humana. Entonces ellos cerraron las puertas y se pusieron en orden de defensa
contra estos nuevos diabolianos que subían contra la ciudad.
Diábolo trajo así a su ejército, y
puso sitio a la ciudad de Alma Humana; los dubitativos se posicionaron
alrededor de la Puerta de la Sensibilidad, y los sanguinarios delante de la
Puerta del Ojo y de la Puerta del Oído.
Cuando este ejército hubo plantado
sus reales, Incredulidad envió, en nombre de Diábolo, en su propio nombre y en
nombre de los sanguinarios y del resto que le acompañaban, un ultimátum tan
ardiente hiriente como un hierro al rojo vivo, para que aceptasen sus
condiciones; les amenazaba que si seguían presentándoles resistencia, harían
arder Alma Humana. Porque tenéis que saber que por lo que a los sanguinarios se
refiere, no se trataba tanto de que Alma Humana fuera conquistada como que
debía ser destruida y cortada de la tierra de los vivientes. Es verdad que les
enviaron un mensaje conminándoles a la rendición; pero si hubieran cedido, no
hubieran por ello apagado ni satisfecho la sed de estos hombres. Ellos tenían
necesidad de sangre, de la sangre de Alma Humana, o morirían; a esto se debe su
nombre.[358] Por ello se había reservado a estos sanguinarios como su última y
segura carta que jugar, en caso de que fracasasen sus otros planes contra la
ciudad de Alma Humana.
Cuando los ciudadanos recibieron
este contundente ultimátum, surgieron en ellos varios pensamientos cambiantes y
variables; pero acordaron todos, en menos de media hora, llevar este ultimátum
al Príncipe, lo que hicieron después de escribir, al final del mismo:[359]
«¡Señor, salva a Alma Humana de los hombres sanguinarios!» Él recibió el
documento, lo leyó y consideró, y leyó también la breve petición que los
hombres de Alma Humana habían escrito al final del mismo, y llamó entonces al
noble Capitán Creencia, y le mandó que se hiciera acompañar del Capitán
Paciencia,[360] y que fueran proteger el lado de Alma Humana asediado por los
sanguinarios. Y ellos fueron e hicieron como se les había ordenado: el Capitán
Creencia fue y llamó al Capitán Paciencia, y ambos aseguraron el lado de Alma
Humana asediado por los sanguinarios.
Entonces mandó al Capitán Buena
Esperanza y al Capitán Caridad que, junto con Lord Recia-Voluntad, cuidasen el
otro lado de la ciudad. «Y yo», dijo el Príncipe, «izaré mi estandarte sobre las
almenas de vuestra ciudadela, y vosotros tres haréis frente a los dubitativos».
Tras esto, ordenó al valiente Capitán Experiencia que llamase a sus hombres a
la plaza del mercado, y que allí los hiciera maniobrar cada día delante de la
población de la ciudad de Alma Humana. Ahora bien, este asedio fue prolongado,
y muchos fueron los intentos del enemigo, especialmente de los llamados
sanguinarios, contra la ciudad de Alma Humana; muchas fueron las escaramuzas
que los ciudadanos tuvieron con ellos; en especial el Capitan Abnegación, que,
no lo he dicho antes, había sido enviado para guardar la Puerta del Oído y la
del Ojo ahora contra los sanguinarios. Este Capitán Abnegación era joven, pero
fuerte, y natural de Alma Humana, como también lo era el Capitán Experiencia.
Emanuel, cuando regresó por segunda vez a Alma Humana, lo estableció como
capitán sobre mil almahumaneses, para bien de la corporación. Así, este
capitán, fuerte y muy valiente, y dispuesto a aventurarse por el bien de la
ciudad de Alma Humana, lanzaba salidas una y otra vez contra los sanguinarios,
sobresaltándolos una y otra vez, y tuvo varias furiosas escaramuzas con ellos,
causándoles también algunas bajas; pero se debe tener en cuenta que no era
tarea fácil, y él también recibió heridas; tenía varias cicatrices en el
rostro, y también en otras partes del cuerpo.
54
Así, después de haber transcurrido
algún tiempo para la prueba de la fe, esperanza y amor de la ciudad de Alma
Humana, el Príncipe Emanuel convoca un día a sus capitanes y hombres de guerra,
y los distribuye en dos grupos; tras esto, los manda en un tiempo señalado, muy
temprano en la madrugada, que hagan una salida contra el enemigo, diciendo: «La
mitad de vosotros atacad a los dubitativos, y la otra mitad a los sanguinarios.
Los que vayáis contra los dubitativos, matad y consumid, y destruid a tantos
como podáis con los medios a vuestra disposición; pero los que ataquéis a los
sanguinarios, no los matéis, sino tomadlos prisioneros».
Al llegar la hora señalada, bien de
madrugada, los capitanes salieron contra el enemigo, según las órdenes
recibidas. El Capitán Buena Esperanza, el Capitán Caridad y los que le
acompañaban, como el Capitán Inocente y el Capitán Experiencia, cargaron contra
los dubitativos; y el Capitán Creencia, el Capitán Paciencia, con el Capitán
Abnegación, y el resto que iban a unirse a ellos, cargaron contra los
sanguinarios.
Los que salieron contra los
dubitativos formaron en un cuerpo de ejército delante de la llanura, y
marcharon a presentarles batalla. Pero los dubitativos, recordando su fracaso
anterior, emprendieron la retirada, no atreviéndose a resistir el embate, sino
que emprendieron la fuga delante de los hombres del Príncipe. Éstos, por tanto,
les persiguieron, y en la persecución mataron a muchos, pero no pudieron
alcanzarlos a todos. De los que escaparon, algunos se fueron a sus lugares, y
el resto, en grupos de cinco, de nueve, de diecisiete, como vagabundos, fueron
errantes país arriba y abajo, donde sobre las gentes bárbaras exhibieron y
ejercieron muchas de sus acciones diabolianas; pero estas gentes no tomaron
armas contra ellos, sino que se dejaron esclavizar por ellos.[361] También
después de esto se mostraban en grupos delante de la ciudad de Alma Humana,
pero nunca para entrar en ella; porque si tan sólo hacían acto de presencia el
Capitán Creencia, el Capitán Buena Esperanza o el Capitán Experiencia, se
lanzaban a la fuga.
Los que salieron contra los
sanguinarios actuaron como se les había ordenado: no mataron a ninguno, sino
que trataron de encerrarlos. Pero los sanguinarios, no viendo a Emanuel en el
campo, creyeron que Emanuel tampoco estaba en Alma Humana; así, considerando
que la acción de los capitanes era una temeridad fruto de sus desenfrenadas e
insensatas imaginaciones, más bien los menospreciaron que los temieron. Pero
los capitanes, concentrándose en su misión, finalmente los rodearon; y también
los que habían derrotado a los dubitativos llegaron de improviso para ayudarlos
en esta empresa. De manera que al final, después de una breve lucha (porque los
sanguinarios también hubieran querido huir, sólo que ahora era demasiado tarde
para ellos; porque cuando pueden vencer son crueles, sin embargo son cobardes
cuando se ven ante fuerzas iguales), los capitanes los tomaron prisioneros y
los llevaron al Príncipe.
Después que fueron tomados
prisioneros, fueron llevados ante el Príncipe, que los interrogó, y se vio que
provenían de tres comarcas diferentes, aunque todos eran del mismo país.
1. Una clase provenía de la Comarca
de la Ceguera, y aquello que hacían lo hacían por ignorancia.
2. Otra clase provenía de la
Comarca del Celo Ciego, y aquello que hacían lo hacían por superstición.
3. La tercera clase provenía de la
ciudad de Malicia, en la Comarca de la Envidia, y hacían lo que hacían con
malignidad y de manera implacable.[362]
En lo que toca al primer grupo, los
procedentes de la Comarca de la Ceguera, cuando vieron dónde estaban y contra
quién habían luchado, temblaron y lloraron al encontrarse delante de él; y a
todos los que pidieron misericordia les tocó los labios con su cetro de oro.
Los que procedían de la Comarca del
Celo Ciego no hicieron como sus compañeros; dijeron que tenían derecho a hacer
lo que habían hecho, porque Alma Humana era una ciudad cuyas leyes y costumbres
eran distintas de todas las que vivían alrededor. A muy pocos de ellos se les
pudo convencer del mal que habían cometido; pero los que lo vieron y pidieron
misericordia fueron también recibidos a favor.
Pero los que venían de la ciudad de
Malicia, en la Comarca de la Envidia, ni lloraron, ni discutieron ni se
arrepintieron, sino que crujían los dientes de angustia y rabia delante de él,
porque no habían podido hacer como querían con Alma Humana. A estos últimos,
junto con aquellos de los otros dos grupos que no pidieron sinceramente perdón
por sus faltas, se les hizo dar una fianza suficiente para responder por lo que
habían hecho contra Alma Humana y contra su Rey, a espera del gran juicio
general que celebraría nuestro Señor el rey en aquel día que él mismo señalará
para el país y reino del Universo. Así que quedaron todos obligados, cada uno
por sí, a acudir, cuando fueran citados, para responder delante de nuestro
Señor el Rey por lo que hubieran hecho con anterioridad.
Esto es todo en lo que se refiere a
este segundo ejército enviado por Diábolo para destruir Alma Humana.
Pero tres de los que habían venido
de la tierra de la Duda, después de haber vagado arriba y abajo por el país, y
viendo que habían escapado, tuvieron la temeraria audacia, sabiendo que todavía
quedaban diabolianos en la ciudad, de entrar en Alma Humana para alojarse con
ellos (¿Tres, he dicho? Creo que eran cuatro.) Y estos dubitativos diabolianos
se dirigieron precisamente a la casa de un viejo diaboliano en Alma Humana que
se llamaba Mala-Desconfianza, un gran enemigo de Alma Humana y muy activo allí
entre los diabolianos. Bien, de modo que estos diabolianos llegaron, como he
dicho, a la casa de este Mala-Desconfianza (y podéis estar seguros de que
tenían instrucciones de cómo llegar a esta casa), y él los acogió, lamentó su
mala fortuna y les socorrió lo mejor que pudo con lo que tenía en casa. Luego,
después de presentarse (y no necesitó mucho tiempo), este viejo
Mala-Desconfianza preguntó a los dubitativos si todos ellos procedían de una
misma ciudad (sabía que eran todos del mismo reino), y le contestaron: «No, ni
siquiera de una misma comarca; porque yo», dijo uno, «soy un dubitativo de la
elección». «Y yo», dijo un segundo, «soy un dubitativo de la vocación»; luego
dijo un tercero: «Yo soy un dubitativo de la salvación»; y el cuarto dijo que
era un dubitativo de la gracia. «Bueno», respondió el viejo caballero: «seáis
de la comarca que seáis, estoy seguro de que sois gente de confianza; somos tal
para cual, tenemos un mismo corazón, y os doy la bienvenida». Ellos le dieron
las gracias entonces, muy felices de haber encontrado un refugio en Alma
Humana.
Entonces les pregunto
Mala-Desconfianza: «¿Cuántos deben quedar de todos los que de vuestra compañía
vinieron al asedio de Alma Humana?» Y ellos contestaron: «Éramos sólo diez mil
dubitativos en total, porque el resto del ejército consistía de quince mil
sanguinarios. Estos sanguinarios», prosiguió diciendo, «lindan con nuestro
país; pero, ¡pobres!, hemos oído que fueron todos tomados prisioneros por las
fuerzas de Emanuel». «¡Diez mil!», exclamó el viejo caballero. «Esto es un buen
cuerpo de ejército. Pero, ¿qué sucedió que, siendo tantos, os apocaseis y no os
atrevierais a luchar contra vuestros enemigos?» Y ellos respondieron: «Nuestro
general fue el primero en lanzarse a la fuga». Y les preguntó su anfitrión:
«Por favor, decidme, ¿quién era éste general vuestro tan cobarde?» «En tiempos
pasados fue Lord Alcalde de Alma Humana,» contestaron, «pero os rogamos que no
le llaméis cobarde; porque os sería difícil encontrar a alguien que de oriente
a occidente haya hecho más en favor de la causa de nuestro príncipe Diábolo que
Lord Incredulidad. Y si lo hubieran apresado, con toda certeza lo habrían
colgado; y os quiero hacer observar que ser colgado es mal asunto». Entonces
dijo el viejo caballero: «Ojalá que todos los diez mil dubitativos estuvieran
ahora bien armados y en Alma Humana, y yo mismo dirigiéndolos; vería lo que
podría hacer». «Sí, esto está muy bien,» dijeron, «sería muy bueno poderlo ver,
pero, ¿de que sirven los meros deseos?» Y esto se dijo en voz alta.
«¡Cuidado!», dijo el viejo Mala-Desconfianza, «tened cuidado en no hablar tan
alto; tenemos que mantenernos escondidos y callados, y tenéis que guardar
precaución mientras estéis aquí, o, os lo aseguro, os atraparán». «¿Por qué?»
preguntaron los dubitativos. «¡Que por qué!», exclamó el viejo caballero; «¡Por
qué!» Pues porque tanto el Príncipe como el Lord Secretario, y sus capitanes y
soldados, están todos en la ciudad; sí, la ciudad está tan repleta de ellos
como puedan caber. Además, hay uno que se llama Recia-Voluntad, un enemigo
nuestro sumamente cruel, y el Príncipe lo ha hecho guardián de las puertas, y
le ha ordenado que, con toda su diligencia, busque, aprese y destruya a todos y
a cada uno de los diabolianos. Y si os apresa, ya os podéis despedir de la
vida, aunque tuvierais cabezas de oro».
Fue precisamente en este momento
que uno de los fieles soldados de Lord Recia-Voluntad, el llamado Sr.
Diligencia, estaba bajo el voladizo del Sr. Mala-Desconfianza, y oyó toda la
conversación que se daba entre él y los dubitativos que protegía bajo su
tejado.
El soldado era un hombre de toda
confianza de Lord Recia-Voluntad, y le tenía un gran afecto, porque era un
hombre valeroso, y también porque era infatigable en su empresa de buscar y
apresar diabolianos.
Como he dicho, este hombre oyó toda
la conversación entre el viejo Mala-Desconfianza y estos diabolianos; así que
fue en el acto a avisar a su señor, refiriéndole lo que había oído. «¿Y es como
dices, mi fiel amigo?» dijo milord. «Sí, señoría», respondió diligencia, «así
es; y si su señoría quiere acompañarme, lo podrá comprobar por sí mismo». «¿Y
están allí ahora?» prosiguió el lord: «conozco bien a Mala-Desconfianza, porque
fuimos buenos amigos en los tiempos de nuestra apostasía; pero no sé donde vive
ahora». «Pero yo sí lo sé», le dijo el soldado, «y si su señoría viene, le
acompañaré a donde tiene su guarida». «¡Ir!», dijo el lord, «¡Claro que voy!
Ven, Diligencia, vamos a buscarlos».
55
Así que milord y su soldado fueron
directamente a aquella casa. El soldado iba adelante guiando por el camino, y anduvieron
hasta llegar junto a la pared de la casa del viejo Sr. Mala-Desconfianza.
Entonces le dijo Diligencia: «Escuchad, señor, ¿conocéis la voz del viejo
caballero?» «Sí», dijo milord: «la conozco muy bien, aunque no le he visto
desde hace largo tiempo. Lo que sí sé es que es muy taimado; no quiero que se
nos deslice entre los dedos». «Dejadme a mí para esto», dijo el soldado
Diligencia. «¿Pero cómo encontraremos la puerta?», dijo milord. «Dejádmelo
también a mí», repuso el hombre. Entonces condujo a Lord Recia-Voluntad y lo
guió hasta la puerta. Entonces milord, sin más, la derribó, se lanzó adentro de
la casa, y atrapó a los cinco, tal como le había dicho Diligencia. Así milord
los apresó, se los llevó, y los entregó a manos del Sr. Fiel, el carcelero,
dando la orden de que se les encerrase. Hecho así, se dio noticia a la mañana
siguiente al Lord Alcalde de lo que había hecho milord Recia-Voluntad aquella
noche, y su señoría se alegró mucho por ello, no sólo por el apresamiento de
unos dubitativos, sino porque el viejo Mala-Desconfianza había sido atrapado;
porque había sido un gran problema para Alma Humana, y había afligido mucho al
mismo milord Alcalde. Y también había sido objeto de intensa búsqueda, pero
hasta ahora no había podido ser apresado.
Lo siguiente fue hacer preparativos
para el juicio de los cinco que habían sido apresados por Lord Recia-Voluntad y
que estaban bajo la custodia del Sr. Fiel, el carcelero. Se señaló el día, y se
convocó el tribunal, y se hizo comparecer a los presos ante el tribunal. Lord
Recia-Voluntad tenía autoridad para haberles dado muerte sin más formalidades
al capturarlos; pero le pareció que sería para mayor honra del Príncipe,
consolación de Alma Humana y desaliento del enemigo juzgarlos públicamente.
Entonces, el Sr. Fiel los hizo
aparecer encadenados ante el tribunal, reunido en el ayuntamiento, porque allí
era donde se reunía el tribunal. Para resumir, se constituyó el jurado, se
juramentó a los testigos, y los presos fueron juzgados bajo acusación capital;
el jurado era el mismo que había juzgado a No-Verdad, Implacable, Arrogancia, y
al resto de sus compañeros.
El primero en comparecer a juicio
fue el viejo Mala-Desconfianza; porque él era quien había acogido, festejado y
alimentado a estos dubitativos, que pertenecían a una nación extranjera; le
hicieron oír su acusación, y le dijeron que podía hablar en su defensa si tenía
que decir algo en su favor. De modo que le leyeron la acusación, que aparece
reproducida abajo ahora en su contenido y forma:
«Sr. Mala-Desconfianza: Se os acusa
aquí bajo el nombre de Mala-Desconfianza, como intruso en la ciudad de Alma
Humana, por cuanto sois un diaboliano por naturaleza, y también aborrecedor del
Príncipe Emanuel, y de haber intentado destruir la ciudad de Alma Humana.
También se os acusa de dar auxilio a los enemigos del Rey, después que se
hubieran promulgado sanas leyes en contra de ello: porque, 1. Habéis puesto en
tela de juicio la veracidad de su doctrina y estado; 2. Habéis expresado el deseo
de que hubiera en ella diez mil dubitativos; 3. Habéis recibido, festejado y
alentado a enemigos que salieron de su ejército para acudir a vuestra casa.
¿Qué decís a esta acusación? ¿Sois culpable o no culpable?»
»Señoría», repuso él, «desconozco
el significado de esta acusación, por cuanto no soy la persona interesada; la
persona acusada en este auto ante este tribunal se llama Mala-Desconfianza,
nombre que niego sea el mío, que es Honrada-Indagación. Es cierto que uno suena
como el otro, pero imagino que vuestras señorías sabrán que entre ambos nombres
hay una gran diferencia; porque espero que, incluso en el peor de los momentos,
y también entre los peores de los hombres, se puede hacer una honrada
indagación acerca de las cosas sin peligro de muerte».
Entonces tomó la palabra milord
Recia-Voluntad, que era uno de los testigos. «Señoría, y vosotros honorable
tribunal y magistrados de la ciudad de Alma Humana: Habéis oído por vosotros
mismos que el preso en el banquillo niega su nombre, creyendo así que podrá
sustraerse a la acusación. Pero yo sé que es la persona interesada, y que
verdaderamente su nombre es Mala-Desconfianza. Le he conocido, señoría, durante
estos treinta años, porque él y yo (con vergüenza lo confieso) éramos buenos
conocidos, cuando Diábolo, el tirano, gobernaba en Alma Humana; y yo doy
testimonio de que él es de naturaleza diaboliana, enemigo de nuestro Príncipe,
y aborrecedor de la bendita ciudad de Alma Humana. En los tiempos de la
rebelión estuvo viviendo en mi casa no menos de veinte noches seguidas, y
entonces solíamos hablar de la misma manera que él y sus dubitativos han
hablado últimamente. Es cierto que no le he visto durante mucho tiempo. Supongo
que la llegada de Emanuel a Alma Humana le impulsó a cambiar de domicilio,
igual que esta acusación lo ha inducido a cambiar su nombre; pero éste es el
hombre, Señoría».
Entonces el tribunal le preguntó:
«¿Tenéis algo más que decir?»
«Sí», dijo el viejo caballero,
«tengo algo más que decir, por cuanto todo lo que se ha dicho en mi contra es
por boca de un testigo; y no es lícito para la célebre ciudad de Alma Humana
dar muerte a nadie por el testimonio de uno solo».
Entonces se levantó el Sr.
Diligencia, y dijo: «Señoría, cuando estaba de vigilancia en tal noche donde
comienza Calle Mala, en esta ciudad, oí casualmente un murmullo en la casa de
este caballero. Entonces pensé: ¿qué sucede allí? De modo que me acerqué con
sigilo a la pared de la casa, pensando que pudiera tratarse de un conventículo
diaboliano, como efectivamente resultó ser. Me acerqué, entonces, y cuando
estuve pegado a la pared pasó un cierto tiempo hasta que me di cuenta de que
había extranjeros en la casa; pero entendí bien sus palabras, porque yo también
he viajado. Al oír este lenguaje en una casa ruinosa como la que ocupaba este
caballero, pegué el oído a un agujero de la ventana, y les oí hablar del
siguiente modo. Este viejo Sr. Mala-Desconfianza preguntó a estos dubitativos
sus nombres, su procedencia, y su misión en estas partes; ellos le respondieron
a todas sus preguntas, y sin embargo, él los acogió. También les preguntó
cuántos eran, y respondieron que eran diez mil. Entonces les preguntó por qué
no habían lanzado un ataque más fuerte contra Alma Humana, y ellos le explicaron
la razón. A esto él calificó de cobarde al general de ellos, por haber huido
cuando debía haber luchado por su príncipe. Además, este viejo Sr.
Mala-Desconfianza deseó, y yo le oí expresar este deseo, que todos los diez mil
dubitativos pudieran encontrarse en Alma Humana, y él mismo encabezándolos. Les
advirtió también que tuvieran cuidado y fuesen prudentes, porque si eran
apresados serían ajusticiados, aunque tuvieran cabezas de oro».
Entonces dijo el tribunal: «Sr.
Mala-Desconfianza, aquí tenemos otro testigo contra vos, y su testimonio es
completo: 1. Él jura que vos recibisteis a estos hombres en vuestra casa y que
los socorristeis, a sabiendas de que eran diabolianos y enemigos del Rey. 2. Él
jura que deseasteis que hubiera diez mil de ellos en Alma Humana. 3. Él jura
que les disteis consejo para que fueran prudentes y discretos, para no ser
apresados por los siervos del Rey. Todo lo cual pone de manifiesto que sois
diaboliano; si hubierais sido amigo del Rey, los hubierais prendido».
Entonces dijo Mala-Desconfianza: «A
lo primero respondo, Que los hombres que acudieron a mi casa eran extranjeros,
y los dejé entrar; ¿acaso es ahora un crimen que alguien de Alma Humana dé
hospitalidad a extraños? Que los alimenté es cierto; ¿y por qué se me debe
incriminar por mi caridad? En cuanto a la razón de desear que hubiera diez mil
de ellos en Alma Humana, nunca la dije a los testigos, ni a ellos mismos.
Podría ser que quería que fuesen aprehendidos, y así mi deseo sería para bien
de Alma Humana, por lo que cualquiera pueda saber. También les aconsejé que no
cayeran en manos de los capitanes; pero esto podría deberse a que no deseo que
nadie muera, y no porque desease que escapasen tales enemigos del Rey».
El Lord Alcalde contestó entonces:
«Que aunque es una virtud mostrar hospitalidad a los extraños, es sin embargo
traición dar socorro a los enemigos del Rey. En cuanto a las otras cosas que
has dicho, con tus palabras sólo intentas evadir y aplazar la ejecución de la
sentencia. Pero si lo único que se pudiera demostrar contra ti es que eres un
diaboliano, entonces ya debes morir por ello bajo la ley; pero acoger,
festejar, abrigar y alentar a otros, a diabolianos extraños, a aquellos que
vinieron con el propósito de cortar y destruir a nuestra Alma Humana, esto es
intolerable».
Entonces dijo Mala-Desconfianza:
«Ya veo como irá el juego: debo morir a causa de mi nombre y por mi caridad».Y
dicho esto, se calló.
56
Entonces hicieron entrar a los
dubitativos extranjeros ante el tribunal, y el primero de ellos en comparecer
fue el dubitativo de la elección. Se le leyó la acusación; pero debido a que
era extranjero, su sustancia le fue comunicada por medio de un intérprete: «Que
se le acusaba de ser enemigo del Príncipe Emanuel, de ser aborrecedor de la
ciudad de Alma Humana, y de oponerse a su sana doctrina».
Entonces el juez le preguntó si
tenía algo que alegar, pero se limitó a decir esto: Que confesaba que era un
dubitativo de la elección, y que ésta era la religión en que siempre se había
criado. Y añadió: «Si tengo que morir por mi religión, supongo que moriré como
mártir, y por ello menos me preocupa».
Juez. Poner en tela de juicio la
elección es derribar una gran doctrina del evangelio, la omnisciencia, el poder
y la voluntad de Dios; eliminar la libertad de Dios para con su criatura, poner
tropiezos a la fe de la ciudad de Alma Humana, y hacer que la salvación dependa
de las obras, y no de la gracia. También contradecía a la palabra y agitaba las
mentes de los hombres de Alma Humana; por ello, por la mejor de las leyes, debe
morir».
Entonces se llamó al dubitativo de
la vocación, y se le hizo comparecer ante el tribunal; y su acusación fue
sustancialmente la misma que en el caso anterior, excepto que fue acusado
particularmente de negar el llamamiento de Alma Humana.
El juez le preguntó si tenía algo
que alegar en su defensa.
Él contestó: «Que nunca había
creído que existiera tal cosa como un llamamiento distintivo y poderoso de Dios
a Alma Humana, aparte de la voz general de la palabra, ni tampoco por ella
aparte de la exhortación que les mandaba a apartarse del mal y a hacer lo
bueno, y que en ello se acompañaba una promesa de felicidad».
Entonces le dijo el juez: «Tú eres
un diaboliano, y has negado una gran parte de una de las verdades más
experimentales del Príncipe de la ciudad de Alma Humana; porque él la ha
llamado, y ella ha oído un llamamiento bien claro y poderoso de Emanuel, por
medio del que ha sido vivificada, despertada y poseída de la gracia celestial
de desear tener comunión con su Príncipe, de servirle y de hacer su voluntad, y
para buscar su felicidad sencillamente en su beneplácito. Y por tu odio contra
esta buena doctrina, debes morir».
Entonces fue llamado el dubitativo
de la gracia, y se le leyó su acusación, a la que él replicó: «Que aunque era
de la tierra de la Duda, su padre era descendiente de un fariseo, y vivía
rectamente delante de sus vecinos, y que él le enseñó a creer, y creerlo lo
creo, y creeré, que Alma Humana nunca se salvará gratuitamente por la gracia».
Entonces repuso el juez: «¡Cómo! La
ley del Príncipe está bien clara: 1. En lo negativo, “no por obras”; 2. En lo
positivo, “Por gracia habéis sido salvos”.[363] Pero tu religión se basa en y
sobre las obras de la carne, por cuanto las obras de la ley son las obras de la
carne. Además, al decir lo que has dicho, has robado a Dios su gloria y se la
has dado al hombre pecador; le has robado a Cristo la necesidad de su misión y
su suficiencia, y has atribuido ambas cosas a las obras de la carne. Has
despreciado la obra del Espíritu Santo y has exaltado la voluntad de la carne y
de la mente legalista. Eres un diaboliano, e hijo de diaboliano; y por tus
principios diabolianos debes morir».
Así, se les sentenció a muerte de
cruz. El lugar dispuesto para el cumplimiento de la sentencia fue donde Diábolo
había reunido a su último ejército contra Alma Humana, excepto por el viejo
Mala-Desconfianza, al que colgaron al comienzo de Calle Mala, delante de su
propia puerta.
Cuando la ciudad de Alma Humana se
hubo librado hasta aquí de sus enemigos y de los que perturbaban su paz, lo
siguiente fue dar una perentoria orden de que milord Recia-Voluntad y su
asistente Diligencia buscaran e hiciesen todo lo posible por apresar a los
diabolianos de la ciudad que siguieran todavía con vida. Los nombres de varios
de ellos eran Sr. Embaucador, Sr. Deja-Pasar-el-Bien, Sr. Temor-Esclavizador,
Sr. No-Amor, Sr. Recelo, Sr. Carne, y Sr. Pereza. También se mandó apresar a
los hijos que el Sr. Mala-Desconfianza había dejado detrás, y que fuera
derribada su casa. Los hijos que había dejado detrás eran: el Sr. Duda, el
mayor; y los que seguían eran Vida-Legal, Descreído,
Pensamientos-Falsos-Acerca-de-Cristo, Recorta-Promesas, Sentir-Carnal,
Vivir-por-Sentimientos y Amor-Propio. Todos estos los tuvo de una mujer llamada
Sin-Esperanza. Ésta era parienta del viejo Incredulidad, que era su tío, y que
al morir murió el viejo Oscuro, el padre de ella, él la tomó y la crió, y
cuando estaba en edad casadera, la dio por esposa a este viejo
Mala-Desconfianza.
Ahora Lord Recia-Voluntad emprendió
cumplir su misión, con gran Diligencia, su asistente. Apresó a Embaucador por
la calle y lo colgó en el Callejón Sin-Inteligencia, delante de su propia casa.
Este Embaucador era el que había pedido a la ciudad de Alma Humana que
entregara al Capitán Creencia en manos de Diábolo a cambio de retirarse de la
ciudad con sus fuerzas. También capturó al Sr. Deja-Pasar-el-Bien un día en que
estaba ocupado en el mercado, y lo ajustició según la ley. Ahora bien, había en
Alma Humana un pobre hombre honrado que se llamaba Sr. Meditación, no muy
conocido en los tiempos de la apostasía, pero que ahora era apreciado por los
mejores de la ciudad. A éste, pues, querían designar para un alto cargo. El Sr.
Deja-Pasar-el-Bien había amasado una considerable fortuna en Alma Humana, y, al
llegar Emanuel, se le confiscó para uso del Príncipe; esta fortuna fue
entregada ahora al Sr. Meditación para que la usara para el bien común, y
también para que después de él pasara a su hijo, el Sr. Piensa-Bien; a este
Piensa-Bien lo tuvo con su esposa la Sra. Piedad, que era hija del Sr.
Archivero.
Después Lord Recia-Voluntad apresó
a Recorta-Promesa; ahora bien, siendo como era un villano tan notorio, y por
cuanto debido a sus actividades había mucha desconfianza acerca de la moneda
del Rey,* fue por ello hecho objeto de un escarmiento público. Fue juzgado y
sentenciado primero a ser exhibido en el cepo, luego a ser azotado por todos
los niños y siervos en Alma Humana, y finalmente a ser colgado hasta que
muriera. Algunos pueden sentirse asombrados por la severidad del castigo
impuesto a este hombre; pero los mercaderes honrados en Alma Humana son
conscientes del gran perjuicio que un recortador de promesas puede hacer en
poco tiempo a la ciudad de Alma Humana. Y mi parecer es que todos los que
tienen este nombre y viven de esta manera deberían ser tratados así.
También capturó a Sentir-Carnal y
lo encarceló; pero no sé cómo lo hizo, que consiguió escapar; y el audaz
villano no se ha ido todavía de la ciudad, sino que se oculta en las guaridas
diabolianas durante el día, y como un fantasma acude a las casas de hombres
honrados durante las noches. Por ello, se hizo una llamamiento en la plaza del
mercado en Alma Humana, anunciando que quien pudiera descubrir a Sentir-Carnalm
capturarlo y darle muerte sería recibido a diario a la mesa del Príncipe, y se
le nombraría guardián de la tesorería de Alma Humana. Por ello, muchos se
dedicaron a buscarlo, pero no pudieron atraparlo y darle muerte, aunque fue
avistado muchas veces.
Pero Lord Recia-Voluntad prendió al
Sr. Pensamientos-Falsos-Acerca-de-Cristo y lo encarceló, y allí murió; aunque
tardó, porque murió de una lenta consunción.
También fue apresado Amor-Propio y
puesto bajo custodia; pero tenía muchos aliados en Alma Humana, de modo que se
aplazó su juicio. Pero al final se levantó el Sr. Abnegación y dijo: «Si se
puede tolerar a villanos como éste en Alma Humana, dimitiré». Entonces lo tomó
de entre la multitud y lo hizo venir guardado por sus soldados, y allí le
partieron la cabeza. Algunos en Alma Humana murmuraron acerca de esto, pero
nadie se atrevió a hablar abiertamente, porque Emanuel estaba en la ciudad.
Pero esta valerosa acción del Capitán Abnegación llegó a oídos del Príncipe,
que lo mandó llamar, y lo hizo lord en Alma Humana. Milord Recia-Voluntad
también fue muy elogiado por Emanuel por lo que había hecho por el bien de la
ciudad de Alma Humana.
Entonces Lord Abnegación cobró
ánimo y se lanzó en persecución de los diabolianos junto con Lord
Recia-Voluntad; y capturaron a Vivir-de-Sentimientos y a Vida-Legal, y los
encarcelaron hasta que murieron. Pero el Sr. Descreído era un sujeto muy
precavido; nunca lo pudieron atrapar, aunque lo intentaron muchas veces. Así
que él y algunos de los más astutos de la tribu diaboliana permanecieron
todavía en Alma Humana, y ello hasta que Alma Humana abandonó su sitio en el
reino del Universo. Pero quedaron escondidos en sus madrigueras y escondrijos;
si alguno de ellos aparecía o era avistado en cualquiera de las calles de Alma
Humana, toda la ciudad se levantaba en armas contra ellos; los niños mismos de
Alma Humana gritaban persiguiéndolos como en pos de un ladrón, deseando poder
apedrearlos a muerte. Y ahora llegó Alma Humana a un buen estado de paz y
tranquilidad; su Príncipe permanecía también habitando dentro de sus
recintos;[364] sus capitanes y soldados atendían a sus deberes; y Alma Humana
cuidaba su comercio con el país lejano; también se mantenía activa en su
actividad manufacturera.
57
Cuando la ciudad de Alma Humana
hubo quedado ya libre de tantos de sus enemigos y perturbadores de su paz, el
Príncipe mandó una convocación, y fijó un día para encontrarse con toda la
población en la plaza del mercado, para allí instruirlos acerca de algunas
otras cuestiones que, si las observaban, tenderían a añadir a su seguridad y
bienestar, y a la condena y destrucción de los diabolianos criados en su
ciudad. Llegó el día fijado y acudieron los ciudadanos; Emanuel llegó también
en su carro de guerra, con la escolta de todos sus capitanes, a derecha y a
izquierda. Se hizo un ademán pidiendo silencio, y después de unas muestras
mutuas de afecto, el Príncipe tomó la palabra:
«Tú, mi Alma Humana, y la amada de
mi corazón, muchos y grandes son los privilegios que te he conferido; te he
distinguido de en medio de otros, y te he elegido para mí mismo, no por tu
mérito, sino por causa de mí mismo. También te he redimido, no sólo del terror
de la ley de mi Padre, sino también del poder de Diábolo. He hecho esto porque
te he amado, y porque he puesto en mi corazón hacerte el bien. También he
actuado para eliminar todas las cosas que pudieran estorbarte en tu camino a
los placeres del paraíso; he procurado en tu favor y para tu alma una
satisfacción plena, y te he adquirido para mí mismo; con un precio no de cosas
corruptibles, como plata y oro, sino con un precio de sangre, de mi propia sangre,
que he derramado voluntariamente sobre la tierra para hacerte mía. Y así te he
reconciliado, oh mi Alma Humana, con mi Padre, y te he dotado de las moradas en
la casa de mi Padre en la regia ciudad, donde hay cosas, oh mi Alma Humana, que
ni el ojo vio, ni han subido al corazón del hombre para que las pueda concebir.
»Además, ¡oh mi Alma Humana!, tú
ves lo que he hecho, y cómo te he librado de las manos de tus enemigos, junto a
los que tú te rebelaste hondamente contra mi Padre, y por quienes estabas
satisfecha de ser poseída, y también de ser destruida. Vine primero a ti
mediante mi ley, y luego mediante mi evangelio, para despertarte y mostrarte mi
gloria. Y tú sabes lo que fuiste, lo que dijiste y lo que hiciste, y cuántas
veces te rebelaste contra mi Padre y contra mí; pero no te desamparé, como
puedes verlo hoy, sino que acudí a ti, he soportado tus acciones, te he
esperado, y, después de todo, te he aceptado, y todo solamente por mi gracia y
favor; no he querido que te perdieras, a pesar de lo muy dispuesta que estabas
a perderte. También te he rodeado y te he afligido por todos lados, para hacer
que te fatigaste de tus caminos, y para abatir tu corazón con molestias para
que estuvieras dispuesta a aceptar tu bien y tu felicidad. Y cuando conseguí
conquistarte totalmente, lo mudé para tu mayor bendición.
»Tú ves también qué compañías de la
hueste de mi Padre he albergado dentro de tus límites; capitanes y
gobernadores, soldados y hombres de guerra, máquinas y excelentes instrumentos
para someter y derrotar a tus enemigos; tú sabes lo que quiero decirte, ¡oh
Alma Humana! Y ellos son mis siervos, y también lo son tuyos, Alma Humana. Sí,
mi designio al dotarte con todos ellos, y la natural tendencia de cada uno de
ellos, es tu defensa, purificación, que seas fortalecida y dulcificada para mí,
¡oh Alma Humana!, y hacerte apta para la presencia, bendición y gloria de mi
Padre; porque tú, mi Alma Humana, has sido creada para ser preparada para todas
esas cosas.
»También sabes, mi Alma Humana,
cómo he pasado de lado tus recaídas y te he sanado. Cierto es que me airé
contigo, pero he apartado mi ira de ti, porque te seguía amando, y mi ira e
indignación han cesado con la destrucción de tus enemigos, oh Alma Humana. Y no
fue ninguna bondad tuya lo que me hizo volver a ti, después que por tus
transgresiones escondí de ti mi rostro y retiré mi presencia de ti. El camino
de la recaída fue todo tuyo, pero el camino y manera de tu recuperación fue
mío. Yo dispuse los medios de tu regreso; yo fui quien levantó una cerca y una
muralla cuando tú comenzabas a entregarte a cosas en las que yo no me agradaba.
Yo fui quien transformó tu dulzura en amargura, tu día en noche, tu camino
suave en espinoso, y también quien confundió a todos aquellos que querían
destruirte. Soy yo quien movió al Sr. Temor-de-Dios a trabajar en Alma Humana.
Fui yo quien agitó tu conciencia y entendimiento, tu voluntad y tus afectos,
después de tu gran y lamentable decadencia. Fui yo quien te infundió vida, ¡oh
Alma Humana!, para que me buscases, para que pudieras encontrarme, y que al
encontrarme encontrases tu propia salud, tu dicha y tu salvación. Yo fui quien
expulsó por segunda vez a los diabolianos de Alma Humana; y yo fui quien los
venció, y quien los destruyó delante de ti.
»Y ahora, mi Alma Humana, he
regresado a ti en paz, y tus transgresiones contra mí son como si no hubieran
existido. Y no será contigo como en los primeros días, porque haré aún más por
ti que en tus comienzos. Porque aun un poquito, oh mi Alma Humana, y después
que hayan transcurrido unos pocos tiempos más sobre tu cabeza (y no te
inquietes por lo que ahora te digo) desharé esta célebre ciudad de Alma Humana,
maderos y piedras, hasta el suelo. Y llevaré sus piedras y sus maderos, y sus
paredes y su polvo, y a sus habitantes, a mi propio país, a un reino de mi
Padre; y allí la estableceré con un poder y gloria tales como nunca se ha visto
en el reino donde ahora está. Y allí la estableceré como morada de mi Padre;
porque es con este propósito que al principio fue levantada en el reino del
Universo; y allí haré de ella un espectáculo de causará maravilla, un monumento
a la misericordia, y una admiradora de su propia misericordia. Allí los nativos
de Alma Humana verán todas aquellas cosas que nunca han visto aquí; allí serán
iguales a aquellos a los que aquí han sido inferiores. Y allí tú tendrás, ¡oh
Alma Humana!, aquella comunión conmigo, con mi Padre, y con tu Lord Secretario,
que no es posible gozar aquí, ni jamás podría ser, si vivieras en el Universo
durante mil años.
»Y allí, oh mi Alma Humana, no
temerás ya a mas homicidas; ni a diabolianos ni a sus amenazas. Allí no habrá
ya más maquinaciones, ni conspiraciones ni designios contra ti, ¡oh mi Alma
Humana! Allí no sabrás ya más malas noticias, ni oirás el redoble del tambor de
Diábolo. No verás más portaestandartes de Diábolo, ni el estandarte mismo de
Diábolo. Ningún baluarte diaboliano se levantará allí contra ti, ni se izará el
estandarte diaboliano para atemorizarte. Allí no necesitarás capitanes, ni
máquinas de guerra, ni soldados ni hombres de guerra. Allí no conocerás ni
dolor ni tristeza; ni será posible que diaboliano alguno se infiltre jamás en
tus faldas, ni haga orificios en tus murallas, ni sea visto jamás dentro de tus
límites en todos los días de la eternidad. La vida se prolongará allí más que
lo que aquí eres capaz de desear que se prolongue; y sin embargo será siempre
dulce y nueva, y no tendrás jamás impedimento alguno que empañe su gozo.
»Allí, ¡oh Alma Humana!, te encontrarás
con muchos que han sido como tú, que han sido copartícipes de tus dolores; sí,
aquellos que yo he escogido y redimido y apartado, como tú, para la corte y
regia ciudad de mi Padre. Todos ellos se alegrarán contigo, y tú, cuando los
veas, te alegrarás en tu corazón.
»Hay cosas, ¡oh Alma Humana!, cosas
que hemos provisto mi Padre y yo, que nunca se vieron desde la fundación del
mundo; y éstas están guardadas por mi Padre, y selladas entre sus tesoros para
ti, hasta que allí llegues para gozar de ellas. He dicho antes que tomaría a mi
Alma Humana y la establecería en otro lugar; y allí donde la estableceré están
aquellos que te aman y que ahora se regocijan en ti; ¡pero cuánto más cuando te
vean exaltada en gloria! Mi Padre los enviará entonces entonces a buscarte; y
sus regazos son carros para que en ellos vayas. Y tu, ¡oh mi Alma Humana!,
montarás sobre las alas del viento. Ellos vendrán a traerte, a conducirte y a
acompañarte a aquello que, cuando tus ojos vean más, será tu puerto deseado.
»De modo que, ¡oh mi Alma Humana”,
te he mostrado lo que se te hará más adelante, si puedes oír, si puedes
comprender; y ahora te diré cuál debe ser ahora tu deber y tu actividad, hasta
que yo venga y te tome a mí mismo, según se explica en las Escrituras de
verdad.
»Primero, te encargo que en
adelante guardes más blancas y limpias las vestiduras que te di antes de
apartarme de ti por última vez. Hazlo, te digo, porque esto será sabiduría por
tu parte. Son de lino fino, pero tú debes mantenerlas blancas y limpias. Esto
será tu sabiduría, tu honra, y será en gran manera para mi gloria. Cuando tus
vestiduras sean blancas, el mundo te considerará mía. Además, cuando tus
vestiduras son blancas, entonces me deleito en tus caminos; porque entonces tu ir
y venir será como un destello que los presentes tendrán que observar; y también
sus ojos se deslumbrarán ante ello. Por ello atavíate según mi voluntad, y
hazte mediante mi ley pasos derechos para tus pies; así deseará grandemente el
Rey tu hermosura, porque él es tu Señor, y adórale.
»Y para que puedas guardarlos como
te he mandado, te he proveído, como ya te dije anteriormente, de un manantial
abierto para lavar tus vestiduras. Procura, pues, lavarlos con frecuencia en mi
manantial, y no vayas con vestiduras sucias; porque así como será para deshonra
y vergüenza, también será para tu desconsuelo andar con vestiduras sucias. De
modo que no permitas que mis vestiduras, tus vestiduras, las vestiduras que yo
te di, queden contaminadas o manchadas por la carne. Mantén tus vestiduras
siempre blancas, y que tu cabeza no carezca de ungüento.
»Mi Alma Humana, te he liberado a
menudo de los designios, añagazas, intentos y conspiraciones de Diábolo, y a
cambio de esto nada te pido excepto que no me devuelvas mal por bien, sino que
recuerdes mi amor, y la constancia de mi bondad para mi amada Alma Humana, para
estimularte a caminar en tu medida conforme a los beneficios que te he
otorgado. En la antigüedad, los sacrificios se ataban con cuerdas a los cuernos
del altar. Considera estas palabras, oh mi bendita Alma Humana.
»¡Oh, mi Alma Humana!, he vivido,
he muerto, vivo, y no moriré ya más por ti. Vivo para que puedas no morir.
Porque yo vivo, tú también vivirás. Te reconcilié con mi Padre mediante la
sangre de mi cruz, y, estando reconciliada, tú vivirás por mí. Oraré por ti;
lucharé por ti; aún te haré bien.
»Nada puede hacerte daño sino el
pecado; nada puede dolerme más que el pecado; nada puede rebajarte delante de
tus enemigos más que el pecado; ¡cuídate del pecado, mi Alma Humana!
»¿Y sabes por qué al principio
permití, y sigo permitiendo, que moren diabolianos en tus murallas, oh Alma
Humana? Es para mantenerte despierta, para probar tu amor, para estimularte a
velar, y para llevarte a apreciar a mis nobles capitanes, sus soldados y mi
misericordia.
»También tiene como propósito que
recuerdes en qué lamentable condición te encontrabas. Me refiero a cuando no
algunos, sino todos ellos habitaban no en tus murallas, sino en tu ciudadela y
en tu fortaleza, ¡oh Alma Humana!
»Si diera muerte a todos los de
dentro, Oh Alma Humana, hay muchos en el exterior que te llevarían a
servidumbre; porque si los de dentro fuesen cortados, los de fuera te hallarían
durmiendo; y entonces, en un instante, sorberían a mi Alma Humana. Por esto los
he dejado, no para hacerte daño (lo cual aún harán, si les prestas atención y
los sirves), sino para tu bien, y esto será así si te mantienes vigilante y
luchas contra ellos. Sabe pues que en todo lo que te tienten, mi designio es
que te lleven no más lejos, sino más cerca de mi Padre, para que te ejercites
en la guerra, para hacer la oración cosa más deseable para ti, y para hacerte
pequeña delante de tus propios ojos. Escucha esto diligentemente, mi Alma
Humana.
»Muéstrame así tu amor, mi Alma
Humana, y no dejes que los que permanecen dentro de tus murallas atraigan tus
afectos quitándolos de aquel que ha redimido tu alma. Sí, que el hecho de ver a
un diaboliano aumente tu amor para conmigo. Yo he venido una, dos y tres veces
para salvarte del veneno de aquellos dardos que hubieran causado tu muerte:
mantente por mí, yo tu Amigo, mi Alma Humana, contra los diabolianos, y yo me
mantendré por ti delante de mi Padre y de toda su corte. Ámame frente a toda
tentación, y yo te amaré a pesar de tus debilidades.
»Oh mi Alma Humana, recuerda lo que
mis capitanes, mis soldados y mis máquinas de guerra han hecho por ti. Ellos se
han batido por ti, han padecido por ti, han soportado mucho de tu parte por
hacerte el bien, ¡oh Alma Humana! Si no los hubieras tenido para ayudarte,
Diábolo ciertamente hubiera acabado contigo. Aliméntalos, pues, mi Alma Humana.
Cuando tú estés bien, ellos estarán bien; cuando tú estés mal, ellos se
encontrarán mal, enfermos y débiles. No hagas enfermar a mis capitanes, oh Alma
Humana, porque si ellos enferman tú no puedes estar bien; si ellos están
débiles, tú no podrás ser fuerte; si ellos desmayan, tú no podrás ser firme y
valiente para tu Rey, oh Alma Humana. Y no debes pensar en vivir siempre por
los sentidos: debes vivir en base a mi palabra. Tú debes creer, ¡oh mi Alma
Humana!, que cuando estoy lejos de ti sigo amándote, y que te llevo siempre
sobre mi corazón.
»Por todo ello recuerda, ¡oh mi
Alma Humana!, que eres el objeto de mi amor; así como te he enseñado a velar, a
luchar, a orar y a hacer guerra contra mis enemigos, así ahora te mando creer
que mi amor por ti es constante. ¡Oh Alma Humana, cómo he puesto mi corazón, mi
amor, sobre ti! Vela. Recuerda, no impongo sobre ti otra carga que la que ya
tienes. Retén lo que tienes, hasta que yo venga».
CONTRACUBIERTA
LA GUERRA SANTA
Un clásico espiritual, publicado por primera vez en 1682, La
Guerra Santa es la segunda gran alegoría de Bunyan. Con un rico y gráfico
simbolismo, La Guerra Santa describe la guerra espiritual entre Cristo y
Satanás por «la ciudad de Alma Humana».
El triunfo definitivo sobre el
pecado y el mal, uno de los más consoladores temas de la Biblia, se describe en
esta obra de una manera sumamente vívida.
«Usé parábolas.» Oseas 12:10
NOTAS Y REFERENCIAS
[1]
Un estado natural que complace a la carne.
[2]
Cristo.
[3]
El hombre.
[4]
Las Escrituras.
[5]
El Omnipotente.
[6]
Los ángeles creados.
[7]
El corazón.
[8]
Eclesiastés 3:11.
[9]
Los poderes del Alma Humana.
[10]
Los Cinco Sentidos.
[11]
El diablo.
[12]
Pecadores, los ángeles caídos.
[13]
El origen de Diábolo.
[14]
Is 14:12.
[15]
2 P 2:4; Jud 6.
[16]
1 P 5:8.
[17]
Génesis 3:1; Apocalipsis 20:1, 2.
[18]
La sutileza de Diábolo constituida por mentiras.
[19]
2 Co 10:4, 5.
[20]
Ef 4:18, 19.
[21]
Cómo la conciencia se vuelve tan ridícula como lo es con los hombres carnales.
[22]
La conciencia.
[23]
Los hombres a veces se encolerizan con sus conciencias.
[24]
Malos pensamientos.
[25]
De temores.
[26]
La voluntad toma su lugar bajo Diábolo.
[27]
El corazón, la carne, los sentidos.
[28]
Ro 8:7.
[29]
Ef 2:2-4.
[30]
La voluntad carnal se opone a la conciencia.
[31]
Neh 9:26.
[32]
La voluntad corrompida ama un entendimiento entenebrecido.
[33]
Pensamientos vanos.
[34]
Ro 1:25.
[35]
La unión del Vil Afecto y de la Concupiscencia de la Carne.
[36]
1 Jn 2:16.
[37]
Gn 6:5, 6.
[38]
El secreto de su propósito.
[39]
El Hijo de Dios.
[40]
Is 49:5; 1 Ti 1:15; Os 13:14.
[41]
Por el Espíritu Santo.
[42]
Las Sagradas Escrituras.
[43]
Entre los ángeles.
[44]
La voluntad puesta en contra del evangelio.
[45]
Se debe emprender la supresión de todos los buenos pensamientos y palabras en
la ciudad.
[46]
Is 28:15.
[47]
Odiosos panfletos ateos y baladas y novelas llenas de suciedad.
[48]
El lugar de oír y considerar.
[49]
Un lenguaje sumamente engañoso.
[50]
Lenguaje mentiroso.
[51]
Tiene miedo de perder Alma Humana.
[52]
Dt 29:19.
[53]
Pr 9:9.
[54]
Sal 57:4; 64:3; Stg 3:6.
[55]
Las palabras de Dios.
[56]
Sal 60:4.
[57]
Mr 3:17.
[58]
Dt 33:2.
[59]
Mt 13:40, 41.
[60]
Mt 3:10.
[61]
Mt 10:11; Lc 10:5.
[62]
1 Ts 2:7-11.
[63]
Ef 2:13, 17.
[64]
El mundo se siente convencido ante la vida ordenada de los piadosos.
[65]
Diábolo enajena sus mentes de los que son de Dios.
[66]
¡Una falsedad satánica!
[67]
Satanás muy atemorizado de que los ministros de Dios vuelvan al Alma Humana
contra él.
[68]
Los mueve a desafiar a los ministros de la Palabra.
[69]
Cuando los pecadores dan oído a Satanás, se llenan de furor contra la piedad.
[70]
No quieren oír.
[71]
Lc 14:23.
[72]
Is 58:1.
[73]
Las almas carnales interpretan erróneamente los designios del ministerio del
evangelio.
[74]
Zac 7:11.
[75]
Boanerges consigue ser oído.
[76]
Ro 3:10, 10-23; 16:17, 18.
[77]
Sal 1:21, 22.
[78]
Lc 12:58, 59.
[79]
2 Co 5:13-21.
[80]
Mal 4:1; 2 P 2:3
[81]
Job 36:14, 18; Sal 60:7; Is 66:15.
[82]
Ez 22:14.
[83]
Mt 3:7-10.
[84]
Lc 13:8.
[85]
La verdadera cara de la incredulidad.
[86]
Lc 11:21.
[87]
La carne.
[88]
La sentencia y poder de la palabra.
[89]
El tejado de la casa del viejo Incredulidad, derribado.
[90]
Los efectos de las convicciones, aunque comunes, si son
permanentes.
[91]
Habla la conciencia.
[92]
Hambre en Alma Humana. Lc 15:14, 15.
[93]
2 Ti 2:19.
[94]
La incredulidad nunca es provechosa en su discurso, sino que siempre habla con
malignidad.
[95]
El entendimiento y la conciencia comienzan a recibir
convicción,
y ponen al alma en movimiento.
[96]
Motín en Alma Humana.
[97]
El pecado y el alma enfrentados.
[98]
Os 11:2, 7.
[99]
Mt 22:5; Pr 1; Zac 7:10-13.
[100]
He 10.
[101]
He 2:10.
[102]
Jn 1:29; Ef 6:16.
[103]
He 6:19.
[104]
1 Co 13.
[105]
Mt 10:6.
[106]
La fe y la paciencia hacen la obra. He 6:12.
[107]
La Santa Biblia, conteniendo 66 libros.
[108]
Cristo no hace la guerra a la manera del mundo.
[109]
El corazón.
[110]
He 1:2; Jn 16:15.
[111]
Is 50:1.
[112]
Mt 5:18.
[113]
¡Oh amado Príncipe Emanuel!
[114]
Cnt 5:2.
[115]
Jn 12:47; Lc 9:56.
[116]
Tit 1:16.
[117]
¡Atención a esto!
[118]
¡Atención a esto! Lc 13:25.
[119]
¡Atención a esto! Hch 5:1-5.
[120]
¡Atención a esto!
[121]
2 S 12:1-5.
[122]
Los pecados y concupiscencias carnales.
[123]
Ro 6:13; Col 3:5; Gá 5:24.
[124]
¡Atención a esto! Jn 10:8.
[125]
¡Atención a esto! Ro 6:12, 13.
[126]
1 S 27.
[127]
2 R 1:2, 3.
[128]
Ef 6:17.
[129]
Ángeles.
[130]
2 S 5:6.
[131]
2 Co 11:14.
[132]
Mr 9:26, 27.
[133]
La conciencia.
[134]
El oficio de la conciencia cuando se despierta.
[135]
Ef 4.
[136]
Los ángeles.
[137]
Lc 15:7, 10.
[138]
Los hombres de Alma Humana, llenos de admiración y devoción hacia Emanuel.
[139]
Mt 12:43.
[140]
Lo que hace la culpa.
[141]
La oración, fraguada de dificultades.
[142]
De pensamientos indagadores.
[143]
Vanos pensamientos.
[144]
Están siendo juzgados.
[145]
Se condenan a sí mismos.
[146]
Pecados. Pr 5:22.
[147]
Poderes del alma.
[148]
Corrupciones y concupiscencias.
[149]
Les son quitados sus harapos. Is 61:3.
[150]
Una extraña alteración.
[151]
Su culpa.
[152]
Cuando la fe y el perdón se encuentran, el juicio y la ejecución se van del
corazón.
[153]
Una extraña alteración.
[154]
Is 33:24.
[155]
La conciencia y el entendimiento.
[156]
¡Ah, el gozo del perdón por el pecado!
[157]
Éx 34:7; Mt 12:31.
[158]
Ahora pisotean la carne.
[159]
Pensamientos vivaces y cálidos.
[160]
La fe no se quedará callada cuando Alma Humana es salva.
[161]
El Príncipe exhibe sus gracias ante Alma Humana.
[162]
Dilo, y mantente en ello, Alma Humana.
[163]
Sus temores.
[164]
Hch 15:9.
[165]
Ef 2:17.
[166]
Ro 6:19; Ef 3:17.
[167]
Aprenden de él.
[168]
Promesa tras promesa.
[169]
Éx 16:15.
[170]
Un convite embargador.
[171]
Sal 78:24, 25.
[172]
Enigmas.
[173]
Las Sagradas Escrituras.
[174]
El final del banquete.
[175]
Ap 22:4.
[176]
No se halla incredulidad en Alma Humana.
[177]
Se va con Diábolo.
[178]
Ro 8:13; 6:12-14.
[179]
Gá 5:24.
[180]
La ayuda de mayor gracia.
[181]
Ro 8:13.
[182]
1 S 17:36, 37.
[183]
He 8:13; Mt 11:28-30.
[184]
He 8:12; 1 Jn 1:9.
[185]
Jn 17:8, 14; 2 Co 7:1.
[186]
2 P 1:4.
[187]
1 Co 3:21, 22.
[188]
He 10:19, 20; Mt 7:7.
[189]
Ef 4:22; Col 3:5-9.
[190]
2 Co 3:3; Jer 31:33; He 8:10.
[191]
Jer 10:23; 1 Co 2:14.
[192]
Buenos pensamientos comunes.
[193]
2 P 1:21; 1 Co 2:10; Jn 1:1; 1 Jn 5:7.
[194]
Jn 14:26; 16:13; 1 Jn 2:27.
[195]
1 Ts 1:5, 6; Hch 21:10, 11; Jud 20; Ef 6:18; Ro 8:26; Ap 2:7, 11, 17, 29; Ef
4:30; Is 63:10.
[196]
2 Co 13:14; Ro 5:5.
[197]
Job 32:8.
[198]
Cuerpo.
[199]
He 9:14.
[200]
Gracias escogidas de entre virtudes comunes.
[201]
Satanás no puede debilitar nuestras gracias como nosotros mismos sí podemos.
[202]
He 12:12; Is 35:3; Ap 3:2; 1 Ts 5:14.
[203]
Mr 7:21, 22.
[204]
Ro 7:18.
[205]
Cristo no quiere que nos destruyamos a nosotros mismos en el proceso de
destruir nuestros pecados.
[206]
Más predicadores para Alma Humana, si se hacen necesarios.
[207]
Una advertencia.
[208]
Otro privilegio para Alma Humana.
[209]
Ropas blancas.
[210]
Ap 19:8.
[211]
Lo que distingue a Alma Humana de otras gentes.
[212]
Ec 9:8.
[213]
Ap 3:2.
[214]
Lc 21:36.
[215]
Ap 7:14-17.
[216]
El glorioso estado de Alma Humana.
[217]
2 Co 6:16.
[218]
El entendimiento.
[219]
La voluntad.
[220]
Pensamientos hambrientos.
[221]
1 Co 5:8.
[222]
Prenda de matrimonio.
[223]
Prenda de honor.
[224]
Prenda de hermosura.
[225]
Prenda de perdón.
[226]
El peligro de los pensamientos vagabundos, Ap 3:20; Cnt 5:2.
[227]
La gloria de Alma Humana.
[228]
Ro 15:13.
[229]
Conceptos santos. Buenos pensamientos.
[230]
Cómo el Sr. Seguridad-Carnal desencadena la desgracia de Alma Humana.
[231]
No es la gracia recibida, sino la gracia vivida lo que peserva al alma de
peligros temporales.
[232]
La manera de la recaída de Alma Humana.
[233]
Contristan al Espíritu Santo y a Cristo.
[234]
Cristo no se retira de repente.
[235]
La obra de sus afectos.
[236]
Ez 11:21; Os 5:15; Lv 26:21-24.
[237]
Se ha ido.
[238]
Un lazo tendido al Sr. Temor-de-Dios; va a la fiesta, y se sienta a la mesa
como un extraño.
[239]
Todos se quedan lívidos de temor.
[240]
Cnt 5:6.
[241]
Se dirigen al Espíritu Santo, pero está contristado, etc. Is 63:10; Ef 4:30; 1
Ts 5:19.
[242]
Un sermón atronador.
[243]
Jon 2:8.
[244]
Os 5:15.
[245]
El predicador subordinado reconoce su falta, y lamenta su connivencia con el
Sr. Seguridad-Carnal.
[246]
Sal 88.
[247]
He 12:12, 13; Ap 3:2; Is 3:24. El pecado debilita, tanto el cuerpo como el
alma, y las gracias.
[248]
Lc 13:7.
[249]
Lm 3:8, 44.
[250]
Una terrible respuesta.
[251]
Lm 4:7, 8.
[252]
Véase ahora cuál es la obra de un recaído que despierta a su condición.
[253]
Deseos anhelantes y fervientes.
[254]
Envían a pedir consejo al infierno.
[255]
Mt 12:43-45.
[256]
La carne.
[257]
¡Presta atención, Alma Humana!
[258]
¡Presta atención, Alma Humana!
[259]
¡Presta atención, Alma Humana!
[260]
¡Presta atención, Alma Humana!
[261]
¡Presta atención, Alma Humana!
[262]
¡Presta atención, Alma Humana!
[263]
Un día de ocupación terrena.
[264]
¡Cuidado, Alma Humana!
[265]
Ro 7:21; Gá 5:17.
[266]
¡Cuidado, Alma Humana!
[267]
¡Cuidado, Alma Humana!
[268]
¡Presta atención, Alma Humana!
[269]
¡Cuidado, Alma Humana!
[270]
Nm 31:16; Ap 2:14.
[271]
El atosigamiento de la actividad excesiva es peligroso.
[272]
Les habría sido necesario hacerlo.
[273]
Una lección para los cristianos.
[274]
Un terrible consejo contra Alma Humana.
[275]
Un terrible consejo contra Alma Humana.
[276]
Un terrible consejo contra Alma Humana.
[277]
¡Cuidado, Alma Humana!
[278]
¡Presta atención, Alma Humana!
[279]
2 P 5:8.
[280]
Buenos pensamientos, buenos conceptos, y buenos deseos.
[281]
El entendimiento.
[282]
La conciencia.
[283]
Buenos deseos.
[284]
1 Co 16:13.
[285]
He 12:15, 16.
[286]
Jer 2:34; 5:26; Ez 16:52.
[287]
Jl 1:14; 2:15, 16.
[288]
Jer 37:4.
[289]
He 12:1.
[290]
Ap 12:3, 4, 13, 15-17.
[291]
Nm 21:6.
[292]
Mt 22:18; Ap 9:1.
[293]
Pr 27:20.
[294]
Sal 11:6; Ap 14:1.
[295]
Mr 9:44, 46, 48.
[296]
Ap 14:11; 6:8.
[297]
Jer 5:16.
[298]
1 Ti 4:2; Ro 2:5.
[299]
1 P 5:8.
[300]
Stg 4:7.
[301]
Cf. Is 5:30.
[302]
Lm 1:3.
[303]
Zac 9:15.
[304]
1 P 5:8; Ap 12:10.
[305]
Mt 4:8, 9; Lc 4:6, 7.
[306]
Satanás lo lee todo al revés.
[307]
¡Cuidado, Alma Humana!
[308]
Los pecados.
[309]
Los placeres del pecado.
[310]
¡No! ¡No! ¡No! ¡No! bajo pena de condenación eterna.
[311]
La mortificación del pecado es una señal de esperanza de vida.
[312]
Gn 49:19.
[313]
Con corazón y boca.
[314]
Ap 22:2; Sal 38:5.
[315]
Pensamientos de esperanza.
[316]
Satanás hace a veces que los santos se coman sus palabras.
[317]
Nada como la fe para aplastar a Diábolo.
[318]
Intenta todo lo que puede sobre la sensibilidad y los sentimientos del
cristiano.
[319]
Cuando estos tres capitanes quedan incapacitados, ¿qué pueden hacer el resto
por la ciudad de Alma Humana?
[320]
Los tristes frutos de la recaída.
[321]
Culpa.
[322]
Pensamientos buenos y tiernos.
[323]
Conceptos santos del bien.
[324]
Reposo.
[325]
Satanás tiene un odio particular contra una voluntad santificada.
[326]
Un pensamiento.
[327]
El alma llena de pensamientos ociosos y de blasfemias.
[328]
Ro 7.
[329]
El corazón.
[330]
Satanás no puede soportar la oración.
[331]
¡Pobre Alma Humana!
[332]
Satanás no puede soportar la fe.
[333]
Diábolo está enfurecido.
[334]
Una señal de gracia.
[335]
¡Cuídate, Alma Humana!
[336]
¡Cuídate, Alma Humana!
[337]
2 P 2:18-21.
[338]
¡Cuídate, Alma Humana!
[339]
¡Cuídate, Alma Humana!
[340]
¡Cuidado!
[341]
Corazón.
[342]
Ap 3:17.
[343]
¡Cuidado, Alma Humana!
[344]
Cuando el enemigo se encuentra entre Cristo y la fe, queda de cierto derrotado.
[345]
Pensamientos buenos y gozosos.
[346]
Los santos conceptos de Alma Humana.
[347]
Pensamientos santos jóvenes y tiernos.
[348]
Ec 9:8.
[349]
Zac 13:1; Ap 7:14, 15.
[350]
Gn 4:8.
[351]
Gn 10:8, 9.
[352]
Gn 21:9-10.
[353]
Gn 27:41-45.
[354]
1 S 18:10; 19:10; 20:33.
[355]
2 S 15; 16; 17.
[356]
Mt 26:14-16, 49.
[357]
Ap 13:7, 8; Dn 11:33.
[358]
Is 59:7; Jer 22:17.
[359]
Sal 59:2.
[360]
He 6:12, 15.
[361]
El incrédulo nunca lucha contra los dubitativos.
[362]
1 Ti 1:13-15; Mt 5:44; Lc 6:22; Jn 16:1, 2; Hch 9:5, 6; Ap 9:20, 21; Jn 8:40,
41-43, etc.
[363]
Ro 3; Ef 2.
* Se refiere a la práctica de recortar virutas de los bordes de monedas hechas de metales preciosos, como oro o plata. Las monedas seguían en circulación, pero el delincuente se quedaba con una pequeña fracción de las monedas para acumular ilegítimamente este metal precioso, oro o plata, y hacer lingotes de los mismos para su venta a joyeros o para realizar falsificaciones. Esta práctica estaba conceptuada como alta traición y estaba penada con la muerte. —N. del T.
* Se refiere a la práctica de recortar virutas de los bordes de monedas hechas de metales preciosos, como oro o plata. Las monedas seguían en circulación, pero el delincuente se quedaba con una pequeña fracción de las monedas para acumular ilegítimamente este metal precioso, oro o plata, y hacer lingotes de los mismos para su venta a joyeros o para realizar falsificaciones. Esta práctica estaba conceptuada como alta traición y estaba penada con la muerte. —N. del T.
[364] Is
33:17; Fil 3:20; Pr 31.
Datos:
Original de John Bunyan, (*28 de noviembre de 1628 - †31 de agosto de 1688)
Para una breve biografía, véase http://es.wikipedia.org/wiki/John_Bunyan
Nueva traducción del inglés realizada en 2013: Santiago Escuain, Copyright © 2013
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